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espectáculos
| Jueves 18 de septiembre de 2014
Eva y Victoria. Hizo un gran suceso con su retrato de Victoria Ocampo, junto con Luisina Brando
Su vida y su obra Concepción Zorrilla de San Martín Muñoz nació en Montevideo el 14 de marzo de 1922. Hija del notable escultor José Luis Zorrilla de San Martín (1891-1975) y de la argentina Guma Muñoz del Campo, nació en el seno de una familia patricia uruguaya. Su abuelo paterno fue el poeta de la patria, Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931). Fue la segunda de cinco hermanas por vía materna y fue pariente del prócer nacional uruguayo José Gervasio Artigas y del poeta argentino Estanislao del Campo. Su debut en los escenarios se produjo en 1943, en el teatro independiente uruguayo, con La anunciación a María, de Paul Claudel, pero no iba a estar mucho tiempo en su país, ya que en 1946 obtuvo una beca del British Council para estudiar en la Royal Academy of Dramatic Art de Londres, donde tomó cursos con figuras de la talla de Katina Patxinou, la gran trágica griega. Luego
Camino a La Meca. El drama que protagonizó con Thelma Biral estuvo cinco años en cartel
La actriz uruguaya fue una de las figuras más adoradas por el público argentino
Viene de tapa
Expresar lo que fue China Zorrilla sería extenso e inacabable, no sólo por lo que representó artísticamente (actriz, directora, traductora, adaptadora), sino por su calidad humana, que la hizo acreedora del afecto de sus colegas y de su público. Fue una personalidad muy comprometida con la actividad teatral. Solía frecuentar las galerías del Parlamento, presenciando las sesiones donde se trataba la Ley Nacional del Teatro, y también se destacaba en las salas de teatro, donde acompañaba con su presencia el desarrollo artístico de las nuevas generaciones de actores y directores. Era de una generosidad sin límites. Cuando la entrevistaban en algún programa de mucho rating o en un medio masivo de comunicación, no sólo promocionaba lo suyo, sino que aprovechaba para hablar de todos aquellos espectáculos que había visto y necesitaban difusión. Muchos le deben su éxito a la “manija” que China Zorrilla les dio en algún comentario. A pesar de que era una actriz muy convocada por los empresarios y productores, siempre respaldó con fervor los reclamos del teatro independiente. No había lucha justa en la que China Zorrilla no se anotara. Desde el punto de vista artístico, sería casi interminable registrar su presencia en los escenarios porteños y uruguayos, pero basta decir que fue una actriz muy dúctil y versátil tanto en la comedia como en el drama. De su largo historial nacional vale destacar dos producciones teatrales que le brindaron muchas satisfacciones: Eva y Victoria, de Mónica ottino, y Camino a la Meca, de Athol Fugard. La primera fue una obra que la llevó a recorrer durante siete años los cuatro puntos cardinales del país. Recelosa de los aviones, se mostraba reacia a viajar, hasta que la producción decidió reciclar un gran ómnibus y transformarlo en una casa rodante. De esta manera, China terminaba una función y en la puerta del teatro estaba estacionada su “casa”, que la llevaba por los caminos provinciales. “Sabés qué maravilla empezar un libro y poder terminarlo antes de llegar a destino”, solía decir. Por su parte, con cinco años de representaciones, Camino a La Meca estuvo entre sus últimos trabajos, y pasó algo similar con un derrotero que incluyó giras y le deparó muchas distinciones.
Esperando la carroza (1985). “Yo hago puchero, ella hace puchero”, decía en el film de Alejandro Doria
1922 / 2014
China Zorrilla.
La abuela de todos
martín lucesole/archivo
volvió a su ciudad natal y participó en más de 80 obras de teatro como primera actriz de la Comedia Nacional Uruguaya en el Teatro Solís de Montevideo. Tuvo la oportunidad de trabajar con Margarita Xirgu, que la dirigió en Bodas de sangre y Romeo y Julieta. En el teatro de repertorio se impuso como actriz dramática y como brillante comediante primero en la Comedia Nacional, el TCM (Teatro de la Ciudad de Montevideo) y luego en el teatro El Galpón, con
obras de los más importantes dramaturgos internacionales. En 1961 fundó el Teatro de la Ciudad de Montevideo (TCM) junto con Antonio Larreta y Enrique Guarnero, con cuyo elenco viajaría a Buenos Aires, París y Madrid. Produjo, tradujo, adaptó y dirigió diferentes obras de teatro y óperas. Entre otras múltiples actividades, se desempeñó como corresponsal del diario El País cubriendo el Festival de Cannes y otros eventos internacionales y como
periodista y animadora de televisión en Uruguay. A mediados de la década del sesenta hizo un paréntesis en su actividad teatral para establecerse durante cuatro años en Nueva York, donde trabajó como profesora de francés y secretaria de una agencia teatral. En 1971 viajó a Buenos Aires para filmar su primera película, Un guapo del 900, dirigida por Lautaro Murúa, y luego La maffia, de Leopoldo Torre Nilsson. Al actuar en teatro con tres
opinión
El diario íntimo de Adán y Eva. En el delicioso texto de Mark Twain, junto con Carlos Perciavalle
monólogos (Hola hola, 1, 2, 3) y Canciones para mirar, decidió instalarse definitivamente en Buenos Aires, donde desplegó una intensa carrera en cine, teatro y televisión, medio que le dio inmensa popularidad gracias a su participación en teleteatros con la autoría de Alberto Migré, especialmente Rolando Rivas, taxista, Piel naranja y Pobre diabla. Su estada en Buenos Aires coincidió con el advenimiento de la dictadura militar uruguaya, donde fue proscripta por las autoridades de facto. Entre sus últimos trabajos televisivos cabe mencionar Son amores, Los Roldán, Mujeres asesinas y Vidas robadas. Fue una presencia constante en los últimos 35 años del teatro argentino cosechando éxitos con Fin de semana, en el monólogo Emily, Querido mentiroso, La voz humana, Encantada de conocerlo, Una margarita llamada Mercedes y en El diario privado de Adán y Eva, que representó en 1985 y nuevamente en 2007 junto a su gran amigo Carlos Perciavalle. En 1995, en el Teatro Colón de Buenos Aires, China Zorrilla revivió el papel de recitante que Igor Stravinsky escribió para Ida Rubinstein y que Victoria ocampo estrenó en 1936 en el teatro, dirigida por el propio Stravinsky: la ópera-ballet Perséphone, sobre textos de André Gide. Desde 1971 hasta el presente ha participado en más de 50 películas dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, Luis Puenzo, María Luisa Bemberg, Alejandro Doria, Marcos Carnevale, oscar Barney Finn, Raúl de la Torre, Edgardo Cozarinsky, Adolfo Aristarain, Carlos Gallettini, Manuel Antín, André Melancon, Santiago olves, Ricardo Wullicher, Juan José Jusid, Héctor olivera, Fernando Ayala, Javier Torre, Sergio Renán y en el debut cinematográfico como director de Antonio Larreta. Su último trabajo en un largometraje fue en 2008, en Sangre del Pacífico, dirigida por Boy olmi. No le faltaron honores y distinciones, que, curiosamente, empezaron a otorgarle tardíamente en su carrera. “La gente me quiere, pero no me premia”, solía decir. Pero tarde o temprano llegó el reconocimiento, tanto nacional como internacional: orden de Mayo del Gobierno de la República Argentina, Chevalier de la Legión de Honor del gobierno francés 2008, orden de Gabriela Mistral del gobierno chileno, premiada por el Fondo Nacional de las Artes, Ciudadana Ilustre de Buenos Aires en 2004, Ciudadana Ilustre de Montevideo, Ciudadana Ilustre de Mar del Plata. También fueron numerosos los premios que recibió por su actividad en el cine, en el teatro y en la TV, entre los que figuran varios Cóndor de Plata, Ace de oro, Trinidad Guevara, Florencio Sánchez, María Guerrero, Hugo y Martín Fierro, entre otros, y no faltaron los que cosechó en festivales de cine de La Habana, Cuba, Moscú, Málaga y Chicago, por películas como Esperando la carroza, Darse cuenta, Besos en la frente, Conversaciones con mamá y Elsa y Fred. Su último trabajo teatral fue el semimontado Las d’enfrente. Estuvo retirada durante los últimos dos años, cuando comenzó a apagarse. Murió ayer, en el hospital de la Asociación Española de Montevideo, a los 92 años. Había sido internada el domingo pasado por una neumonía. Algo muy importante le va a faltar al espectáculo rioplatense a partir de ahora. Queríamos tanto a China.ß
opinión
Una chica en el cuerpo de una anciana
Se fue como una niña
Marcos Carnevale
Soledad Silveyra
—PARA LA NACIoN—
—PARA LA NACIoN—
E
lsa y Fred surgió como un homenaje que quería hacer a Federico Fellini. Se me ocurrió esta historia de una mujer mayor que quería emular la escena de la Fontana di Trevi en La dolce vita. Que me perdonen todas las actrices del cine argentino, pero la única que pensé que podría interpretar ese papel era China Zorrilla. Sin conocerla y sin avisarle me puse a escribir el guión y, cuando lo terminé, la fui a ver. Cuando le dije que había escrito una película para ella, me preguntó: “¿Y la abuela de quién voy a ser?” Se sorprendió cuando le dije que en
esta película no iba a ser la abuela de nadie sino la chica. Nunca le habían ofrecido un papel así, porque llegó con 50 años a la Argentina, y todos aquí la conocimos grande. Aunque este papel de la chica le llegó a los 85 años, con esa edad se cargó la película al hombro y supo cómo alegrarle la vida a todo el elenco. Vivimos unos meses memorables en Madrid y en Roma haciendo la película: China tenía alma del líder y se puso a la par mía a trabajar. Terminó siendo una amiga, una madre. Me enseñó todo lo que sé de comedia. China Zorrilla fue una mujer
única. Una vez, en una conferencia en Barcelona, un periodista me preguntó cómo la definiría. Como ella estaba sentada al lado mío, la miré y le dije simplemente “Sos rara”. Rara porque era como una chica de 25 años atrapada en el cuerpo de una señora mayor: era una anciana inmadura. Es por eso creo que tenía tanta vigencia. Y se murió prácticamente en acción: vivió como 370 años en esos 92 que tuvo . Hizo lo que quiso y se devoró la vida. Maravillosa.ß El autor fue director y coguionista (junto a Lily Ann Martin y Marcela Guerty) de Elsa y Fred.
C
onocí a China en 1973. Ella venía de hacer Un guapo del 900, que dirigió Lautaro Murúa. En ese momento, Alberto Migré la convocó para la telenovela Pobre diabla. Hacía de mi madre. Ahí inventó ese “Mamita sabe...”, que fue una expresión que caló en todos. La última vez que la vi fue hace un año, cuando estuve haciendo Nada del amor me produce envidia, en su Montevideo. Fui a verla varias veces: siempre estaba rodeada de su familia, de sus sobrinos, de su gente. Y siempre me esperaba con sus labios recién pintados, con sus vestiditos hechos por ella misma y con su sonrisa, siempre cantando sus can-
ciones de la infancia, contando sus viajes a París, regalándome anécdotas. Se fue como una niña y se fue convencida de que iba a volver, de que íbamos a hacer juntas, como tantas otras veces, un espectáculo. Es más, imaginábamos hacer algo sobre el amor filial. Lo último que me dijo fue: «No me puedo quejar Doña Lola, –siempre me decía así– tuve una vida gloriosa”. Y es cierto, tuvo una vida gloriosa. Tenía una claridad humana, un sentido del otro, una ironía, una sabiduría de vida, un manejo de lenguaje, un manejo del tiempo en escena que la convirtieron en un ser único. China era magia. Magia pura.ß
opinión
Doña Disparate, una actriz exquisita Pablo Zunino —PARA LA NACIoN—
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a muerte de China traerá lluvia de anécdotas sobre el Río de la Plata. Porque, ¿quién del medio teatral no tiene una historia (y seguro rocambolesca, y seguro insólita, y seguro divertida: todo eso era China) compartida con ella? ¿Y quién del público no habría querido salir de correrías con esta mujer talentosa, encantadora y parlanchina, pura complicidad? El amor del público de ambas orillas convirtió su nombre de pila en marca, pese a lo ilustre de su apellido. Porque, por una cuestión de geografías afectivas, en el Río de la Plata la única China posible seguirá siendo Zorrilla. Su modo de circular siempre terminaba armando una escena y un relato. Siempre fue así. A principios de los 70 se fue a Mar del Plata con dos espectáculos excelentes: Querido mentiroso y Arlequino. Recién desembarcaba en Buenos Aires y aún estaba al caer el gran golpe de popularidad que le darían las novelas de Migré (Pobre diabla, Piel naranja) y sus latiguillos memorables: “¡Mamita sabe!” y su indeclinable invitación, “¿Un licorcito?” Era una compañía enorme y le iba muy mal. China se subió entonces a un camión y, megáfono en mano, salió a batir el parche promocional. En los otros teatros los actores pedían al final de cada función que el público fuera a ver los espectáculos de China; ya todos sabían que era una actriz deliciosa e intachable. En un medio lleno de pequeñas y grandes miserias y rivalidades, su figura fue ecuménica: la quieren los artistas progresistas y los conservadores, los vanguardistas y los clásicos, los añosos y los principiantes. Dio respaldo a muchos colegas, ayudó económicamente a otros y fue una infalible descubridora de talentos (“¿Tú fuiste a ver el espectáculo de Adhemar Bianchi –sonaba el teléfono a las siete–. Ah, ¿ya te llamé ayer? Bueno, no me extrañes que mañana te vuelvo a despertar”, y colgaba). Con China, la más mínima escena cotidiana tomaba cariz teatral: uno podía enredarse con ella en la puerta giratoria del Regina, no entrar en su departamento porque estaba abarrotado de cachivaches, tardar una hora para hacer unas pocas cuadras porque la gente la paraba cada dos pasos, disfrazarse de astronauta ruso y salir al balcón para animar un cumpleaños. Todo era posible en ella. Ese permanente estado de Doña Disparate a veces velaba, en la consideración, sus enormes cualidades de actriz y de gran comediante: formada en Londres y en París, después de la Segunda Guerra, fue representante de esas dos grandes tradiciones, amasadas al modo rioplatense, que encuentran su punto máximo en el final de Esperando la carroza. Cuando cumplió 75 años, se le hizo un homenaje en un teatro de Montevideo. El textual es chinazorrillismo puro, exquisito: “Ya que estás acá, en el teatro, Mario Benedetti, voy a contar un momento importante que pasé con vos. Cuando el Mundial de Italia, estaba comiendo en Milán con un amigo argentino y llega Mario. «¿Ustedes se conocen?», pregunté. «No», me dicen. «Los voy a presentar: Mario Benedetti, Quino». Cayeron en brazos uno del otro, fue el comienzo de una larga amistad, ¿no, Mario?” “No nos vimos más”, contesta Benedetti en su butaca, y la sala estalla en carcajadas. “No me arruines el cuento, che, que yo lo cuento distinto –grita ella –. Digo que ahí, como Humphrey Bogart y Claude Rains en el final de Casablanca, se dijeron: «Espero que éste sea el comienzo de una larga amistad». Nunca hay que arruinar el final de una buena historia.”ß