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Siguiente estación... Sentía los ... entrego”. Podía sentir su mirada penetrante en cada movimiento que y o hacía, mientras buscaba con calma en los bolsillos.
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IMPERIO DEL TRONO: EL PRÍ NCIPE SECRETO

LAURA BERZINS

IMPERIO DEL TRONO: EL PRINCIPE SECRETO

Laura Berzins

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IMPERIO DEL TRONO: EL PRÍ NCIPE SECRETO

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Título: Imperio del Trono: El Príncipe Secreto © 201 6, Laura Berzins © De los tex tos: Laura Berzins Ilustración de portada: Rev isión de estilo: Rosa Martínez 1 a edición Todos los derechos reservados

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ÍNDICE

Capitulo 0: Un día normal Capitulo 1 : La Incógnita Capitulo 2: El Proy ecto Capitulo 3: 31 1 Capitulo 4: El Trance Capitulo 5: Capitulo 6: Capitulo 7 : Capitulo 8:

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CAPITULO O UN DÍA NORMAL

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O Siguiente estación... Sentía los ojos pesados y lentamente, poco a poco, se me iban cerrando. La muchedumbre que caminaba por los pasillos del v agón, era desesperante, similar al desespero de la gente en un aeropuerto en el último minuto en busca de la puerta de abordaje. El v aiv én del tren era como una cuna de bebes, te arrullaba con sus movimientos y sin darse cuenta uno se queda dormido. Últimamente comencé a tener sueños muy ex traños Todo era oscuro.

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Gente sin rostros que me miraban fijamente. Era un salón de fiestas y todo parecía indicar que era y o el inv itado estrella. Recuerdos de imágenes confusas que inv adían mi mente. Anillos de diamantes, trajes elegantes y banquetes de comida eran los objetos y las situaciones diversas de estos recuerdos sin sentido. Incluso podía asegurar que escuchaba voces. Sentía que alguien me llamaba, de acento fuer te A lgo retumbaba en mi cabeza. Quizás por eso he sufrido constantemente de migraña. El llamado continuaba pero esta v ez era más formal. Sólo podía detallar alguna que otra palabra. -Señor... Señor, su ticket, por fav or. Esta v oz se repetía constantemente. -Señor... Señor, su ticket, por fav or. Esta v ez la podía escuchar más claro, mientras que al mismo tiempo alguien me tocaba el hombro. De repente el tren se detuv o bruscamente. Abrí los ojos y observé que estábamos en medio de las v ías. La gente v olteaba para los lados en busca de alguna ex plicación. En cuestión de segundos un pitido llamó la atención de los pasajeros. Era el conductor del tren que anunciaba un retraso y nos pedía amablemente disculpas y paciencia. Me di cuenta que a mí lado derecho se encontraba una señora.

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Bueno señora era un adjetiv o fuerte, se trataba de una dama jov en de unos 30 -35 años. Llev aba un uniforme oscuro, pantalón de v estir y chaqueta de 3 botones. «Tenía una sonrisa linda. Seguro tiene unos cuantos admiradores detrás de ella». El tren comenzó nuevamente su marcha, los pasajeros se alegraron y la dama me seguía repitiendo la misma pregunta en tono de desesperación. Noté que en su mano derecha sostenía un aparato electrónico que escaneaba códigos de barra a través del celular. A pesar de mi cansancio, le sonreí amablemente pero no surgió efecto. Creo que el sentido del humor y la cordialidad no estaban presentes ya en ella; quizás por la larga espera. “¡Buenas tardes, señorita!. ¿Mi ticket? Claro enseguida se lo entrego”. Podía sentir su mirada penetrante en cada mov imiento que y o hacía, mientras buscaba con calma en los bolsillos del pantalón y de la chaqueta. “¡Ah!” ex clamé. “Seguramente lo guardé en la mochila” afirmé en un tono, que el cual le permitiera oírme mientras que ella, chequeaba a los pasajeros que se encontraban en el lado opuesto Seguía buscando, ocultando mi cara de preocupación por la falta del mismo. En ese instante anunciaron la llegada al andén. Disimuladamente me fui levantando del asiento

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en dirección a la puerta más cercana, en un intento probable de salir corriendo. Otra v ez se fue deteniendo el tren, pero e sta vez lentamente. Mi corazón latía con desesperación. Podía jurar que se me iba a salir del pecho. Las manos me sudaban y mi respiración era cada v ez más agitada y entrecortada. «¡Que se abran las puertas! ¡Demonios!. ¡Á branse!» mientras oprimía sin parar el botón. Me sentía como un criminal huy endo de la escena del crimen. El único sonido que calmó mis nerv ios, fue el de las puertas del tren que se abrían y el murmullo de la gente, que esperaban en el borde del andén. Mientras bajaba corriendo las escaleras, podía escuchar los gritos de la mujer pidiendo con desesperación que me detuviera. Un compañero suyo se unió a la persecución en marcha. Corrí sin detenerme y sin mirar atrás por un pasillo largo que daba a la calle principal. Mi aliento era cada vez más frío y sentía que un cuchillo me cortaba la garganta. La falta de ox ígeno era mi mayor preocupación. Sólo podía pensar en que no tenía sentido huir. «¡Qué vergüenza la mía! ¿Porque no admitir desde un principio que no tenía dinero. ¿Por qué no ir directo al grano y explicar el problema como un adulto que soy?>>

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-Claro, porque eso seguramente impedirá que me coloquen una multa, dije irónicamente. « Cuál fugitivo me siento. Que delito tan grave y que error tan estúpido estoy cometiendo». Seguía corriendo sin parar y la gente a mí alrededor – seguramente – se estará preguntando entre sí, lo que podría haber pasado. Lo único que necesitaba en este momento era buscar una v ía de escape, un sitio donde esconderme. Los callejones fue el lugar perfecto que se me o currió; sería la forma más rápida y segura. Mientras más me adentraba, podía escuchar claramente la distorsión que se producía entre el sonido de los autos pasar y el eco de las v oces; esto me hacía sentir que y a estaba a salvo.. Me detuv e entre dos callejones oscuros que hacían esquina entre dos edificios. El sol se iba escondiendo detrás de ellos y el aullido de los perros an unciaba la llegada de la noche. Detrás de mi había un basurero. El hedor que provenía del interior era tan asqueroso y repugnante qu e me dieron ganas de v omitar. «Ni que fuera un cadáver descompuesto» y me tapé la nariz y la boca con el cuello de la camisa. Esperé un par de minutos y ningún alma se apareció por la calle, ni siquiera por los alrededores. Me asomé en una de las esquinas paralelas y todo estaba solitario, entonces

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presumí que era hora de regresar a casa, pero el camino se me fue haciendo largo y la sensación de culpa era en lo único en que pensaba. Me sentía como un zombie al caminar. Todo se movía en cámara lenta y las personas que me encontraba esporádicamente al cruzar; eran para mí, como seres ex traños que provenían de otro planeta. Finalmente logré v er una calle que me resultaba familiar. Como unos cuarenta minutos me habrá tomado llegar; creo que mucho más rápido sería, si hubiera v iajado en el transporte público. Me percaté que en lo más alto de los árboles, resplandecían las flores de colores, éstos y el v erdor de la grama, daban a entender que la primavera había llegado. No obstante, lo más importante es que yo ya había llegado a casa. Saqué las llav es del bolsillo izquierdo del pantalón y comencé a subir escalón por escalón hasta el tercer piso del edificio. La zona no solía ser muy segura, ya que por razones económicas me tuv e que mudar a este sector del lado opuesto de la ciudad. Abrí la puerta de mi apartamento y arrojé el morral al sillón. En el pasillo, me fui quitando los zapatos, mientras caminaba hacia la cocina y me dirigí hacia la cocina en busca de algo de comer.

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En la nev era sólo pude encontrar restos de pasta del día anterior y un par de botellas de cerveza. Metí el tupperware en el microondas y me fui bebiendo una cerv eza bien fría en la durante la espera. Encendí la telev isión [pip pip pip], saqué el recipiente de comida, me senté en el sofá y me la dev oré en cinco bocados. Sólo daban noticias de lo que sucedía en países que no eran de mi interés personal. Me llamó la atención un país que no había oído nombrar o que por lo menos no sabía que ex istía. Al parecer estaban pasando hambre y el pueblo pedía la atención de los medios internacionales e inter vención de los países cercanos. A pesar de ser una monarquía, el Rey gobernaba en contra de los ciudadanos. Todo era un caos. Se podía ver en los ojos de los habitantes la desesperación y el dolor en el alma. “Pobre gente. ¿Cómo alguien puede ser tan despiadado y sin corazón?” me pregunté. “¡Si y o fuera el Rey !” exclamé con entusiasmo. “Jajaja no tendría ni idea de lo que haría.” ¿Deportes? Nada, todos son juegos repetidos. Noticias, nov elas, más noticias, programas de entretenimiento y más nov elas. Últimamente no hay nada en la televisión.

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La programación y a no es variada como la de hace un par de años. Suspiré y me recliné hacia atrás en el sofá. Cambiaba de ca nal d e adelante hacia atrás y v iceversa. V olví a suspirar.

Me dio sed y busqué otra cerveza. V i que sólo quedaban dos. -¡Maldición!, ex clamé y cerré de un portazo la puerta de la nev era. De repente oí el llanto desgarrador de una mujer. Me día la v uelta lentamente dando la espalda a la nev era y clavé la mirada fija en el techo. Era de nuev o la v ecina del piso de arriba, que hacía un mes se le murió el marido de un infarto al corazón. -Pobre señora, dije en un tono de consolación. A lmas puras que se v an de este mundo. Nunca tuv e problemas con ellos. Er an buenos v ecinos. Cuando me mudé hace poco más de cinco años se ofrecieron para ay udarme con los muebles. Recuerdo que cuando llegué a este lugar, lo primero que pensé fue: “Que desastre. En que cueva de lobo me metí”. Aún puedo saborear el pastel de manzanas que me regaló la v ecina para mi cumpleaños. Ojalá hubiera algo que pudiera hacer por ella. V arias v eces me la he encontrado en las escaleras o en el mercadito de la esquina, y no he logrado encontrar la

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forma de darle siquiera mi sentido pésame o pala bras consoladoras. Al final todo es, bueno todo fue inútil, en v ano; como el ascensor, que lleva años averiado. A lo mejor me pasa por no ser bueno con la gente, por no saber comunicarme ni ex presar mis emociones y sentimientos. A todas estas, entiendo el “por qué” me llaman “Freezer”, el Corazón de hielo. Los sollozos cesaron. “Seguramente se quedó dormida” me dije y quité la mirada del techo. Me senté nuevamente y seguía con mi faena de buscar algo entretenido que mirar. Sólo encontré un programa interesante de historia sobre los antepasados y de cómo adquirimos rostros y rasgos más finos que otros. Me quedé sentado y sin mov erme por el resto del programa, y entre pausas comerciales bebía un trago. Al poco rato, el sonido del locutor hablando se escuchaba cada v ez más confuso. La narración era pesada y ya no lograba concentrarme en la ciencia del programa. A todas estas, y a no sabía si seguía despierto o estaba dormido. Y las pocas fuerzas que tenía para lev antarme e ir al cuarto eran may ores, sin darme cu enta me quedé dormido, profundamente dormido.

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