La desaparición del erotismo

7 nov. 2009 - filósofo holandés Baruch Spinoza. (en su Etica demostrada según el método geométrico, 1675) se declaró desconfiado de los tipos.
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NOTAS

Sábado 7 de noviembre de 2009

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PARADOJA DE LA MODERNA LIBERTAD SEXUAL

La desaparición del erotismo MARIO VARGAS LLOSA PARA LA NACION

MADRID AY muchas formas de definir el erotismo, pero tal vez la principal sea llamarlo la desanimalización del amor físico, su conversión, a lo largo del tiempo y gracias al progreso de la libertad y la influencia de la cultura y las artes en la vida privada, de mera satisfacción de una pulsión instintiva en un quehacer creativo y compartido que prolonga y sublima el placer físico rodeándolo de rituales y refinamientos que llegan a convertirlo en obra de arte. Tal vez en ninguna otra actividad se haya ido estableciendo una frontera tan evidente entre lo animal y lo humano como en el dominio del sexo, diferencia que, en un principio, en la noche de los tiempos, no existía y confundía a ambos en un acoplamiento carnal sin misterio, sin gracia, sin sutileza y sin amor. La humanización de la vida de hombres y mujeres es un largo proceso en el que intervienen el avance de los conocimientos científicos, las ideas filosóficas y religiosas, el desarrollo de las artes y las letras y en esa trayectoria nada se enriquece más ni cambia tanto como la vida sexual. Esta ha sido siempre un fermento ígneo de la creación artística y literaria y, recíprocamente, pintura, literatura, música, escultura, danza, todas las manifestaciones artísticas de la imaginación humana han contribuido al enriquecimiento del placer a través de la práctica sexual. Por eso, no es abusivo decir que el erotismo representa un momento elevado de la civilización y es uno de sus ingredientes determinantes. Para saber cuán primitiva es una comunidad o cuánto ha avanzado en su proceso civilizador nada tan útil, rompiendo sus secretos de alcoba, que averiguar cómo hace el amor. El erotismo, sin embargo, no sólo tiene esa función positiva y ennoblecedora de embellecer el placer físico y abrir un amplio espectro de sugestiones y posibilidades que permitan a los seres humanos satisfacer sus particulares deseos y fantasías. Es también un quehacer que saca a flote aquellos fantasmas escondidos en la irracionalidad que son de índole destructiva y mortífera. Freud los llamó la vocación tanática, que se disputa con el instinto vital y creativo –el Eros– la condición humana. Librados a sí mismos, sin freno alguno, aquellos monstruos del inconsciente que asoman y piden derecho de ciudad en la vida sexual, si no son frenados de algún modo podrían acarrear la desaparición de la especie. Por eso, el erotismo no sólo encuentra en la prohibición un acicate voluptuoso; también un límite violado, el cual se vuelve sufrimiento y muerte. Nadie ha estudiado con más lucidez que Georges Bataille este aspecto dual –vida y muerte, placer y dolor, creación y destrucción– del erotismo, y por eso ha hecho bien Guillermo Solana poniendo de título a la exposición, que ha organizado en los locales del Museo Thyssen y Caja Madrid, el que dio el gran ensayista francés al último libro que publicó en vida: Lágrimas de Eros. Se trata de una excelente muestra que con unos ciento

nas en el desfogue de un instinto animal. Un testimonio de ello es la extraordinaria pobreza del arte erótico contemporáneo que Guillermo Solano, pese a sus esfuerzos en la selección de obras para la muestra, no ha podido disimular. Es verdad que un Picasso o un Delvaux elevan considerablemente el promedio, pero la mayoría de las pinturas, videos o esculturas de artistas modernos representados son de una indigencia imaginativa lastimosa cuando no de una triste idiotez. Pasar del Endimión dormido, de Antonio Canova, al video David, de Sam Taylor-Wood, en el que vemos al futbolista David Robert Joseph Beckham durmiendo beatíficamente apoyado en su diestra, no sólo es un anticlímax sino un salto dialéctico del arte genuino al arte frívolo (o la simple tontería). Este abaratamiento y degradación del erotismo en nuestros días es, vaya paradoja, consecuencia de una de las grandes conquistas de la libertad que ha experimentado el mundo occidental: la permisividad sexual, la tolerancia para prácticas y fanta-

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Desde el punto de vista de las bellas artes y de la literatura, la libertad sexual hizo que el placer físico se volviera un tema anodino

veinte cuadros, esculturas, fotografías y videos ilustra la variedad temática y la excelencia formal que ha llegado a alcanzar la experiencia sexual en sus mejores expresiones artísticas. El asunto es tan vasto que una exposición de arte erótico sólo puede aspirar a ser la punta del iceberg, pero, en este caso, la antología ha sido elegida con la sabiduría y el buen gusto necesarios para dar al espectador una idea clara de la exuberancia ilimitada de que ella es apenas un indicio. Una de las enseñanzas más flagrantes que se desprende de la exposición es que el erotismo no es tanto un hecho en sí, una entidad aislada y diferenciada de otras, sino más bien una mirada, una elección subjetiva, una pasión o una manía que se proyectan sobre todo lo existente, erotizando a veces cosas que parecerían serle totalmente ajenas y hasta írritas, como la religión. Es natural y obligatorio que la antigüedad pagana, con su amoralismo, haya sido una fecunda inspiradora de pintura y escultura eróticas –también lo ha sido de literatura– y que temas como el nacimiento de Venus, las esfinges y las sirenas, Apolo y Jacinto, Andrómada encadenada

Donar alegría NORBERTO FIRPO

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y Endimión dormido –salas de la exposición– hayan incitado a grandes artistas y debamos a ello un buen número de obras maestras. Pero no menos estimulante para la fantasía erótica lo ha sido el cristianismo, desde Eva y la serpiente, un tema recurrente a extremos de enloquecimiento de centenares de pintores, hasta la Magdalena, la pecadora arrepentida y penitente cuyas formas desnudas, ampulosas o góticas son uno de los íconos del imaginario erótico en todas las épocas y para todas las escuelas. Y qué decir del martirio de San Sebastián y de las tentaciones de San Antonio en el desierto, que a su vez han tentado a una numerosa genealogía de artistas que van de Brueghel a Picasso y Saura, pasando por Jan Wellens de Cock (su pequeño

cuadro es uno de los más memorables de la muestra) y Paul Cézanne. La religión sirvió de aguijón al vuelo creativo y, también, de coartada para sortear la censura eclesiástica. Si la exhibición de las formas desnudas de hombres y mujeres del común en nombre de la estricta belleza era censurable, no lo era tanto si quien exhibía sus pechos, muslos, nalgas y hasta el vello púbico y los órganos sexuales eran el mismísimo Redentor o una santa o un santo. De esta estrategia se valieron para saturar sus murales y lienzos de desnudos y discreta o descarada concupiscencia pintores tan respetados por el establecimiento y la jerarquía como un Rubens, un Ingres, un Rodin o un Gustave Doré. Otra curiosa conclusión algo deprimente se desprende de Lágrimas de Eros, por cierto profetizada también por el propio Bataille. La desaparición de frenos y censuras, la permisividad total en el campo amoroso, en lugar de enriquecer el amor físico y elevarlo a planos superiores de elegancia, exquisitez y creatividad, lo banaliza, vulgariza y, en cierto modo, lo regresa a aquellos remotos tiempos de los primeros ancestros, cuando consistía ape-

El libreto negro

RIGUROSAMENTE INCIERTO

PARA LA NACION

I usted se reconoce una persona alegre –o sea, naturalmente dotada de buenas ondas– y, a la vez, considera que nadie puede reprocharle amarretismo, sepa que le bastará proponérselo para que su alegría se reproduzca en otras personas. Donar alegría es uno de los más baratos gestos de generosidad, pero, aun así, se trata de una actitud humanamente exótica, con poquísimos cultores. La alegría es contagiosa, se reproduce de la nada y no hay individuo que se haya visto privado de ella por el hecho de haberla repartido a raudales. En serio, usted podrá comprobar que cuanta más alegría despilfarre, más rápido ha de incrementarse su capital de buenas ondas. A tan curiosa conclusión arribaron psicólogos, sociólogos y etnólogos –básicamente, estudiosos de la salud emocional–, reunidos en Buenos Aires y Helsinki, capital de Finlandia. Aun cuando cada grupo trabajó por su cuenta, sin tener noticias del otro, lo sorprendente es que desde perspectivas culturales muy disímiles alcanzaron idéntica moraleja: si una persona es alegre, invierte buena voluntad y regala siquiera mendrugos de ánimo jolgorioso, su alegría ha de irradiarse a otra u otras. Porque la jovialidad es contagiosa y las buenas ondas se propagan. Desde luego, la alegría de buena calidad es difícil de conseguir, tal vez porque eso de prodigarla sin aspiración de recompensa

En la trayectoria de humanización de la vida de los hombres nada se enriquece más ni cambia tanto como la vida sexual

sías que antaño merecían el rechazo de la moral imperante y eran objeto de condena social y castigo judicial. Al desaparecer la prohibición desapareció también la transgresión, aquella aura temeraria, la sensación de violentar un tabú, de pecar, que condimentó la práctica del erotismo en el pasado y que atizó tanto la invención literaria y artística. Para la experiencia común de las gentes, que la vida sexual haya migrado de la existencia clandestina que tenía a la luz de la plaza pública (o poco menos) y que ahora el “erotismo” sea un ingrediente privilegiado de la publicidad comercial (la Eva y la serpiente fotografiada por Richard Avedon con Nastassja Kinski y la boa constrictor que la abraza son un ejemplo de lo que quiero decir) y de los avisos económicos en los diarios con que las prostitutas atraen clientes significa pura y simplemente que el erotismo ya no existe, que pasó a ser caricatura y esperpento de lo que fue. ¿Es bueno o malo que haya ocurrido así? En términos sociales, bueno, sin la menor duda. La vigencia de prejuicios, prohibiciones y censuras trajo consigo atropellos, abusos, discriminación y sufrimiento para muchos (en este caso, sobre todo, para las mujeres y las minorías sexuales). Pero desde el punto de vista de las bellas artes y de la literatura ha significado que el placer físico se volvió un tema anodino y convencional, semejante al paisajismo, el retrato de caballete, las marinas o las odas patrióticas. Hacer el amor ya no es un arte. Es un deporte sin riesgo, como correr en la cinta del gimnasio o pedalear en la bicicleta estática. © LA NACION

sólo está en la mente y en la naturaleza de seres humanos bastante raros. El mercado pone a disposición de los consumidores toda clase de alegrías de rezago, gruesas y chapuceras, pero las que verdaderamente halagan el espíritu suelen escasear tanto como cualquiera de los sentimientos altruistas. Sarmiento auspició el “buen reír” en algunos de sus discursos; Martín Lutero creía que Dios lo había dotado de un imbatible escudo protector, la alegría, y el filósofo holandés Baruch Spinoza (en su Etica demostrada según el método geométrico, 1675) se declaró desconfiado de los tipos vocacionalmente inclinados a la amargura. “Tu risa me hace libre,/ me pone alas;/ soledades me quita,/ cárcel me arranca”, dice un poema de Miguel Hernández, cantado por Alberto Cortéz. La distribución de alegrías de buena ley es ciertamente escasa por distintas razones: porque no se cultivan y porque, a diferencia de las tristezas, carecen de prestigio. Ningún artista o escritor que haya inspirado sonrisas mereció la fama de los que hicieron sufrir y llorar, y ningún político alcanzó alguna cumbre sin apelar al gesto ceñudo, al discurso de ronco son y al dedo acusador siempre en ristre. Es lamentable, pero también la angustia es contagiosa. Y, debe uno reconocerlo, sabe ingeniárselas para cosechar socios y simpatizantes. © LA NACION

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ESPUES del 28 de junio, K crece sobre las ruinas de su derrota electoral. Desafía con inaudita persistencia su caída política. Hasta dijo que entendía el sólido rechazo electoral más bien como un deseo nacional de “profundizar el modelo”. No huele a descaro; se trata más bien de un acto de magia voluntarista, de omnipotencia como para negar lo evidente y conjurar la catástrofe. En Kirchner hay más pasión que en todos sus adversarios juntos, que siendo representantes de un electorado mayoritario parecieron no creerlo. K es como un ocupa recalcitrante que desconoce las repetidas cédulas de desalojo. Pero lo más curioso es que el heterogéneo grupo de vencedores comiciales muestra más señales de derrota que el consorte presidencial. Estamos ante una increíble voluntad de poder digna de ese shakesperiano Ricardo III que identificaba su trono con su vida hasta el inexorable último acto cuando grita desesperadamente la oferta: “¡Mi trono por un caballo!” (o helicóptero, según sean los tiempos). La voluntad de poder de Kirchner es absolutamente personal. No está limitada por pruritos morales, referencias éticas o las metafísicas políticas habituales referidas al aristotélico bien común. El diario espiritual de K se reduce a las cifras que anota escrupulosamente en la libreta con tapas de hule negro. Sabe que perdió este round político, pero aprovecha los meses finales para consolidar el sueño de un emporio económico múltiple, un heterogéneo pool capaz de posibilitarle acceder al poder por la otra puerta. Su hazaña reciente fue agregar el vector de los medios. Porque K está seguro de que los medios inventan la realidad. Eso del hambre, de la criminalidad, de la desvergonzada compra de legisladores, del millón de chicos derivando hacia la nada, de los miles y miles de ciudadanos angustiados que corren detrás del colectivo que los devolverá tres horas después a sus hogares, del país sin prestigio ni programa, del país ridículo con ese ministerio para la mentira llamado Indec. Todo esto es para los K una ilusión, una mentira de prensa y radiotelevisión. Una calumnia virtual, con Clarín a la cabeza.

ABEL POSSE PARA LA NACION

Con la decisión de poner de rodillas a ese campo que mantuvo en pie al país de 2002 a 2008, los K culminaron la demolición económica. Ni siquiera la derrota contundente del 28 de junio los lleva al diálogo o a la reflexión. La Argentina paga trágicamente la ineptitud y el resentimiento de los K. Hemos perdido mercados, productividad esencial en esta hora crítica de la economía mundial. Hemos perdido prestigio de nación pujante ante nuestra América y el mundo internacional. Estamos en avanzado estado de descomposición social, moral y económica. La mayoría surgida de los últimos comicios no logra encarnarse en

El ex presidente se parece a un ocupa recalcitrante, empecinado en desconocer las repetidas cédulas de desalojo poder constructivo y superador. No hay mayor burla y atentado a la democracia que la sedición desde el Gobierno mismo, al desconocer la realidad de la voluntad mayoritaria que lo dejó en minoría. Y si este panorama fuera poco, observamos en las últimas semanas el creciente paso del desorden habitual a una violencia amenazadora y más definida de los grupos que este gobierno alentó demagógicamente. Amenazas a periodistas, escraches como el sufrido por el senador Morales, tomas de edificios públicos, cortes de avenidas son la prueba de un nuevo impulso. Podrían virar del garrote a la Kalashnikov y reeditar la violencia vana y antihistórica con la ilusión de cambiar al mundo, como los montoneros del 70. Descenderían de la imagen de Guevara a la de Chávez. Se trata de piqueteros, organizaciones social-militares como la de Jujuy, grupos ideologizados y grupúsculos a la deriva, algunos alimentados por ese proto-

plasma doliente del lumpen creado por la falta de trabajo y una desatención social indigna del proclamado justicialismo. Lo cierto es que los K derramaron odio durante estos años sin que se viera sublimación del mismo en formas políticas democráticas o revolucionarias definidas. Parecería que un rencor clasista prevaleciera. Es difícil imaginar que los Kirchner, con su marcada tendencia a la riqueza y con sus enriquecidos ministros y sindicalistas con hoteles y estancias, hayan pensado seriamente que el monstruo que estaban creando podía escapárseles de las manos. Menos imaginable es que pretenden usar el desorden y la violencia para desarticular la derrota que sufrieron en el plano republicano electoral. Estaríamos ante el libreto negro. Kirchner tendría dos opciones: erigirse en restaurador del orden público y ganar espacio de aceptación (como de algún modo, tibiamente, lo está consiguiendo Scioli). Podríamos calificar a ésta de “solución rosista”. Se usarían los poderes supremos o superpoderes para terminar la tarea de empatar y hasta superar la derrota del 28 de junio a golpe de veto, y con botas de Estado de sitio. Pero el gobierno K se muerde la cola: demolió las Fuerzas Armadas. ¿Cómo convocarlas cuando la venganza antimilitar las transformó en ese inmóvil y mudo ejército de terracota con miles de oficiales y soldados tamaño natural enterrados bajo la tumba del loco emperador Qin, desde hace 2000 años, que se admira en Xian, China? Los policías y Gendarmería salen a la calle inhibidos, sospechados, sin sentirse brazo armado del orden público. Como si en este país, en el juego tradicional de vigilantes y ladrones se estuviera a favor de los delincuentes. Pero este libreto negro sería fúnebre, y los Kirchner deben presentir que es mejor gozar la buena posición lograda en estos años de tanto trabajo que arriesgar el azar de la violencia en un país donde los presidentes salen más con prontuario y citaciones judiciales que con un currículum honorable. © LA NACION El último libro publicado por el autor es Cuando muere el hijo.