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página dos
| Domingo 13 De abril De 2014
Página dos el medio es el mensaje
ilustrado
Guerras mediáticas que supimos conseguir
Pablo Bernasconi —LA NACIoN—
Pablo Sirvén —LA NACIoN—
“L
a prensa es el primer eslabón que hay que romper para avanzar hacia un modelo de régimen autoritario.” Quien escribe esto se considera un investigador universitario, y no un periodista, aunque los libros de Fernando Ruiz siempre giren alrededor del venido a menos “cuarto poder”. Su más reciente obra (Guerras mediáticas, publicada por editorial Sudamericana), en la que trabajó los últimos cuatro años, es un libro notable. Excepcional por su equidistancia y bagaje informativo que detalla y explica, como reza el subtítulo de tapa, “las grandes batallas periodísticas de la Revolución de Mayo hasta la actualidad”. De los hombres de prensa de 1810 hasta los periodistas militantes de la actualidad. Se trata de un lúcido aporte para entender, en un contexto histórico y amplio, las actuales hostilidades que se declararon entre Gobierno y periodismo desde la crisis con el campo, en 2008. Las guerras mediáticas, pues, vienen con efecto arrastre. Siempre ocurre igual: cuando la situación política, por alguna razón, se polariza por demás, los bloques en pugna chocan con sus respectivos ejércitos mediáticos. En la Universidad Austral, Ruiz está a cargo de la cátedra Periodismo y Democracia, en la que con sus alumnos lee a Shakespeare como el gran creador de tragedias informativas, los “teléfonos descompuestos” que desencadenan las tremendas desgracias de sus obras. Ruiz considera que el periodismo en una sociedad debe ser el antídoto que desintegre precisamente esos “malentendidos” que pueden acarrear graves crisis sociales. Guerras mediáticas señala que “la exacerbación de los conflictos promovió la centralidad de los periódicos” en todas las épocas: los que los hacían en 1810 eran los activos promotores del fin de la colonia. Luego vinieron los enfrentamientos entre morenistas y saavedristas y, más tarde, chocaron unitarios y federales. Los conflictos, anota Ruiz, en principio abonan el pluralismo de medios. Pero cuando la prensa se pone facciosa, beligerante y hasta partisana, los sistemas se rompen y pueden involucionar a “unicatos informativos”, como sucedió en tiempos de Juan Manuel de Rosas, en las dos primeras presidencias de Juan Domingo Perón y durante todas las dictaduras militares que se sucedieron entre 1930 y 1983, que desataron persecuciones, censuras, clausuras, exilios, silencios cómplices y hasta muertes. “Hay una correlación profunda entre sistema electoral y sistema mediático –advierte Guerras mediáticas–. El descarrilamiento de uno puede llevar a la crisis en el otro.” También se pasa revista a fenómenos muy peculiares de la evolución del periodismo en la Argentina: el país gobernado sucesivamente por tres periodistas (Mitre, Sarmiento y Avellaneda), la aparición de los grandes diarios que al volverse comerciales ganaron
mayor autonomía y distancia de los grupos políticos; la vigorosa irrupción de los periódicos socialistas, anarquistas y nacionalistas ya en los comienzos del siglo XX; la prensa avasallante y popular de Crítica; la era de las revistas de actualidad y políticas en los años 60 del siglo pasado y de la prensa guerrillera de los 70. El cruce de distintas épocas, asimismo, produce efectos sorprendentes que se repiten a lo largo del tiempo. Dice el autor de Guerras mediáticas al respecto que “Perón, Menem y el matrimonio Kirchner nunca priorizaron ni la división de poderes ni la autonomía del Poder Judicial o de la prensa”. Ruiz opina que la libertad de expresión para el radicalismo es un “valor político” –sus presidentes Yrigoyen, Illia y De la Rúa no se interesaron mayormente por controlar los medios; Alfonsín, apenas un poco más–, en tanto que para el peronismo se trata de un “arma de acumulación política”, que utilizan a fondo en su propio provecho. El fundador del movimiento pensaba a la prensa como una herramienta útil para “generar expectativas positivas”; todo lo demás es descartable y debe ser combatido. Lo mismo cree Cristina Kirchner, que aboga por las “noticias lindas” (apuntalada últimamente por el eco de artistas populares como Merce-
Un libro notable repasa los enfrentamientos periodísticos desde 1810 hasta el presente des Morán y Guillermo Francella). Pero a pesar de las obsesiones y maltrato de los distintos peronismos hacia el periodismo, el autor llega a la conclusión de que ese movimiento “es la prueba viva de que la influencia política de los medios sobre los sectores populares es leve o nula”. Y más aún: la clave de los triunfos justicialistas siempre estuvo en la provincia de Buenos Aires, “un distrito mediático confuso, donde los medios tienen una potencia e influencia menor y más dispersa”. También considera que el PJ es más eficaz “en su hegemonía territorial que mediática”. Ruiz llena su libro de preciosas “perlas”: Perón recorriendo la ciudad tras el golpe del 30, para mantener el orden, con un colaborador de La Prensa (medio que expropiaría 21 años después) o ponderando, en abril de 1966, al ahora tan denostado Clarín, al que entonces calificó de estar “generalmente bien informado”. Guerras mediáticas sostiene que “los medios son eficaces para ratificar la identidad ideológica del campo propio, pero cada vez tienen menos llegada al campo opuesto, que es donde radica la clave del éxito”.ß
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noticias incorrectas
señalador
El ajuste también llegó al abecedario
Curiosas huellas del hombre ilustrado
Mariano Donadío
Víctor Hugo Ghitta
a (larga) crisis española y su ajuste se extienden hasta el mismo uso del alfabeto. En vez de 29 letras, tenemos 27: los signos CH y LL fueron excluidos del abecedario por la Real Academia Española. La noticia data de 2010, pero, extrañamente, tomó estado público en estos días. “CH y LL no son letras sino dígrafos, o sea, conjuntos de dos letras que representan un solo fonema”, explican en la RAE, como jefes de personal justificando un despido. Aseguran que el resto de las letras seguirá cumpliendo con su servicio habitual. Que la “C” y la “H” trabajarán juntas redoblando sus esfuerzos. Que dos letras L se repartirán la tarea de la despedida, como en las empresas en situación de recorte. Nos enteramos tarde de esta expulsión, pero la decisión es definitiva y ya no podemos hacer gran cosa por ellas; sólo recordarlas con afecto. De golpe y porrazo desaparece el alfabeto tal y como lo aprendimos de niños. Cada vez que lo recitemos vamos a sentir su ausencia, como quien siente con su lengua el agujero de un diente caído. Adiós, viejas amigas. No eran malas, y jamás le hicieron daño a nadie.ß
a encuadernación de este libro es todo lo que queda de mi querido amigo Jonas Wright, que fue desollado vivo por los wavune en el cuarto día de agosto de 1632. Esto se lee en la última página de un volumen sobre derecho español conservado en Harvard, hasta hoy uno de los casos más resonantes de encuadernación en piel humana. Científicos de esa casa de estudios descubrieron, mediante exámenes más exhaustivos, que se trata de piel de oveja. La falsa leyenda, presumen, pudo haber sido una broma. Anthropodermic bibliopegy se denomina esta práctica que viene del siglo XVII, pariente de la momificación y la taxidermia y banquete de filósofos y psicoanalistas. Universidades de prestigio y museos atesoran obras de esta especie. Hay libros de anatomía, una Metamorfosis de ovidio y un documento con la confesión de un asesino, encuadernado con piel extraída del cadáver del reo. Pero Harvard guarda, quizá, el ejemplo más curioso: Des Destinées de L’Ame, obra de Arsène Houssaye, que es una meditación sobre el espíritu humano. Es decir: cuerpo y alma.ß
—LA NACIoN—
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