Historia Aventureros en el Sur La imagen de Elena Grenhill, en un viejo daguerrotipo; como fondo, una carta escrita por ella y enviada a Inglaterra, en noviembre de 1904
La enemiga pública N° 1 En La bandolera inglesa en la Patagonia, el periodista Francisco Juárez relata la vida de Elena Grenhill, hábil con el caballo y con el Winchester y terror de la policía chubutense POR HÉCTOR GUYOT La Nacion
E
pág.
Viernes 22 de octubre de 2010
24
n los años 50, Francisco Juárez viajaba seguido a la Patagonia para hacer andinismo. Con oído inquieto de periodista, en aquellos viajes se interesó por las historias que pasaban de boca en boca y de generación en generación en los valles cordilleranos. Conversando con los lugareños, empezó a recopilarlas. Se convirtió en un buceador de esos relatos legendarios del sur argentino, que a principios del siglo XX era una tierra bárbara pródiga en personajes extraordinarios, como Martin Sheffield, el texano fabulador, un eterno buscador de oro que en la década de 1920 aseguraba que en los páramos patagónicos vivía, misterios de la evolución, el último dinosaurio. Con ese material, Juárez, periodista que integró la Redacción de Primera Plana en los años 60, publicó artículos y libros sobre el sur argentino y nutrió las “Historias patagónicas” que durante ocho años escribió para el diario Río Negro. Entre los muchos personajes que su curiosidad rescató, dos
de ellos reclamaron el mayor esfuerzo de sus pesquisas: Butch Cassidy, que llegó a la Patagonia escapando de la ley en mayo de 1901, y Elena Grenhill, una inglesa brava de cuya vida aún se habla. En su último libro, La bandolera inglesa en la Patagonia (Ediciones B), Juárez pone toda la información reunida sobre este personaje al servicio de una historia que relata sus andanzas y que también muestra que, un siglo atrás, la Patagonia era lo más parecido al Lejano Oeste estadounidense delas películas: una región civilizada a medias, donde apenas llegaba el gobierno y, a falta de la ley, regía el sentido práctico y el instinto de supervivencia. Allí, en esa tierra de hombres, entre indios inescrutables, peones ladinos, policías corruptos y jueces borrachos, la Greenhill desplegó su carácter indómito y se convirtió en una temida cuatrera. En el origen de su historia hay un crimen no resuelto. Elena había nacido en Bath, In-
glaterra; era la mayor de más de diez hermanos y había llegado a Chile con su familia en 1888, a los 13 años, junto con otros colonos rurales europeos que el gobierno llevó para poblar el sur del país. A los 19 se casó con Manuel Astete, un chileno veinte años mayor que ella que tenía oscuros negocios ganaderos. Un mal paso. Ya instalados de este lado de la cordillera, en el Valle del Río Negro, aparecen los malos tratos y las desavenencias conyugales. También, los furtivos amantes de ella. Un día, durante un arreo de ganado, Astete desaparece. Meses después, en noviembre de 1904, se halla su cuerpo sin vida y con la cabeza destrozada en un cañadón solitario. Allí empiezan los juicios contra la viuda, sospechosa de haber encargado el crimen. Pero también la nueva vida de la Greenhill, hecha de persecuciones, robos de ganado, tiroteos y romances transgresores. Una vida que la llevará a aparecer en las páginas policiales de los principales diarios de Buenos Aires y a ser declarada la enemiga número uno de la policía de Chubut. Hábil con el caballo y el Winchester, la piadosa inglesita, cuya historia Héctor Olivera ha querido llevar al cine, se convirtió en una dura mujer que no le tenía miedo a nada y que encontraría un trágico final. “Siempre me fascinó el destino de esa mujer en la Patagonia, donde no había casi mujeres. En esa época, la Patagonia destruía a cualquiera, incluso a los funcionarios. Y muchos terminaban fuera de la ley
porque no había ley o, en verdad, no había forma de aplicarla”, dice Juárez, que eligió dar al libro el tratamiento narrativo de una novela. Eso sí: respetando la evidencia de los hechos históricos. Juárez recuerda fechas y detalles con una precisión asombrosa. Sorprende su curiosidad insomne y la tenacidad de sus pesquisas. Además de exhumar viejos documentos y de visitar cada uno de los lugares donde se desarrollaron las escenas más dramáticas de estas historias, el periodista entendió que los verdaderos secretos de estos relatos jamás habían sido puestos por escrito y sólo se conservaban en la tradición oral. “Siempre tuve la fortuna de hacer hablar al más reacio”, dice. Ahora está abocado a un nuevo desafío: el libro sobre Butch Cassidy. Cuenta que recorrió todos los lugares por donde anduvieron los bandoleros e incluso hizo viajes a los Estados Unidos para recoger la historia de Cassidy previa a su llegada a la Argentina. Así reunió dos baúles con documentos e información, fruto de una búsqueda de más de cuatro décadas. Entre el material sobre Cassidy, guarda, por ejemplo, grabaciones con el testimonio de la hija de quien era gerente del Banco Nación de Villa Mercedes cuando Butch, Sundance Kid y Etta Place, disfrazada de hombre, lo atracaron el 19 de diciembre de 1905. Por entonces, la mujer era una niña y en el momento del asalto estaba tocando el piano en su casa, ubicada en el piso de arriba del banco.