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el seminario, ruja y mi adolescencia

17 años tuve el gusto, privilegio y honor de ser el primer presidente. El seminario tenía entonces una cancha de fútbol en su gran espacio abierto interior ( aún ...
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EL SEMINARIO, RUTA Y MI ADOLESCENCIA Corria la década del ‘40 y el Seminario Mayor San José de la ciudad de La Plata, ubicado en la calle 24 entre 65 y 66, cuyo templo - aún no era parroquia — había sido colocado bajo la. advocación de Muestra Sra. de la Piedad , transitaba uno de sus períodos más brillantes, bajo la pastoral estricta e inteligente conducción de su ilustre Rector Mons. Dr. Rafael Trotta. Recuerdo que por sus galerías - entonces abiertas - y los jardines del gran patio interior \ ciamos caminar destacados sacerdotes que marcaron toda una época — la "belle epoque" - en esa prestigiosa institución. Allí estaban Mons. Juan Straubiriger quien, escapado de Alemania por las persecuciones nazis contra el clero católico, trabajaba intensamente en la traducción de la Sagrada Biblia, tarea que le demandó 10 años y de la que participara el entonces Presbítero. Juan Carlos Ruta; Enrique Rau, por aquellos días Vice-Rector, con su enorme figura y su inseparable cigarrillo; Raúl F. Primatesta, con su proverbial seriedad; Octavio Derisi, portando ya sus gruesas gafas, haciéndose oír fácilmente con su voz naturalmente impostada; Guillermo Blanco, Germiniano Esorto, José A. Plaza, José Giunta (originario de Azul, casi ciego), Gabriel Galetti, Eloy Ponferrada y otros destacados prelados que mi fatigada memoria se niega recordar. Y, como se ha dicho, al frente de este destacado y brillante grupo de hombres de la Iglesia , que tiempo después ocuparían destacados niveles en los obispados y arzobispados de la República, Mons. Trotta, insuperable conductor, santo sacerdote y expositor de atrapante oratoria Recién habíamos formado la Asociación de Jóvenes de la Acción Católica (JAC), integrada por muchachos del barrio del Seminario o condiscípulos de las aulas secundarias que la mayor parte de nosotros transitábamos por aquellos años. A mis 17 años tuve el gusto, privilegio y honor de ser el primer presidente El seminario tenía entonces una cancha de fútbol en su gran espacio abierto interior ( aún no se habían construido los edificios que ocupan hoy la calle 23 ni el teatro de la esquina 66) Y claro, allí nos prendíamos en cordiales pero disputados encuentros con nuestros asesores y algunos seminaristas. Recuerdo que a veces participaba Antonio, un seminarista alto, de atlético físico, a quien era muy difícil quitarle la pelota pues - tramposo él - la llevaba escondida dentro de la sotana o del largo guardapolvo negro que, como alternativa, solían usar los estudiantes. . Su nombre completo: Antonio Quarracino Como el Seminario disponía también de un frontón para pelota a paleta y una cancha de basket ball otras veces despuntábamos el vicio y descargábamos energías en estos deportes. Y en los meses de vacaciones, cuando sólo restaban unos pocos curas y seminaristas, todo el Seminario quedaba a nuestra disposición. Por la mañana nos convertíamos en monaguillos y luego desayunábamos junto al celebrante una buena taza de café con leche acompañada de pan fresco y manteca, elemento éste que en nuestros humildes hogares pocas veces disfrutábamos. Mons. Trotta designaba, al comenzar cada año, a quien habría de ser durante los siguientes 12 meses nuestro Asesor, elegido entre los seminaristas del último año de teología, el cual, por lo tanto, al ordenarse, nos dejaba. Cumpliendo esas funciones desfilaron, entre oíros: Jerónimo Podestá, espigado, locuaz, de permanente buen humor e incomparable expositor. Recuerdo que cuando hizo su aparición nos dijimos, con el desenfado propio de la mocedad: "¿Y a este flaco lo designan

asesor?" Luego resultó nuestro mejor compinche, consecuencia de la experiencia previa adquirida durante su paso por las aulas de la Facultad de Medicina, carrera que dejó trunca para ingresar al Seminario; José M. Montes, a quien llamábamos "gardelito" por su abundante cabello negro peinado "a la gomina"; y Juan Carlos Ruta. Juan Carlos Ruta nos marcó de manera indeleble. No recuerdo cómo fue el primer día del Seminarista Ruta, pero sí recuerdo todos los días subsiguientes. Las reuniones se iniciaban con un comentario evangélico, que nuestro Asesor desarrollaba con tan contagiosa claridad y convicción que nos sumergía en el más hondo silencio Esas introducciones y la didáctica expositiva tenían ya la impronta que habría de ser una característica distintiva de toda su vida madura como conferenciante. Nos gustaba porque era directo, simple, conceptual, pedagógico, utilizaba permanentes referencias bibliográficas, a veces era ocurrente y siempre profundo. Cuando Ruta comenzó a hablar, todos calíamos. Fin los antiguos jardines del Seminario habia un rincón muy especial. Estaba a la sombra de un frondoso árbol . cerca de una de las puertas que daba a las habitaciones Completaba la escenografía una canilla, una pequeña pileta de cocina y ¡un tocadisco Wincofon! en el cual sólo se pasaba música clasica grabada en los pesados discos de pasta de 75 r.p.m.. Allí, rememoro, nos juntábamos con Ruta, para escuchar buena música, matear, y charlar sobre religión, fútbol, chicas, filosofía y temas propios de la adolescencia. Planteábamos nuestras dudas , inquietudes y problemas que él escuchaba con atención y luego, entre sorbo y sorbo, nos respondía con filial afecto. Permanecen inalterables en mi memoria los rostros y las características personales de quienes integrábamos aquella memorable pandilla: Rodolfo Guanzetti, Julio César Sobredo, Juan Carlos Petrolli. Alfonso Dell’ Orto, Luis Pastorino, Jorge Di Rocco, Hugo Heraldo Bagnola, Néstor Falcón, Obdulio Tito Almada, Osvaldo Coco Sabadella, los hermanos Amoretti... Algunos de ellos ya partieron a la casa del Padre. Los que aún aquí estamos solemos reunimos de tanto en tanto, con nuestras esposas, para recordar aquellos tiempos de la juvenilia a la cual tan íntimamente ligada quedó la querida figura de Mons. Juan Carlos Ruta, verdadero orientador de jóvenes. Han pasado muchas décadas, pero ese tiempo, esos rostros y aquellos asesores persisten profundamente insertados en mi corazón. ¡Cómo olvidarlos, si marcaron mi vida para siempre! Ing. Silvano Jorge Trevisan La Plata, abril 2009