Iza, Puebloviejo, Tota i{ Pesca

IZA, PUEBLOVIEJO, TOTA Y PESCA. 285 donde ahora está un pozo de agua caliente verdosa, bastante profundo, del cual se exhalan constantemente ...
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Iza, Puebloviejo, Tota i{ Pesca

CAPITULO

XXIV

De Sogamoso a Iza median algo más de cuatro leguas de camino llano, alegre y despejado al través del lindo y verde valle ocupado por la hacienda llamada La Compañía, en conmemoración de los jesuítas, primitivos dueños de aquella valiosa finca, única que en el cantón mantiene concentrada en una sola familia la extensión considerable de tierras comprendidas en este valle, pues lo restante del suelo se haüa felizmente dividido en pequeñas porciones, patrimonio de otros tantos propietarios. La Compañía es simplemente un potrero para engordar ganado, de modo que las sementeras de los colonos que la rodean se ven como refugiadas sobre los escarpes y laderas de las serranías laterales, y la rica planicie poseída por rebaños de ovejas y reses mayores, y por partidas numerosas de muías, signo incontestable de la infancia de un país, esté la agricultura desalojada de sus legítimos terrenos por la ganadería. Dejando a Firavitoba a mano derecha, sigúese orillando el río Tota por una de las fajas en que la planicie se bifurca de norte a sur, y se llega al recodo final, donde, rodeado de sauces y labranzas, permanece, como en el centro de un verde nido. Iza, pueblo que fue de los indios y habitan hoy familias blancas de agradable presencia y costumbres patriarcales. Recibiéronnos muy cortésmente, y uno de los vecinos puso a nuestra disposición su casa, cuyo aspecto, lo mismo que el de otras muchas del lugar, nos llamó la atención. A la parte de la calle hay una pared vestida con los flexibles sarmientos de varias matas de granadilla, cuajadas entonces de hermosas flores. Abierto un ancho portón, se entra en el patio, sombreado por dos árboles copados, barrido y limpio con esmero, y al frente aparecen las habitaciones: las de la derecha destinadas al servicio doméstico, y las de la izquierda conteniendo los aposentos de la familia; todas ellas de adobe y paja, pero ésta recortada en los bordes, y las paredes blancas y lisas, como generalmente no las acostumbramos. El menaje de la sala consistía en poyos al contorno cubiertos enteramente de estera, y sobre el asiento extendidos tapetes de fábrica y dibujos indígenas, y zaleas de abundante lana blanca

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muy escarmenada; una mesa y cuatro sillas de cuero completaban el ajuar; realzado con el adorno de muchas láminas litografiadas, representando mujeres ideales, y con esteras momposinas clavadas como para servir de espaldar a los inmóviles canapés; por un refinamiento de gusto no común, pendían de cornisas de cedro dos cortinillas blancas de algodón en las puertas de las alcobas adyacentes a la sala. Confieso que me sorprendieron estos primores domésticos y tan esmerado aseo en la casa de un estanciero y en un pueblo de agricultores situado lejos del tráfico mercantil y casi escondido dentro de sus bosquecillos de sauces y árboles frutales; con la circunstancia de no ser aquella casa la única de esta manera dispuesta, pues otras que vimos y en la que nos servían de comer eran modelos de limpieza y orden, de que participaban hasta los niños robustos y bulliciosos que salían a encontrarnos a las puertas con la llaneza de antiguos amigos. Por la noche recibíamos la visita de varios vecinos, de quienes obteníamos noticias juiciosas relativas al distrito, a los propósitos de mejoras materiales que ellos habían formado y aun a las tradiciones locales que analizaban fundándose en la historia del país, y no comoquiera sino citando hasta la modernísima obra de nuestro distinguido compatriota Joaquín Acosta; todo esto sentados en torno de la mesa, sobre que apoyaban sus manos encallecidas por el trabajo, vestidos de manta y lienzo comunes, abrigados con las ruanas rayadas, en cuya fabricación se distinguen los tejedores de lana de aquella provincia, y las cabezas, caracterizadas por la franqueza de la fisonomía, cubiertas con sombreros de trenza o con pañuelos, negligentemente atados por detrás, a usanza española; hombres sin pretensiones, patriotas ingenuos, mil veces superiores al mayor número de las notabilidades de casaca, que voficeran su patriotismo en las calles de nuestras ciudades, que hacen ruido en torno de sus estiradas personas para disimular las reservas mentales de su egoísmo y que en su vanidosa pequenez apellidan neciamente plebe a los que visten ruana y labran la tierra, es decir, a la verdadera base y esperanza de la República. En la cadena de cerros que se desprenden del páramo de Ochiná para el norte, y separan las hoyas de los ríos Tota y Pesca, se ven a trechos señales de antiguas erupciones volcánicas, como son los regueros de piedra pómez pocas cuadras al occidente de Iza, y orillas de fuentes muy sulfurosas, que hacen subir el termómetro centígrado a 50°, siendo la temperatura del ambiente 19°. Refieren los vecinos que há poco tiempo hubo una explosión que levantó el suelo y una columna de barro y piedras

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donde ahora está un pozo de agua caliente verdosa, bastante profundo, del cual se exhalan constantemente burbujas de ácido hidrosulfúrico gaseoso, que hacen caer aturdidas las aves, si por casualidad se aproximan hasta respirarlo. Más al sur, en el paraje llamado Batán, hay tres fuentes de 40 a 43°, simplemente ferruginosas, de las cuales se aprovechan los tejedores de bayetas y frazadas para abatanarlas, macerándolas con los pies. Estas fuentes se sienten venir bajo de tierra por la falda de una colina, cuya circunstancia sugirió al propietario del suelo la idea de establecer una huerta sobre aquellas estufas naturales, prosperando allí las naranjas, las pinas y otras frutas de tierra caliente, rodeadas de la vegetación y paisaje de la región andina superior, pues la altura del Batán es 2.594 metros sobre el nivel del mar. Estos fenómenos están, a mi ver, enlazados con los del Salitre y Paipa, pues dependen, bajo cierto respecto topográfico, del ramal occidental de la cordillera que los domina y distribuye según las sinuosidades de su eje: un examen de los lugares, hecho por persona inteligente y experimentada en geología, no carecería de interés, y acaso de utilidad para algunos ramos de industria loca!. Camínanse tres leguas al sureste de Iza, pasando por el pequeño y triste pueblo de Cuítiva, y se llega a coronar una altura de 3.200 metros, desde la cual se dominan inmediatamente el llano Alarcón y el río del Hato a la derecha, y más de la mitad del lago de Tota al frente y a la izquierda, quedando también frontero a tres leguas, línea recta, el tormentoso páramo de Toquilla. Eran las 7 de la mañana de uno de los últimos días de julio cuando llegamos a este punto, admirando las sementeras de papas, maíz, trigo, cebada y arvejas, que cubren la falda occidental de la serranía, desde el pie a la cumbre: de pronto, y como si nos hubiéramos transportado instantáneamente a otras regiones, recibimos un baño de niebla y viento furioso, que nos dejó ateridos. El páramo encubría sus cimas entre un torbellino de nubes oscuras, que oscilaban y se revolvían con singular violencia, sin desprenderse de la tenebrosa cumbre, lanzando a ratos sobre el lago mangas de niebla y viento impetuoso: los termómetros marcaban 7° centígrados al abrigo del viento, y 5° a campo abierto; las manos entumecidas no podían desempeñar oficio alguno; las muías volvían grupa y rehusaban seguir adelante. Al cabo de largo rato y por un capricho frecuente en los páramos, el viento calmó, se despejó de nieblas el país, y un golpe del sol de los trópicos inundó de luz la magnífica cuenca

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del lago, sus penínsulas y las remotas playas de allende, cuyo espectáculo duró corto tiempo, tornando las nieblas a oscurecerlo todo. Aprovechando la bonanza bajamos una cuesta rápida, de mal piso, hasta llegar al nivel del lago, 2.983 metros sobre el mar, y desde que estuvimos respaldados por los cerros cesó de molestar el viento helado, reaparecieron las sementeras de trigo y papas, y comenzamos a encontrar las diseminadas chozas de los cultivadores. Como adelantaba el día, fue aclarándose el lago, hasta quedar visible su espléndida masa de agua, interrumpida por dos penínsulas y varias islas pequeñas, y batiendo las riberas con su oleaje, cual si pretendiera remedar al océano. Las costas se presentan, ora llanas, entrándose el llano como parte de su lecho, que sin duda fueron; ora escarpadas y peñascosas, terminando a pico sobre las ondas agitadas y azules que baten el muro; accidentes aprovechados por el camino para diversión del viajero que, de sorpresa en sorpresa, llega sin fatiga a Puebloviejo, habiendo andado cuatro leguas por las pintorescas riberas. Juan de Sanmartín fue el primer español que avistó el lago de Tota, en 1537, guiado por indios de Iza, anhelosos por desorientarlo del valle de Sugamuxi, adonde quería que lo llevaran. "Desta laguna refieren, dice Piedrahita, que a tiempos descubre un pez negro, con la cabeza a manera de buey mayor que una ballena. Quesada dice que en su tiempo lo afirmaban personas de gran crédito, y los indios decían que era el demonio; y por el año de seiscientos cincuentidós, estando yo en aquel sitio, me refirió haberlo visto doña Andrea de Vargas, señora de aquel país". Tan autorizada quedó esta patraña del demonio de aguadulce, que nadie se hallaba con valor para explorar el lago, del cual y de sus islas contaban lindezas peores que las de Piedrahita, hasta que recientemente llegó por allí un inglés, poco temeroso del diablo, y fabricando una balsa de juncos, abordó a una isla mayor, donde sostuvo una sangrienta batalla con . . . los tímidos venados que pacíficamente la poseían. A ejemplo del inglés entraron otros navegantes en balsas y canoas, ocuparon las islas y desencantaron el lago, que hoy no tiene otros peligros sino los causados por las borrascas del páramo de Toquilla, cuando agitan las tres leguas cuadradas de superficie que ofrecen las aguas a la acción de los ventarrones. Frente a Puebloviejo se ha extendido, por más de media legua de ancho, una llanura formada por los aluviones del río Tobal y tres grandes arroyos afluentes al lago y a expensas de éste, que en otro tiempo debió subir 25 metros más arriba de su actual nivel, como lo indican los lechos horizon-

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tales de guijarros y arenas, visibles en algunos derrubios de las próximas colinas. Al extremo sur tiene un desagüe natural, origen del Upía, susceptible de ser ahondado con poco trabajo, para dejar en seco mucha parte de las márgenes, de que podrían aprovecharse los estancieros ya situados en contorno. Proyectos descabellados se han tenido sobre esto, sin hacerse cargo de las nivelaciones necesarias, ni de lo inservible del fondo de la laguna, que debajo de los 80 metros de agua contiene por lo menos 8 de cieno, incapaz de adquirir consistencia en muchas decenas de años. Los desagües parciales, ahondando periódicamente el cauce del Upía, es lo único practicable y que promete buen éxito a los que busquen tierra para trabajar, no tesoros, que allí son tan ciertos como el diablo-ballena de Piedrahita. Puebloviejo figura como parroquia desde 1776, por esfuerzos de su primer cura Francisco Javier Arias, quien supo perpetuar su nombre con buenas obras, entre ellas una iglesia sólida y grande. Siguió estacionario este pueblo hasta 1840 en que fue cura un presbítero Peña, y lo mejoró bastante; de entonces para acá más bien ha decaído que prosperado por falta de un hombre de influjo y entendimiento que se consagre a la beneficencia pública; por falta de cura, en qna palabra, pues aquéllos están huérfanos de pastor propiamente dicho, que es el alma de nuestros distritos lejanos. Sucias las casas, enyerbadas las calles, toscos y mal vestidos los habitantes, y tan curiosos, que cuando llega un forastero se entran en grupo hasta su cuarto a examinarle la figura despacio y en silencio. Forma este lugar un contraste imponderable con Iza, cuya pulcritud no podíamos menos de recordar a cada rato; y si esto sucede respecto a lo material y apariencia del poblado, no es menor el atraso en punto a instrucción, que allí se desconoce y aun se tiene por calamidad, pues al que sabe leer y escribir lo abruman a cargas concejiles y lo arruinan a multas, como le estaba sucediendo a un honrado vecino que nos hospedó, el cual era alcalde, mayordomo de fábrica, elector y no recuerdo qué otra cosa, y lo traían saqueado con multas inconsideradas y renegando del sistema de gobierno, puesto que no lo conocía sino por los vejámenes y quebrantos que los superiores le proporcionaban. Esta es, con algunas variantes y pocas excepciones, la suerte de todos los alcaldes y jueces parroquiales, víctimas de la entonada ociosidad y amplios caprichos de esotros empleados inútiles y con sueldo, que llaman jefes políticos. Yendo de Puebloviejo para el de Tota se pasa el Desaguadero del lago, que, como antes dije, lo forma un canal natural

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proporcionado por el terremoto que de singular modo hendió el poderoso ramal de la cordillera en el Alto de las Cruces al sur del lago, no sólo facilitando la descarga de sus aguas sobrantes, sino llevándose para los Llanos las del río Olarte que le tributaba, como lo manifiesta su decidida inflexión hacia el norte. Salen por el Desaguadero 308 metros cúbicos de agua cada minuto ; cantidad que con ser respetable no iguala todavía la mitad de la que vierten a la cuenca dos ríos, once arroyos y quince leguas cuadradas de tierras adyacentes inclinadas a esta laguna sobre las cuales caen anualmente 60 pulgadas cúbicas de agua llovediza. Desde luego se colige que la descarga del Upía, combinada talvez con la de otros canales invisibles, sostiene sin desbordar el lago, que de otra suerte habría colmado una extensión de país muy considerable; y que la existencia del Desaguadero cuenta larga fecha lo demuestran los sepulcros antiguos encontrados en el pequeño valle ribereño del Olarte, con momias, loza y fragmentos de lienzo labrado, iguales a los que se descubren con frecuencia en los curiosos panteones de Gámeza. Tota dista de la orilla del lago una legua por línea recta, mediando cerros y colinas de páramos poco habitados. El pueblo es pequeño, pues entre casas y ranchos no llega a tener doscientos, arremolinados en desorden alrededor de una iglesia nueva. La mayor parte de los vecinos son indios todavía puros, humildes y olvidados de su antigua grandeza; porque Tota, según los cronistas de la conquista, era una ciudad tan populosa como su homónima del cantón Tunja, llamada después Toca, para distinguirla de aquélla, que es la última población chibcha por este lado hacia el sudeste, siguiéndose los teguas y otras parcialidades de hablas diversas, que dieron belicoso entretenimiento a Juan de Sanmartín cuando su expedición a los Llanos. Entre Tota y Pesca media el alto estribo divisorio de las hoyas de los ríos apeüidados de igual modo. Desde la cumbre, mirando al oriente, se ve una ancha faja reluciente, cual espejo que a manera de diadema ciñe la eminencia de unos cerros lejanos y nebulosos: es el lago de Tota que por última vez y bajo un aspecto fantástico se nos presentaba, teniendo detrás de sí, en guisa de solio, las negras y tumultuosas nubes del páramo de Toquilla, y coronando con sus aguas frígidas una región helada, triste y desapacible, como lo son todas las serranías desprendidas del semicírculo de páramos casi nevados que se extienden al sur, desde Cuspaquirá hasta las confusas crestas del Tibaná sobre un arco de catorce leguas. Traspuesto el alto se baja sin interrup-

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ción a Pesca, pueblo de indígenas y mestizos, con algunas familias de apariencia y colores europeos, compuesto, poco más o menos, de 300 casas mal distribuidas, de las cuales apenas 6 serán de teja, pero bellamente situado a las márgenes del claro río, y en el extremo de la planicie que se prolonga recta y a un nivel hasta Sogamoso. Tiene por cura este pueblo al doctor Parra, anciano benévolo y amable, en cuya compañía pasamos ratos agradables e instructivos de las cosas de antaño: vive solo, en una casa muy aseada y bajo su techo se halla con seguridad hospedaje franco y amistosísimo trato; es hombre de ideas caballerosas, patriota y sincero y de aquellos que no deberían envejecer nunca para estar siempre de servicio en la brecha de las reformas, de que tanto y en tan copioso número necesita nuestra infante república. Por este lado pasábamos ya la línea divisoria de Tunja y Tundama, marcada por el ramal de la cordillera en que tienen su asiento los páramos Las Cruces y Tibaná, sobre el magnífico divortio aquarum que caracteriza el territorio tunjano. Tundama es un territorio útil de 215 leguas cuadradas, contiene 43 pueblos cabeceras de distrito con 163.000 habitantes, de los cuales el mayor número es de blancos y bien conformados, y el resto de indios pacientes, vigorosos, en quienes la rutina parece hacer los oficios del alma, y la humildad ser el compendio de todas sus virtudes. La tierra fértil y apenas removida por un cultivo sin arte ni adelantamientos, devuelve con prodigalidad el grano que se le confía, y en la variedad de las temperaturas, que dentro de breve espacio recorren la escala termométrica de 0° a 24° del centígrado, afianza la riqueza y multiplicidad de sus productos, y establece la abundancia segura para todos sus moradores. Sus entrañas guardan ricas minas de carbón, hierro, plomo y azufre en toda la provincia; alumbre en los cantones Soatá y Cocuy; asfalto en Santa Rosa y Sogamoso; yeso en Sogamoso y Soatá; sal de Glauber en Sogamoso y Santa Rosa; alcohol (galena) y sal común en Cocuy, Soatá y talvez en Sogamoso; probablemente plata en Santa Rosa y Cocuy; oro, óxido de cromo, fosfato de hierro y cinabrio en Cocuy; cristal de roca (cuarzo y hialino puro) en el cerro de Tibe cerca de Santa Rosa; piedras de chispa casi por todas partes; y en una palabra, por dondequiera indicios de minerales preciosos que yacen escondidos bajo la serie visible de las capas que constituyen el terreno secundario, y aun algunas del de transición, manifiestas en las grandes quiebras y levantamientos lineales del suelo Peresrrinación—19

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Luego que nuestro régimen administrativo se reforme de manera que los gobernadores sean magistrados de origen popular, exclusivamente consagrados al cuidado y progreso de los intereses de su provincia, y no subalternos amovibles del poder ejecutivo, casi exclusivamente encargados de agenciar elecciones, la suerte de las provincias será muy otra de la que al presente soportan; y en particular Tundama gozará los beneficios de una transformación económica, para la cual reúne cuantas circunstancias y elementos pudieran apetecerse. Caminos le faltan hoy para llevar los frutos fuera de su territorio; pero le faltan, no porque la naturaleza se los haya negado de todo punto, sino porque los hombres no se han tomado el trabajo de buscarlos o de mejorarlos. Al norte de Santa Rosa va el camino que pasando por junto a los picachos piramidales de Ture sale a Charalá por Cincelada, trepando adrede las eminencias más peligrosas que pueden fácümente desecharse, y quedaría trazado un buen camino de herradura, por el cual Tundama podría enviar al Socorro sus frutos de tierra fría y sus ganados, y para sus importaciones aprovecharse del nuevo camino de esta provincia que la enlaza por el Sogamoso al Magdalena. El cantón Cocuy, ceñido al este por las asperezas de la sierra nevada, parece condenado a no tener comunicación con los Llanos de Casanare; pero una exploración de las abras del norte no sería infructuosa: la anhelada comunicación quedaría establecida talvez más pronto de lo que se piensa, y los frutos copiosos del cantón hallarían salida y mercados, sin los cuales abruman al agricultor con su propia riqueza y le arruinan por el abatimiento de los precios. Finalmente, para la importación de ganados casanareños, que engordados en los inmejorables potreros del cantón Sogamoso, formarían un ramo precioso de comercio interior, ha indicado la naturaleza la hoya del río Saza, cuyas cabeceras suben hasta la depresión de la cordillera en la cuchilla Cara de Perro, y cuyo curso termina en el río Mengua cerca del pueblo de este nombre; o bien las faldas por donde corren los riachuelos Boche y Chiniscúa de Socha en demanda de la misma cuchilla, desde la cual a Pisva el camino se halla trazado. Mas todo esto encalla en el ánimo inerte de los unos, en la ignorancia presuntuosa de los otros y en la humilde resignación de los restantes para vivir con el día, sin aspirar a mayor suma de goces, sin comprender la satisfacción de dar cima a las empresas que traen el pan, y el bienestar y la civilización a millares de nuestros conciudadanos.