EN ESCENA | LOLA ARIAS
DESPEDIDA. Mi vida después, escrita y dirigida por Lola Arias, se despide hoy y mañana a las 21 en el Teatro Sarmiento (Av. Sarmiento 2715). Platea $ 35.
“El teatro debe ser un arte vivo” La dramaturga, una de las más prolíficas de su generación, habla sobre su última obra, Mi vida después, con la que saldrá de gira al exterior. Y sostiene que el riesgo y la incertidumbre son parte del hecho creativo POR ANA WAJSZCZUK Para La Nacion - Buenos Aires, 2009
C
uando era niña, esta directora de teatro –también compositora, poeta y dramaturga– jugaba a tirar cosas desde la ventana del departamento familiar en pleno microcentro, para observar la reacción de los transeúntes. Ahora, a los treinta y dos años, hace lo mismo, pero los transeúntes se han convertido en público, los objetos que arroja están hechos de palabras y el escenario es, esta vez sí, un escenario. No hay duda de que Lola Arias, una de las jóvenes dramaturgas argentinas más importantes, es francotiradora de vocación. Arias empezó a construir su camino en la nueva escena off de Buenos Aires con las obras Poses para dormir (2004) y Temporariamente agotado (2005). En 2007, su trilogía Sueño con revólver/ Striptease/ El amor es un francotirador, gestada durante una residencia en la Royal Court Theater de Londres, se convirtió en un disco realizado junto al músico Ulises Conti, integrante de la Compañía Postnuclear, el colectivo interdisciplinario fundado por Lola. La trilogía descolocó a la crítica: ¿era una obra teatral? ¿Un concierto de rock indie? ¿Una performance con bebé incluido? Dos años más tarde y tras varios proyectos desarrollados en Europa, esta artista regresó al teatro porteño con Mi vida después, una obra con seis actores, todos nacidos entre fines de los años 70 y principios de los 80, que sobre el escenario reconstruyen escenas de la vida de sus propios padres (“Hacen una remake, como dobles de riesgo”, dice). Un collage de seis relatos narrados con música en vivo, coreografías gimnásticas, proyecciones de fotos y videos, montañas de ropa vintage y hasta un niño y una tortuga organizan, entre otras, las historias de un
militante peronista desaparecido y la de un sargento del ERP muerto en Monte Chingolo, la de un empleado en un banco intervenido por militares y la de un cura que abandona los hábitos. Y claro, también la de los hijos de todos ellos, los actores en escena. A punto de viajar a Munich para trabajar en Familien Banden, su nueva obra, y de comenzar la gira que llevará Mi vida después a los festivales de teatro de Suiza, Austria, Noruega, Alemania y Lichtenstein, Lola Arias dialogó con adnCULTURA sobre esta obra, que clausuró simbólicamente el ciclo experimental Biodrama, creado por Vivi Tellas en 2002 para el Complejo Teatral de Buenos Aires. –Los artistas de tu generación que tocan el tema de los años 70 en la Argentina suelen ser hijos de militantes políticos. ¿Te parece novedoso haber escrito esta obra pese a no estar involucrada personalmente en esa historia? –Es algo interesante: parece raro que alguien haga una obra sobre la década del 70 y no sea hijo de desaparecidos o algo así. En realidad, lo que la obra dice es que todos somos hijos de lo que pasó. Toda nuestra generación fue afectada de una u otra manera por haber nacido en ese contexto. Pero yo no diría que Mi vida después es una obra sobre los años 70, porque habla de muchas otras cosas: la confrontación entre dos generaciones, de qué manera el pasado está en el presente, y cómo, al reconstruir el pasado, pienso en el futuro. Es el cruce entre la historia de un país y la de ciertas personas. A nosotros, que ahora somos jóvenes y vivimos con ese pasado, ¿qué nos queda de aquello y cómo sigue la historia? –¿Qué es lo “particular” de la generación que aparece en la obra? –Para mí, que nosotros vivimos con la sombra de lo que se podía y no se podía
EN EL MARGEN. Lola Arias trabaja sus obras entre la realidad y la ficción
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Múltiple e inquieta Nacida en 1976, Lola Arias estudió teatro con Ricardo Bartís y Pompeyo Audivert. Sus proyectos involucran, además del teatro, la música y las artes visuales
decir, y lo que nuestros padres se cuidaban de decirnos. Toda esa gama de mentiras o de ficciones entre las que nacimos tienen distintos motivos en cada caso, pero de lo que hablan es de un contexto histórico muy particular. No por nada es todo tan difuso: están borradas las huellas. Por eso para mí son tan importantes los documentos que los actores aportaron: la carta, la foto son lo único que queda cuando justamente lo que hizo la historia fue borrar las huellas, hacer desaparecer los cuerpos, quemar los documentos. En ese sentido, lo que ellos hacen es decir: “Si me quedó esto, si junto este pedazo de carta con este pedazo de mapa con esta foto… ¿puedo reconstruir quién era esa persona?”. Son como los investigadores de su propia vida. Volver atrás y descubrir juntos ese detalle: para mí eso era lo más emocionante. –¿Cómo se maneja ese límite entre el actor y la persona, que son lo mismo y que cuentan lo mismo? –Ésta es una obra escrita con la colaboración de los actores en un sentido
total, hay una participación enorme de ellos como autores. Ese borde por donde la obra transita todo el tiempo, sobre el filo de la ficción y lo real, para mí es lo más interesante. El teatro tiene que ser un arte del presente, hablar de algo que existe en el mundo, que está pasando ahora; no una versión reescrita de un texto de Shakespeare con actores que usan jeans en lugar de vestidos largos. Tiene que ser otra cosa, hablar de algo que me preocupe. En ese sentido, el valor de realidad que los actores traen a la obra es “Acá está, estoy vivo, cuento esta historia y a la vez la represento”. –¿Qué te interesa especialmente del teatro? –Me interesa el teatro como organismo vivo, donde pasan cosas todo el tiempo, un lugar de lo real pero también de lo vivo. ¿Por qué hacemos teatro? ¿Por qué hago parar a los actores una y otra vez arriba de un escenario para hacer exactamente lo mismo, si no hay ningún riesgo? Por eso me interesa un bebé como protagonista, por ejemplo. Es la idea de que el teatro puede ser de verdad algo que cambia cada vez, que está muy vivo, que tiene sentido volver a repetir, porque pasan cosas nuevas, hay cosas que no se saben o están fuera de control. Y también porque hay una relación real entre los que están en escena y los que escuchan, una relación que hay que mantener lo más viva posible. © LA NACION
Sábado 6 de junio de 2009 | adn | 21