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SÁBADO
Emiliano lasalvia
EXPERIENCIAs Loreley Gaffoglio
La emoción y la adrenalina del wakeboard, desde el templo de los riders Dispuesta a retomar desafíos que alguna vez enfrentó con este deporte acuático, una cronista se anima a probarse a sí misma en un innovador wake park de Benavídez
H
ay oportunidades que llegan con mal timing en la vida, pero que, cuando surgen, se asumen como desafíos, como revanchas con final incierto. En mi caso, confío en la memoria del cuerpo; en el recuerdo de un vocabulario psicomotor inherente a mi propia historia, a mis horas de río. Algo me advierte, sin embargo, que lo que estoy a punto de ensayar es un desquite extemporáneo para un deporte, el wakeboard, del que tiempo atrás fui una “alienada” impenitente. Basta confesar algunas transgresiones pretéritas (impensables hoy), aguijoneada por borbotones de adrenalina fuera de control. Ese cóctel químico que promueve la velocidad de un deporte nuevo que uno intenta dominar a fuerza de endorfinas y afán de superación. Hubo un tiempo en que con tal de sentir ese vértigo era capaz de calzarme la tabla al alba, horas antes de una cita laboral en el otro extremo de
la ciudad. Wakeboardeaba en invierno, con cielos cerrados color peltre y temperaturas bajo cero. Antológicas eran mis incursiones en noches estivales, bajo el manto refulgente de una luna llena arropando al río. Entonces, pocas mujeres se subían a una tabla.
Un concepto innovador El Buenos Aires Riding Complex (BARC) es uno de los 12 cable parks instalados en el país, sobre una cantera de ocho hectáreas verdes, en Benavídez. Cuenta con dos líneas autónomas de cable esquí
ideas y personas Julieta Sopeña
La fiebre por Testino invade Buenos Aires
¿Q
uién no ha escuchado por ahí que la fotografía ha sido profanada en los últimos años? Si las compañías de celulares batallan por la cantidad de megapixeles en sus cámaras de fotos, cientos de aplicaciones ofrecen la posibilidad de filtros al alcance del hombre común y Ellen DeGeneres marca un hito en la historia de Twitter con una foto selfie. Por otro lado hay quien argumenta que las nuevas tecnologías no son ni buenas ni malas, y que, en todo caso, hasta renuevan los votos de un arte hoy reconocido como tal. Como sea, nunca más excitante el contexto para recibir la primera muestra de Mario Testino. Hoy, cuando todos somos fotógrafos, nadie lo es. Y Testino nos lo dice en la cara. Conocí al señor Testino el miércoles último por la tarde, en un cóctel de bienvenida en la embajada británica. Escoltado por Iván de Pineda y Facundo Garayalde (sus amigos íntimos), de impecable traje mostró su sentido del humor y mirada lúcida. Luego de unas pala-
bras del embajador, John Freeman, saludó atentamente al grupo de influencers que allí se daba cita: de Marcela Naón (una de las pioneras locales en el asesoramiento estratégico de marcas) al artista Grillo Demo o Fabián Perechodnik, director de Poliarquía. Anteayer al mediodía, en la Casa de la Cultura, Mauricio Macri le entregó la distinción de personalidad destacada del arte de la ciudad de Buenos Aires. Y otra vez demostró una soltura que fascina: mientras posaba para la foto oficial, sacó una pequeña cámara (que parece que lleva siempre consigo) y tomó, él mismo, la foto de la foto: periodistas y fotógrafos, en pleno ejercicio y sin quererlo, terminaron siendo objeto de su refinada lente. Si hasta acá la fiebre Testino podía presentirse, por la noche sumó aún más temperatura: el Malba lo recibió junto a varias personalidades en el pre-opening de la muestra In Your Face auspiciado por Citi. Un gran evento por varios motivos. En primer lugar, por la obra en sí. Las 122 fotografías que allí se exponen
Los manillares arrastraban esquiadores y se imponían el mono y el slalom. A mí, me acicateaba un mentor, un lobo del agua, amante de los deportes extremos, con el que vulnerábamos el sosiego de cuanto riacho descubríamos en nuestras audaces exploraciones del Delta. Es verdad que el desenfreno y la intrepidez se serenan con los años. Que los estímulos cambian y que un deporte más o menos joven como el wakeboard, también. Pero hoy busco reeditar sensaciones. Activar la memoria del cuerpo. Con ese espíritu, entonces, llegué al nuevo “templo” de los riders, allí donde se cuece un nuevo paradigma para el deporte: más ecológico y seguro, más grupal y accesible por costos y logística: el Buenos Aires Riding Complex (BARC), auspiciado por una marca que sintoniza con los deportes extremos, Miller Lite, es uno de los 12 wake o cable parks instalados en el país, que emularon el ejemplo ale-
quitan el aliento. Impactan con colores estridentes y provocativos contrastes: recorren el realismo y el surrealismo, la publicidad y la imagen autobiográfica, la elegancia y la irreverencia. En segundo lugar se debió al montaje en sí. El Malba dejó de ser ese museo moderno de líneas rectas y luz blanca para replicar las paredes de un palacio, con molduras de estilo francés y paredes de color azul intenso. En tercero, a la reunión misma, que encontró a la academia de María Kodama con la psicodelia de Marta Minujín y la belleza incondicional de la supermodelo brasileña Izabel Goulart. Pero, por sobre todas las cosas, se debió a algo que no ocurre muy a menudo con personalidades de semejante talla: a que el artista estuvo presente. Recordaba una muestra en el MoMA de Nueva York, hace cuatro años, de la serbia Marina Abramovic, en la que el epicentro de la misma era ella, sentada en una mesa durante todo el día, lista para ser observada. En el caso de Testino, además, uno podía conversar con él, conocerlo. Como un rock star, todos (sin excepción) querían apretarle la mano, cuando no sacarse una foto desde sus celulares. Y Mario respondía, a cada arrebato, con una eterna sonrisa. La fiebre continuó en casa de Eduardo Costantini, con una comida para homenajearlo, en la que no faltaron la mecenas Erica Roberts, Valeria Mazza, Charly Alberti y Nacha Guevara. Y anoche proseguía con otra fiesta íntima, en la casa de la artista plástica Cinthia Cohen. Para el público general, la fiebre por Testino apenas comienza.ß
de un motor con línea de eje. Justamente, porque esa ola grande ya no está, una vez parada en la tabla, no sabré qué hacer. Pero Cutún, el master, me guía y me corrige la técnica. Sin mayores dificultades, recorro una y otra vez el trayecto, ensayo curvas pronunciadas, y esquivo los tres obstáculos que vuelven a aparecer con insistencia. Dos de ellos son rampas en curvatura de 1,30 metros de alto, 2 de ancho y 4 de largo. ¡Elemental Watson! Hay que encarar la rampa de polietileno de alta densidad. No soy Kafka, pero me siento un escarabajo a punto de seducir a un elefante (libre interpretación). Tengo otras mil excusas y valederas: mi rótula izquierda maltrecha; la reciente fractura de mi pie; el compromiso en la madurez con el riesgo cero; la fatiga articular de un cuerpo que pide tregua. Sigo en la tabla a 30 km/h. Cutún con un joystick controla la velocidad del cable y me regala más tips. En la pista de al lado Johann dispara tantrums y backrolls. Lo sigue Alfredo Materi, un snowboarder profesional, que tira primero un frontflip y luego gira en el aire 360°. ¡Basta de excusas: llevo casco! En el río saltaba la ola a más velocidad. Con arrojo, encaro la rampa y… ¡zas!...me estrello al caer. ¿La verdad? Nada cruento ni dramático. En el río los golpes son peores. Vuelvo a intentar. Corrijo la dirección para cortar de través la rampa y esta vez sí: vuelo por el aire y amortiguo con flexión de rodillas mi aterrizaje sobre el agua.
¡Lo logré! Aunque es un salto bien amateur y lo sé. Lo practico un par de veces más hasta que en un último intento sale algo más o menos razonable para mi nivel. Cae la tarde en Benavídez. El lago es un espejo de quietud. Parecido a Eldorado con los primeros rayos de sol, pero distinto. Los riders en la otra pista viven un festín adrenalínico que yo, todavía, no logro sentir. Mi cuerpo recuerda, pero por más que se empeñe no puede reencontrarse con esa sensación amplificada y visceral de los 20 años. Le doy otra chance y pruebo con el flat box, un obstáculo de 18 metros de largo para deslizarse encima con la tabla y girar. Lo encaro. Me subo, pero me quedo corta. Me falta técnica para completar el obstáculo. Intento un par de veces más con resultado dispar. No siento frustración, aunque la oscuridad acecha: tiempo de salir del agua. Con mayor o menor destreza, es verdad que el cuerpo recuerda. Lo que no puede hacer es volver a sentir aquello que lo estremeció: reeditar la adrenalina y el torrente de endorfinas de los 20 años. Creo que el BARC es una buena invitación para todos aquellos, sin límites de edad, que todavía no han experimentado lo que es deslizarse arriba de una tabla. Que el cuerpo conozca esa impronta y adquiera esa memoria es una buena experiencia. Porque, independientemente de cuál sea la aptitud, todo queda grabado en el cuerpo.ß
Gastronomía
Homebrewers: la mística y la pasión de elaborar cerveza en casa El número de personas que producen su propia cerveza crece en forma sostenida, en parte como hobby, pero también como respuesta a una mayor demanda de productos diferentes Sebastián A. Ríos LA NACION
“Hacer cerveza no es más difícil que hacer una torta: tenés que seguir la receta y poner un poco de imaginación para poder ir resolviendo lo que vaya sucediendo durante el proceso de elaboración. Es más, hay tortas mucho más complicadas”, asegura Martín Montenegro, administrador de sistemas de 36 años y, desde hace cinco, homebrewer. Cada quince días, produce en su casa unos 40 a 50 litros de cerveza por cocción, todo para consumo personal. Como resultado del boom de la cerveza artesanal en la Argentina –pero también de otros factores, como el refinamiento en el consumo de bebidas, la búsqueda de una alimentación más natural o incluso las escasez de cervezas importadas–, cada vez son más los que se animan a producir su propia cerveza en el hogar. Algunos toman cursos, otros
aprenden de Internet, y así convierten la cocina o alguna habitación de la casa en una pequeña cervecería. Están los que, como Montenegro, fabrican su propia cerveza para compartir con amigos –el próximo San Patricio será una buena ocasión–, pero también quienes con el tiempo convierten ese hobby en una nueva fuente de ingresos. “Muchas de las microcervecerías que existen hoy en la Argentina comenzaron con una persona haciendo cerveza en su casa”, cuenta Martín Boan, sommelier de cervezas y director del Centro de Cata de Cerveza, que destaca el enorme crecimiento del homebrewing: “Todos los años se hace un concurso para elegir la mejor cerveza hecha en casa, y en cada nuevo encuentro vemos un 30 o un 40% de caras nuevas. En el último concurso, que se hizo el año pasado en Tandil, hubo casi 300 homebrewers”. Lo que los une es mucha pasión y
mán. Adaptado sobre una cantera de ocho hectáreas verdes en Benavídez, cerca de otro parque similar, el Bairex está provisto de dos líneas autónomas de cable esquí, de propulsión eléctrica. Por medio de torres a seis metros de altura, los cables recorren un trayecto de 230 metros con diferentes tipos de obstáculos y rampas sobre el lago. El entorno es agreste, con vacas y caballos que pastorean a lo lejos, patos que chapotean en el lago, decks para comer y tomar sol y una olla para skaters. Los adeptos más radicales a los deportes de tablas (snowboarders, wakeskaters, kitesurfers y skaters), pero también los recién iniciados, se entrenan allí bajo la supervisión profesional de los mentores del predio: los hermanos Cutún y Juan Martín, ex campeones sudamericanos, junto al emprendedor y free rider Johann Sagemuller. La explosión ubicua del deporte ha hecho que niños a partir de los cinco años ensayen por turnos individuales sus primeras figuras en el agua. Los padres tienen la tranquilidad de la ausencia de embarcaciones, esquiadores y oleaje en la pista. Los pro practican a velocidades constantes (de 28 a 33 km/h), en sesiones de 20 minutos, y completan el entrenamiento en el río. Mis anfitriones en el BARC vuelan en el agua. Despliegan acrobacias aéreas y mortales invertidas a partir de kickers (rampas) y otros obstáculos como pipes, inclines y flat boxes, que en mis años de río –a excepción de saltos altos y prolijos– jamás me propuse hacer. Mi desafío entonces aquí será intentar avanzar un peldaño más. De entrada, la propulsión elevada del cable a seis metros de altura me resulta extraña. Pero sin dudas es más fácil y amigable que la ola
en algún lugar del mundo Hernán Iglesias Illa
Con los malls agoniza una forma de consumo
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l año último cerró Crestwood Plaza, en las afueras de Saint Louis, Missouri, uno de los centros comerciales más viejos y tradicionales de Estados Unidos. Había sido inaugurado en 1957, en el auge de la expansión suburbana, y expandido varias veces. A principios de los 90 empezó a decaer, perdió algunos de sus locales emblemáticos, como Macy’s y Sears, hasta que fue clausurado completamente en julio. El fotógrafo Dan Wampler recorrió hace poco sus pasillos vacíos y sus patios de comidas abandonados, y los retrató en una serie inquietante, como a escombros del pasado reciente, ecos de una civilización que ya no existe. Y de alguna manera ha dejado de existir: más del 10% de los malls estadounidense cerrarán en los próximos años, según un estudio, y muchos ya tienen entre un tercio y la mitad de sus locales vacíos. El shopping, cuya primera generación reflejó la expansión de la clase media después de la Segunda Guerra Mundial y cuya segunda generación, a partir de los 80, mos-
tró el crecimiento de la cultura del entretenimiento, está empezando a desaparecer. Al menos en Estados Unidos. El regreso de la gente a las ciudades, que ha devuelto el placer y la comodidad de caminar y comprar por calles abiertas y cercanas, y el crecimiento explosivo de las ventas por Internet, que han reducido la necesidad de subirse al auto y arrastrarse hasta el mall, han cambiado un panorama que hace no mucho parecía eterno, al mismo tiempo una coronación y una maldición del capitalismo consumista. Hace veinte años había películas norteamericanas con personajes de mi edad que se pasaban tardes enteras en los shoppings limpios y sobreiluminados de sus pueblos. Como hacía yo, quizá no tanto como ellos, en Soleil o Unicenter, los centros comerciales más cerca de mi casa, cuando no había nada mejor que hacer: en el shopping uno podía pasar horas sin hacer shopping, comiendo una hamburguesa en un piso, viendo una película en otro, mirando pasar las chicas con las que sospechosamente nos en-
contrábamos a menudo. Para nosotros, que habíamos pasado nuestra infancia entre crisis inflacionarias y una parálisis de construcción, los shoppings eran casi los únicos edificios nuevos, limpios y atractivos a nuestro alrededor. Como también lo eran las estaciones de servicio, en las que, insólitamente, decidimos pasar buena parte de nuestros fines de semana adolescentes aprendiendo a fumar y a tomar cerveza. Pero esos lugares no eran buenos para nosotros. Eran, nos decían los intelectuales progresistas, usando la jerga popular de la época, no lugares, sin historia ni relación con la comunidad, paraísos de consumo vacío, el reflejo del despiste neoliberal de la Argentina. Siempre me pareció una crítica injusta o exagerada. En los últimos años, intelectuales parecidos han protestado porque en las ciudades ya no hay lugares donde, dicen, conviven las clases sociales. Advertían sobre una creciente centrifugación del espacio público: los ricos por un lado, los pobres del otro. Y a mí me sorprendía que no vieran a los shoppings, esos mansos monstruos de vidrio e imitación-mármol, que, salvo unas pocas excepciones, son exactamente eso: un lugar donde se rozan hombro con hombro gente de todas las clases. Si los shoppings argentinos entran en decadencia, como Crestwood Plaza, habrá motivos para llorarlos, en parte porque son parte de la vida de un par de generaciones. Alguien les sacará fotos melancólicas y cubrirá con una capa de nostalgia, o un filtro de Instagram, sus defectos del pasado.ß
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| Sábado 15 de marzo de 2014
| Sábado 15 de marzo de 2014
cierta mística, afirma Boan. “Es hacer un producto y dárselo a probar a tus amigos, y ¡uy, mirá, vos hacés cerveza!, y todos los amigos te aplauden, independientemente de qué tan rica sea. Porque siempre tus amigos y tus familiares te van a aplaudir.” “Es la satisfacción de probar una cerveza hecha por uno mismo, saber que está muy buen, y que cuando se la das a probar a tus amigos te digan qué buena que está”, confirma Manuel Tagle, de 27 años, que junto con amigos de la infancia produce cerveza bajo el nombre Bierhaus; la mayor parte de la producción la destina al consumo personal, aunque algunos litros vende a amigos para costear la elaboración. En busca de un estilo Detrás de la búsqueda de la propia cerveza es fácil encontrar cierto disgusto ante aquellas opciones que ofrece hoy la cerveza industrial. “Hay mucha gente que no consigue o no quiere el estilo o la particularidad que ofrece el mercado, entonces dice: yo me hago mi propia cerveza, con mi propio estilo y con los sabores que me gustan”, afirma Martín Boan. “Yo empecé haciendo cerveza para mí porque, hace unos años, en la época en la que se abrió la importación, descubrí que había otro producto diferente al que consumía acá, ¡y que era rico!”, cuenta Lucas Ginaca, de 40 años, que produce la cerveza artesanal Sentidos, que se vende en su propio local o en las ferias de Sabe La Tierra. Su caso es similar al de Guillermo Paoletta, de 33 años, que actualmente produce y vende su cerveza Niño Hereje: “Había escuchado rumores de que la elaboracion era posible a nivel casero y siempre me tentó el tema, pero el hecho de que las cervezas en góndola cubrían cada vez menos mis expectativas hizo que me decidiera a investigar”. Un factor no menor detrás del crecimiento de los homebrewers es que hacer cerveza no demanda mucho más conocimiento que, como dice Martín Montenegro, el necesario para hacer una torta... Un conocimiento al alcance de cualquiera, ya sea en Internet –un lugar especialmente recomendado es www.somoscerveceros.com.ar– o en la experiencia y en las ganas de compartirla de los cada vez más númerosos homebrewers. “Años atrás, cuando jugaba al rugby, un amigo que fabricaba cerveza nos enseñó a todo el equipo a hacer cerveza para el tercer tiempo”, recuerda Martín Stachuk, de 37 años, que esta semana comenzó un curso para profundizar su conocimiento, un conocimiento transmitido de boca en boca que le permitió hacer cerveza para él, su familia y sus amigos. “Una noche en un asado, charlando con un amigo, salió el che, estaría
bueno hacer birra. Leímos un poco en Internet y terminamos haciendo nuestro primer batch [lote] de cerveza”, recuerda Marcelo Pereyra Iraola, de 27 años, y otro de los socios fundadores de Bierhaus. Martín Montenegro, por su parte, recuerda haber empezado con un apunte que le prestó un amigo (“creo que lo bajó de Taringa”, dice). “Es apasionante el tema, uno se va metiendo cada vez más y le va gustando cada vez más”, agrega Manuel Tagle, que, junto con sus socios de Bierhaus, se encuentra actualmente haciendo un curso para perfeccionarse en el Centro de Cata de Cerveza, uno de los lugares donde se dictan cursos en Buenos Aires. “Desde hace unos años, aquel que quiere empezar tiene 5 o 6 lugares donde hacer un taller por un día, en el que ve una elaboración completa de cerveza, y se va con una noción y por ahí ya se pone a experimentar en la casa –cuenta Boan–. Existen después talleres avanzados, cursos desde 4 meses a un año en los que puede lograr un nivel de conocimiento como el de un cervecero profesional.” No son pocos los que, habiendo aprendido los secretos de la elaboración, deciden dar el salto y comenzar a vender sus cervezas. Cambio de escala Lucas Ginaca comenzó, como muchos, haciendo cerveza en ollas de 20 litros, y hoy produce unos 1000 litros mensuales. “Yo me dedicaba a la gráfica –marquesinas, vía pública, gráfica vehicular–, pero en un momento pensé que la cerveza podría ser una alternativa”, cuenta Lucas, que entonces decidió instalar su primer equipo en la que hasta entonces era la sala de juegos de sus hijos. Hoy, con local propio, lleva ya casi un año dedicado exclusivamente a la elaboración artesanal de cerveza. Proyectos como el de Lucas se sustentan en la creciente demanda de cervezas artesanales, con distintos estilos. “Cada vez más bares venden cervezas artesanales”, dice Guillermo Paoletta, que destaca que “los consumidores aprecian cada vez más los productos libres de conservantes, adjuntos u otros químicos y se vuelcan a optar por cervezas genuinas sin pasteurizar y de microcervecerías o artesanales.” “Hay un cambio en la cultura del consumo de cerveza: hoy los mejores bares de Buenos Aires llaman a los productores buscando productos diferentes, porque el consumidor lo demanda, cuando hace cinco años rechazaban a todos los que iban ofrecer una cerveza diferente –sostiene Martín Boan–. Esto en parte se da porque hay homebrewers que han alcanzado un nivel muy superior a la media de la industria, a tal punto que tenemos casos de algunos que están certificados como jurados internacionales, pero que sólo hacen cerveza para sus amigos.”ß
Martín Montenegro, homebrewer
eduardo carrera/afv
Un fin de semana para venerar a San Patricio Para muchos San Patricio es sinónimo de cerveza. Sin embargo, los festejos que se esperan para este fin de semana en la ciudad de Buenos Aires, en la que la festividad que se celebra los 17 de marzo llegará antes, buscan destacar otros aspectos de la cultura de Irlanda y, también, otras bebidas no menos irlandesas que la cerveza. Es el caso de Viví Dublín en Palermo, un festival gratuito de música y arte callejero con el que la marca de whiskey irlandés Jameson anticipa la tradicional celebración del patrono de Irlanda, que se realizará hoy, a partir de las 18.30 y hasta las 21.30 en plaza Armenia (esquina Costa Rica y Armenia). Allí habrá un recital en el que tocarán las bandas Underdog, Mompox y Les Mentettes, al tiempo que se realizarán performances de street art y DJ sets. “Buscamos una propuesta diferente para festejar San Patricio, que pretende que los que se acerquen puedan disfrutan del espíritu festivo que se vive en Dublín en esta fecha, en la que las calles se llenan de músicos y artistas que hacen sus performances en vivo”, comentó Agustina Spini, brand manager de Jameson, que advirtió que, en caso de lluvia, los festejos se pasan para mañana. Puertas adentro, después de las
23, los festejos de Jameson abarcarán a un circuito de bares de Palermo –Carnal (Niceto Vega 5511), Unico (Honduras 5604), Sullivan’s (El Salvador 4919) y Temple Bar Palermo (Costa Rica 4677)–, con precios especiales y obsequios. Domingo en Retiro Los tradicionales festejos de San Patricio que desde 2009 se realizan en Retiro, en torno a la plaza San Martín, también se adelantarán este año. Mañana, desde las 12, la celebración comenzará con stands de gastronomía y artesanías irlandesas; más tarde, a las 14.30, en la barranca de la plaza se realizará una representación histórica de la batalla de Martín García. “Fue gracias al liderazgo de Guillermo Brown, marino irlandés, que se logró la victoria en esa batalla, que sería decisiva para la gesta independentista. Este año se cumplen 200 años de ese enfrentamiento”, comentó Jorge Mackey, presidente de la Asociación Argentino Irlandesa de Capital Federal, que organiza la celebración. A partir de las 15.30 comenzará el show musical, del que participarán bandas como El Harpa Errante, IrishFeet y Emerald Dande, y a las 18 comenzará el tradicional desfile que parte desde Arroyo y Suipacha y finaliza en la plaza San Martín.ß
Estudios culturales
La otra grieta: cuando la intolerancia es gastronómica Veganos y carnívoros tienen motivos para a menudo sentirse agredidos por las opiniones de unos y otros Viene de tapa
“Como muchos otros, soy partidaria del lema «de la nariz a la cola», de aprovechar todo el animal. Eso es parte de respetarlo –agregó Lepes–. La foto es anecdótica, a veces serán unos higos al horno, esta vez fue la producción de una morcilla. No buscaba provocar polémica ni mucho menos. Para mí, la polémica pasa por otro lado. Hay mucha hipocresía dando vueltas, hay cosas realmente controversiales. Lo grave es no saber qué comemos, de dónde viene. La verdadera discusión está en las legislaciones de etiquetado de los alimentos, no en una foto de un chancho. Hoy comemos un salame y no pensamos en todo lo que pasó detrás de ese salame, no queremos saberlo. Y es al revés: para elegir, debemos ser conscientes. Saber el origen.” Para la cocinera, “en la Argentina se come mucha carne, pero desconocemos de qué raza, edad y peso es la vaca. Si es de pastoreo o de feedlot. De todas formas, no me preocupa: las redes sociales son así, se van pasando la bola de uno al otro, la mayor parte de los que comentan no me seguían. Se metieron para insultar. Si te molesta, no mires la foto. Si te da impresión, no entres a mi página”. “Insultarla no sólo no sirve, sino
que empeora las cosas. Desde UVA trabajamos para un cambio de conciencia, que va mucho más allá de una foto”, dice Martí. Y recuerda que el lema de UVA es ayudar a construir un mundo más sano, menos violento y más respetuoso. Más allá de las diferencias, las palabras de Narda se enmarcan en una de las ideas centrales que exponen las organizaciones veganas mundiales. Fue Paul McCartney quien dijo: si los mataderos tuvieran paredes de cristal, todo el mundo sería vegetariano. O, como les sucedió a los niños de la ácida serie Southpark, que se horrorizan al enterarse de que la palabra ternera significa “vaquita bebe”. “En su mayoría, los jóvenes comienzan a ser vegetarianos por respeto y amor hacia los animales. Con la edad, muchos lo hacen por salud. Y en el futuro se hará por conciencia ecológica, ya que según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la ganadería es el principal responsable mundial del efecto invernadero”, asegura Manuel Martí. El ida y vuelta de la agresión A lo largo de 2013, UVA juntó 5000 firmas a través del sitio Change.org, para exigir al Inadi que reconozca la vegefobia como un tipo
La foto que desató la polémica en las redes sociales de discriminación. Los relatos de los firmantes son estremecedores: desde chicos que sufren bullying por no querer comer carne en el comedor escolar hasta los hospitales carecen de menús alternativos y obligan a sus pacientes a alimen-
tarse a base de animales. “El vegetarianismo está creciendo en todo el mundo a gran escala, incluso en la Argentina. Es una situación que no tiene vuelta atrás. Pero cuantos más veganos y vegetarianos hay, también son mayores las reaccio-
nes en contra. Los vegetarianos no encuentran el mundo preparado para abastecer sus crecientes necesidades. Los medios suelen ridiculizar este modo de vivir, muchos nutricionistas carecen de información y se manejan con prejuicios e incluso hay mucho racismo en las propias familias”, dice Martí. Martín Hallin tiene 35 años y es sueco. Es vegetariano desde hace 20 años, vegano desde hace 10, y desde hace cinco años es fundador y chef ejecutivo del restaurante Vita, en el centro porteño. “Cuando llegué a la Argentina, casi no había lugares para vegetarianos. Hoy, por suerte, las opciones crecieron. Pero el camino para acrecentar el cambio jamás será la intolerancia: insultar no sirve para nada. Apenas el 10% de mis clientes son veganos, con suerte el 25% son vegetarianos. La mayor parte es gente que come de todo, pero que elige al mediodía un menú que luego le permite volver al trabajo sin sentirse pesado o con sueño”, dice. “Comer es compartir”, suma Cinthia Torino. Ella tiene 38 años, trabaja de niñera y tiene a su vez un microemprendimiento de viandas veganas a domicilio bajo el nombre Sana Cerda. “Soy vegetariana desde hace unos diez años y desde hace dos intento ser vegana. Pero es muy difí-
cil de lograrlo, es una decisión que te deja afuera de muchísimas cosas. Salir a comer con amigos se convierte en algo imposible, salvo que vayas a lugares especializados. Muchas veces me sentí excluida, también agredida. Pero estas agresiones suelen venir del desconocimiento, de la ignorancia, por eso les resto importancia. En Sana Cerda, mi socia come carne, y está todo bien. Muchos de los que nos compran no son veganos, pero nos eligen porque es rico, y porque ya desde el nombre dejamos en claro que no somos una dieta al estilo Cormillot: las porciones son muy abundantes, la idea es que te llenes al comer, que estés completamente satisfecho de platos ricos, que en este caso no tienen productos animales”, continúa. Conciencia de origen, saber qué comemos, estar informados acerca del efecto de nuestra comida en nuestra salud y la del planeta. Ésa es la gran apuesta de la gastronomía argentina actual. Así lo dice Máximo Cabrera, al mando de Kensho y uno de los principales referentes de la cocina vegana y raw del país. “Una foto de un chancho no merece una polémica: el verdadero problema es, por ejemplo, que en la Argentina hoy se comen apenas tres variedades de manzana. Lo grave es el desconocimiento, la pérdida de cultura. Por ganadería o agricultura intensiva, a lo largo de todo el país están desapareciendo los pequeños productores, y con ellos se pierden músicas, folklores, tradiciones, identidades. Eso es lo que merece una discusión. Ahí es donde hay que enojarse.”ß