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Por Dolly Martin Monroe. A partir del segundo año de mi matrimonio mi oración principal fue siempre la misma: “Señor, por favor dame un hijo”. Al pasar el ...
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El Silencio celestial Por Dolly Martin Monroe A partir del segundo año de mi matrimonio mi oración principal fue siempre la misma: “Señor, por favor dame un hijo”. Al pasar el tiempo y no ver la respuesta que yo deseaba, me empecé a preguntar si algo tenía de malo mi oración. Sabía que Dios escucha la oración y de hecho había recibido respuesta divina a muchas oraciones. Sin embargo, parecía que esta oración estaba pasando desapercibida por el Padre celestial. Al final del año 1999, mi esposo y yo tomamos un pequeño sabático y nos fuimos a las montañas de Colorado. Yo aproveché este tiempo para tener un retiro personal con Dios. Me preguntaba, ¿Será posible que esté orando erróneamente? Determiné no volver a casa hasta que hubiera recibido una respuesta definitiva de parte de Dios. Comencé a estudiar todos los versículos en la Biblia que hablan de la oración. Compré lápices de color y marqué versículos según algunas categorías como intercesión (orar por otros), petición (orar por uno mismo), confesión, etc. Estaba aprendiendo mucho acerca del tema, pero aún seguía sin la respuesta deseada. En verdad estaba entrando en una depresión porque sentía como que el cielo se había vuelto silencioso y me sentía aislada, olvidada. Una noche, desesperada por una respuesta, abrí un libro que había traído para ayudarme con el estudio de la oración. Es el libro favorito de mi esposo con respecto al tema de la oración. El título es: Rees Howells Intercessor escrito por Norman Grubb. Es la biografía de un gran hombre de oración. El Señor usó un párrafo de este libro para abrir mis ojos a mi error. En este párrafo el Sr. Howells narra lo que Dios el Espíritu Santo le dijo: “Como el Salvador tuvo cuerpo, así también yo moro en el templo regenerado del creyente. Yo soy una persona. Yo soy Dios, y yo he venido para pedirte que me des tu cuerpo para que yo trabaje a través de él. Yo necesito un cuerpo para mi templo (1 Corintios 6:19), pero me tiene que pertenecer sin reserva, porque dos personas con diferentes voluntades no pueden vivir en el mismo cuerpo. ¿Me entregas el tuyo? (Romanos 12:1) Pero si yo entro, entro como Dios, y tu tienes que salir (Colosenses 3:2, 3). Yo no puedo combinar mi ser con tu ser”. Estas palabras me dejaron helada. Sabía claramente que el Espíritu Santo me estaba hablando. Dios me estaba pidiendo que yo rindiera mi voluntad, incluyendo mi deseo de tener hijos, para que él pudiera entrar y cumplir su propósito en mi vida. Por unos minutos titubeé, no queriendo rendir mis deseos tan fuertes de maternidad. A la vez, me di cuenta que cuando entregué mi corazón a Jesucristo y le invité a que fuera mi Salvador, yo renuncié mi vida a él. Me había olvidado de este trato. En esos momentos, mi oración se convirtió en confesión por haberme alejado de él. Si usted se siente frustrado por no recibir la respuesta deseada de sus oraciones, le animo a examinar su corazón. Recuerde la oración modelo de Jesucristo que dice, Hágase tu voluntad, en el cielo como también en la tierra.

REFLEXIÓN BÍBLICA Por Miguel Ángel Jacinto Así tu Padre...te recompensará. Mateo 6:6 Cuando tenía 12 años de edad quise tener una colección de libros llamados la Colección Tazumal. Eran libros ilustrados de las ciencias de la naturaleza a todo color. Le pedí a mi abuelita que me los comprase, pero ella se negó con la excusa de que eran muy caros. Mi siguiente paso fue escribirle a mi madre que residía en los Estados Unidos y le pedí ese regalo de cumpleaños. Ella gustosamente accedió y mi petición fue concedida. Experiencias como estas nos ayudan a comprender el amor de nuestros padres que saben cuáles son nuestras necesidades terrenales. A través de toda la Santa Escritura encontramos que Dios cumple sus promesas en la vida de aquellos que confían en él. Jesucristo dijo pedid y se os dará. Pero antes de proceder a enumerar nuestras peticiones debemos recordar que existen ciertas condiciones para que Dios cumpla nuestras súplicas. Primeramente, debemos obtener nuestra condición de “hijos”. Esto se logra por medio de recibir a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador personal (Juan 1:12). Esto implica que nuestra naturaleza humana es mala y que no podemos cumplir con las exigencias de la ley divina. Jesucristo es nuestro único recurso para librarnos de la condenación de nuestros pecados por fe en su sacrificio perfecto. Él nos limpia de toda culpa y nos da el derecho de ser llamados “hijos de Dios”. En segundo lugar, necesitamos mantener una relación diaria e íntima con nuestro Padre celestial. Esto se logra por medio de la lectura constante de la Biblia y un tiempo a solas en oración. La lectura en su Palabra nos ayuda a saber cuál es la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios. Si saltamos este paso de comunión con Dios, nuestras oraciones se convertirán en egoístas y superficiales. Recordemos que el compañerismo se lleva a cabo en dos direcciones. Dios nos habla por medio de la Biblia. Nosotros le hablamos por medio de la oración. Asegúrese de tomar en cuenta estas verdades y Dios usará sus oraciones para transformar su vida en todas las dimensiones.

Tomado de El Comunicador de Radio Amistad. Usado con permiso. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.