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27 ene. 2013 - Las minuciosas imágenes de los jefes de la Guardia Imperial, la barra brava de Racing, luciendo cicatri- ces de combate, tatuajes tumberos,.
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OPINIÓN | 25

| Domingo 27 De enero De 2013

Ese país envilecido por la mala vida y el mal ejemplo

Jorge Fernández Díaz —LA NACION—

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odos los días, a la misma hora y hasta no hace mucho, Vanesa Toledo sentía una especie de inquietud: esperaba instintivamente cada tarde el puntual regreso de su madre muerta. Graciela Díaz tenía 49 años, murió en el accidente de Once y su hija la encontró en la morgue al final de aquella fecha infame. De allí Vanesa salió con la desesperación de quien siente el llamado lacerante del destino. Tardó algún tiempo en entender el entramado de corrupción e ineficiencia del Estado que se escondía detrás de la múltiple tragedia. Hace dos meses que Toledo acecha los andenes y los trenes del Sarmiento buscando una pequeña solidaridad: lo único que pide es que los usuarios del ferrocarril del infierno se dejen fotografiar bajo un logo. La campaña se llama “500 mil caras por la justicia”, y su propósito no es pedir por los muertos ni por las víctimas del accidente, sino por la situación de los que quedan, esos miles y miles que todos los días arriesgan el pellejo en un servicio abominable y en formaciones ruinosas que dan miedo. La sorpresa es que los pasajeros le dan vuelta la cara a Vanesa, le responden no me importa, a mí no me pasó, no me interesa, dejáme en paz. Esa respuesta, esa fractura solidaria y moral es aún más significativa que las maniobras del poder para silenciar el episodio. Porque advierte, como la primera pieza de un rompecabezas, sobre la sociedad que se está formando en la Argentina verdadera, la que no sale en la televisión ni en los diarios ni en los discursos ni las videoconferencias. Ese vasto país abandonado y, en parte, envilecido por el mal ejemplo y la mala vida. Esta semana las noticias parecieron trabajar para ese cuadro. Las minuciosas imágenes de los jefes de la Guardia Imperial, la barra brava de Racing, luciendo cicatrices de combate, tatuajes tumberos, vida de millonarios y carácter turbulento a bordo de un crucero de lujo, revelaron que los violentos del fútbol no sólo se mueven impunes, sino que hasta empieza a gustarles la ostentación de su prosperidad. Dirigentes deportivos, sindicalistas y políticos pagan la cuenta de estas fuerzas de choque. Que la Presidenta elogió en público al confesar su adoración por “esos tipos parados en los paravalanchas, con las banderas que los cruzan así, arengando… son una maravilla”. Al escuchar esta declaración, el periodista especializado en violencia del fútbol Gustavo Grabia se declaró azorado. Recordó los vínculos del kirchnerismo con Hinchadas Unidas Argentinas, de La Cámpora con el alquiler de La 12 en el debut de Fútbol para Todos, el cotillón que Guillermo Moreno le regaló a Los Borrachos del Tablón, y señaló que con esa declaración, pronunciada desde la máxima representación institucional, se le estaba extendiendo un cheque a los barras. “Y sabe qué, Presidenta –escribió Grabia–, éstos cobran en contante y sonante.” Durante la era kirchnerista hubo más de cincuenta muertos, un sinnúmero de heridos e incontables actos de salvajismo, y todos reconocen que el fenómeno está entrando en una vertiginosa espiral. La glorificación de los barras por parte del poder político tiene mucho que ver con la asociación del Gobierno con Fútbol para Todos, su principal instrumento de propaganda, como lo demuestra una flamante encuesta de Poliarquía, y también con la prolija evasión por parte de la televisión kirchnerista de los incidentes en las canchas provocados por las patotas organizadas. Las transmisiones periodísticas, en lugar de mostrar y denunciar, borran esas batallas, las extirpan para que nada turbe el plácido relato oficial. Sin embargo, como en el caso de Once, lo más triste es que miles de hinchas genuinos se han ido mimetizando con los marginales. Ya no los repudian tanto ni los aíslan. Por el contrario, algunas veces los aclaman y hasta les compran camisetas con el nombre de las barras bravas para vestir orgullosos o para que sus hijos las lleven por la calle. El triángulo se cierra con la cer-

teza de que los narcos contratan a chicos como “soldados” por 150 pesos al día en el Gran Rosario. Los asesinatos en cadena que se están produciendo allí obraron como un milagro: el kirchnerismo descubrió de repente la inseguridad y el narcotráfico, pero sólo en Santa Fe, donde gobierna el socialismo. La administración de Bonfatti y de Binner no puede eludir su responsabilidad gestionaria, puesto que no logró evitar que las pymes de la droga se enquistaran en las zonas empobrecidas de esa provincia, y esa impericia es muy grave. Pero el Poder Ejecutivo jamás puede exculparse del drama, puesto que el tráfico de estupefacientes no sólo es un delito federal, sino que las fronteras y las rutas nacionales son de su exclusiva competencia. Por otra parte, la instalación del negocio narco no es un producto regional santafecino. Es un modus vivendi en amplias franjas de la Capital, del conurbano bonaerense y de diversos cordones pauperizados de distintas provincias argentinas. En esas zonas sucede lo que el economista Ernesto Kritz graficó como nadie: “Se pasó de las manzaneras a los dealers de la manzana”. El diputado Agustín Rossi, que tiene intereses creados en Santa Fe, pronunció otra frase memorable: “El gobierno perdió el control de la seguridad”. Se refería, naturalmente, al gobierno de su provincia. Pero la cita podría aplicarse al gobierno nacional y también al campamento de Daniel Scioli. Si algo fracasó en el oficialismo es su política de seguridad, entrampada en una discusión ideológica de izquierdas y derechas, como si no existiera nada entre la mano dura y el abolicionismo judicial. En el medio existe, por ejemplo, la eficiencia. Pero esa palabra no figura en el diccionario de la política. No cabe duda de que el empobrecimiento y el quiebre de valores de los años 90, sumados al crac político y económico de 2001, dañaron seria e íntimamente el tejido de la sociedad. Ni que el crecimiento a tasas chinas de la posdevaluación generó millones de empleo. Pero es, a su vez, muy notorio que diez años de clientelismo a mansalva profundizaron los problemas. El clientelismo destroza la cultura del trabajo, hace príncipe al puntero y genera una cultura mercenaria. Todo se compra y se vende. Todo

Diez años de clientelismo destrozaron la cultura del trabajo, hicieron príncipe al puntero y generaron una cultura mercenaria, lista para el narcotráfico tiene precio y la vida es un toma y daca. Mientras cacarea militancia comprometida, el kirchnerismo territorial no ha fortalecido el compromiso sino el método del alquiler mediante la dádiva. La marginalidad no fue integrada, sólo se la rentó para trabajos especiales, en un mundo de facinerosos y de fascistas barriales, y en un país donde la desigualdad no ha cedido. Ese es el perfecto caldo de cultivo para el narcotráfico, puesto que en un mercado de menesterosos donde la política ya ha comprado voluntades hay siempre gente predispuesta a oír nuevas ofertas. La degradación no sucede únicamente en los sectores más carenciados. El 40% de los argentinos sigue trabajando en negro y sabe que el Gobierno se pasea por el mundo con feriantes ilegales. También que miente descaradamente con los números de la inflación, y que la paritaria con semejante nivel de distorsión de precios llama a la guerra permanente. Que en las calles puede pasar cualquier cosa, y que el delito no paga. Que los trenes matan, los barras son geniales y que ser trucho es ser vivo y simpático. Es ser argentino. De esa creencia no se salvan muchos miembros de la clase media, donde reina el individualismo extremo. Ni los segmentos más altos, proclives a agasajar al Gobierno por cobardía empresaria. Los que miran para otro lado en el tren, los que acompañan festivamente a los violentos y a los truchos, los que esperan del Estado favores y prebendas, los que han perdido la solidaridad y el respeto por sí mismos y por los demás, son hijos del caníbal. Y caníbales de sus hijos.ß

datos por Nik

El autoritarismo creciente de Cristina Kirchner

Joaquín Morales Solá —LA NACION—

U las palabras

La jerga de la mentira Graciela Guadalupe “No hubo ningún aumento en los gastos de electricidad.” (De Roberto Baratta, subsecretario del Ministerio de Planificación.)

E

l hombre se levantó temprano y vio la boleta del servicio de luz amenazándolo desde el piso, junto a la puerta. Pudo haberla dejado para más tarde, pero se convenció de que las malas noticias hay que recibirlas de golpe. Y la recibió nomás. La factura costaba ciento por ciento más. ¿La razón? El “factor de estabilización”. “No hubo ningún aumento. Si prefieren pagar el prorrateo por bimestre, lo pueden solicitar”, explicó Roberto Baratta, subsecretario del Ministerio de Planificación. La cuestión, mal que nos pese, ya no se ciñe a un problema de costos, sino de interpretación. No estamos entendiendo el florido y adaptable lenguaje de técnicos y políticos. “Factor de estabilización” vendría a ser similar a la “sintonía fina” de la Presidenta cuando en realidad habla de ajuste. Los eufemismos son como sofismas demagógicos: te digo lo que no te gusta para que no lo entiendas y te parezca menos grave. El aumento también pasó a ser “movilidad tarifaria”; la inflación, “reacomodamiento de precios”; las guerras son “intervenciones militares” y el estancamiento eco-

nómico, “crecimiento cero”. Se instalan nuevas jergas. Si lo sabremos los argentinos, fatigados de escuchar que los asesinatos son producto de la “sensación de inseguridad”; que volver a forzar la Constitución se dice “Cristina eterna”; que cumplir con los mandatos es una “alternancia boba”, o que la gente no tiene hambre, sino “necesidades básicas insatisfechas”. Nunca hubo cepo cambiario, sino “control de divisas”; el queso no está caro, sino que es un “producto premium”, y cuando los funcionarios se otorgan un aumento dicen que lo que hicieron fue “quitar el tope” de sus salarios. Al todo vale lo llamamos “vamos por todo”; a meter la mano en la lata, “diferencia administrativa”; al saqueo, “acción desestabilizadora de profesionales del caos”, y al techo de chapa y al tanque de agua, “soluciones habitacionales”. El viento viene “de frente” si hay que justificar el desmanejo, y “de cola”, cuando nos empuja la suerte. Las muertes por imprevisión de los gobiernos son “efectos colaterales” y a los países que no salen de perdedores se los llama “en vía de progreso” o “emergentes”. Los bolsones de pobreza son “asentamientos irregulares”, los que revuelven la basura porque no tienen cómo mantenerse son “recuperadores urbanos” y la limosna es “subsidio”. Eufemismos, tabúes o la nueva jerga de la mentira.ß

na foto falsa terminó de exponerlas. A la Presidenta, a sus ideas y a su estrategia. El año electoral comenzó con renovadas ráfagas de rencor de Cristina Kirchner contra el periodismo. No dijo ni escribió una sola palabra sobre los desquicios de la economía, sobre las satelitales ambiciones salariales de los gremios, sobre los trastornos de la inflación o sobre el estrafalario mercado cambiario. Los días de enero que ella vivió en Buenos Aires los dedicó sobre todo a callar a los críticos y a maltratar a los diarios independientes. Cerrar esas bocas se ha convertido, por ahora, en su casi único programa electoral. Sólo acompañado, tal vez, por un mayor control personal del destino de los recursos públicos, mecanismo que ya amenaza con convertir a los gobernadores en simples delegados del Poder Ejecutivo nacional. El caso de Daniel Scioli, el más popular de los gobernadores, es aleccionador: un político impopular, como Amado Boudou, lo insultó en público sólo porque el gobernador pidió abrir un diálogo sobre la coparticipación federal. Acatar y callar. No hay otra opción para los funcionarios peronistas. La foto falsa sobre Hugo Chávez la publicó el diario español El País. Fue un error, como el propio diario lo reconoció. Habría sido un error aun cuando la foto hubiera sido auténtica. Todos, incluido Chávez, merecen el respeto a su dignidad. Perfectible como es en todos los casos, el periodismo tiene también muchos aciertos y su presencia es imprescindible en la vida democrática. El propio diario El País fue implacable en la publicación de actos de corrupción de la dirigencia española. Llama la atención que la presidenta argentina no haya dicho nunca nada sobre esas espectaculares revelaciones que acorralan en estos días a los políticos de España. Por el contrario, existe una clara diferencia entre lo que sucede aquí y en Madrid con las denuncias de corrupción política. Allá, los acusados renuncian y sus líderes deben modificar políticas y métodos. Aquí, los que reclaman una explicación de la corrupción evidente son perseguidos, condenados a esquivar los carpetazos falsos o ciertos que les propinan desde el kirchnerismo. La prensa es “canalla” para la Presidenta porque habla de esas deshonestidades, no porque un diario publicó una foto falsa de su amigo Chávez. El primer mes del año comenzó con una dura y falsa acusación presidencial contra la nacion (falsedad que, una vez aclarada, no escandalizó a la Presidenta) y termina con interminables diatribas contra El País y contra Clarín. Sería ingenuo imaginar que en todas esas ocasiones la Presidenta sólo dio rienda suelta a su proverbial mal humor. Se trata, sin duda, de una vieja estrategia, ratificada ahora frente a un crucial año de elecciones. La Presidenta cree que todos sus problemas se terminarán el día en que todo el periodismo la elogie, describió, con precisión de cronista, un funcionario con acceso a ella. Prisionera de una política cada vez más autoritaria, y de la que ya le será difícil evadirse aunque quisiera, el otro objetivo de sus interminables arrebatos es la Corte Suprema de Justicia. ¿Casualidad? Seguramente no. Ese tribunal, la máxima administración de justicia del país, es, junto con el poco periodismo no alineado al kirchnerismo, lo único independiente que queda entre las instituciones argentinas. La Corte tiene y tendrá causas que precisamente afectan al periodismo en su relación con el Estado. Todo lo que circula en los tribunales sobre los medios periodísticos terminará aquí, sin duda, adelantó uno de los jueces de la Corte Suprema poco antes de empezar el período anual de vacaciones. Esas vacaciones de los jueces terminarán en estos días; en febrero comenzará el año judicial. Hebe de Bonafini renovó la ofensiva contra la Corte que ya el kirchnerismo había explayado a fines de diciembre y principios de enero. Cristina nunca les perdonó a esos jueces que

hayan decidido varias veces en los últimos tiempos a favor de planteos hechos por el Grupo Clarín sobre la ley de medios. En rigor, la Corte no respaldó a Clarín; simplemente no homologó caprichos y antojos presidenciales contrarios a cualquier noción del procedimiento judicial y del juicio justo. Bonafini comenzó a revelar los antecedentes de esos jueces que están en poder de los servicios de inteligencia. Es exactamente lo que los magistrados de la Corte Suprema esperaban; saben, desde hace varios meses, que el espionaje kirchnerista sigue sus movimientos, toma fotografías de ellos, hurga en sus pasados y escucha sus conversaciones telefónicas. Bonafini comenzó con Carmen Argibay, la jueza más clara, independiente y segura de la Corte. Es también la menos vulnerable; hasta estuvo detenida por la dictadura militar. Comenzar por ella fue casi un mensaje oculto al resto de los jueces, aunque ninguno tiene un prontuario secreto ni necesita esconder nada. Es cierto que Bonafini carece ya de autoridad política y moral para denunciar a nadie, sobre todo después de que no pudo explicar cómo se gastaron los millonarios recursos del Estado que fueron a parar a sus manos y a las de Sergio Schoklender. Pero los jueces sienten la presión del poder kirchnerista cerca de sus talones. No están acostumbrados al agravio público; son jueces, no políticos. Es Cristina la que está detrás de Bonafini. ¿Acaso no fue el propio Schoklender el que denunció que los “juicios políticos” de Bonafini en la Plaza de Mayo eran instrucciones precisas del entonces matrimonio Kirchner? Digan lo que digan en público, los jueces de la Corte Suprema pronostican tiempos de aprietes y de operaciones contra ellos. Quizá se avecinan momentos en que deberán demostrar, como nunca antes, su serenidad y su independencia. Esas son las dos virtudes que el kirchnerismo quiere arrebatarles ahora con tantas presiones públicas y reservadas. Resulta extraño que la Presidenta se ocupe de jueces y periodistas justo en los días en que la economía comienza a señalarle el otoño de su poder. La inflación de este año podría ser peor que la de 2012. Los gremios, los amigos y los enemigos, están ayudando a elevar el costo de

La Presidenta nunca tomó nota de que es la primera vez que el peronismo lidera un tercer mandato presidencial consecutivo, que no tuvieron ni Perón ni Menem vida con reclamos salariales intolerables para la actual situación de la economía. O los afiliados de los sindicatos o el Gobierno. Esa es nuestra opción, dijo un dirigente gremial muy cercano al kirchnerismo. Ahora la Presidenta tendrá oportunidad de arrepentirse de haber promovido la división sindical. Si aquello es lo que dicen los amigos, ¿qué puede esperar de los enemigos? Caída de la producción industrial y de la actividad económica, inflación, escasa inversión, un dólar paralelo eyectado y el colapso de la infraestructura. La Presidenta sólo atina a repetir sus viejas recetas tan dirigistas como facilistas para resolver esos graves problemas de la economía. Nunca tomó nota de que es la primera vez que el peronismo lidera un tercer mandato presidencial consecutivo, que no tuvieron ni Perón ni Menem. Ésta es también, por lo tanto, la primera vez que en el peronismo deberán hacerse cargo de sus propias consecuencias. Para peor, Cristina carece de un equipo económico creíble y de programas económicos alternativos. Sólo podría pavonearse porque la política habla nada más que de ella. Tiene un deber de gratitud frente a la inoperancia de sus opositores, que no imaginan alianzas electorales ni políticas diferentes. Pero esa es otra historia. Todo lo que ella ofrece es muy poco para una sociedad perseguida por una delincuencia cada vez más criminal y asustada por la deriva de una economía altamente imprevisible. La Presidenta sólo se ocupa de perseguir a los periodistas, de presionar a los jueces y de sumar para ella más poder en la cima estructural. Las mismas respuestas, en fin, para otras preguntas.ß