LA CIENCIA POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA

5 nov. 2009 - En México fueron sobre todo las Universidades públicas como El. Colegio de México, la UNAM, la sede de la FLACSO-México y la Universidad Autónoma. Metropolitana (UAM) -ésta última fundada en 1974 como proyecto modernizador de la educación después del movimiento estudiantil de 1968- que ...
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LA CIENCIA POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA Apuntes para una historia (estructural e intelectual) de la disciplina en la región Fernando Barrientos del Monte Istituto Italiano di Scienze Umane, Florencia, Italia [email protected] Resumen En este ensayo se trata de elaborar un análisis de la Ciencia Política latinoamericana desde la perspectiva de la historia de la ciencia en su vertiente ecléctica. El desarrollo de la CP en América Latina ha estado determinada por dos factores, uno estructural y otro intelectual o académico. El primero es definido por las estructuras dedicadas a la disciplina o al estudio sistemático de los fenómenos políticos, mientras el segundo está relacionado con los paradigmas dominantes –no únicos- en el estudio de la política. En éste ensayo se identifican con fines analíticos tres periodos estructural-intelectuales de la Ciencia Política Latinoamericana: uno jurídico-institucionalista, otro sociológico – dominado por el estructural funcionalismo y el marxismo- y finalmente el actual: politológico de corte pluralista. La línea argumentativa es que el desarrollo de la CP latinoamericana ha sido un proceso de entenderla en sentido amplio (ciencias políticas) a concebirla en sentido estricto (ciencia política), marcado por dos tendencias: una que tiende a absorber y desarrollar las modas intelectuales estadounidenses y europeas, y otra que busca desarrollar una CP latinoamericana centrada en su propia dinámica y tradiciones intelectuales. Finalmente se señala que actualmente los dilemas de la CP en la región son los mismos que la disciplina tiene en otras latitudes: la subsistencia de una fractura interna, metodológica, que ha llevado -equivocadamente- a varios de sus más importantes representantes a dudar de la cientificidad de la misma disciplina y/o de sus alcances.

Versión preliminar: todos los comentarios son bienvenidos.

Texto preparado para el Seminario de Investigación del Área de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Salamanca. 5 de noviembre de 2009

La Ciencia Política en América Latina

Fernando Barrientos del Monte

1. I NTRODUCCIÓN A principios de la década de los años 70’s del siglo XX, Octavio Ianni, uno de los más reputados intelectuales brasileños, a propósito de una amplia reflexión sobre las ciencias sociales en América Latina escribía: “Si es verdad que existe reciprocidad entre pensamiento científico y configuraciones sociales de vida, éste principio es especialmente válido para las ciencias sociales. En particular es verdadero para la sociología, la economía política y la ciencia política. Sea cuanto a problemática o como referencia a la visión del mundo subyacente en las contribuciones de tales disciplinas, en éste o cualquier otro país, es obvio que existe siempre cierta correspondencia entre pensamiento sociológico, por ejemplo, y las condiciones de existencia social” (Ianni, 1971:7)

Para muchos no pasaría desapercibido que es una perspectiva marxista fuertemente vigente en aquellos años, compartida por varios otros intelectuales1 pero ciertamente inequívoca y vigente todavía si se quiere entender el desenvolvimiento de las ciencias sociales en la región.2 Siguiendo a Ianni (1971:85 y ss.) una cuestión central de las ciencias sociales es su dinámica con las historia; dependiendo la perspectiva teórica en que se colocan los científicos sociales es la manera en la cual se les presentan las transformaciones de la sociedad, sea que interese la estabilidad o el cambio, el diálogo con la historia es siempre necesario. Aún cuando el científico social esté totalmente identificado con el presente la historia siempre es una coordenada básica de sus reflexiones. De acuerdo con Thomas S. Kuhn (1974), al hacer historia de una ciencia se puede optar por llevar a cabo una historia interna, analizando los manuales, libros y revistas teniendo un amplio dominio sobre ella y de las tradiciones que preceden a los descubrimientos y análisis contemporáneos. Implica observar el desarrollo de la sucesión de los paradigmas dominantes a su interior (Kuhn, 1962) o la competencia entre ellos (Lákatos, 1970). La otra vía es la historia externa –a la manera de la historiografía- que implica situar los desarrollos científicos en el contexto cultural para así comprender mejor sus resultados e implicaciones. En el caso de la Ciencia Política (CP), en los pocos estudios más conocidos, se ha se optado regularmente por la historia interna y menos por vías externas o eclécticas. El interés en los últimos años por la historia de la disciplina es notorio por la aparición de obras en las cuales algunos de los padres fundadores de la CP moderna y otros, autores de las más representativas perspectivas de análisis de la misma hacen una revisión profunda de ésta a partir de sus experiencias personales en la docencia y en la investigación: European Comparative Politics, The story of a profession (Hans Daadler, 1999), Passion Craft and Method in Comparative Politics (Munck y Snyder, 2007)3 y Maestri della Scienza Politica (Campus y Pasquino, 2006). Si estamos de acuerdo en que la CP la definen quienes la practican Lo mismo señalaba Pío García: “Las ciencias sociales –en cuanto disciplinas que se definen un objeto de estudio, un marco teórico y un método propios- reflejan las condiciones históricas en que surgen, se constituyen y desarrollan” (García, 1975:49). 2 Coincide también con el argumento que en el mismo año Sartori publicaba en el primer número de la Rivista Italiana di Scienza Política: “La noción de «ciencia política» en relación de dos variables: 1) el grado de organización del saber –pensamiento científico- y 2) el grado de diferenciación estructural de los agregados humanos –configuraciones sociales-” (1971:3) 3 Para una introducción y contextualización de dichas obras véase Pinna, 2008: 229-236 1

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(Stoker, 1997:19), la importancia de dichos textos radica en que repasan en voz de los fundadores el estado del arte de la disciplina y las perspectivas a futuro. Una obra que merece atención por su amplitud y erudición es la Storia della Scienza Politica de Giorgio Sola (1996) que recorre el devenir de la disciplina internamente, a través de los diversos paradigmas que han prevalecido a lo largo de su relativa corta vida entendida como ciencia empírica (es decir, de los años 50’s del siglo XX en adelante). El interés en hacer una retrospectiva de la CP está, como señala Morlino (2000), impulsado en parte por el fin de un siglo y el inicio de otro que obliga a la reflexión sobre el hacer, pero también por la necesaria pregunta que implícitamente se hacen los científicos sobre su propia disciplina: ¿Dónde estamos y hacia dónde vamos? Las reflexiones sobre la CP en América Latina (AL) han tenido como punto de partida, implícita o explícitamente, una concepción amplia o estricta de la misma. Como ha señalado Norberto Bobbio (1997:218), la CP en sentido amplio “denota cualquier estudio de los fenómenos y las estructuras políticas conducidas con sistematicidad y rigor”, de allí que para algunos abarque todas las formas de pensamiento político desde la antigüedad hasta nuestros días. Mientras que el sentido estricto “designa a la ciencia empírica de la política, conducida según la metodología de la ciencia empírica más desarrollada como es el caso de la física, la biología, etc.”; coincide con la idea de CP dominante en la actualidad, se circunscribe propiamente a una concepción de análisis empírico de los fenómenos políticos con el apoyo de diversas técnicas de análisis y en más recientemente con avanzados programas estadísticos en computadoras. No es fácil señalar un momento fundacional de la CP latinoamericana -en sentido estricto-, pero desde que ésta empezó a diseminarse por los centros de estudio y universidades de la región a partir del fin de la II Guerra Mundial, ha compartido los dilemas y cuestionamientos que al interior de ella se han presentado a nivel mundial, pero con tres características singulares: a) a nivel estructural, un grado de institucionalización desigual. Los criterios de institucionalización de la disciplina se pueden observar a partir de: (i)institutos y facultades dedicados a la docencia e investigación; (ii) el otorgamiento de títulos de pregrado (Licenciatura) y grado (Maestría y Doctorado); (iii)asociaciones o gremios de politólogos y número de asociados; (iv) revistas especializadas; y (v) congresos relativos a la disciplina y su periodicidad. Mientras en algunos países la CP tuvo espacios específicos –escuelas, institutos o facultades universitarias- ya desde los años cincuenta para acoger a una comunidad dedicada a ésta –como en inicialmente en México, luego en Brasil, Chile, Argentina y Uruguay- en otros fue hasta los ochenta del siglo XX; b) en el plano intelectual, dos tendencias que se superponían o se combinaban: una que implicaba absorber las influencias externas (teorías y corrientes de pensamiento, modas intelectuales y metodologías), y otra que se dedicaba a crear escuelas internas o de pensamiento propio dadas las características tan diferentes de las problemáticas en América Latina. c) en el ámbito de la profesión, los politólogos en AL han tenido tres vías de desarrollo: una académica (docencia e investigación), otra en el servicio público (nacional e 2

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internacional) y una más en los medios de comunicación. Dependiendo de cada país, la realidad ha afectado de diversas maneras, su magro desarrollo en comparación con EUA principalmente muestra que ante las carencias económicas que restringen las posibilidades de investigación, muchos politólogos latinoamericanos optan por desempeñarse en las diversas áreas de la administración pública con poca relación con el desarrollo de la disciplina misma. Muchos más se mantienen en la academia, pero buscan el impacto de sus opiniones en los medios de comunicación dónde generalmente son mucho más valorados y obtienen mayores recursos por dicha actividad. Dado su tardío y desigual desarrollo la concepción de la CP como disciplina científica tuvo un largo proceso que implicó la búsqueda de su afirmación por un lado, y por otro de mostrar su relevancia frente a otras ciencias (cfr. Nun, 1967; Flores Olea, 1967; Kaplan, 1970; Fortín, 1971; Meyer y Camacho, 1979; Aguirre Lanari, 1979). En la actualidad, el elevado grado de institucionalización que ha adquirido, sobre todo en las últimas décadas, ha impulsado la aparición una serie de reflexiones (o ‘auto reflexiones’) que miran el pasado y presente de la disciplina en América Latina (Cansino, 1998; Leal Buitrago, 1994; Altman, et. al. 2005; Nohlen, 2007) constatando sus fortalezas que le permiten autoafirmarse como ciencia social y los lastres que todavía llevan a algunos a dudar de su cientificidad. Por ello, se puede decir, siguiendo a Bobbio, que la historia de la CP, y en específico, la que se desarrolla en AL, ha sido el camino de la concepción de una CP amplia (como se concebía en sus inicios) hacia una CP estricta (como se concibe preeminentemente en la actualidad). En este ensayo se sigue una vía eclética, se trata, más que de un texto acabado, de apuntes para una historia intelectual (o interna) y estructural (externa) de la disciplina en la región, son notas dentro de lo que se puede considerar “sociología de la ciencia política” en AL. Siguiendo a Octavio Ianni antes citado, podemos decir inicialmente que se puede pensar la CP en América Latina a partir de dos ejes: a) que ésta refleja el estado de la sociedad en la que se desarrolla, y que b) la historia –así sea todavía breve- de la ciencia política en AL refleja la postura que asume ante su presente y/o sus contemporáneos. 2. DEMOCRACIA Y CIENCIA POLÍTICA EN AMÉRICA LATINA Un análisis profundo de las ideas políticas que dieron origen a la democracia moderna (liberal representativa) nos mostraría que existe una relación entre ésta y el desarrollo de lo que hoy consideramos CP. Allí dónde había (o hay) interés en crear o transitar a la democracia, ó dónde ésta es fuerte, el interés por el estudio científico de los fenómenos políticos es muy difundido. Como señaló Samuel Huntington (1992:132) el nacimiento de una república y el desarrollo de una democracia hacen surgir a la CP y a los politólogos: “dónde la democracia es fuerte la ciencia política también lo es; dónde la democracia es débil la ciencia política es débil”.4 Dicha perspectiva es compartida en AL, y dados los Esta relación, como notó Huntington (1992:131) es muy clara en el contexto estadounidense: “El surgimiento de la ciencia política fue parte de un movimiento de expansión de la Reforma Progresiva en la vida intelectual y política Americana hacia fines del siglo XIX. Entre las principales figuras de la ciencia política destacan: A. Lawrence Lowell, Woodrow Wilson, Frank Goodnow, Albert Bushnell y Charles Beard que fueron asociados con el Movimiento Progresivo”. Lo que no sucedía en Italia y Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial, dice Huntington, dónde existía una fuerte tradición académica en historia, teoría social y sociología, pero no en ciencia política (íbid: 135). 4

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procesos tardíos de democratización, el desarrollo de la CP tuvo ciertos desfases respecto de Europa y Estados Unidos. Para proceder se propone analizar sucintamente el proceso de institucionalización y desarrollo intelectual de la disciplina diferenciando tres periodos en los cuales se identifican las corrientes dominantes en el estudio de la política: (i) jurídico-institucionalista; (ii) sociológica –estructural funcionalista y marxismo-; y (iii) pluralista o politológica en sentido estricto. No se debe entender las corrientes dominantes identificadas en éstos periodos como las únicas. En cada uno de éstos periodos conviven otras corrientes o escuelas de origen europeo o estadounidense como el estructural-funcionalismo al inicio y el conductismo después, así como en la actualidad no se puede afirmar que el paradigma pluralista sea el único, pues hay otras tendencias como el rational choice, el llamado neoinstitucionalismo en sus diversas corrientes, el análisis estadístico, así como las perspectivas histórico-sociológicas. 2.1 PERIODO JURÍDICO-INSTITUCIONALISTA Sobre éste primer periodo es difícil identificar sus inicios pero es anterior a los años sesenta y que coincide con la afirmación de la CP de corte empiriscista sobre todo en Estados Unidos y Europa gracias a la denominada revolución behaviorista (o conductista), con la diferencia de que en AL en dicho periodo dominan los estudios del tipo jurídicoinstitucionalista (o legalista), es decir, lo que para algunos sería el institucionalismo clásico, el constitucionalismo, el estudio de las normas y leyes, y la Teoría del Estado como perspectiva dominante. En síntesis, una CP anclada en el formalismo jurídico (Fortín, 1971:1) y como consecuencia, enseñada en las aulas de las Facultades de Derecho o Jurisprudencia, y sólo en algunos países en escuelas o facultades propiamente de ciencia política. Inicialmente las ciencias sociales en AL cobran importancia entre las décadas de los años treinta y cincuenta del siglo XX en el contexto del modelo económico ISI y su agotamiento trae consigo también, según algunos, un declive en las ciencias sociales. Así, el desarrollo que tuvo la CP después de la Segunda Guerra Mundial en dichas regiones tuvo una influencia desigual en AL. Cada país adoptó la disciplina siguiendo dinámicas internas de las propias academias y universidades. Un elemento que para algunos parecería trivial pero que es indicativo de la forma en como se concibe la disciplina, es su propia denominación, que implica contenido y especificidad: ¿‘Ciencia política’ o ‘ciencias políticas’?. La primera alude a una ciencia autónoma, mientras que la segunda alude a un conjunto de disciplinas asociadas al estudio de fenómenos sociales que comparten una característica común, en el caso de las ciencias políticas es el estudio del poder. En AL ambas denominaciones se adoptaron indistintamente, para relacionar la disciplina con el estudio de la administración pública y las relaciones internacionales. Pero fueron el Derecho y la Sociología –y principalmente la primera- las que marcaron el origen de la CP en los países dónde ésta empezó a dar sus primeros pasos y que al mismo tiempo hicieron lento el proceso de autonomía y consolidación. En México, si bien algunos juristas fueron los impulsores de la creación de una Facultad de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional (UNAM) para la emancipación de los 4

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estudios políticos de las aulas del Derecho, durante muchas décadas y todavía hoy, los constitucionalistas incursionan fuertemente en las áreas del estudio politológico. El caso de México es significativo, porque en dicho país se había fundado ya en 1930 el Instituto de Investigaciones Sociales y posteriormente después de la II Guerra Mundial, a partir de las recomendaciones de la ONU para “crear instancias encargadas de formar a los ciudadanos que deberían representar a su país en foros internacionales y, también a quienes deberían crear y dirigir las nuevas instituciones que darían consistencia y fortaleza a las Estados jóvenes o en proceso de desarrollo” (Torres Mejía, 1990:150) se funda en 1951 la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (hoy facultad) en la UNAM. Pero la dependencia hacia la disciplina del Derecho subsistió prácticamente durante varios años más en países como Venezuela, dónde en 1958 se funda el Instituto de Estudios Políticos (IEP) como parte de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas con una notable influencia del Derecho Constitucional en sus programas, situación que cambia en la década de los 70’s (Álvarez y Dahdah, 2005: 246-247). En Colombia todavía hasta finales de los años 60’s la ciencia política no se consideraba como una disciplina independiente (cfr. Sánchez David, 1994:15) y desde el punto de vista formal eran las facultades de Derecho las que otorgaban los títulos en la disciplina, con el apéndice “Ciencias políticas” y la enseñanza de la materia se limitaba en muchos casos al Derecho Constitucional. En Uruguay la primera cátedra de CP inicia en la facultad de Derecho de la Universidad de la República en 1957, y posteriormente se crea una más en la facultad de Economía, pero no se funda una institución propia de la disciplina hasta 1985 teniendo como origen la facultad de Derecho (Garcé, 2005: 233). Lo mismo sucedía en Perú dónde todavía hasta los años 70’s el estudio de la política estaba en manos de abogados constitucionalistas dentro de las facultades de derecho y ciencias políticas por un lado, y por sociólogos e historiadores con una marcada formación marxista por otro (Tanaka, 2005:223). De la misma forma en Argentina existía una tradición formalista de estudios políticos que se desarrollaba sobre todo en las facultades de derecho y sociología. Aguirre Alinari (1979:19) analizando algunos expositores del pensamiento y la acción política en Argentina en el siglo XIX (Mariano Moreno, Juan Bautista Alberdi, Bartolomé Mitre, Sarmiento, entre otros) afirma que la CP en dicha nación nació de la mano de los juristas y hombres de acción y que el legado continúa. Aguirre señala: “El análisis del pensamiento de algunos de los más eminentes forjadores de nuestra nación […] se proyecta desde sus orígenes con el signo del Derecho”. Los cursos existentes sobre la materia tenían el objetivo de “arraigar las instituciones de la Constitución, bajo un marco positivista de confianza en la Razón”, es decir, una CP ‘formalista’ centrada en los marcos legales en los que se desenvuelve la acción política (Leiras, Medina, D’Alessandro, 2005:77). Al igual que en México, en Argentina la CP empieza a adquirir autonomía, pero no mucha difusión, con la creación en 1957 del Instituto de Ciencia Política en la Universidad del Salvador (privada), instaurándose en 1960 una Licenciatura y en 1964 el Doctorado en CP. Dicho proyecto significó en su momento un primer intento de introducir el modelo pluralista en relación al formal que imperaba en otras universidades.

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No es casualidad que las primeras facultades, cátedras e institutos de CP hubieran tenido como origen o sedes las facultades de Derecho. Juan Linz afirma que la CP tiene un origen distinto a otras ciencias sociales y que éste está en la Teoría General del Estado, del Derecho Constitucional, etc. (Linz, 1992). De allí que la visión de la CP como “ciencia abocada al estudio del Estado”5 y los fenómenos políticos tenga en ésta perspectiva su fundamento en los enfoques jurídicos sobre la vida política. En el caso de EUA a finales del siglo XIX, como de América Latina a principios del siglo XX, ésta corriente legalista o Staatslehre fue importada de Alemania por renombrados estudiosos del derecho (Easton, 1974:361). La idea de Estado, como “sociedad políticamente organizada” se concibe como el punto de partida fundamental para el estudio de los diversos fenómenos políticos. El Estado no sólo es una forma de organización política, sino el centro del análisis politológico: “El objeto de la ciencia política es el Estado, en particular el poder del Estado, porque no hay fenómeno político que no se relacione de un modo u otro con el poder del Estado y en general con el sistema político” (Serra Rojas, 1964:171-182). Desde este enfoque, la CP trata de “deducir los principios que gobiernan al Estado, explicar la naturaleza del fenómeno político, encontrar las leyes de su crecimiento y las formas de su desenvolvimiento” (ibíd.).6 La relación de la política con las estructuras jurídicas es inevitable de allí que la CP en realidad, señalaba Van Dyke “se ocupa de las leyes generales, se las llame o no por su nombre” (cit. por Serra Rojas: 1964). Ésta perspectiva en América Latina es lo que conocemos como Institucionalista, aunque prácticamente nunca se le llamara así en su periodo de su mayor auge. Ésta perspectiva considera(ba), no obstante, que la CP “lucha afanosamente para lograr su propia identidad y salir de su círculo elitista para alcanzar a las naciones subdesarrolladas” (Serra Rojas, 1964:98). La búsqueda de identidad como ciencia, está relacionada inextricablemente con el método a seguir. Precisamente, en la época en que ésta perspectiva dominaba, la UNESCO (1950) llevó a cabo una encuesta entre especialistas de la disciplina sobre el “método en la ciencia política”. Las respuestas mostraron una variedad de metodologías que quizá hoy no se considerarían como tales: filosófico, dialéctico, jurídico, histórico, sociológico, psicológico, económico, normativo, métodos de la libertad, el de las ciencias de la naturaleza, experimental, integral, estadístico, etc. La característica central de ésta terminología es (era) precisamente su ambigüedad, ya que los diversos especialistas dieron al concepto ‘metodología’ una acepción diferente. De allí que la perspectiva jurídica de la CP considerara que ésta no tenía (ni tiene) un método, y que por lo tanto, para entender la política sólo es posible si se le aborda con métodos históricos, jurídicos, sociológicos, filosóficos, “y con algunos otros más” (Serra Rojas, 1964:187). A partir de 1949 se sientan las bases de una interpretación del desarrollo económico y social latinoamericano que tendría impacto en el desarrollo de las ciencias sociales en la región y en la ciencia política en específico: el dependentismo. Para muchos éste enfoque superaba la visión jurídica de la CP, y subsistiría hasta entrados loa años setenta. Si bien es un enfoque económico, su perspectiva abarca por obvias razones las formas de poder De allí que algunos la llamasen “Ciencia del Estado o Ciencia del Poder”, Cfr. Serra Rojas, 1964:79. De ésta perspectiva, podemos señalar algunos textos que se convirtieron en referencias obligadas: (1) J. Maritain. 1952. El hombre y el Estado, Buenos Aires: Guillermo Kraft, (2) H. Heller. 1942. Teoría general del Estado, México: FCE, (3) H. Kelsen. 1934. Teoría general del Estado, Barcelona: Labor, (4) 5 6

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político existentes en la región. El dependentismo nace como una crítica al modelo de desarrollo ISI (Industrialización vía Sustitución de Importaciones) implementado al inicio de los años 30’s del siglo XX que buscaba crear un desarrollo económico centrado en la industrialización nacional. Según el dependentismo el modelo ISI no podía generar desarrollo económico autosustentable sino una (nueva) situación de dependencia de los países latinoamericanos hacia los países más desarrollados. La dependencia no era efecto de la relación desigual entre centro y periferia, sino una condición consustancial con las características de las formaciones histórico-sociales latinoamericanas y ésta continuaría (¿continúa?) bajo cualquier modelo a no ser que se cambiaran las estructuras internas que reforzaban dicha dependencia (vid. Hodara, 1976). Ésta visión trajo consigo un amplio abanico de discusiones en torno a la dependencia entendida como estructural, lo que significaba que iba más allá de la economía. Se hablaba entonces de la dependencia cultural refiriéndose a productos ideológicos y científicos. Las ciencias sociales en los países no centrales (o periféricos), y en particular la CP y la sociología, estaban impregnadas de una visión del mundo dominante. La dependencia cultural no se restringe a una ‘dependencia ideológica’, es el reflejo de la dependencia estructural y por lo tanto abarca amplias áreas científico-técnicas y filosófico-intelectuales.7 El dependentismo fue un enfoque que promovía el desarrollo de “ciencias sociales” propiamente latinoamericanas, y perduraría todavía hasta entrados los años 70’s en algunas universidades impulsado por varios intelectuales latinoamericanos. 2.2 PERIODO SOCIOLÓGICO Los años sesenta y setenta fueron un periodo muy favorable para el florecimiento de la CP en AL no obstante con significativas divergencias entre los países. Durante la segunda mitad de los años sesenta se observa una diferencia respecto a los años anteriores en el desarrollo de la disciplina. Para 1966 en Chile con el apoyo del Banco Interamericano (BID), se crea dentro de la estructura de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)8 la Escuela Latinoamericana de Ciencia Política y Administración Pública (ELACP), la cual comienza a publicar en 1970 la Revista Latinoamericana de Ciencia Política lo que representaba un primer esfuerzo de carácter regional para su consolidación, y un año antes, en 1969 se crea el Instituto de CP en la Universidad Católica de Chile (UCC). En Brasil se funda el Departamento de CP en la Universidad Federal de Minas Gerais y el Instituto Universitario de Investigación de Rio de Janeiro (IUPERJ). Otras escuelas de Ciencias Políticas se crean en la misma década como en Cuba (1961), Guatemala (1968) y Costa Rica (1968). A finales de esa década y principios de los 70’s en AL las condiciones económico-políticas llevan a la polarización de la sociedad manifestándose inconformidades en algunos países permitiendo la aparición (o reaparición) de los militares en la escena pública. En 1968 en Octavio Ianni (1971:174) refiere una amplia lista de obras que tratan la cuestión, lo que muestra una creciente preocupación por el dependentismo ideológico en la época, por ejemplo: O. Fals Borda. 1970. Ciencia propria y colonialismo intelectual, México: Nuestro tiempo; A. Salazar Bondy.1968. ¿Existe una filosofía de nuestra América?, México: Siglo XXI; Eliseo Verón.1968. Conducta, estructura y comunicación, Buenos Aires: Ed. Jorge Álvarez. 8 La FLACSO tuvo origen en las resoluciones de la UNESCO en 1956 durante la Conferencia Latinoamericana de Ciencias Sociales en Rio de Janeiro. 7

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Colombia se crea el departamento de CP en la Universidad de los Andes, según Bejarano y Wills (2005:112) no fue coincidencia que fuese en una universidad privada ya que en el país había un contexto político efervescente, una comunidad estudiantil muy politizada y en las universidades públicas se desarrollaba una “sociología comprometida”. Esta situación se presentaba en otros países con diversos grados de intensidad, la movilización social de la época fue producto de las transformaciones modernizadoras de las últimas décadas y ello se reflejaba en las universidades. En la década de los 70’s los golpes de Estado en algunos países afectaron seriamente el desarrollo de la CP. Para algunos politólogos estos eventos cambiaron totalmente su vida truncando completamente su desarrollo profesional (vid. Fernández, 2005:70). En 1973 se cierra la ELACP en Chile, y en Argentina entre 1966 y 1976 –dos golpes de Estadoemigran varios profesores y pensadores de la política a otros países como México, EUA y España, mientras quienes deciden permanecer sufren la parálisis de la actividad académica (Mazzocone et.al. 2009:616). En Chile se trata de subsanar la ausencia de los estudios de CP creándose en la Universidad de Valparaíso la Licenciatura en Historia con Mención en Ciencia Política (Fuentes y Santana, 2005: 18) con poco éxito dadas las condiciones políticas del país. En Cuba desaparece la Escuela de Ciencias Políticas y sus funciones son absorbidas por la escuela de cuadros del partido desapareciendo su rol de ciencia social (Alzugaray, 2005:141). Pero en otros países como en Brasil y México, la CP no se vio truncada por los autoritarismos. La diferencia fue quizá que en estos dos países el autoritarismo fue menos severo como en otros (Brasil era una dictablanda y en México era un autoritarismo civil). Tampoco sucede lo mismo en Colombia dónde fue precisamente durante la década de los 70’s que se inicia el proceso de profesionalización de los estudios políticos (Leal, 1994: 118). En Brasil por ejemplo, el régimen militar reprimió a los sectores de la comunidad científica y académica más activos en la oposición, pero por otro lado posibilitó la ampliación de una red de instituciones ligadas a la ciencia y la tecnología. Al inicio de la dictadura en 1969 se hacía patente una línea dura dentro de la cúpula militar, pero ya en 1974 con el cambio generacional aumentó la influencia de posturas más favorables al desarrollo científico y la convivencia menos conflictiva con la comunidad académica (Forjaz, 1997:104) La Reforma Universitaria de 1968 amplió el mercado de docentes universitarios, investigadores, becas de estudio, etc., favoreciendo la expansión de las Ciencias Sociales especialmente la CP. Un año antes se funda la Asociación Brasileña de Ciencia Política con el objetivo de estimular el desarrollo de la disciplina en dicho país. Una encuesta realizada por la misma Asociación en 1969 muestra que todavía la mayoría de los politólogos tenían una formación en Derecho, y sólo unos pocos en Sociología y Ciencia Política. No obstante, ya las materias y textos que los entrevistados comentaban eran ya propiamente de CP lo que mostraba una diferencia importante con sus predecesores (Michetti y Miceli, 1969). Los golpes militares tuvieron como efecto la migración de profesores argentinos, chilenos y uruguayos a países como México y Venezuela. En éste último se aprovecha positivamente el “shock externo” para ampliar el interés sobre fenómenos latinoamericanos y no sólo internos, favoreciendo los estudios comparados principalmente en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y el Centro de Estudios del Desarrollo (CENDES) (Álvarez y 8

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Dahdah, 2005: 247). En México fueron sobre todo las Universidades públicas como El Colegio de México, la UNAM, la sede de la FLACSO-México y la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) -ésta última fundada en 1974 como proyecto modernizador de la educación después del movimiento estudiantil de 1968- que cobijaron a varios de los exiliados de la dictadura y su llegada significó una bocanada de renovación para el desarrollo de la CP en dicho país. Durante éste periodo predominan en la CP latinoamericana los estudios de tipo sociológico, principalmente los enfoques estructural-funcionalista y marxista, en ambos existía obviamente una pluralidad de puntos de vista compartiendo algunos elementos en común. Dentro del marxismo además de las propias corrientes internas, había una especie de marxismo militante que pugnaba por una CP más allá de las aulas y los centros de investigación. En algunos países más que en otros, como en Brasil, México y Perú imperaban fuertemente, además de los marxistas en sus diversas corrientes, los análisis derivados de la teoría de la dependencia y las críticas al desarrollismo. Convivían no obstante ya otras perspectivas de análisis empírico de corte anglosajón, pero con poco impacto en la academia. Todavía en estos años, como señala Dieter Nohlen (2007:18) es difícil diferenciar los estudios políticos realizados por académicos provenientes de otras disciplinas, como la Historia, la Sociología y la Economía, de la CP propiamente dicha. Algunos libros de la época que hoy se consideran clásicos en la literatura politológica latinoamericana como La democracia en México (1965) de Pablo González Casanova, Estudios sobre los orígenes del peronismo (1971) de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero, o La violencia en Colombia (1962) de Guzmán, Fals y Umaña, son ejercicios de sociología e historia atentos a las estructuras económico sociales influenciados por la mirada totalizadora del marxismo, pero al mismo tiempo contienen la búsqueda de la complementariedad teórica y metodológica. Entonces el estudio de la política era una mezcla de sociología y ciencia política: “los sociólogos hacen ciencia política” (Fernández, 2005:64), pero también los economistas y los abogados, quienes incluso siguieron liderando los centros de investigación y docencia. Estos aspectos aún continúan vigentes en varios países como en Venezuela, Ecuador y Bolivia, y en menor medida en México y Argentina, por mencionar. El predominio que llegó a alcanzar el marxismo en esos años fue en parte producto de los movimientos políticos mundiales de los años 60’s que impactaron también el pensamiento político de la región. Los éxitos iniciales de la Revolución cubana (1959) así como la difusión de algunos aspectos de revolución cultural en China (1966), como considerar a la Ciencia como parte de la ideología “burguesa”, llevan a varios intelectuales y académicos a retomar el marxismo que había sido relegado ya en los años 30’s y 40’s. Así a finales de los años 60’s y durante toda la década de los 70’s el marxismo fue el paradigma dominante en casi todos los círculos intelectuales de AL, sobre todo en México, Perú y Uruguay. La visión de cómo se concebía la idea de las CP en esos años se nota en las palabras de un filósofo chileno de la época: “Si los nuevos contenidos de las ciencias sociales en América Latina, impuestos a ellos por la realidad misma, proyectan perspectivas revolucionarias, entonces cabe demandar que

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consecuentemente su desarrollo preste atención a los problemas más propios de la revolución: análisis de clases y términos de las alianzas entre las clases interesadas en la revolución; estructuras políticas y modalidades de lucha por el poder; fundamentos, carácter y formas concretas de estados nacionales; papel de la violencia en la mantención y transformación de los sistemas de poder; estrategia y táctica revolucionaria para la conquista del poder; aún, problemas de la transición al socialismo”. Más adelante: “Se requiere una elaboración de teoría política, para lo cual el marxismo ofrece los más valiosos fundamentos, que se hace necesario desarrollar y que ciertamente no sustituyen el análisis de la realidad misma” (García, 1975:54-55)

Llanamente se puede decir que si hoy en los congresos de ciencia política los papers que se consideran más científicos son aquellos que muestran correlaciones y regresiones a finales de los años 60’s y 70’s lo eran aquellos que pugnaban por una visión revolucionaria de la realidad, no era la democracia el tema central, sino la revolución o la transición al socialismo. Ahora bien, a pesar de las estructuras que se crean en los sesentas, todavía el rol del politólogo era desconocido o incierto. Según el sociólogo argentino Marcos Kaplan los cientistas políticos en esos años no eran todavía un grupo profesional reconocido y valorado en las sociedades de AL. La necesidad de su existencia y su funcionalidad no aparecían evidentes para el público medio ni para ningún grupo significativo e influyente. La sola denominación CP y “su objeto manifiesto, subrayan el carácter peligroso, potencialmente subversivo, de la actividad” y prosigue “su situación institucional es también incierta. En el mejor de los casos, constituyen enclaves tolerados en las universidades y el los órganos gubernamentales” (Kaplan, 1970:53-54, cursivas mías). También en éste periodo los científicos sociales y en particular quienes se dedican a la CP llevan a cabo reflexiones introspectivas sobre la necesidad de desarrollar una disciplina propiamente latinoamericana: “La imposición de pautas correspondientes a los centros de Estados Unidos ha elevado niveles de exigencia en cuanto a objetivos, organización, técnicas y equipos” también la “existencia y el despliegue de actitudes independientes e imitativas, la aceptación acrítica, la identificación incondicional, la mimetización, no sólo con respecto a las teorías, los modelos y los métodos, sino incluso respecto a las falsas o defectuosas imágenes sobre AL que provienen de algunos centros metropolitanos. En muchos cientistas latinoamericanos ha existido un sentido de minusvalía que impide asumir y desarrollar plenamente las propias posibilidades de autonomía” (Kaplan, 1970: 69)

Pocos años antes durante la Conferencia sobre Tensiones en el Hemisferio Occidental, celebrada en Salvador, Bahía, el politólogo mexicano Cosío Villegas señalaba algo similar: “La verdad de las cosas es que nosotros los latinoamericanos (los individuos y las instituciones), no estudiamos del todo nuestros problemas, o los estudiamos tarde o de manera insuficiente. Entonces ocurre que, al vernos forzados por alguna razón a opinar sobre ellos, tratamos de reparar nuestra desidia acudiendo a los estudios hechos por sabios europeos y norteamericanos, y sobre fenómenos análogos (real o falsamente análogos). Tras esta primera tragedia, viene la segunda: pronto descubrimos que esos estudios nos ayudan poco o nada, e incluso que nos hacen caer en la trampa de creerlos válidos. […] Tratándose, sin embargo, de fenómenos humanos, con una fuerte, inconfundible raíz histórica, las variantes que ofrecen pueden hacer inoperantes las conclusiones basadas en condiciones europeas o norteamericanas.” (1963:317 y ss.)

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En síntesis, a pesar de la creación significativa de estructuras propias para el desarrollo de la CP entre los años 60’s y 70’s, no habían politólogos en sentido estricto –o al menos como hoy se entiende-, los paradigmas dominantes no eran propiamente de la CP, y más aún, había cierta incomodidad con los modelos de pensamiento existentes y se buscaba crear una CP más ad hoc a la idiosincrasia latinoamericana. 2.3 PERIODO ACTUAL: DEMOCRATIZACIÓN Y CIENCIA POLÍTICA EN AL Éste último periodo se ubica desde los años ochenta a la fecha, dónde ya se desarrollan, sobre todo en los últimos años estudios propiamente de CP (en sentido estricto), alejados del formalismo jurídico y se trata de dejar atrás las teorías sociológicas, sobre todo la impronta del marxismo. La CP y la política latinoamericana son objeto de análisis no sólo de los propios estudiosos en la región, sino que ya también es centro de atención principalmente en universidades estadounidense permitiendo que en los países latinoamericanos se introduzcan con mayor fuerza las corrientes dominantes en la CP norteamericana. Dicho periodo comienza precisamente con los procesos de democratización en la región y coincide en buena medida con el desarrollo de la infraestructura para los estudios politológicos, principalmente en Argentina, México y Brasil, expandiéndose también en varias universidades privadas; y si bien en el resto de los países se llegan a compartir las corrientes intelectuales dominantes no así las estructuras de investigación. La disciplina se empieza a difuminar en otros países dónde su presencia era muy reducida como en Bolivia entre 1983 y 1986 con la creación de carreras de CP en algunas universidades (Varnoux, 2005). En otros como en Venezuela dónde se habían mantenido los estudios politológicos en un nivel aceptable, tiene un crecimiento especialmente pronunciado (Álvarez y Dahdah 2005). En Colombia desde finales de los 80’s y durante toda la década de los 90’s se presenta un crecimiento de institutos y programas dedicados a la CP en universidades públicas y privadas (Bejarano y Wills, 2005: 116). Pero en otros países, principalmente en Centroamérica la CP como disciplina académica continúa siendo prácticamente inexistente en las Universidades públicas (p.e. Panamá) y solo se mantiene como carrera en algunas privadas (p.e. en El Salvador). A partir de 1983 en Argentina se recupera en poco tiempo el impulso que fue truncado por la dictadura. En la Universidad de Buenos Aires en 1984 se presenta el Informe Strasser para la creación de la carrera de Ciencia Política en la Facultad de Derecho. En Uruguay igualmente, apoyados en centros de investigación privados creados en la década de los 70’s dado que los militares habían irrumpido violentamente en la Universidad, en 1985 se crea el Instituto de Ciencia Política dentro de la Facultad de Ciencias Sociales, separando así las cátedras que se ofrecían en las facultades de Derecho y Economía y en 1991 se crea la Revista Uruguaya de Ciencia Política (Garcé, 2005: 236 y ss.). En 1990 Lechner señalaba que en Chile existía una doble paradoja: fuerte desarrollo del análisis político con un bajo grado de institucionalización de la disciplina (cit. por Fernández, 2005:63.). Una afirmación que contrasta con el hecho de que a partir de 1980 en Chile se crean más instituciones favorables al su desarrollo, en 1981 se crea el Instituto de Ciencia Política en la Universidad de Chile (UC), dos años antes el Instituto de la Universidad 11

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Católica comienza a publicar la Revista de Ciencia Política y en 1982 instaura un programa de posgrado en la materia, posteriormente la iniciativa privada funda un centro para la investigación politológica y en 1986 se funda la Asociación Chilena de Ciencia Política. La creación de nuevas instituciones fue el motor que llevó a repensar los paradigmas dominantes en la disciplina y a integrar enfoques que anteriormente sólo pocos politólogos utilizaban en el estudio de la realidad latinoamericana. A simple vista no existe un paradigma dominante, los politólogos se apoyan en instrumentos estadísticos, se recurren a diversos esquemas teóricos en boga como el rational choice y el neoinstiucionalismo. Ya no es el enfoque lo que define la agenda de investigación sino los temas. En el caso de México la CP se liberó de la sociología, pero perdura la tradición histórica (Loaeza, 2005: 201). Aunque lo mismo puede decirse para Brasil, Perú, Colombia y Venezuela. Para algunos, el retorno a la democracia no tuvo un impacto positivo en la disciplina e incluso la relación entre CP y democracia es una visión elitista propia de los estadounidenses. En algunos países subsisten algunas perspectivas que influyen el análisis sobre la política, como sucedía en Bolivia a inicios de los años ochenta: allí dónde se crean las licenciaturas en CP todavía imperaban las perspectivas marxistas dominantes en los años setenta. Cuestión que es superada en los años subsecuentes (Varnoux, 2005:95). En 1997, un politólogo venezolano (Bansart, 1997) señalaba que era imposible estudiar CP y no asumir ninguna postura política. Pero más aún, señalaba que la CP en América Latina, y debía ser una herramienta del politólogo para la acción o la praxis política. Dicha afirmación es todavía parte de la impronta del marxismo dominante del periodo anterior, pero se puede observar que si bien varios estudiosos de la política en los años 80’s se asumían como marxistas ello no se reflejaba necesariamente en los análisis y estudios publicados. Ello es patente en el caso de Perú dónde ya existía una larga tradición de análisis pero fue hasta la década de 1990 que, según Tanaka (2005), se comienzan a observar trabajos politológicos que dialogan con la CP estadounidense. Los procesos de democratización en la región abrieron un amplio abanico de propuestas de análisis poniendo a AL como foco de atención de muchos politólogos europeos y norteamericanos. Si bien hacía años que el análisis de la política latinoamericana había contribuido sistemáticamente al desarrollo de la Ciencia Política a nivel mundial, fueron los procesos de democratización de los años ochenta que abrieron un amplio abanico de propuestas de estudio para la disciplina, quizá similar al impulso que los procesos de descolonización de la segunda posguerra del siglo dieron a la corriente de estudios sobre el desarrollo político en los años sesenta y setenta (cfr. Munck, et. al., 2007). Todavía a principios de la década de los años 70’s AL era una región marginal en los esfuerzos de elaboración de “categorías de análisis para la comparación inter-cultural y la comprensión de los procesos denominados de desarrollo político”. Las categorías de análisis recientes en esos años en los estudios políticos habían emanado empíricamente del análisis de los países emergentes de Asia y África (Fortín, 1971), la corriente, por ejemplo, de los estudios del desarrollo político, había surgido del análisis de los procesos de descolonización en África subsahariana y del estudio de la consolidación de los estados en Asia sudoriental, (v.gr.) los sistemas políticos no occidentales (Lucian W. Pie) o la

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aplicación del esquema estructural funcionalista de Almond (The politics of the developing areas). Algunos politólogos como Schmitter, Stephan y O’Donnell empiezan a introducir es estudio de la política AL con mayor impacto que en décadas anteriores, sobre todo el estudio sobre el quiebre de las democracias. Posteriormente serán éstos y otros politólogos norteamericanos quienes desarrollaran líneas de investigación ligadas al estudio de los procesos de transición en la región. Ahora bien, el estudio comparado en y de AL no era nuevo, lo relevante es que precisamente a partir de los procesos de democratización la CP latinoamericana empieza a ver más a EUA y sus métodos de investigación, reduciendo así la influencia, aunque no totalmente, de las perspectivas que habían dominado la disciplina en los periodos anteriores. Como sucedió a finales del siglo XIX y principios del XX cuando el positivismo era la moda intelectual “dominante” –no la única- tanto en Europa como en EUA así como en AL, hoy se podría decir, que nuevamente se presenta una situación de sintonía entre la Ciencia social que se hace y desarrolla en EUA y Europa y la que se desarrolla en AL. Aquello que se puede llamar neo-positivismo es la moda imperante en las ciencias sociales en la región. Es posible afirmar que en la CP contemporánea –pero en otras ciencia sociales también- ha triunfado el cientificismo (o positivismo). Las técnicas actuales de análisis politológico –las cuales contienen un alto contenido estadístico y lenguaje matematizante- han extendido el método epistemológico de las ciencias naturales, han justificado su ‘necesidad’ y presuponen como nunca antes la neutralidad ideológica del científico social y posibilidad de la objetividad que se encuentra en las ciencias exactas. Aunque ésta ‘neutralidad’ puede estar asociada, como lo argumentaron ya desde hace décadas los críticos de ésta perspectiva, a una visión conformista de la realidad social que pugnaría por la afirmación del status quo y la inhibición del cambio social. Fenómenos que escapan a la cuantificación, como los movimientos sociales de alcance nacional e internacional, la protesta como la otra cara del suporte político, etc. son marginales –aunque no marginados- en el estudio politológico. A pesar de éste largo proceso de desarrollo de la CP, incluso dentro de los países más grandes de la región como México, Brasil, Chile y Argentina, todavía son pocas las publicaciones serias en la materia con consistente periodicidad y la comunidad de politólogos es reducida respecto a otros países de similares dimensiones. Pero sobre todo la CP en AL se desarrolla sólo en pequeños archipiélagos –casi siempre copiando el modelo de docencia e investigación estadounidense- y con poca comunicación entre universidades públicas y privadas. Ello se debe a que mientras en las universidades privadas latinoamericanas la CP se ha desarrollado siguiendo los cánones de la academia estadounidense (Universidad de los Andes en Colombia, el ITAM y CIDE en México, Universidad Católica de Chile, Torcuato di Tella y El Salvador en Argentina), y en algunos casos prácticamente copiándolos y ufanándose de ello, en las universidades públicas los programas de estudio –y sus lentos y progresivos cambios- de la disciplina han contenido una visión -quizá para algunos demasiado- heterogénea de la política, concibiendo una CP “más amplia” que va más allá de los temas que ‘imponen’ los más difundidos enfoques politológicos de corte anglosajón

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(elecciones, políticas públicas, instituciones). Por ejemplo, en relación a la CP que se desarrolla en la UNAM en México, en 1990 un investigador de dicha institución señalaba: “A diferencia de las instituciones de enseñanza privada (que concebimos más como institutos de capacitación que como verdaderos centros universitarios) las universidades públicas no pueden modificar sus planes y programas de estudio con la celeridad de las cambiantes condiciones del mercado laboral, entre otras muchas razones porque éstas últimas sirven a un conjunto heterogéneo de demandas –muchas veces contradictorias-, tanto públicas como privadas, gubernamentales como partidistas, patronales como sindicales, etcétera, y no a intereses específicos de ciertos grupos o sectores como en el caso de las instituciones privadas” (de la Garza:1990, citado en de la Garza 1992: 126).

El en caso del Instituto de Ciencia Política de la Universidad Católica de Chile, también privada, se dice algo similar: “La ciencia política de este Instituto y de varias otras entidades académicas de hoy han recibido y siguen recibiendo un estilo, una impronta docente y una investigación típicamente anglosajona, norteamericana más precisamente. Y, al día de hoy, es fuertemente tributario de la tradición norteamericana.” (Fernández, 2005:67)

Finalmente el rol del politólogo aún no es claro para la sociedad, salvo en los mismos centros de enseñanza, en general en AL los egresados de las carreras de CP no son contratados como tales, porque “la sociedad civil no sabe que es un politólogo ni para que sirve” (Suárez-Íñiguez, 1989:84). Además, el periodo anterior al actual, dejó una impronta negativa sobre todo en las universidades públicas, todavía en algunos sectores gubernamentales se consideran que son de “izquierda” y son mirados con recelo, más aún, se desconfía de sus conocimientos. Empero, el Estado es el principal empleador de los politólogos en AL (Álvarez y Dahdah, 2005: 257). En algunos países como Argentina y Chile esta visión ha cambiado aunque no del todo. La mayoría de los politólogos que logran ser identificados en las esferas del gobierno, en los medios y otros sectores de la sociedad se desempeñan en universidades privadas o han adquirido su posgrado en el extranjero. 3. A MANERA DE CONCLUSIÓN: ¿DÓNDE ESTÁ LA CIENCIA POLÍTICA HOY? A pesar de las diferencias que existen entre los países de la región sobre todo en relación al grado de institucionalización, la CP en América Latina se ha insertado ya en el contexto internacional al adoptar en gran medida ciertas pautas organizativas que la ubican en la misma medida que aquella que se desarrolla en EUA o Europa. La CP es una empresa académica transnacional, las redes de investigación no se circunscriben sólo a un país, por ello la CP latinoamericana al mismo tiempo poco a poco se va enfrentando a los dilemas que ha arrastrado desde que inició su proceso de autonomía de otras disciplinas y consolidación interna. A finales de la década de los años 20’s del siglo XX Walter Lippman (1929: 260) señalaba “Nadie toma la Ciencia política en serio, pues nadie está convencido de que sea una ciencia o que tenga influencia importante sobre la política”. Para 1966, cuarenta años después, G.

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Almond, uno de los politólogos más influyentes del siglo XX, en el marco de un congreso de la American Political Science Association decía con palabras igualmente pesimistas: Como Raquel, la amada pero estéril esposa de Jacobo, que se preguntaba así misma y a Dios cada mañana «¿estoy encinta?», o «lo estaré?», así cada vez, cada presidente de ésta asociación, en éstos eventos anuales se preguntan: «¿somos una ciencia?» o «podremos serlo?» 9

Después de más de cuatro décadas de ésta sentencia es factible preguntarse ¿es ya la Ciencia Política una verdadera y propia ciencia? La respuesta es sí, sin duda. Ello se puede observar no sólo en los numerosos congresos anuales nacionales e internacionales que llevan a cabo las diversas asociaciones de politólogos a nivel mundial, sino en las decenas de publicaciones especializadas que sobre la disciplina existen hoy y que son referencia obligada para los estudiosos, y sobre todo en la creciente oferta académica en CP en muchas universidades públicas y privadas en el mundo. Comparada con otras ciencias sociales la CP es aún una ciencia joven. Es heredera de diversas tradiciones de pensamiento político, sobre todo de la filosofía y la teoría políticas, pero su afirmación como la conocemos hoy inició apenas en la segunda posguerra sobre todo en universidades estadounidenses y europeas. La gran conquista de la CP en éste periodo fue lograr su autonomía frente a otras disciplinas que también estudian el poder como la filosofía, el derecho, la sociología, entre otras. Como señala David Easton (1974: 355): “La situación de la ciencia política a mediados del siglo XX es la de una disciplina en busca de su propia identidad. Como resultado de los esfuerzos hechos por resolver esta crisis de identidad, ha afirmado su voluntad de constituirse como una disciplina autónoma e independiente con estructura sistemática propia. El factor que más ha contribuido a ello ha sido la recepción e integración en profundidad de los métodos científicos”

Lograr dicha autonomía no fue un camino fácil de recorrer. Fue precisamente el desarrollo de la metodología comparativa en el sentido amplio del término lo que permitió que la CP lograse su lugar entre otras disciplinas, y quizá menos que la integración de los ‘métodos científicos’ que señala Easton. De allí que no es casualidad que en las obras que casi todos los más reputados politólogos refieran «política comparada» como sinónimo de Ciencia Política, demostrando la validez de la sentencia de G. Almond (1966:115) quien ha señalado que «no tiene sentido hablar de política comparada en el ámbito de la ciencia política, porque si ésta es una ciencia, entonces por definición es comparativa». Pero la CP se ha desarrollado con dos fracturas internas, una ideológica –izquierda y derecha- y otra metodológica –dura y blanda-, que en palabras del G. Almond han hecho prevalecer una incómoda fragmentación (1988). Dicha fractura es más clara sobre todo en la CP estadounidense, la cual es sin duda la más influyente en la actualidad, pero también se puede observar en Europa y en América Latina.10 Con el tiempo, y casi como consecuencia de los cambios en las estructuras políticas mundiales como el declive del socialismo como régimen alternativo y la consolidación de la democracia, la fractura ideológica se ha Almond, 2005:98; Originalmente publicado en Political Theory and Political Science (1966), en G. A. Almond, Political Development. Essay in Heuristic Theory, Boston, Little Brown and Co. 1970. 10 Sobre ello véase Cansino, 1998: 435-461. 9

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desvanecido aunque no ha desaparecido. Pero es la fractura metodológica la que más se ha abierto con el paso de lo años dando lugar a una disputa intelectual al interior de la disciplina que paradójicamente parece invisible. Siguiendo a Almond (1988) en ésta fractura metodológica se encuentran dos dimensiones: (a) Los Hardliners, o la dimensión dura, en la cuál se encuentran los autores que desarrollan estudios de carácter cuantitativo, econométrico y estadístico. En este polo se promueve el uso de sofisticados programas estadísticos para elaborar análisis politológico. Ya no sólo se trata de encontrar asociaciones para explicar las variables dependientes, sino que prácticamente se exige encontrar correlaciones estadísticas. Con el apoyo de la computadoras, y gracias al desarrollo de software sofisticado de las últimas décadas se ha privilegiado el ‘aumento del número de casos’ (King, Keohane y Verba: 1994), lo que ‘facilita’ el uso de correlaciones y regresiones estadísticas. Aquí se encuentran sobre todo los –viejos y nuevos- seguidores del rational choice (J. Buchanan, W. Ricker, y en los últimos años G. Tsebelis y A. Prezeworski). (b) Los Soft-liner’s, o la dimensión blanda, dónde se encuentran los autores y estudios que privilegian el análisis histórico, descriptivo y cualitativo. En éste polo se privilegia la elaboración de conceptos y categorías de análisis antes que la cuantificación, la comprensión antes que el análisis estadístico, así como la valoración de los procesos políticos desde una perspectiva histórico-sociológica y no una mera suma de eventos a lo largo del tiempo. En ésta dimensión se encuentran los seguidores del que podríamos denominar ‘métodos tradicionales’ como G. Sartori, S. Huntington, R.A. Dahl, T. Scokpol, J. Linz y otros. A pesar de ésta fractura, la CP ha avanzado y lo sigue haciendo. Pero sería un error considerar que la fractura metodológica no es más que una simple curiosidad intelectual dentro de la disciplina. Si la observamos desde una perspectiva que podríamos denominar ‘sociología de la ciencia política’, es posible distinguir al menos tres características: por un lado, (I) en las últimas décadas los hardliners han reforzado su posición al interior de la disciplina, pero no porque hayan desarrollado mejores teorías, o hayan logrado explicar mejor los fenómenos políticos –cierto, algunos se explican mejor desde ciertas perspectivas, como las elecciones y las decisiones políticas-, sino porque dicha posición se ha beneficiado de los avances en la computación y de las nuevas tecnologías de la información. Por otro lado, (II)el efecto del reforzamiento de la dimensión metodológica dura ha sido dual: se ha generado (i) una insatisfacción hacia dicha corriente dominante –de allí la posición de Sartori (2004)- y al mismo tiempo (ii) una limitación a la innovación fuera de los cánones metodológicos dominantes dada la dinámica interna de la disciplina, que se mueve por mecanismos endógenos, como la misma formación universitaria y las publicaciones especializadas (journals). Los hardliners no están de acuerdo sobre todo con el pluralismo metodológico y con cierta presunción han resucitado los principios del positivismo extremo que supone es portadora de la verdad ‘metodológica’ para llegar al saber politológico. La más recalcitrante defensa de esta situación se resume, por ejemplo, en las afirmaciones de Colomer (2004), para quien “un signo evidente de debilidad teórica” de la CP actual es que “todavía se siga colocando a los autores llamados “clásicos” en el 16

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mismo nivel -o incluso más alto- que a los investigadores contemporáneos”, y continúa, “casi ningún escrito de Maquiavelo o de Montesquieu o de la mayoría de los demás habituales en la lista sagrada sería hoy aceptado para ser publicado en una revista académica con evaluadores anónimos” (2004:358). S. Hoffman, un fuerte defensor del método histórico tradicional ha señalado irónicamente que “el estudio ideal en la ciencia política contemporánea es el análisis comparado de la regulación sanitaria de la pasta en ciento cincuenta países. De ésta manera existe un número suficiente de casos para hacer generalizaciones y ni siquiera es necesario comer un espagueti: lo único que basta son los datos” (citado por Cohn, 1999:31). Por último, (III) en el debate entre ambas posturas se ha puesto en duda la ‘cientificidad’ de la misma CP. Los hardliners en su afán de mejorar su posición dominante, argumentan que el futuro inmediato de la disciplina es emular a las ciencias duras como la física hasta llegar a tener una metodología de estudio igual o superior a la de la Economía. Los Softliners, por su parte argumentan que la CP contemporánea, ha olvidado la teoría y la filosofía, se ha olvidado de las grandes preguntas y sobre todo que ha hecho del rigor metodológico el objetivo de la investigación. Para algunos es paradójico el uso indiscriminado de modelos estadísticos como si su mero uso hiciese más ‘científicas’ nuestras afirmaciones; tomando otra vez el ejemplo de las ciencias duras, S. Coleman señala que “mucho de lo conocemos sobre la física fue descubierto sin el beneficio de los modernos sistemas de comprobación”. Esta fractura de una u otra manera es persistente, de allí que después de más de cincuenta años de desarrollo de CP moderna, todavía importantes politólogos tienen una visión de la profesión que refleja que aún subsiste cierta indefinición al interior de la disciplina y cierto temor hacia su cientificidad. Algunos ‘maestros’ de la ciencia política (cfr. Munck y Snyder, 2007) no están convencidos de ser científicos políticos -como R.H. Bates-, o piensan que la disciplina está entre la ciencia y el arte -como J.C. Scott-. Otros, si bien reconocen los desarrollos de las últimas décadas no están convencidos de ser ‘científicos’ -como David Collier-, porqué la ciencia política “poco se parece a las ciencias naturales”, o prefieren definirse scholars -como Huntington- y no scientist. Empero, otros -como Moore, Lijphart y Linz-, convencidos de ser científicos, señalan que en las ciencias sociales ésta identificación no puede tener el mismo sentido que en las ciencias naturales. Por ello no resulta extraño que Giovanni Sartori, uno de los fundadores de la disciplina, tenga una posición controvertida sobre su actual desarrollo. Para Sartori, el ‘modelo americano’ de CP, que se ha impuesto y domina la comunidad científica, hace prevalecer el método sobre los temas de investigación, y la cuantificación sobre la lógica. “La Ciencia Política -señala- en los Estados Unidos ha entrado en un camino que no puedo ni debo aceptar: la excesiva propensión a la especialización (y por lo tanto, a la estrechez), excesiva cuantificación, y por lo tanto, un camino que conduce, en mi opinión, a la irrelevancia y la esterilidad” (Sartori, 1997: 98-99). El pesimismo de Sartori es compartido por Robert A. Dahl (en Munck y Snyder, 2007), para quien la ciencia política contemporánea corre el riesgo de arrojarse en el precipicio de la especialización y el cuantitativismo si se pierden de vista los objetivos y las grandes preguntas.

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Éstas dubitaciones muestran cierta incomodidad con el estado actual de la disciplina, porque para ser una verdadera ciencia, no sólo es importante que otras comunidades científicas consideren a una ciencia como tal, se requiere que misma comunidad que desarrolla los estudios entorno a los fenómenos tratados debe estar convencida de que lo que se hace se hace bien y se hace de forma científica. BIBLIOGRAFÍA Aguirre Lanari, Juan R. 1979. “Los fundadores de la ciencia política en Argentina”. (anticipo de) Anales Año XXIV, Segunda época, No. 17. Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires. Almond, Gabriel A. 2005. Cultura civica e sviluppo politico (ed. de G. Pasquino), Bologna, Il Mulino. Álvarez Díaz, Ángel y Said Dahdah Antar. 2005. “La ciencia política en Venezuela: fortalezas pasadas, vulnerabilidades presentes”, en Revista de Ciencia Política, Vol. 25. No. 1: 245-260. Alzugaray Treto, Carlos. 2005. “La ciencia política en Cuba: del estancamiento a la renovación (1980-2005)” en Revista de Ciencia Política, Vol. 25. No. 1: 136-146. Bansart, Andrés. 1997. De la ciencia al compromiso político, Caracas: Nueva Sociedad. Bejarano, Ana María y María Emma Wills. 2005. “La ciencia política en Colombia: de vocación a disciplina” en Revista de Ciencia Política, Vol. 25. No. 1: 111-123. Cansino, César. 1998. “Democracia y sociedad civil en América Latina”, en Metapolítica, Vol. 2, No. 7: 435-461. Cohn, J. 1999. “When did political science forget about politics? Irrational exuberance”, The new republic, 221 (17), 25-31 Colomer, Josep M. 2004. “La ciencia política va hacia adelante (por meandros tortuosos). Un comentario a Giovanni Sartori”, Politica y Gobierno, Vol. XI, No. 2. Cosío Villegas, Daniel. 1963. “Nacionalismo y Desarrollo”, en Foro Internacional, No.11: 317-325 Daalder, Hans ed. 1997. Comparative European Politics. The Story of a Profession, London, Pinter. Easton, David.1974. Voz “Ciencia Política”, en David L. Sills (Dir.), Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales Vol. 2, Madrid: Aguilar: 355-369 Fernández Fontenoy, Carlos (coord.). 1995. Sociedad, partidos y Estado en el Perú. Estudios sobre la crisis y el cambio. Lima: Universidad de Lima. Fernández, Maria de los Ángeles. 2005. “Ciencia política en Chile: un espejo intelectual”, en Revista de Ciencia Política, Vol. 25, No. 1: 56-75. Flores Olea, Víctor. 1967. “On political science in Latin America: viewpoints”, en Manuel Diéguez Júnior y Bryce Wood (eds.). Social science in Latin America. New York: Columbia University Press, pp. 157-189. Fortín, Carlos. 1971. Las posibilidades del estudio político comparado en América Latina. Santiago de Chile: Escuela Latinoamericana de Ciencia Política y Administración Pública. García, Pío. 1975. “Las ciencias sociales en América Latina: alcances políticos y ciencia política”, en Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, Año XXI, No. 82, pp. 49-55. Garza, Luis Alberto de la. 1992. “Diagnóstico del plan de estudios de la carrera de ciencia política de la FCPyS”, en Estudios Políticos, III época, No. 9: 105-127. Garcé, Adolfo. 2005. “La ciencia política en Uruguay: un desarrollo tardío, intenso y asimétrico” en Revista de Ciencia Política, Vol. 25, No. 1: 232-244. Hodara, Joseph. 1976. Voz “Cepalismo”, en Términos latinoamericanos para el Diccionario de Ciencias Sociales. Buenos Aires: CLACSO. Huntington, Samuel. 1992. “Ciencia política y reforma política de alma en alma” (original 1987), en Estudios políticos, III época, No. 12: 129-140.

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La Ciencia Política en América Latina

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