Entrevista Música de Oriente

9 sept. 2011 - te del barrio de Punta Carretas] y, cuando estás tocando, habla y no te escucha, si- no que habla. En la Argentina, el 95% de la gente escucha ...
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Entrevista Música de Oriente

“Soy un artesano que trabaja con notas”, dice el músico uruguayo, admirado por sus colegas latinoamericanos y también por el público japonés, al que visita seguido

Fattoruso por él mismo POR PABLO COHEN Para La Nacion - Montevideo, 2011

A pág.

Viernes 9 de septiembre de 2011

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unque por lo bajo admita que no entiende un país donde “un club de fútbol baja a la B y la gente sale enloquecida a quemar autos”, el amor que siente Hugo Fattoruso hacia la Argentina no requiere explicaciones porque, como todo amor, es impulsivo. Cuando toca en ese país, dice, se encuentra mejor que en su casa. Ídolo de Fito Páez, fundador del grupo de jazz fusión Opa y de la legendaria banda de pop-beatle Los Shakers, miembro estable del Trío Fattoruso y de Rey Tambor, Hugo tiene en carpeta una enorme cantidad de proyectos –de canciones o instrumentales, con el piano o con el acordeón– y vive un momento extraordinario tras haber editado un disco grabado en vivo en la Sala Zitarrosa, haber sido declarado ciudadano ilustre de Montevideo y haber presentado con singular éxito, el 29 de abril en el Teatro Solís, un recital junto con el cantautor Fernando Cabrera, el guitarrista Nicolás Ibarburu y la vocalista Julieta Rada, hija de Rubén. Antes de viajar a Japón, esta vez no pa-

ra tocar con el percusionista Takiro Yomohiro ni con el prestigioso conjunto de cuerdas de la violinista Aska Kaneko, sino con Rey Tambor y en catorce ciudades, Fattoruso se reunió con adn en el amplio café del hotel Balmoral de Montevideo y habló en profundidad sobre su carrera, haciendo gala de una modestia y de un sentido del humor muy poco habituales. –La Argentina es un país en el que la crítica y el público siempre lo han reconocido con más efusividad que en Uruguay. ¿Cómo es para usted un oyente argentino? –Ellos tienen otra manera de escuchar. Hay gente que paga un cubierto para comer en la parte de abajo del Café Bar Tabaré [N. de la R.: emblemático restaurante del barrio de Punta Carretas] y, cuando estás tocando, habla y no te escucha, sino que habla. En la Argentina, el 95% de la gente escucha y sólo el cinco por ciento habla. Y en Uruguay es exactamente al revés. Yo ya estoy acostumbrado a las dos cosas, pero a un músico le gusta mu-

cho más lo que sucede en la Argentina, porque uno va a exponer un trabajo, una idea, una cosa terminada, que necesita silencio y atención. –Luis Alberto Spinetta lo idolatra y Fito Páez declaró al diario El Observador que usted es uno de los músicos más importantes del mundo y que uno de los grandes placeres de su vida ha sido que le pusiera música a una letra suya. Liliana Herrero quedó maravillada con su canción “Nueva”, que grabó en su último disco. ¿Cómo es su relación con ellos tres? –Yo a Spinetta lo saludo pero le disparo porque me da vergüenza, ya que para mí es un genio de otro planeta. Él también siente un poco de vergüenza de que hablemos pero es muy amigable, y es tan natural que, cuando nos encontramos, conversamos sin problemas. Con Fito mi relación es bastante particular, porque hace tres años me invitó a tocar en un recital suyo en el Solís, me dejó dos letras y me dijo: “Tomá, capaz que algún día hacés algo con esto”. Al año llegó a La Trastienda. Él venía un lunes y el sábado anterior me llamó su mánager, Ale Avalis, y me preguntó: “¿No querés venir a tocar con aquél?”. Entonces, el domingo agarré las dos letras. Una era como una Biblia que no sé quién podría llegar a musicalizar. Pero la otra sí la tomé y le puse una melodía el domingo anterior a que arribara Fito. En cuanto a la versión de “Nueva”, me pareció espectacular. El arreglo es notable y ella está cantando mejor que nunca. Liliana canta muy bien cualquier tema. –Ellos no son los únicos grandes músicos que lo han elogiado. En general, ¿con qué actitud recibe esas palabras dulces? –Me dan mucha vergüenza. Esas manifestaciones de cariño no me alteran el ego, porque al ego lo tengo muy lejos de mí y sólo se presenta cuando compongo y estoy mano a mano con él, pues ahí el que tiene que quedar conforme soy yo. Pero en general prefiero que me digan “loco, ¿cómo andás?” y que charlemos de cosas comunes. Si tuviera que definirme, diría que hay tipos que como artesanos fabrican vasijas de cobre, otros que fabrican vasijas de arcilla, otros que son zapateros y otros que son carpinteros y trabajan con madera. Bueno, yo soy un artesano que trabaja con notas musicales. –¿No será que su nivel de autocrítica es inusitadamente alto? –Puede ser, porque soy cuidadoso con lo que sale de mis manos. Pero no diría que mi nivel de autocrítica es tiránico, esclavizante o exagerado, sino que es alto porque soy muy respetuoso, nada más. Creo que últimamente cometo menos errores, lo que me deja más satisfecho que cuando era joven. Entonces, escuchar lo que grabo me da menos vergüenza, porque las puntadas están más firmes.

–Uno de los pocos temas ajenos que tocó en el concierto que ofreció en abril fue “Biromes y servilletas”, de Leo Maslíah. Para usted, ¿qué importancia tiene él como músico? –Para mí es inalcanzable. Yo no puedo aprender nada de él, sólo seguir admirando lo capo que es. Está tan lejos que, si corriéramos una carrera, él sería un Fórmula Uno y yo un monopatín. Él es un instrumentista bárbaro, una persona muy preparada que estudia mucho, pero además es un genio en las facetas que apenas le conocemos, porque andá a saber cuántas cosas más hace. Leo es un genio con la lapicera, con el humor, con la crítica, con la rima y con la poesía. Por otra parte, con el piano es un animal. –Cambiemos de tema. ¿Por qué usted no usa celular? –Porque los veo a todos enloquecidos con los celulares, haciendo “tititití” con los botoncitos. Está bien, es una gran herramienta, pero se pasan con el celular. Mi eslogan es “Busco novia sin celular”. Todos mis amigos que tienen celular están enloquecidos y quedan medio presos del aparato. –Usted sigue viviendo en La Aguada con su madre, Josefina Dolce, que tiene 90 años. ¿En qué medida diría que es un típico miembro de una familia italiana? –No creo que haya diferencias con gente de otras nacionalidades. Más bien pienso que no, porque el hijo busca a la madre, la madre protege al hijo, el hijo la ayuda cuando ya le llegan los años, y después comen juntos. Podríamos haber sido españoles o portugueses y hasta alemanes, aunque no sé cómo son los alemanes. Pienso que las familias son similares en todos lados. A los italianos nos distingue la música, pero nosotros escuchamos desde música del Líbano hasta música griega y jazz. –¿Por qué le atrae tanto la música africana? –Por su pulso. Es un continente insondable del que quizá conozcamos sólo el uno por ciento, pero para mí ese pulso es único. Hay lugares muy particulares en términos de lo que han generado para un continente porque, así como en Venezuela hay distintos estilos según se trate del llano, de la floresta, del altiplano o de la costa, y así como en Brasil hay músicos que aún no conocen todos los ritmos de su nación, en África tenés la parte de arriba, que es arena, la del medio, que es verde, y la de abajo, donde hay sabanas, volcanes, nieve y praderas. Imaginate, es imposible abarcarla. Por eso la música de África me fascina, sobre todo la árabe. Y después está aquel pulso del que hablábamos, el pulso del vientre, del útero o del corazón de la madre. Me seduce mucho más que los valses de Alemania. Es un café cargado, ¿entendés? Es la Tierra misma, el pulso del planeta: cuando ellos tocan, se mueven con un péndulo diferente. También