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JOSÉ SARAMAGO. “Soy solo esto, un hombre que escribe”. La crítica y los críticos se han ocupado extensamente de sus libros, de manera que hay más de un ...
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JOSÉ SARAMAGO “Soy solo esto, un hombre que escribe”

La crítica y los críticos se han ocupado extensamente de sus libros, de manera que hay más de un camino para aproximarse al meollo de su obra. Sin embargo, se concede poca atención al escritor como lector. ¿Qué lee Saramago? Bueno, hay un tiempo, en el que, siendo joven, leí un poco de todo, pero fundamentalmente novela y poesía. Y si uno es buen lector, pues, al cabo de treinta o cuarenta años se puede tener una perspectiva de lectura sólida, ¿no? Ahora, en este momento, releo mucho, eso es inevitable, sobre todo por el placer de la evocación. Yo soy un hombre de edad avanzada y la relectura me permite, precisamente, revivir antiguas emociones. Mis lecturas, en cambio, están divididas entre textos de historia, sociología y filosofía, son cosas que me interesan mucho, así como todo libro que tenga que ver con los problemas del mundo. ¿Cuáles son sus libros de cabecera? Realmente no los tengo. ¿Y tiene una “familia” literaria? Pienso que sí, hay autores que son muy importantes para mí: 15

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Cervantes, Gogol, Kafka, Dostoievski y, en Portugal, el monje Antonio Vieira, quien en el siglo XVI hizo que el portugués alcanzara un gran esplendor. Ellos forman una suerte de familia de espíritu para mí. Ellos son auténticos genios; yo, en cambio, soy solo esto, un hombre que escribe. ¿En qué medida su obra dialoga con ellos? Conscientemente, no lo sé. Tal vez en el subtexto se puedan encontrar algunos guiños. Por ejemplo, José, el personaje de Todos los nombres (1999), tiene algún parecido con el personaje de El capote1, de Gogol. Claro, uno se da cuenta de estas cosas después, no antes. El primer libro que tuvo le fue obsequiado por su madre, cuando usted tenía once años. ¿Recuerda qué libro era? Era una novela policial, El misterio del molino. Y llegó a mis manos por pura casualidad. Ese día mi madre me llevó a una tienda y me preguntó qué libro quería. La verdad, ni yo mismo lo sabía. Llegamos a un estante donde se exhibían cuatro libros y simplemente cerré los ojos y escogí uno. En 1947 publicó su primera novela, Terra do pecado. Dos años más tarde tenía lista una segunda novela, Clarabóia. ¿Por qué decidió no publicarla? La escribí con el impulso que me había quedado de Terra do pecado. La entregué a un amigo mío, que era editor, pero la verdad es que no le presté nunca mayor importancia. Por esas cosas del destino, el manuscrito se perdió en los archivos de la editorial y después de más de veinte años lo recuperé, así que lo tengo en casa. No se publicará mientras yo viva, y si se publica después, me da igual, el tiempo se encargará.

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Gogol publica este magnífico relato en 1842. El personaje es Akakiy Akákievich Bashmachkin, un funcionario civil de bajo rango que representa a una figura que luego sería tópica en la literatura rusa y otras tradiciones: el hombre insignificante.

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Usted ha pasado prácticamente por todos los géneros literarios, pero su gran pasión es la novela, ¿no es así? Creo que he escrito muchas cosas en muchos géneros, es cierto, pero definitivamente es en la novela donde me siento más cómodo y donde creo haber hecho cosas de alguna importancia. ¿Sigue escribiendo poesía? No. La poesía terminó para mí hace veinticinco años, cuando publiqué O ano de 19932. La verdad es que la he abandonado y no sé si algún día volveré a escribirla. ¿Cuál de las novelas que ha escrito cree que se acerca a un ideal de novela perfecta? ¿Quién puede decir qué es una novela perfecta? Puede haber muchos puntos de vista sobre eso y es muy probable que la novela perfecta no exista. En todo caso, de las novelas que he escrito, la que más satisfecho me ha dejado es El año de la muerte de Ricardo Reis (1984). Naturalmente, eso no significa que sea una novela perfecta, esto es algo que le digo desde una perspectiva muy personal, a lo mejor los lectores o los críticos piensan de otra forma. Y a ella sumaría mis tres últimas novelas, Ensayo sobre la ceguera (1996), Todos los nombres (1997) y La caverna (2001)3. ¿Cuál es por lo general el factor detonante para que usted comience a escribir una novela? La respuesta a esa pregunta es tan fácil que termina siendo inexplicable. Jamás planeo una novela, no tengo ninguna idea antes de comenzar, hasta que aparezca una imagen o una pregunta. Por ejemplo, comencé a escribir Ensayo sobre la ceguera de una manera un poco azarosa. Un día iba manejando mi auto y me detuve en un semáforo. Repentinamente, sin saber cómo, me pregunté: ¿qué 2

El volumen apareció en 1975. Antes había publicado Poemas posibles (1966) y Probablemente alegría (1970). En el año 2005 Alfaguara publicó Poesía completa. 3 Posteriormente aparecieron las novelas El hombre duplicado (2003), Ensayo sobre la lucidez (2004) y Las intermitencias de la muerte (2005).

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pasaría si todos fuéramos ciegos? Entonces sentí que estaba frente al embrión de una novela. Fellini solía hacer unos bocetos para delinear a los personajes de sus películas. ¿Cómo construye usted a sus personajes, parte usted de una concepción previa? Mire, yo soy un escritor “desprogramado”, si cabe el término. Nunca planeo un personaje porque el personaje se va haciendo en el proceso de la escritura. Además, excepcionalmente hago una descripción física del personaje, pues prefiero que cada lector, en su imaginación, lo construya, lo haga suyo. ¿Le angustia la idea de no poder escribir más? ¿Cómo asume los periodos de sequía creativa? La verdad, nunca he sentido esa angustia ni nada que se le parezca. Es que yo no busco específicamente escribir una novela con tal o cual característica, simplemente espero la llegada de esa idea o esa pregunta de la que le hablaba antes. Me siento a esperar cada novela, no ando buscando temas ni pensando en la novela que vendrá después de haber terminado la última. ¿Qué es más placentero para usted, escribir o corregir? En realidad, soy muy escéptico frente al “placer de escribir”. La escritura es para mí un trabajo, un deber que tengo que cumplir de la mejor manera posible, invirtiendo todo mi esfuerzo en ello. Corregir es necesario, claro, pero le confieso que yo corrijo muy poco. ¿Cómo descansa su imaginación? Digamos que entre una novela y otra no pasa nada, digamos que me quedo muy tranquilo y que no me tortura la idea de lo que vendrá después. Voy a decirle algo que no tiene ninguna pretensión científica porque es solo una intuición mía: yo tengo dos pensamientos, uno exterior y otro subterráneo. Cuando mi pensamiento subterráneo aflora, es momento de escribir. 18

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¿Qué es para usted el estilo? El estilo es eso que le permite al lector leer tres o cuatro líneas y decir: esto lo escribió tal. El estilo no es otra cosa que haber alcanzado una voz propia, personal, inconfundible, si quiere. Y le digo más: no creo en el narrador, quien habla en mis novelas soy yo, no soy el autor que se distancia de su texto. Muchos lectores leen sus novelas como fábulas políticas. ¿Es esa una percepción correcta? Yo creo que sí. La balsa de piedra (1986), por citar un ejemplo, puede ser la más obviamente política de mis novelas. En otro caso, El año de la muerte de Ricardo Reis tiene también un sustrato político o ideológico, pues la novela es una respuesta a la postura ideológica de Ricardo Reis, quien decía que la sabiduría consistía en “contemplar el espectáculo del mundo”. En muchas de sus novelas la plenitud y la vida aparecen como realizaciones imposibles. ¿Es usted un pesimista profesional? Desconfío mucho de la palabra pesimista, porque un pesimista, en el fondo, es un optimista bien informado. Cada día salgo a mirar el mundo y, para serle franco, no encuentro muchas razones para sentirme feliz o satisfecho con su estado. Lo veo así: si meto en una bolsa cien esferas negras y cuarenta blancas, siempre habrá más probabilidades de que salgan las negras. ¿Cree posible, ignoro a qué plazo, el resurgimiento del socialismo? Sí, y creo que será inevitable, será la consecuencia de una gran crisis mundial. Claro, no puede saberse en qué momento ocurrirá esto, pero me parece previsible. En este momento hay un modelo dominante, eso es innegable, pero algún día las cosas tendrán que cambiar. Hace poco estuve en Nueva York, y conversé largo rato con Norman Mailer. Él me dijo: “Bill Clinton será el último presidente de Estados Unidos; de ahora en adelante, serán las grandes corporaciones las que manejen todo”. Ahora, si vuelve el 19

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socialismo, que vuelva, pero sin los crímenes y los errores que se cometieron, por ejemplo, en la Unión Soviética. Un modelo dominante y otro que fracasó. ¿Qué piensa de la tercera vía? Ah, la tercera vía. Ese es un gran cuento, no existe tercera vía. Mire, todos los gobiernos europeos, sean de la tendencia que fuesen, hacen exactamente lo mismo, tienen las mismas políticas, así que hablar de tercera vía es francamente una bruma, un absurdo. Por otro lado, tenemos a la globalización, que es en realidad un nuevo totalitarismo que no necesita Policía, perdón, la necesita siempre. ¿Dónde está la privacidad? ¿Dónde está la intimidad? ¿Dónde está el individuo? Nunca como ahora, en la historia del mundo, el hombre se ha parecido tanto a una cosa, a un objeto vigilado por el poder y desde él. El ser humano tiene hoy la condición de “descartable”, no cuenta para nada. Estamos viviendo la pesadilla de Orwell4. No, no, yo creo que el pobre Orwell, con el respeto que me merece, se quedó corto. Esto es mucho más grave y desolador de lo que él pudo imaginar. Usted dijo una vez: “El poder real es económico, entonces no tiene sentido hablar de democracia”. Borges decía que la democracia era un espejismo de la estadística. ¿No le parece una coincidencia curiosa que dos escritores ideológicamente opuestos desconfíen de la democracia? En el fondo, no es tanto una coincidencia, sino una cuestión de sentido común. Es la consecuencia de mirar los hechos con objetividad. Basta abrir una ventana y mirar la realidad, mirar los hechos. Esas son cosas que no pueden engañarnos. 4 Se alude a 1984, novela de George Orwell (1903-1950), seudónimo de Eric Arthur Blair. En ella, Orwell retrata una sociedad totalitaria, establecida sobre la base de rigurosos mecanismos de vigilancia y la disciplina de la delación, que alimentan un poder oscuro que reprime sin misericordia todas las libertades.

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La censura le ha jugado algunas malas pasadas, como en su visita a Chiapas o los conflictos surgidos a raíz de su novela El Evangelio según Jesucristo (1991)5. ¿El escritor es un aguafiestas, alguien que incomoda al poder? Yo creo que el aguafiestas no es el escritor en sí, sino el ciudadano que lleva dentro de él. Lo que el escritor debe hacer es estremecer mentes y conciencias para calmar el desasosiego del lector. La caverna cierra el círculo que inició con Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres. ¿Esas tres novelas son el testimonio definitivo de su visión del mundo y las cosas? No sé si definitivo, pues ignoro si las cosas cambiarán para peor o para mejor, ¿quién puede saberlo? ¿Qué escritores latinoamericanos son los que más le interesan? Pues diría que muchos. Carpentier, Fuentes, Cortázar, Onetti, García Márquez, Borges, Vargas Llosa, en fin. Mi interés por la literatura latinoamericana es muy grande y esta es una tradición que ha dado y sigue dando grandes novelas. No hace mucho leí La fiesta del Chivo (2000), de Vargas Llosa. Una gran novela, sin duda. ¿Qué quedará de la literatura del siglo XX? Creo que tres autores: Kafka, por anunciar esto que estamos viviendo, la era del miedo y la burocracia; Pessoa, por enseñarnos que somos múltiples; y Borges, por inventar la literatura virtual, aunque en el fondo Borges me irrita un poco. ¿Ha cambiado mucho su vida desde el Nobel? —Sí y no. Sí, porque ahora me asedian más y las cosas que digo se 5

En marzo de 1998 se anunció la visita de Saramago a México, como invitado a la feria del libro. El anuncio generó una advertencia al escritor por parte del gobierno de ese país: que sus declaraciones se limitasen única y exclusivamente a asuntos literarios. Luego trascendió que visitaría Chiapas, lo que provocó que el escritor comenzara a recibir amenazas. Por otro lado, su novela El Evangelio según Jesucristo fue calificada de “blasfema” por algunos sectores del conservadurismo católico.

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difunden más rápidamente que antes. Lo que diga hoy, mañana se sabe en buena parte del mundo. La persona, felizmente, no ha cambiado. Y allí están mis amigos para probarlo. ¿Diría que la escritura o la literatura lo han hecho feliz? No, porque yo, como todos los hombres, no sé qué es la felicidad.

A MODO DE CODA José Saramago es un hombre alto y de aspecto venerable. Peina canas, como corresponde a una persona de setenta y ocho años, y conserva una lucidez francamente envidiable. A juzgar por sus opiniones, cualquiera podría confundirlo con un nihilista o un aplicado discípulo de Cioran. Pero no. Sucede simplemente que Saramago es un militante del sentido común o, mejor, un militante de su propio sentido común. Claro, cualquiera en estos tiempos no se da el lujo de proclamar en voz alta que es comunista, ateo y, para espanto de muchos, decir que las democracias —incluso en Europa— no sirven absolutamente para nada. Y no crea el lector que describo aquí a una suerte de ogro, a un tipo agrio, intolerante o de genio atrabiliario. Nada de eso. Sus maneras, austeras, delatan en él la sombra de alguien que, nos guste o no, ha aprendido el difícil arte de apropiarse de unas convicciones y exponerlas con la misma naturalidad con que cualquier mortal pela una fruta. Por supuesto, los demócratas podrán decir que Saramago está equivocado; los creyentes, que se irá directamente al infierno por osar negar a Dios. Sin embargo, ninguna de estas imprecaciones podría importar más que su monumental obra literaria, compuesta de alucinadas alegorías sobre la condición humana en un modelo de sociedad que, precisamente, ha hecho añicos de ella en nombre de falacias como el progreso o la igualdad.

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Las novelas de Saramago son, en buena cuenta, un homenaje a los excluidos; y, como todo tiene un revés, presentan al mismo tiempo una visión atormentada, dolorosa y desencantada del destino del hombre contemporáneo. ¿Pero es Saramago simple y llanamente un escritor realista? La etiqueta, en este caso, sería la salida más cómoda. Es realista, sí, pero no a la manera de la gran novela del siglo XIX (Dickens, Balzac, Flaubert). Saramago parte de los cánones de una estética realista, pero añade elementos alegóricos y poderosas metáforas que provocan un desdoblamiento del discurso, una suerte de devaneo entre la realidad y la fantasía. Y es que, en muchas de sus novelas, Saramago propone argumentos que tienen un pie en la alucinación o la pesadilla y otro en eso que podríamos llamar “lo real”. De esa ambigüedad ha nacido una obra que, más allá del Nobel, reviste un carácter fundamental para la literatura de nuestros días. Quiso la suerte que tuviera ocasión de charlar con Saramago durante su visita a Lima, en diciembre del año pasado (2000). En realidad, la charla sucedió a la entrevista que le hice durante más de una hora en casa de Patricia Arévalo, quien trabajaba en Alfaguara, el sello editorial que publica las obras de Saramago en español. Todavía recuerdo la voz calma de Saramago respondiendo a mis preguntas; sus ademanes franciscanos, que contrastaban con la punzante ironía que imprimía a cada frase y, sobre todo, esa mirada serena que no lograba ocultar del todo al inconforme que lleva Saramago dentro de él. A pocos minutos de iniciada la entrevista se me heló la sangre al comprobar que la grabadora no caminaba. Saramago lo advirtió. Sin inmutarse, me dijo: “No se preocupe. Revísela con calma”. Eso hice, naturalmente, pero sin éxito. La máquina se había declarado en rebeldía. Por suerte, había acudido a casa de Patricia otro periodista, Francisco Tumi. Todavía le agradezco que no me haya negado el favor de usar su grabadora. Todo siguió sin sobresaltos. Nancy Chapell disparaba con su cámara a diestra y siniestra, fatigando —al igual que yo con 23

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mis preguntas— la paciencia del Nobel. Luego de hora y media de preguntas y repreguntas, quedó un tiempo extra para tomar las últimas fotos y hacer una que otra pregunta fuera del libreto, despojado ya del ánimo de interrogador. Ya que se trataba de un escritor portugués, le hice saber mi curiosidad por saber cuál de los tantos escritores en que Pessoa mudaba su alma era su favorito. Sin titubear, me respondió: “Bernardo Soares. No me queda ninguna duda de eso; el Libro del desasosiego6 es uno de los libros más hermosos que jamás se hayan escrito”. Para felicidad mía, la despedida se retrasó porque nos sentamos a comer. Vaya privilegio. Saramago y su humildad blindada dominaban todo el ambiente. Mirándolo de reojo, iba recordando muchas de las cosas que había leído sobre su vida. La primera, que Saramago no era su apellido, sino el apodo de su padre. Todos lo conocían como Saramago y, cuando nació José, el registrador no se dio el lujo de dudar y ahí estampó, para la inmortalidad, el nombre del futuro Nobel. La segunda, que terminó la secundaria en una escuela técnica, graduándose de cerrajero. La tercera y acaso más importante, que Saramago, según él mismo, nunca ha escrito para obtener fama, ganar premios o alimentar su vanidad. Por el contrario, se ha impuesto el deber de escribir, la necesidad imperiosa de comunicar a los demás hombres algunas verdades sobre este mundo caduco y deshumanizado que nos toca vivir. “Dígame usted —me espetó, entre dos bocados de pasta—, ¿qué son los derechos humanos, qué son las democracias? Por favor, a nadie en el mundo le importan estas cosas, porque el mundo es de las corporaciones, no de las personas. Es absurda la libertad si sigue existiendo la pobreza”. Finalmente, al borde de la medianoche, Saramago levantó de la silla su poco más de metro noventa y el gesto era

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La primera edición en español es de 1984, bajo el sello Seix Barral. Presentado como la autobiografía de Bernardo Soares, Pessoa se ocupó de escribir este libro hasta el momento mismo de su muerte.

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inequívoco: todo olía a despedida. Y así fue. Acompañándolo hacia la puerta de la casa, lancé una última pregunta, que tenía relación también con su nacionalidad portuguesa. —¿Y no tiene usted saudade de Lanzarote? —Por supuesto. Ya llevo cuarenta y cinco días fuera de casa. Y cuarenta y cinco días es demasiado tiempo.

Esta entrevista con José Saramago apareció en Somos, de El Comercio, el 23 de diciembre de 2000. “A modo de coda” apareció en Voces, Revista Cultural de Lima, marzo-abril de 2001, nro. 7. El título original fue “Recuerdos de Saramago”.

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