NOCHES DE PLACER
EL MIEDO. HISTORIA DE UNA IDEA POLÍTICA
EXCESOS DEL CUERPO
POR GIAN FRANCESCO STRAPAROLA
POR JAVIER GUERRERO Y NATHALIE BOUZAGLO (COMP.)
EDICIONES DE LA FLOR TRAD.: LILA WEINSCHELBAUM 480 PÁGINAS $ 98
POR COREY ROBIN FCE TRAD.: GUILLERMINA CUEVAS MESA 499 PÁGINAS $ 119
ETERNA CADENCIA 320 PÁGINAS $ 49
Fabulosa vigilia de cuentos
La enfermedad y sus metáforas
Una emoción siempre riesgosa
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n 1550 apareció en Venecia Le piacevoli notti, libro tan exitoso que tres años después se publicó una segunda parte. El volumen que desde 1556 las reúne alcanzó 23 ediciones y fue traducido al alemán y al francés. Poco se sabe del autor: nacido hacia 1480 en Caravaggio y fallecido luego de 1557, habría pertenecido a la familia Secchi y la firma que estampó en sus obras sería un seudónimo, asociado con straparlare (hablar demasiado). Integran Las noches... 75 cuentos y otros tantos enigmas que se suponen narrados, a lo largo de 13 noches, por 13 damas reunidas en el palacio del obispo de Lodi en Murano, a las que se suman algunos caballeros. La fórmula era muy conocida: la literatura de ejemplos oriental, cuyo influjo había llegado a Europa por la triple vía de las Cruzadas, las peregrinaciones a Tierra Santa y la presencia árabe en España, había aportado la novedad de ensamblar cuentos mediante un marco narrativo (como en Mil y una noches) y había ayudado a consolidar el uso literario –independiente de fines ejemplares– de esos relatos, al sumar un repertorio que, por su origen no cristiano, permitía más libertades. Ese proceso condujo en el siglo XIV al surgimiento de El conde Lucanor de don Juan Manuel, los Cuentos de Canterbury de Chaucer y el Decamerón de Boccaccio, y se prolongó durante el Renacimiento, como muestran el Heptamerón de Margarita de Navarra y el Pentamerón de Basile. El modelo evidente de Straparola es Boccaccio. Si bien en Las noches... el motivo de la reunión de los narradores es festivo (mientras que los personajes del Decamerón se refugian de la peste), las semejanzas son claras. A diferencia del dinamismo del marco de los Cuentos de Canterbury, con peregrinos-narradores de distintas clases sociales, el marco de Las noches... se caracteriza por un estatismo que proviene de la homogeneidad social de los narradores y la reiteración casi ritual de sus actos, en contraste con la vertiginosa sucesión de paisajes, personajes y situaciones de las historias contadas. Quizá su rasgo sobresaliente sea la presencia, más importante que en otras colecciones, de cuentos tradicionales y maravillosos, muchos de los cuales, retomados por autores como Perrault y los Grimm, conocemos hoy bajo la errónea rúbrica de “cuentos infantiles”. Y si los lectores se ufanan demasiado al descubrir que el sagaz gato con botas era en verdad una gata, será bueno recordarles que Straparola también incluyó una de las versiones sobre cómo enmendar a esposas rebeldes que dieron lugar a “La fierecilla domada” de Shakespeare. Excelente noticia que se pueda por fin acceder a una traducción al castellano de Le piacevoli notti.
ema de una centralidad persistente e indiscutible en las ficciones latinoamericanas, “aunque críticamente inexplorado”, la enfermedad detenta poderes metafóricos que varían a través del tiempo y de la geografía y carga con los miedos –sexuales, raciales, políticos– del cuerpo. Así lo afirman Javier Guerrero y Nathalie Bouzaglo en el interesante ensayo introductorio a Excesos del cuerpo. Ficciones de contagio y enfermedad en América latina, compilación de once relatos escritos especialmente para este libro por algunos de los más notables narradores latinoamericanos contemporáneos. En algunos casos, los textos guardan conexiones evidentes con la obra de los autores, como “Ex”, de Alan Pauls, que retoma los personajes de su novela El pasado para narrar un episodio en el que la enfermedad articula un triángulo amoroso; o Margo Glantz, quien recurre a su personaje Nora García –siempre con zapatos de diseñador– para hablar de las ansiedades diarias derivadas del temor al contagio a través de tres personajes distintos que tienen el mismo nombre. En “Los enfermos”, de Sergio Chejfec, es posible reconocer su habitual geografía extrañada en el hospital que recorre la protagonista, una voluntaria que busca a un enfermo a quien debe cuidar. Desde otra perspectiva, el exceso está presente en “Colonizadas”, de Diamela Eltit, quien con corrosivo humor narra la relación simbiótica entre una hija y su madre a través de la enfermedad que todo lo cubre. “Desarticulaciones”, el texto de Sylvia Molloy, relata fragmentariamente la pérdida de memoria de una amiga de la narradora, y los consecuentes efectos en ella, puesto que parte de su vida se ha ido con la memoria de la enferma; “Mal de ojo”, de Lina Meruane, cuenta una abrupta y temporal ceguera, y el ocultamiento para que todo siga igual. Edmundo Paz Soldán, Roberto Echavarren, Mario Bellatin, Victoria de Stefano y Edgardo Rodríguez Juliá completan la antología en la que proliferan ficciones de enfermos terminales y sueños místicos; excesos interpretativos y cuerpos habitados por un cáncer extraño o afectados por asmas literarios; y se entrecruzan historias de amor, de búsquedas alternativas de sanación. Excesos del cuerpo intenta responder a la pregunta de cómo narrar hoy la enfermedad en América latina, y ése es uno de los aspectos sobresalientes de esta compilación que muestra, además, las estrategias y la variedad de las escrituras de hoy. Con sus rasgos singulares, dan cuenta de las transformaciones de los modos de imaginar y pensar los excesos del cuerpo y su lugar en las nuevas subjetividades literarias.
lo que más le temo es al miedo” escribió Michel de Montaigne en el siglo XVI. La preocupación del creador del género ensayístico no pasó inadvertida para el estadounidense Corey Robin, profesor de ciencia política y colaborador, entre otros medios, de The New York Times y The Washington Post. El autor de El Miedo. Historia de una idea política admite que esa clase de emoción está presente en todas las dimensiones del hombre, pero sostiene que debería permanecer ausente de la política. Desde el principio, expone sin eufemismos su crítica: “Ya sea en el lugar de trabajo contemporáneo, durante la Guerra Fría o en la batalla de hoy contra el terrorismo, el miedo ha minado los compromisos liberales con la libertad y la igualdad, dando poder a algunas de las fuerzas conservadoras más revanchistas de la vida estadounidense”. El volumen está dividido en dos partes. En la primera, el autor realiza un recorrido histórico por las distintas concepciones que se han forjado sobre el miedo. Más allá del matiz y la impronta personal del abordaje, Robin encara ¨la historia intelectual del miedo¨ de forma directa. De allí que, además de sus propias ideas, elija como protagonistas las de pensadores como Thomas Hobbes, Montesquieu, Alex de Tocqueville y Hannah Arendt. La elección no es azarosa si se considera la importancia de sus aportes y los contextos que atravesaron: el surgimiento del Estado Moderno, el liberalismo, la democracia y los totalitarismos del siglo XX. La segunda parte del libro analiza los dos tipos de miedos políticos más propagados en la actualidad, según Robin: aquel forjado en relación a un objeto bien definido, como el terrorismo o cualquier enemigo externo que amenace el bienestar colectivo, y el miedo cotidiano que experimenta “el estadounidense común” producto de las sanciones y amenazas que el sistema le impone. Este último es menos específico, pero más letal para la gran mayoría de la población ya que, de acuerdo al autor, mina de antemano la voluntad de cambiar el orden social y su distribución inequitativa del poder. Al entrelazar ambas clases de miedos, el autor concluye: “Si despojamos al miedo de los mitos que lo rodean y si despojamos de su lastre político al miedo provocado por el 11 de septiembre”, tal vez aparezca en primer plano “el miedo represivo de las elites que hombres y mujeres estadounidenses experimentan cuando van al trabajo, aprenden en la escuela, regatean con funcionarios o participan en las organizaciones que conforman nuestra vida de relación”. En el riesgo que toma al considerar los tedios cotidianos y las sumisiones laborales como formas de represión, este ensayo adquiere su carácter provocador.
Susana G. Artal
Laura Cardona
Carolina Menéndez Trucco
© LA NACION
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18 | adn | Sábado 28 de noviembre de 2009