La campaña de Michelle Obama

17 feb. 2008 - Jesús Malverde ha sido reverenciado por ca- si un siglo en el noroeste de México. De acuerdo con el folclore local, era un Robin Hood que.
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Enfoques

Domingo 17 de febrero de 2008

LA NACION/Sección 6/Página 5

[ EL MUNDO ]

La campaña de Michelle Obama ELECCIONES EN EE.UU.

Valiente, batalladora y dueña de un estilo frontal con el que ha logrado atraer y movilizar a amplios sectores del electorado norteamericano, la esposa de Barack Obama se ha convertido en una figura central en la estrategia del precandidato demócrata y en una asesora sumamente atenta al cuidado de la imagen de su marido. Cómoda en las trincheras de la política, imagina el trabajo de primera dama como una tarea de tiempo completo Por Susan Saulny CHICAGO o hay manera de confundir a Michelle Obama con su marido en campaña. Cuando se le preguntó en el debate demócrata en Los Angeles si escogería a la senadora Hillary Rodham Clinton como compañera de fórmula y candidata a vice, el senador Barack Obama dijo que ella “figuraría en la lista de cualquiera”. Pero cuando un entrevistador televisivo le preguntó a la señora Obama días atrás si apoyaría a la señora Clinton en caso de que sea ella quien gane la nominación, fue menos generosa que su marido: “Tendría que pensarlo”, dijo. “Tendría que pensar acerca de sus políticas, su enfoque, su tono.” Abierta, de carácter fuerte, graciosa, valiente y, a veces, sarcástica, Michelle Obama está cumpliendo un rol central en la hasta ahora exitosa campaña de su marido. Su estilo personal –directa, cómoda en la trinchera y a menudo más cortante que su marido– le cae bien a un amplio sector del electorado y ha dado a la campaña un tono más duro, mientras permite a Obama mantenerse por encima de las polémicas. “Estoy tratando de ser yo misma de la manera más auténtica que puedo”, dijo la señora Obama en una entrevista. “Mis declaraciones son el resultado de mis experiencias, de mis observaciones y mis frustraciones”. La señora Obama dice que no le gusta la política –insiste en que no habrá segundo intento de ganar la presidencia si su marido no logra su objetivo esta vez–, pero le gusta dar una buena pelea, competir. En el comienzo tenía dudas sobre la candidatura de su marido. Presionó a sus asesores y les exigió un plan que mostrara cómo se iba a juntar dinero para competir con Clinton y los otros precandidatos. Dio su aprobación sólo cuando vio un plan concreto, presentado en reuniones de discusión de estrategia a fines de 2006, en las que participó. Ahora está involucrada en la mayoría de las facetas importantes de la estrategia de campaña, como fuerte protectora de la imagen de su marido. Aunque los Obama rara vez viajan juntos –al igual que los Clinton–, la señora Obama a menudo está en contacto con los asesores clave y su mensaje es moldeado por los mismos estrategas que aconsejan a su marido. “La estrategia es no reducirla a ser la vocera para un determinado público”, dijo Valerie Jarret, una estrecha amiga de la familia que es una importante asesora de la campaña de Obama. Su hermano, Craig Robinson, recuerda que, cuando se criaba en Chicago, a la señora Obama no le gustaba ver partidos de basquetbol que fueran muy reñidos, pero sí los veía hasta el final si su equipo ganaba por amplio margen. “No le gustaba la tensión de la competen-

N

AP

cia”, dijo Robinson, entrenador del equipo de basquetbol masculino en la Universidad de Brown. Pensando en la campaña, agregó: “Me resulta más duro ver a Barack en esta competencia que a mi equipo. Es más duro ver a alguien que uno ama en un partido muy cerrado”.

Abogada y madre La señora Obama, de 44 años y de casi un metro ochenta, es una figura atlética que irradia autoridad en sus trajes de pantalones y polleras a medida. Abogada educada en Harvard, y que ganaba 212.000 dólares al año como ejecutiva de un hospital antes de tomar licencia en enero, hace discursos de 40 minutos –en los que recorre sin anotaciones temas tan diversos como las fallas específicas de la ley de educación federal y los problemas de la estrategia militar en Irak– capaces de entusiasmar a la audiencia. Madre de dos niñas, la señora Obama ha mantenido a multitudes aguardándola mientras hace llamadas telefónicas a sus “pequeñas”: Sasha, de 6, y Malia, de 9. Pero la presencia confiada y dominante de la señora Obama tiene sus problemas. En un acto el mes pasado para la presentación de premios Afronorteamericanos en Atlanta, algunos de los presentes se quedaron con la sensación de que era condescendiente, cuando le predicó a un grupo de gente con importante logros en su haber que debía esforzarse por obtener nuevos.

“Su discurso fue muy largo e inapropiado para esa ocasión”, dijo Vivian Creighton Bishop, funcionaria pública de Columbus, Georgia, quien apoya a Hillary Clinton. La señora Obama también ha tenido que aprender a contener su humor a veces mordaz porque con demasiada frecuencia se dirige contra su marido. (Hace mucho que no dice que su marido, con quien está unida hace 15 años, tiene mal olor en la mañana o que se olvida de guardar la manteca en la heladera, como le dijo a la revista Glamour.) “Lo que aprendí es que mi humor no siempre aparece bien en los medios impresos”, dijo en una entrevista. “Pero por lo general, cuando hablo con un grupo, la gente entiende lo que trato de decir, perciben el humor, el sarcasmo, entienden el chiste”. Su público ríe. Refiriéndose a cuánto tiempo les llevó a ella y a su marido, de 46 años, pagar los préstamos que recibieron para seguir sus estudios (terminaron de hacerlo hace dos años), le dijo a un público en una iglesia de Cheraw, Carolina del Sur: “Aún estoy esperando que Barack arme un fondo de inversiones”. Empezaron las risas. Ella siguió: “¡Entonces escuché que el vicepresidente Dick Cheney supuestamente es un pariente! Ahí pensé que tal vez podríamos ligar algo”. El sobrenombre que dan a la señora Obama los agentes de la campaña del senador es “la cerradora”, porque es hábil para persuadir a gente

“Se le enseñó que no debía ver su raza como una barrera, que debía ver el mundo en términos de lo que sí es posible, y no al revés” no decidida a comprometerse con el voto a su marido. Pero al ser buena oradora, también se la conoce como alguien capaz de construir una relación, presentando las lecciones de su vida con raíces en la clase obrera y su experiencia con una cultura de bajas expectativas. También ha sido transparente en cuanto a cosas más mundanas, como el hecho de que se apoya mucho en su madre para que cuide de sus hijas cuando está de campaña. La señora Obama no tiene una niñera, sólo a su madre. “¡Gracias a Dios que existe la abuela!”, ha dicho más de una vez en campaña, para agregar que “no podría respirar” si pensara que abandona a sus hijas, que van a una escuela privada en Chicago, por la campaña. “Paso mucho tiempo preocupada por cómo mantener su vida ordenada en medio de todo esto”, dijo recientemente. “Barack y yo, ambos estamos preocupados por mantener a flote nuestras tradiciones. Son preocupaciones cotidianas”.

En una campaña presidencial que incluye discusiones de raza y género, la señora Obama tiene un punto de vista singular, en la intersección de ambas cuestiones. Cuando la ventaja en los votos pasa, en algunos estados de Obama –oriundo de Illinois– a Clinton –senadora por New York–, debido en parte al voto de los negros y las mujeres, la señora Obama comúnmente propone la unidad, aun cuando los llamados basados en la raza o el género podrían ser un recurso fácil. Ese fue el caso cuando se llenó una modesta iglesia metodista en Orangeburg, Carolina del Sur, un viernes por la noche, el mes pasado, para escucharla. “¡Amén!”, gritaba la gente mientras su voz subía y bajaba. Se ponían de pie, aullando y levantando las manos en señal de acuerdo. Eran las vísperas de la primaria en Carolina del Sur y la señora Obama llamaba al público a ir a votar. Pero ellos también la presionaban: “¡Vamos, hermana, di las cosas como son!” Y ella lo hizo, concentrándose en las dificultades económicas que enfrentan muchos estadounidenses: “Lo que tenemos que entender en esta carrera por la presidencia es que los padecimientos existen, no importa cuál sea el color de la piel o el género de una persona” dijo al público mayoritariamente negro. “Esta es la verdad de quienes viven en EE.UU.” Gente que conoce a la señora Obama ha dicho que, incluso cuando era joven, se esforzó por

tener oportunidades que estaban cerradas a generaciones anteriores. La señora Obama creció sabiendo, por ejemplo, que su abuelo materno, un carpintero, no pudo llegar a los mejores trabajos en Chicago porque, siendo negro, no se le permitía afiliarse a un sindicato. Pero dijo que también se le enseñó que no debía ver su raza como una barrera, que debía ver el mundo en términos de lo que sí es posible, y no al revés. “Mis padres nos dijeron una y otra vez: ‘No nos digan lo que no pueden hacer. Y no se preocupen por lo que puede salir mal’”. Habla en la campaña acerca de los asesores que en la escuela secundaria trataron de disuadirla de presentarse para el ingreso a la Universidad de Princeton porque pensaban que sus notas no eran suficientemente buenas (se graduó en sociología con buenas notas en 1985). Habló de consejeros en el college que dijeron cosas similares respecto de su deseo de estudiar derecho en Harvard, donde se graduó, y fue a uno de los principales estudios dedicados a la defensa de empresas en Chicago. “Comprendí que la sensación de inseguridad que tenemos sólo está en nuestras cabezas”, dijo en Atlanta. “La verdad es que estamos mejor preparados de lo que sabemos. Mi propia vida es la prueba de ello”. El padre de la señora Obama, Fraser Robinson, mantuvo una familia de cuatro personas con un salario de obrero municipal. Su madre, Marian Robinson, que ahora tiene 70 años, se quedaba en casa y sólo dejaba a sus hijos ver una hora de televisión por la noche. Se exigía a la futura señora Obama y a su hermano que ocuparan su tiempo con libros, ajedrez, deportes y –lo que ambos dijeron fue decisivo– conversaciones a la hora de la cena con sus padres. La defensa de sus ideas y los debates en su casa a temprana edad fueron una versión inicial de aquello en lo que se ha convertido la señora Obama, de lo que hace casi a tiempo completo por su marido. A menudo describe su vida, cuando habla en público, como una batalla por derrotar la cultura de bajas expectativas a la que se enfrentó siendo niña negra en la zona sur de la ciudad. “No se suponía que tuviera una carrera exitosa” dijo la señora Obama en Atlanta. “Decían que mis logros fueron resultado de que me apoyaron por mi raza. Y por cierto que no se suponía que yo debía estar parada aquí hoy, con la posibilidad de convertirme en la primera dama de los Estados Unidos.” Cuando se le pregunta por el rol de la primera dama, la señora Obama dice que lo considera un trabajo de tiempo completo. Pero se apresuró a agregar que se reserva el derecho a cambiar de idea llegada esa situación. Traducción: Gabriel Zadunaisky © LA NACION

[ EE.UU. ]

El patrono de los narcos cruza la frontera La figura de Jesús Malverde, reverenciada desde hace décadas en el noroeste de México, región asociada al tráfico de drogas, aparece ahora en remeras, velas y estampitas en Estados Unidos, donde llegó de la mano de inmigrantes Por Kate Murphy HOUSTON Jesús Malverde ha sido reverenciado por casi un siglo en el noroeste de México. De acuerdo con el folclore local, era un Robin Hood que robaba a los ricos y daba a los pobres, hasta que fue muerto por la policía en 1909. Ahora, los inmigrantes han traído su leyenda a los Estados Unidos. Su imagen, que se piensa protege de los agentes de la ley, se puede encontrar en diversos ítems, como remeras y artículos de limpieza hogareños. Malverde es considerado comúnmente como el santo patrono de los narcos, según dicen la policía y los expertos en la cultura mexicana. Se ha erigido un santuario encima de su tumba en la remota ciudad de Culiacán, en Sinaloa, un estado asociado desde hace mucho con el tráfico de opio y marihuana. “Los narcos van al santuario y piden ayuda. Vienen en grandes autos y con grandes parvas de dinero para dar las gracias”, señaló James Creechan, un sociólogo canadiense que es profesor adjunto de la Universidad Autónoma de Sinaloa en Culiacán. Pero Creechan, que presentó un trabajo sobre Malverde a la Sociedad Estadounidense de Criminología en 2005, agregó que los pobres también le rezan a Malverde para pedir dinero y un viaje seguro a través de la frontera con Estados Unidos.

El flujo de inmigrantes de la región de Sinaloa en los últimos años ha hecho que la imagen de Malverde resulte crecientemente visible del lado estadounidense de la frontera. Su leyenda se ha extendido –dijo Creechan– entre los hispanos que, inspirados, construyeron altares a Malverde en sus hogares, además de usar colonias que llevan su imagen en el frasco. Imagen que se ve sospechosamente parecida a la de Pedro Infante, el ídolo mexicano de las matinés de los años 40, y que también aparece en remeras y en parches cosidos sobre camperas y mochilas. También se ven bustos de Malverde junto a las cajas registradoras en restaurantes, bares y boliches. Manuel Simental, inmigrante de Sinaloa, tiene un altar en su restaurante El Paisa, en Lynwood, California. Dice que le trae buena suerte. Sus clientes dejan billetes de un dólar y cambio suelto en el altar, y él dice que lo recoge y distribuye entre los pobres cuando visita México. Hace cinco años, Indio Products, fabricante del área de Los Angeles que distribuye productos místicos, no tenía merchandising de Malverde. Hoy tiene toda una línea de productos, como velas, rosarios, tarjetas, estampitas, aceites para baño y artículos de limpieza. El presidente de la compañía, Martin

Malverde, un Robin Hood mexicano

Mayer, dijo que la popularidad de Malverde se extiende. “Acabo de mandar un pedido de bustos de Malverde a Italia la semana pasada”, dijo. “Bromeé que probablemente fueran a la Mafia”. Comúnmente los ítems relacionados con Malverde se venden en farmacias de medicina alternativa de barrios hispanos, donde se venden hierbas, aceites y diversas pociones y artículos de la buena suerte y de magia negra. “La gente dice: Malverde me ayudó a hacer esto o lo otro. Es sobre todo gente que está en

el tráfico de drogas que piensa que los protegerá de la policía”, dijo Raúl González, dueño de una empresa botánica, Mystic Products, en Compton, California. “Es el poder de la mente, sabe. Lo creen, por lo que se arriesgan y se salen con la suya, pero eventualmente los atraparán”. Por cierto, responsables de la lucha antidrogas en México y Estados Unidos dijeron que las estatuillas de Malverde, los tatuajes y amuletos pueden ser un indicio de actividad ilegal. “Enviamos patrullas a estacionamientos de hoteles y moteles locales en busca de autos con símbolos de Malverde en el parabrisas o colgando del espejo retrovisor”, dijo el sargento Rico García, de la división narcóticos de la policía de Houston. “Nos da una pista de que probablemente pasa algo”. Cortes de California, Kansas, Nebraska y Texas han dictaminado que los artículos y talismanes dedicados a Malverde son pruebas admisibles en casos que involucran drogas o lavado de dinero. “No es una indicación directa de culpa”, indicó José Martínez, un agente federal antinarcóticos de EE.UU. “Pero sin duda se puede usar como prueba en combinación con otras cosas”, como parvas de dinero, pequeñas bolsas plásticas y balanzas. El mes pasado, Cervecería Minera, una mi-

crocervecería mexicana de Jalisco, introdujo una cerveza llamada Malverde. Ejecutivos de la compañía dijeron que escogieron el nombre y la imagen de Malverde para su etiqueta porque era la figura más reconocible y admirada por los grupos de personas a los que consultaron. “Los contrabandistas la beben como si fuera agua bendita”, dijo García. Ubicuo en la cultura hispana, Malverde aparece ya en shows televisivos, películas y obras populares. Hubo santuarios dedicados a él en un episodio reciente de la serie de TV CSI y en la película A Man Apart (“Un hombre aparte”), con Vin Diesel. Malverde fue el tema de una obra de teatro que se estrenó el año pasado en el Watts Village Theater, de Los Angeles. “El atractivo de Jesús Malverde es que era un inconformista”, señaló Guillermo AvilesRodríguez, director artístico del teatro. El hecho de que la Iglesia Católica no reconozca a Malverde como santo se corresponde con su imagen de marginado. “En eso hay algo bello, porque fue la gente la que decidió que es un santo”, dijo Aviles-Rodríguez. “Representa la creencia, el poder y la voluntad de la gente”. Traducción: Gabriel Zadunaisky © LA NACION y The New York Times