EL COLOMBRE
CRÍTICA DE LIBROS
POR DINO BUZZATI ACANTILADO TRAD.: MERCEDES CORRAL 380 PÁGINAS $ 149
POESÍA
Hechicero de las palabras En Herejía bermeja, se rescata la casi desconocida producción del pampeano Juan Carlos Bustriazo Ortiz, autor de versos en que el sentido se va difuminando en favor de los sonidos
L
a biografía de Juan C. Bustriazo Ortiz (La Pampa –entonces Territorio Nacional–, 1929) informa sobre su paso por la Policía de su provincia como radiotelegrafista, puesto al que iba a renunciar en 1959; un trabajo como agrimensor y minero; el oficio de linotipista en el diario La Arena, de Santa Rosa. Se sabe de su internación psiquiátrica en la década del 80 y, nuevamente en los años noventa, hasta el alta definitiva en 1994. Se cuenta la leyenda del santo bebedor que siempre tomaba en el mismo vaso, que llevaba consigo en un maletín, junto a sus poemas, allí donde fuese. Que tiene escritos más de setenta libros, de los que se han publicado apenas un puñado. La biografía, con sus excentricidades, su seducción del mito de autor, precedió al conocimiento de sus poemas entre los lectores de la Capital. Fue la revista La danza del ratón, en 1996, la que inició la recepción de su obra en Buenos Aires. Tiempo después, en 2003, el Diario de Poesía iba a presentar la muestra de poemas más importante hasta entonces en un medio de circulación nacional. El nombre de Bustriazo Ortiz había dejado de ser un santo y seña para los poetas del sur, quienes hasta entonces habían asumido la tarea de preservar y difundir la obra del autor de Elegías de la piedra que canta. Si el periplo vital de Bustriazo está marcado por su carácter excéntrico, su obra comparte ese destino. Fuera del centro de la producción serial, sin poder ser adscripta a estéticas dominantes o a los sistemas de periodización literarios, esta poesía destaca por una singularidad que se resiste a ser domesticada. Singularidad que proviene menos de lo que se podría llamar una política de autor que de alguien que, casi ingenuamente, sigue invocando a las musas. La figura que lo resume es la del “Ghempín”, el hechicero, que
18 I adn I Sábado 23 de agosto de 2008
Bustriazo utiliza en el título de uno de sus libros. Hechicero como creador de una voz que se vuelve oracular. El poeta como encantador de la palabra, poseedor de un don de lenguas que hace que el sentido se vaya difuminando en favor de los sonidos, del ritmo alucinatorio, y la lectura pase a formar parte de una experiencia del oído, y del espíritu: “Útero y muy desta parida pena,/ desto que enseso que ni es paz ni es guerra,/ o a lo mejor candela entre la nieve,/ degollatina entresta flauta leve./ Ni ataúd desta palabra. Tierra/ que ni me da fier’ hongo ni azucena/ entreste grueso viento que me mueve./ Ni con
HEREJÍA BERMEJA POR JUAN C. BUSTRIAZO ORTIZ EN DANZA 206 PÁGINAS $ 40
tu loba en flor o de ascuas plena”. Bustriazo trabaja cada poema conforme a una necesidad que parece situarse más allá del alcance de la razón. El español del que se vale está atravesado por arcaísmos propios que el uso de la lengua ha adquirido en el interior del país (y en esto recuerda a Jorge Leónidas Escudero, el poeta sanjuanino), neologismos más o menos reconocibles en cuanto a la intención de sentido, palabras como meras invenciones que sirven a los fines sonoros del poema. El resultado, en muchos casos, es una lengua enloquecida, en la que se suprimen letras, se injertan mayúsculas allí donde el buen tino desaconsejaría hacerlo, se
Cuentos fantásticos E
pegan unas a otras las palabras, o se desplazan en la página, como los signos de puntuación, produciendo una fractura en el orden lógico. Sin embargo, es notable cómo Bustriazo combina lo que parece un afán radical de experimentación, con elementos clásicos. Buen ejemplo de ello es el uso del endecasílabo, el octosílabo o el verso alejandrino, pero escandidos a su antojo, forzando la cesura en el espacio de la página. O incluidos en una forma que debería resultarle ajena, como en la serie de “Las yescas. Canciones del enterrado”, en la que cada poema es un caligrama en forma de cruz, pero ordenado internamente por la música envolvente del endecasílabo: “[...] otra niebla me anduvo los costa/ dos, o era niebla de muslos de ayes/ negros, era niebla vihuela de la niebla, / era niebla con nieblas en el sexo,/ me seguía, se vino hasta mi almohada,/ en los palos rasguea [...]”. Herejía bermeja reúne poemas de libros publicados, junto a una importante selección de material inédito. Al prólogo del poeta Cristian Aliaga, responsable de la edición, se le suma la transcripción de las conversaciones que el también poeta Andrés Cursaro mantuvo con Bustriazo, un texto que transmite con una fluidez notable el habla del poeta. La edición, sumamente cuidada, se completa con un apéndice documental biobibliográfico y varias fotos del autor. Como un vanguardista sin programa, Bustriazo produjo una poesía enraizada en el paisaje y la cultura de la que proviene, pero sin rasgos de color local. Oscura, tocada por un erotismo no amansado, inclinada hacia el misterio, cumple, acaso sin saberlo, aquello dicho por el poeta Francisco Madariaga: ser un “criollo del universo”.
scribir con igual destreza historias realistas y fantásticas, humorísticas y dramáticas, equivale en literatura a la condición de ambidiestro. No son muchos los narradores capaces de usar las dos manos con igual desenvoltura. A escala universal, uno de los ejemplos más notables es el del italiano Dino Buzzati (1906-1972), autor de El desierto de los tártaros (1940), novela tan perfecta que opacó el resto de su obra. El sello barcelonés que ya había publicado Sesenta relatos, edita ahora El colombre, otro volumen de ficciones breves, no todas cuentos en el sentido habitual del término, pues varias no pasan de ser fábulas más o menos fantasiosas o “historietas de la noche”, como él mismo llama a uno de sus textos. No es el caso del primero, “El colombre”, cuento hecho y derecho que recoge en su título el nombre de un monstruoso tiburón que, según los hombres de mar, persigue a ciertos tripulantes durante toda su existencia, visible solamente para quienes ha elegido como víctimas. Buzzati da un giro a esta superstición marinera incorporándola a su peculiar universo existencial. En el relato se acerca, como ya lo había hecho en su novela más famosa, a esa enigmática y desalentadora parábola de Kakfa titulada “Ante la Ley”. La inevitabilidad de la muerte aparece también a nivel histórico. Publicados en los años sesenta, en plena Guerra Fría, varios de estos relatos especulan apocalípticamente sobre la carrera armamentista y los posibles fines de la humanidad, con toques de humor negro. Resultan, por su parte, sorprendentes las coincidencias entre “Cazadores de viejos” y Diario de la guerra del cerdo (1969), de Adolfo Bioy Casares. La simultaneidad de ambos textos se debe, tal vez, a una reacción de sus autores contra la histeria adolescente que desató Mayo del 68. Hábil cuentacuentos, Buzzati sabe además actualizar viejos temas maravillosos, a la manera de los cuentos románticos de pacto diabólico o las historias fantásticas de Italo Calvino, un contemporáneo con el que Buzzati coincide en sus irónicas reflexiones en torno al poder, la codicia y nuestra problemática naturaleza.
Sandro Barrella
Pedro Pablo Guerrero
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Bustriazo Ortiz GZA. EDITORIAL