Espectáculos
Página 6/Sección 4/LA NACION
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Jueves 1º de marzo de 2007
François Ozon, lejos del melodrama Muy buena
✩✩✩✩ Tiempo de vivir (Le temps qui reste, Francia/2005, color; hablada en francés). Dirección y guión: François Ozon. Con Melvin Poupaud, Jeanne Moreau, Valeria Bruni-Tedeschi, Daniel Duval, Marie Rivière, Christian Sengewald. Fotografía: Jeanne Lapoirie. Música: Arvo Pärt, Aleksandr Knaifel y otros. Edición: Monica Coleman. Presentada por Alfa Films. 85 minutos. Sólo apta para mayores de 16 años, con reservas.
El cine conciso y elegante de François Ozon se vuelve aquí más económico en las palabras y más seco en la expresión de los sentimientos para abordar otra vez el arduo tema de la muerte. No se trata ya de la resistencia a aceptar la desaparición del otro (del ser amado), como sucedía en Bajo la arena, sino del espinoso proceso íntimo que vive un hombre joven a partir del momento en que le diagnostican una enfermedad terminal. Ya no hay atajos para negarse al duelo y consolarse con la vana persecución de un fantasma o con la espera de una imposible resurrección; aquí se trata de la muerte real, concreta, que se avecina y obliga a pensar qué hacer con el poco tiempo que queda por vivir. Quizá, después de la cólera y la negación, venga la lenta aceptación, la necesidad de hacer las paces: con los demás y, sobre todo, con uno mismo. Quizás, ahora que el fin está cerca, pueda aprenderse a reconocer y saborear de veras las mejores cosas de la vida. Y retenerlas, apresarlas en imágenes, en sensaciones, en climas. O en esas fotografías con las que el protagonista intenta fijarlas en el tiempo. El tema, muchas veces acometido por el cine para hablar de la esperanza, el sacrificio o la redención, elige aquí otro rumbo, bien distante del melodrama: el modo conciso y descarnado de Ozon refuerza la emoción, pero descarta la sensiblería. Además, el cineasta sabe sortear los clisés, abandonándolos a tiempo con la ayuda de un montaje afilado o imponiéndoles un giro sorpresivo: cuando en el comienzo Romain (Melvin Poupaud) va al hospital y
PRIMER PLANO
Vicuña, el músico perdido
Fuga de ideas en un film sin vuelo
ALFA FILMS
Romain (Melvin Poupaud) con su abuela (Jeanne Moreau), en una de las escenas más significativas y emotivas del film
le anticipan que las noticias no son buenas, pregunta: “¿Es sida?” y la negativa del médico pinta un muy fugaz alivio en su rostro. (Hay una situación similar al final, cuando la que pregunta es la mujer a la que ha dejado embarazada.)
Transición Cuando Romain, exitoso fotógrafo, homosexual, escasamente simpático y bastante egoísta, conoce el diagnóstico, renuncia al tratamiento y decide ocultar la noticia a los suyos y apartarse de todos, incluso de su joven amante, con quien rompe bruscamente. Sólo comparte la noticia con su abuela, la única que puede
comprenderlo porque, él mismo lo dice, está tan cerca de la muerte como él. Es una escena central del film (y una de las más bellas), en parte por la sabia serenidad de la anciana, que le da contención y le muestra cuántos rasgos de carácter les son comunes, y en parte por todo lo que la incomparable Jeanne Moreau es capaz de añadirle al personaje con su sola presencia y con todo lo que ella trae consigo. A partir de entonces, el proceso íntimo de Romain va evidenciándose a través de pequeñas escenas aparentemente insignificantes: Ozon sabe cómo hacer de esas observaciones casi banales síntomas de la transforma-
ción del muchacho y de la gradual comprensión de su mortalidad. En este terreno, es importantísimo el aporte que hace Poupaud, con su bello rostro a veces transparente y con la variedad y sutileza de sus recursos expresivos. De a poco, Romain irá encontrando la forma de despedirse de quienes lo rodean, sin que ninguno sepa que sus breves gestos de reconciliación esconden un callado adiós. De a poco también irá deslizándose deliberadamente hacia un anonimato total. Hasta que sólo sea un cuerpo más entre los muchos que yacen bajo el sol en la playa, un escenario bien significativo en el cine de Ozon.
Mala
Pero antes, habrá otras situaciones, la más determinante de las cuales –el encuentro con una mujer en un parador de la ruta– resulta funcional al propósito del realizador aunque menos convincente en términos de rigor narrativo. Conviene no entrar en detalles sobre el episodio, pero sí hay que destacar que Ozon exhibe aquí otra vez su sensibilidad al envolver en un clima de pudorosa e íntima ternura una osada escena de cama. Y anotar que a Valeria Bruni-Tedeschi no hay papeles que le queden chicos.
✩ Fuga (Argentina-Chile/2005). Dirección: Pablo Larraín. Con Gastón Pauls, Benjamín Vicuña, María Izquierdo, Willy Semler, Francisca Imboden y otros. Guión: Mateo Iribarren, Pablo Larraín y Hernán Rodríguez. Fotografía: Miguel Joan Littin. Música: Juan Cristóbal Meza. Presentada por Primer Plano Group. Hablada en castellano. Duración: 107 minutos. Calificación: sólo apta para mayores de 13 años.
Fernando López
Cine al día TRAS GANAR 4 OSCAR
Los infiltrados vuelve con todos los honores ■ Tras los cuatro Oscar conseguidos el domingo (mejor película, mejor director, mejor guión adaptado y mejor edición), Los infiltrados vuelve a la cartelera de 55 salas de Capital, Gran Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Mendoza, donde hasta el momento fue vista por 628.044 espectadores. CUMPLEAÑOS
Liz Taylor y un festejo con dos horas de retraso ■ HENDERSON, Nevada, EE.UU. (AP).– Elizabeth Taylor, cubierta en pieles y diamantes, celebró su 75° cumpleaños en una gran fiesta a la que arribó con dos horas de retraso. El ícono de Hollywood recorrió anteanoche en silla de ruedas la alfombra roja en un
centro vacacional del área de Las Vegas. La escoltaba su hijo de 52 años, Christopher Wilding, quien comparte el mismo cumpleaños. Algunos invitados llevaban dos horas en la fiesta cuando Taylor llegó, sonriéndoles y pestañeándoles sus característicos ojos violeta a fotógrafos que la recibieron cantando “Cumpleaños feliz”. Según sus asistentes, su vuelo procedente de Los Angeles se había retrasado. EN THE WASHINGTON POST
Angelina Jolie, muy dura en una columna ■ NUEVA YORK (DPA).– La actriz y embajadora de buena voluntad del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), Angelina Jolie, urgió a juzgar a los responsables del genocidio en Darfur, para que sean “sistemática y severamente” castigados. En una columna publicada ayer por el diario The Washington Post, la actriz subrayó que “poner fin a esto requerirá acción militar. Pero la responsabilidad también puede venir de los tribunales internacionales, al juzgar a los responsables de acuerdo con las leyes internacionales de justicia”. REVELACION
Hugh Grant fue maoísta cuando era adolescente
Así lució la estrella en la fiesta AP
■ BERLIN (DPA).– Hugh Grant flirteó con el comunismo cuando era un adolescente, confesó el inglés en Berlín. “Con 15 o 16 años era maoísta”, puntualizó el actor de 46 años que anoche presentaba en esta ciudad el film romántico Letra y música.
FOX
Stallone y una digna despedida de una de sus más recordadas creaciones, aquí entrenándose para el regreso
Hasta el último round Buena
✩✩✩ Rocky Balboa (ídem, Estados Unidos/2006). Guión y dirección: Sylvester Stallone. Director de fotografía: Clark Mathis. Montaje: Sean Albertson. Diseño de producción: Franco-Giacomo Carbone. Música: Bill Conti. Vestuario: Gretchen Patch. Con Sylvester Stallone, Burt Young, Antonio Tarver, Geraldine Hughes, Milo Ventimiglia, A. J. Benza y Tony Burton. Presentada por Fox. Duración: 101 minutos. Apta para todo público.
“Los luchadores luchan.” Es todo lo que Rocky Balboa tiene para ofrecer a modo de innecesaria disculpa por su regreso a la pantalla grande. Un regreso tan vibrante como sentimental, que sirve como minuciosa recapitulación de su historia y, sobre todo, como despedida, una que probablemente no haga más que confirmar la opinión que sostienen sobre el púgil de Filadelfia tanto fanáticos como enemigos acérrimos. Y así debe ser: después de todo, pocos encarnaron la férrea disposición a ser fiel a sí mismos como lo hizo Balboa a lo largo de tres décadas, cinco películas y todo tipo de situaciones inverosímiles resueltas en su favor. Y, en ese sentido, nada ha cambiado. Salvo esto, claro: aunque Rocky quizá no sepa hacer otra cosa que pelear, por estos días parece no tener ni por qué ni por quién hacerlo, habiendo perdido a su adorada Adrian (la ausente
Talia Shire, que logra, sin embargo, un cuasi protagónico gracias al montaje de sus participaciones anteriores) y a su hijo Robert (Milo Ventimiglia), quien prefiere abrirse paso en la vida lo más lejos posible del enorme cono de sombra que proyecta la figura de su padre. Todo lo que le queda es pasar las tardes en el cementerio junto a su esposa o las noches en su restaurante, repitiendo las historias de su pasado glorioso a los ávidos comensales. En un momento de desopilante autoanálisis, Rocky decide confesarle a su irritable cuñado y amigo Paulie (Burt Young): “Tengo cosas en el sótano”. La oportunidad de ventilar esa furia contenida llega de la mano de los managers del campeón de los pesados (Antonio Tarver), quienes ven en un match de exhibición entre ambos la posibilidad de conseguir algo de lustre a los muchos cinturones que su representado ha ganado ante rivales bastante menos presentables que el veterano boxeador. A partir de allí, Rocky Balboa encuentra rápidamente su mejor forma al seguir los arduos preparativos de su héroe en su largo camino de regreso al cuadrilátero al compás de infinitas variaciones de la recordada música de Bill Conti. Stallone, aquí como director, guionista y estrella, sabe dotar de genuina emoción y adrenalina a este sencillo pero enteramente disfrutable cuento de hadas (completo con los hoy por hoy
imprescindibles guiños autoparódicos), un film que, como su héroe, tiene muy en claro que la única forma de salir indemne del desafío es explotar sus puntos fuertes y confiar que sean lo suficientemente poderosos como para hacernos olvidar de sus limitaciones. Eso es lo que hace aquí Stallone como actor, limitándose a lo esencial en pantalla (sus gestos se han transformado en muecas) y apoyándose para el resto en su expresivo elenco, en el que se destacan el veterano Young y la irlandesa Geraldine Hughes como Marie, ex niña problemática devenida casto interés romántico. Es ciertamente también lo que opta por hacer como director, prefiriendo reflejar la fría belleza de Filadelfia a la luz de la cruda fotografía de Clark Mathis, con locaciones reales y la vitalidad de la cámara en mano, narrando con efectividad e impacto una historia que, como es previsible, tiene su momento más alto en la esperada pelea entre los disímiles contrincantes, filmada con despojada urgencia durante un combate real en Las Vegas. Pero quizá la verdadera medida del logro de Rocky Balboa resida en el hecho de que Stallone termine confundiéndose con su criatura y que, como su personaje, sea capaz de convencer a su público –ese que lo homenajea durante los créditos finales– de que todavía está para dar pelea.
Dolores Graña
En el cine, como en otros estratos del arte, las buenas intenciones no alcanzan para lograr buenos productos. Y Fuga es uno de los ejemplos más cabales para demostrar que se puede hacer un film “diferente” y caer en el pozo negro del olvido. El director chileno Pedro Larraín hace aquí su debut en el largometraje apoyándose en aquellas buenas intenciones, pero desde el comienzo –ese largo primer plano del rostro impávido de Eliseo, el protagonista– la trama se interna en situaciones tan insólitas y monótonas que obligan al largo bostezo. Eliseo (interpretado por Benjamín Vicuña, actual pareja de Carolina “Pampita” Ardohain) es un joven músico atrapado por una sinfonía inconclusa. Se transforma en alguien obsesionado por su composición vanguardista y lucha por imponerse en su intención de llegar al éxito. Ricardo (Gastón Pauls), músico mediocre, trata de rescatar esa pieza sinfónica y, con ella, lograr los aplausos del público. Junto a un grupo de amigos comienza a buscar a Eliseo con el propósito de acreditarse la autoría de la obra, pero dentro de una enredada madeja nada queda claro, ni ofrece calidez, ni repara en saltos argumentales que hacen de Fuga una rara mezcla de melodrama ininteligible y de mensaje altisonante. Son tan limitados sus alcances en todos sus terrenos y es tan obvia su mirada acerca del fenómeno creativo, que todo ese entramado está muy lejos de poder rasguñar la superficie de ese misterio artístico como es, en este caso, la sinfonía en torno a la que gira su tema. El hecho traumático de la infancia del protagonista –la violación y muerte de su hermana– parece ser el detonante del resto de su existencia, pero queda como un elemento inservible más de la aparente premisa básica de Fuga, que recala en la ambición de alguien al que una melodía lo trastorna hasta la locura. Todo en esta coproducción entre nuestro país y Chile es descabellado e increíble. Frente a ella es imposible hilvanar algún signo positivo que mueva al interés o, por lo menos, que valga como entretenimiento. En lo que al elenco se refiere, Vicuña debe asistir a varios cursos de interpretación para poder llamarse actor, en tanto que sus compañeros de reparto parecen extraídos de los prototipos de las telenovelas más desteñidas. Pauls se esfuerza, sin conseguirlo, por dotar a su papel de algo de credibilidad, pero bien poco puede hacer frente a un guión absurdo que naufraga sin atenuantes en medio del caos creado por sus autores.
Adolfo C. Martínez