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POLÍTICA
| Viernes 11 de abril de 2014
tensión gremial | panorama en todo el país
Fuerte repercusión de la huelga en el interior La falta del transporte fue decisiva en la mayoría de las provincias; alto impacto en Córdoba, Santa Fe y Mendoza; muchos docentes adhirieron, si bien los gremios no habían convocado al paro; menor adhesión en Entre Ríos y Santiago del Estero Con estrategias comunes –concentraciones de camiones y piquetes– y particularidades locales –como la acumulación de basura en la capital jujeña para impedir el tránsito de vehículos–, el paro tuvo un fuerte impacto ayer en el interior. La adhesión fue significativa en provincias grandes (Córdoba, Santa Fe y Mendoza), donde la falta de transporte público jugó un papel fundamental. En Córdoba, sólo una decena de sindicatos se plegó al paro, pero fue vital la adhesión del transporte. Ante la ausencia de operarios, empresas como Renault y Fiat decidieron suspender la producción, a pesar de que no adhirieron Smata y la UOM. La falta de colectivos provocó un alto ausentismo de maestros y alumnos. Hubo piquetes de agrupaciones de izquierda, y el dato curioso fue el bloqueo relámpago en tres hoteles alojamiento, camino al aeropuerto,
que realizaron militantes del gremio gastronómico de Luis Barrionuevo. En Santa Fe, los principales gremios docentes adhieren a la CTA de Hugo Yasky y a la CGT de Antonio Caló. No se sumaron al paro, pero casi no hubo actividad en las escuelas. Tanto en la capital de la provincia como en Rosario hubo concentraciones de camioneros en autopistas y frente a empresas, y la falta de transporte reflejó un mediano acatamiento. Además de los camioneros y la UTA, pararon los gastronómicos, expendedores de combustibles, médicos, empleados legislativos y docentes de la Universidad del Litoral. Mendoza también estuvo paralizada. La huelga fue de alto impacto, pero sin hechos de violencia, y el transporte sólo prestó el 20% del servicio. La terminal de ómnibus provincial estuvo desierta y las estaciones de servicio se mantuvieron
cerradas. Asimismo, en hoteles, restaurantes, hospitales y cárceles hubo servicios mínimos. El paro tuvo un alto acatamiento en Tucumán. En los hospitales públicos sólo funcionaron las guardias y el paisaje era desolador en los pasillos, generalmente abarrotados de gente. No hubo transporte ni recolección de residuos. El centro estuvo prácticamente vacío y los comercios abrieron con normalidad durante la mañana, aunque muchos cerraron a la tarde por las bajas ventas. En Santa Cruz fue alto el acatamiento en los sectores docente, salud, justicia y transporte. La CTA convocó a un acto frente al Tribunal Superior de Justicia para pedir la libertad de los presos de Las Heras –trabajadores petroleros detenidos por la muerte del policía Jorge Sayago en 2006– y el Sindicato de Camioneros hizo un piquete frente
a la empresa Austral Construcciones, del empresario Lázaro Báez. En Chubut hubo una fuerte adhesión, especialmente de docentes y camioneros. La falta de transporte fue decisiva en Salta, San Luis y La Pampa, y, en menor medida, en Catamarca y Corrientes. En Misiones hubo un corte del puente internacional que la conecta con Paraguay. La paralización del transporte en el Alto Valle y en San Carlos de Bariloche fue el motor del paro en Río Negro, donde estatales, gastronómicos y camioneros bloquearon las rutas nacionales 40 y 23. En Tierra del Fuego hubo piquetes de camioneros y algunas empresas dieron licencia al personal. En San Juan el paro se sintió por la falta de colectivos. El 30% de las estaciones de servicio trabajó hasta las 10.30, hora en que el gremio recibió la notificación de una conciliación obli-
gatoria y levantó la medida de fuerza. La administración pública registró un 90% de presentismo, pero sin público que hiciera trámites. En el Chaco, la huelga se sintió en el sector público y en el transporte, y con menor intensidad en el comercio y en la Justicia. Fue dispar el acatamiento en Entre Ríos, donde la administración pública trabajó casi con normalidad. No adhirieron el comercio ni los docentes y hubo camiones en el costado de varias rutas y en el ingreso al túnel subfluvial. También fue relativo el impacto en Formosa. Pobre y casi nulo fue, en cambio, el acatamiento en La Rioja y en Santiago del Estero. En esta última, paradójicamente, sólo estuvo desierta la terminal de ómnibus, que lleva el nombre de Néstor Kirchner. En Neuquén, el paro no tuvo repercusión, en medio del temporal.ß
Los reclamos, bajo la lupa sindical Cómo está la situación en cada punto que demandan los gremios Inflación y caída del poder adquisitivo del salario Los gremios opositores creen que es insuficiente el programa Precios Cuidados, que instauró el Gobierno para contener el alza de los precios. Calculan que el índice anual de inflación superará el 30 por ciento y que, según el Observatorio de Datos Económicos y Sociales de la CGT disidente, la canasta básica para una familia tipo trepó el mes pasado a 3110,3 pesos
Paritarias libres Según el sindicalismo opositor, las actuales negociaciones paritarias no son libres por cuanto el Gobierno pretende ponerles un techo a los aumentos salariales entre el 25 y el 30 por ciento. Por eso, afirma, apuró los acuerdos con los gremios afines. En cambio, los disidentes exigen paritarias sin techo; para el líder de la CGT opositora Hugo Moyano, ninguna paritaria debería cerrar por debajo del 32%
Aumento a los jubilados En febrero pasado, la presidenta Cristina Kirchner anunció un aumento de las jubilaciones del 11,31 por ciento, con lo que elevó el haber mínimo a 2757 pesos mensuales. En aquella oportunidad, los gremios opositores consideraron insuficiente aquella suba que dispuso el Gobierno y exigen que la jubilación mínima se equipare, al menos, con el salario mínimo vital y móvil
Combate a la inseguridad y el narcotráfico El sindicalismo opositor cuestiona con dureza la actitud del Gobierno respecto del creciente flagelo de la inseguridad y del narcotráfico en el país, por considerar que hasta ahora no adoptó ninguna política activa para combatirlo. “La seguridad es un compromiso que el Gobierno debe asumir”, enfatizó el jefe de la CGT opositora, Hugo Moyano
Impuesto a las ganancias Subir el piso mínimo no imponible del impuesto a las ganancias es una de las exigencias prioritarias del sindicalismo opositor. “Impulsar subas salariales para que se las quede el Gobierno con el impuesto no tiene sentido”, enfatizó Moyano. El Gobierno dejó trascender esta semana que podría instrumentar una suba del mínimo no imponible una vez que finalice la ronda de negociaciones paritarias
Devolución de las retenciones a las obras sociales “El dinero de las obras sociales se lo queda el Gobierno. Es dinero que lo aporta el trabajador para su salud y la de su familia”, insiste Moyano, quien afirma que el Estado retiene un total de 15.000 millones de pesos a las obras sociales sindicales, producto de las retenciones que ejecuta el Gobierno sobre los aportes sociales de los trabajadores
Mar del Plata. Hubo pedradas a taxistas que no adhirieron a la medida de fuerza
Rosario. Largas filas de camiones obstaculizaron el acceso a la ciudad
Viene de tapa
Lo experimentó en su propio gremio, cuyos afiliados se plegaron parcialmente a la huelga. La izquierda gremial fue siempre opositora al kirchnerismo, pero nunca, como ayer, había sido de manera tan explícita una aliada de hecho de la derecha sindical. ¿Estamos ante una admirable capacidad de convocatoria y de liderazgo de Moyano; del jefe de la CTA disidente, Pablo Micheli, y de Luis Barrionuevo? Es imposible negarle a Moyano su representatividad en el sindicato propio, el de los camioneros, y su influencia sobre muchos otros gremios. Últimamente agregó entre sus seguidores a los decisivos gremios del transporte, que ayer repitieron lo que hicieron siempre. Inclinan la balanza del éxito o del fracaso de una huelga general. El ascendente de Micheli es más acotado. La representación que tiene es más de empleados públicos que de trabajadores privados. Es casi imposible imaginar, a su vez, una huelga general exitosa convocada por el incombustible Barrionuevo. Dormía en la mañana de ayer mientras los trabajadores se adherían a la huelga, según contó, tal vez con más ironía que certeza, el espontáneo Gerónimo Venegas. Todos esos dirigentes pueden perder muchas cosas, menos la precisión del olfato. La representatividad de Moyano o la coherencia de Micheli no explican, por sí solas, el paro más demoledor que los sindica-
mauro v. rizzi
marcelo manera
el análisis
El fruto de un evidente malhumor social Joaquín Morales Solá —LA NACIoN—
tos le hayan asestado a un Kirchner. El momento fue más importante que los dirigentes. El reciente pragmatismo económico de la Presidenta tiene, y tendrá, un costo político. La decisión presidencial de bajar el salario real (es decir, la capacidad de compra de los asalariados) abrió una brecha más grande entre Cristina Kirchner y vastos sectores sociales. La alta inflación de los últimos años, y la más alta de los últimos meses, acumuló malhumor en casi todos los argentinos, aun entre los que tienen cierta simpatía por los postulados ideológicos del kirchnerismo. La inflación y la escasez de algunos productos básicos cohabitan en el tiempo con la política oficial de impulsar aumentos salariales por debajo del incremento del costo de vida. Esto sucede por primera vez en la década gobernada por la diarquía de los Kirchner, como es también la primera vez que el Gobierno enfrenta la ingrata misión de aumentar exponencialmente las tarifas de los servicios públicos. El consumo se derrumbó. La caída fue más pronunciada en algunos sectores, pero llama la atención que
haya bajado hasta el consumo de comestibles. La plata no alcanza, entre algunos argentinos al menos, ni para seguir comiendo como comían. El ajuste podrá no llamarse ajuste, pero tiene los efectos de un ajuste. ¿Importa cómo se llame? Entre esas penurias económicas se coló el auge de la criminalidad, que es el principal problema de los argentinos desde hace muchos años. Incapaz de una reacción realista, el Gobierno hasta tomó distancia de las medidas de Daniel Scioli, que tampoco han significado una revolución. Están inscriptas en el manual básico que indica lo que los funcionarios deben hacer cuando deciden enfrentarse con el delito. La huelga no fue convocada por la inseguridad, pero ésta pesa e influye en el estado de ánimo de la sociedad. Y la situación de la voluntad social es lo que dirime, en última instancia, la suerte de una huelga. Párrafo aparte merece el papel que tuvo ayer la izquierda sindical. Moyano convocó, en efecto, a un “paro matero”, como lo llaman ellos, para evitar movilizaciones y eventuales incidentes. La izquierda, que es el fantasma temido y odiado del sindi-
calismo clásico, lo desafío a éste con piquetes, algunos violentos, en todos los accesos a la Capital. Un error sin atenuantes. El éxito de la huelga venía siendo pronosticado hasta por los dirigentes sindicales que no querían la huelga. ¿Para qué le agregaron el condimento de presión y violencia que no necesitaba? ¿Para qué le dieron al Gobierno el argumento de que la huelga existió sólo porque los trabajadores no pudieron llegar a sus puestos? La explicación de la izquierda es que ellos querían una huelga distinta a la de la “burocracia sindical” y que esos piquetes estaban destinados a no permitirunaeventualnegociaciónentreel moyanismo y el Gobierno. Ingenuidad o exceso de ideología que roza el mesianismo. Como sucedió siempre, la izquierda sindical terminó haciéndole un enorme favor a su peor adversario, que, según confesión propia, es el Gobierno y su nueva política económica. Ya es hora, de todos modos, de que el Partidos de los Trabajadores Socialistas (PTS) y el Partido Obrero (PO) tomen nota de que representantes suyos han ingresado al Congreso como diputados nacionales. Ya no son diri-
gentes marginales y alborotados de muy minoritarias fracciones sociales. Un proyecto electoral es incompatible con los piquetes, que han llevado al hartazgo a mayoritarias franjas sociales. Esos métodos podían tener una explicación hace 13 años, cuando los dirigentes piqueteros eran hasta más sensibles en su justificación pública. Ahora carecen de justificación y también de explicación. De cualquier forma, el ruidoso protagonismo de ayer de la izquierda sindical desnudó otra realidad. El Gobierno perdió absolutamente el control de la calle. ¿Dónde estaba Luis D’Elía, que hasta se animó a revolearles trompadas a los chacareros durante la guerra con el campo? ¿Qué hacía Milagro Sala, dueña de un ejército de personas violentas? ¿En qué covachas se escondieron los militantes de Quebracho, siempre presurosos a hacerle un favor al Gobierno? Es mejor, desde ya, que no haya estado ninguno de ellos, pero su ausencia exhibió los serios límites del Gobierno en el dominio del espacio público. Gobierno que, por otra parte, no podría quejarse por el apogeo del piqueterismo; los Kirch-
De gremios, aprietes y bares porteños en primera persona Diego Cabot LA NACION
H
abían pasado 19 minutos de las 9 de ayer y en un bar de Avenida de Mayo el café con leche venía sin medialunas. “Disculpe –dijo el mozo a este cronista–. Por el paro no tenemos.” Ofreció tostado y, claro está, después de un par de horas de recorrida por el centro porteño para ver y contar las consecuencias de la medida de fuerza, no hubo manera de resistir la oferta. Sólo había un par de mesas vacías. Los efectos de la huelga, en gran medida empujada por el gastronómico Luis Barrionuevo, se sentían con fuerza en el tradicional paseo porteño. Pero aquel bar estaba abierto. “¿Cómo está la cosa por ahí? ¿Todos trabajan? Bien. Bien. Muy bien. Hay que laburar. Que no quede una sola persona sin atender”, repetía un vecino de mesa con su voz ronca a través de su teléfono celular. El hombre, que compartía la mesa con otros dos, verificaba qué pasaba en una repartición pública. “Que no se note el paro”, decía, móvil blanco mediante. El tostado llegó y los parroquianos seguían controlando sus dominios en la administración. Hablaban, instruían y sonreían. Gremialismo a control remoto. Un Volkswagen Vento, nuevo, negro y con vidrios retintos, paró en la esquina. Se abrieron las cuatro puertas casi al mismo tiempo y cuatro hombres corpulentos bajaron. El conductor, con campera de una marca de alta montaña y anteojos negros, encabezó el desembarco. Detrás, los otros tres, con remeras que se apretujaban contra pechos y vientres prominentes. Fueron derecho a la barra y, uno al lado de otro, formaron una pared frente al cantinero, entonces atrincherado detrás de la caja. No hubo negociación ni gritos ni nada. Un dedo índice de un fortachón encriptado en una histórica camiseta del Napoli que inmortalizó Maradona subía y bajaba. Del otro lado del mostrador, lo que subía y bajaba era el mentón del cantinero. No pasaron más de 30 segundos y volvieron al Vento negro. Aquellos vecinos de mesa que controlaban quién trabajaba en sus dominios se quedaron mudos. Ya sin los cuatro visitantes en el bar, uno se envalentonó. “A ver si mañana cuentan esto”, dijo con su voz ronca a este cronista, que, ocasionalmente, estaba acompañado por un rostro ilustre del periodismo. Pagó y se fue, mientras el cantinero caminaba, llave en mano, a cerrar las puertas del bar. Tenía 30 minutos antes de que volviera el Vento. Todos, a su modo, se fueron a controlar.ß
ner alentaron o toleraron esa práctica durante demasiado tiempo. Ni los sindicatos ni los piqueteros sintieron que tenían una deuda de gratitud con la administración kirchnerista. La Argentina de ahora suele leer todoenclaveelectoral.Esmuytemprano para eso. Pero lo cierto es que ningún candidato presidencial ganó ni perdió con la huelga de ayer. Sergio Massa es amigo del menos influyente de los dirigentes gremiales que convocaron al paro, Barrionuevo. Moyano tiene un pie en La Plata y el otro, en Tigre. Está entre Scioli y Massa, y allí estará hasta las últimas encuestas antes de las elecciones. Gran parte de los candidatos presidenciales tomaron distancia de la huelga. Es el teorema de Baglini hecho realidad: todos se vuelven más realistas cuanto más cerca del poder están. A ninguno de los candidatos presidenciales le gustó semejante demostración de poder del sindicalismo. Massa recordó públicamente que “la huelga es el último recurso y no el primero”. Mauricio Macri se despachó contra la huelga y contra los piquetes. Y Scioli mezcló huelga y piquetes para marcarlos como los enemigos “del progreso”. Todos ellos están seguros de que los gremios tienen un poder desmesurado para una República en serio. Planean recortarlo si les llegara la hora. Ya no tienen dudas, sobre todo después de que los sindicatos demostraran ayer que la ingratitud es la condición necesaria de su poder.ß