OPINIÓN | 25
| Domingo 25 De enero De 2015
El riesgo de gobernar sin poder
Santiago Kovadloff —PARA LA NACION—
S
altan a la vista los zarpazos judiciales del oficialismo. Le urge asegurarse impunidad. Debe alcanzar la orilla del relevo presidencial poniéndose a salvo de la ley. No tiene tiempo que perder y todo lo puede perder si no procede con rapidez y eficacia. De lo contrario, es mucho lo que peligra: desde la libertad de varios de sus representantes hasta la consistencia del relato. La reducción del Estado a las dimensiones de sus oscuras necesidades terminó por dejar expuestas grietas que el oficialismo necesita camuflar. ¿Y del otro lado qué? Sigue siendo fuerte el estruendo producido por los concurrentes al festival de la fragmentación. La suficiencia de tantas voces que se consideran únicas se hace oír en ese carnaval de alegres disonancias. Todas creen que una sola de ellas –la propia– bastará para poner fin al infierno en que vivimos. ¿Que la gente clama por unidad entre quienes aún siguen divididos? Tendrá que adaptarse. ¡Los tiempos de la dirigencia política no son ni pueden ser los de esa muchedumbre ávida de congruencias! Todavía es la hora de los cultores del tapón en los oídos, que no son otros que los aficionados al deleite de mirarse fijamente en el espejo y exclamar estremecidos: ¡Yo! ¡Solo yo! La hora de los que no parecen haber advertido que alcanzar el gobierno no es lo mismo que conquistar el poder. El oficialismo, en cambio, sí conoce la diferencia. Todos sus integrantes son devotos de Lampedusa. Y a coro repiten, incansables, que es necesario que las cosas cambien para que sigan siendo las que son. Llegado el caso, entregarán el gobierno. Nunca el poder. No les ha faltado perseverancia a los futuros frecuentadores de bambalinas. La tenacidad jamás los abandona cuando se trata de silenciar a la intolerable disidencia. O de intentar convertir en acusados a quienes los acusan. Son maestros de la lengua. Han logrado reducir el idioma al léxico de la obediencia debida, la descalificación perpetua y el bodoque doctrinario. En la ley han sabido ver un signo de la subversión. En la verdad, las huellas inequívocas de la mentira. En la mentira, la fuente inspiradora de la épica. En la muerte oscura de quienes como Nisman no les han rendido pleitesía, una tragedia a la que se empeñan en quitarle relieve nacional y asegurar que en nada les atañe. Del pobre han hecho un inquilino de la limosna. Del hombre libre, un sospechoso, cuando no un perseguido. A los derechos humanos los convirtieron en un basural de sórdidas ambiciones partidarias. A la palabra “izquierda” en una práctica onanista. Y a la palabra “derecha”, en sinónimo de corrupciones ajenas. ¡Y cuánto se han empeñado en hacer creer que el pasado es el porvenir! ¡Y qué dominio de la escena para echar a rodar a los cuatro vientos la afirmación de que nos gobiernan profesionales exitosos! ¡Sufridos apóstoles, todos ellos, de una abnegada entrega a la causa popular! La decadencia argentina –digámoslo de una vez– no es obra de los Kirchner. Los Kirchner son el fruto proverbial de la decadencia argentina. Las ventajas derivadas del fracaso para completar la transición a la democracia fueron todas suyas. No han producido el mal. Lo han capitalizado. Lo han multiplicado. Hicieron de él una fuente de ingresos. Ingresos de todo tipo. La esperanza de muchos ilusos fue uno de esos ingresos. También lo fue el egoísmo de los oportunistas. ¡Y todos tan bien administrados! Pobres, ricos, formoseños, riojanos, misioneros, chaqueños, tucumanos, giles y gobernadores inescrupulosos. Mientras tanto y en la oposición, sigue la suelta de globos y la exhibición de musculatura. Por cierto, hay excepciones. Algunas excepciones. Hombres y mujeres que se resisten a exclamar “con fe, con esperanza, somos el cambio, somos serios, somos distintos, somos lo nuevo”. Hombres y mujeres de veras afectados por el dolor de su pueblo. Voceros auténticos del apego a la ley. De los que sobreviven sumidos en el olvido de los poderosos. De los que apenas comen. De los que apenas hablan. De los que
ya ni lloran. De los que sólo son ojos abiertos, muy abiertos, que buscan los nuestros para saber, ya casi sin fe, si aún significan algo para los demás y mendigan y duermen en las calles. Hay hombres y mujeres así entre nuestros políticos. Son íntegros y “no miden bien”. Aman la ley y “no miden bien”. Dicen la verdad y “no miden bien”. Les sobra decencia y “no miden bien”. No “enamoran”, asegura la experiencia marketinera. Y ella no se equivoca. Como no se equivocan los que tiemblan de espanto y vergüenza ante ese semblante enfermo que tanto dice de lo que se ha hecho de nuestro país. “¡Aprendan a ver la realidad, angelitos!” –vocifera Menem disparando carcajadas desde el Senado y al amparo de la Justicia bajo la pollera amplia del oficialismo. ¡De ese oficialismo que dice combatir a los 90! Bueno sería que en el otoño, época en la que tantas cosas maduran, lo hagan también los políticos opositores. Y se den cuenta de lo que les espera (y nos espera) si se empecinan en seguir obrando por separado. Hechizado cada uno de ellos por su hermoso perfil y de espaldas al “campo minado con bombas de tiempo” sobre el que la nacion advirtió hace unas semanas. ¿Cuándo se decidirán? ¿Cuándo empezarán a darle a la sociedad señales de que han resuelto congraciarse entre ellos para desactivar ese territorio sembrado de riesgos para cualquier gestión democrática venidera que no aspire a ser decorativa sino eficiente? ¿O seguirán gritando “¡Somos el porvenir!” hasta que la impotencia los aplaste? De modo que sí: los que se irán sólo buscan el fracaso de los que vengan. Y cuentan para ello con un aliado invalorable: la suficiencia infantil que hasta ahora manifiestan quienes vendrán tras ellos. De Sur a Norte y de Este a Oeste, ya son muchos, miles, los desvelados que lo presienten. Es muy posible que a fines de año el país cuente con un nuevo gobierno, pero nada asegura aún que habrá un nuevo poder. Los que se irán proceden con cínica habilidad. Aparentan estar dispuestos a levantar la casa, pero en verdad se instalan en sus fondos de tal modo que la mudanza sólo sea aparente. El kirchnerismo está decidido a que el sueño de la
Es muy posible que a fines de año el país cuente con un nuevo gobierno, pero nada asegura aún que habrá un nuevo poder. Los que se irán proceden con cínica habilidad alternancia se convierta, para sus adversarios, en la pesadilla de gobernar sin poder. ¿Hasta cuándo seguirá cantando la cigarra distraída mientras la hormiga se afana y afana acumulando recursos para los días aciagos? Hay más. El gobierno actual aspira a proceder como un mago. Su astucia no consiste en hacer aparecer la corrupción, sino en hacerla desaparecer. No la quiere erradicada, sino enmascarada. Tapadita, digamos. Pelea para que no se la vea. Y para amordazar a sus denunciantes. Su existencia está lejos de perturbarlo. En cambio, el riesgo de su transparencia lo enloquece. Quiere a la corrupción sumergida de vuelta en las aguas profundas de la clandestinidad. Despliega una guerra contra los incalificables que aspiran a llevarla a la superficie. Y para potenciar esa guerra convoca a sus filas a más y más fiscales. Quiero decir, combatientes que aman la justicia legítima, que es el nombre que hoy recibe el desprecio por la independencia del Poder Judicial. ¿Hay aún quien lo dude? Tal como ha procedido hasta hoy, así procederá el oficialismo si pasa a ser oposición. Cambiará de lugar, no de naturaleza. Y seguirá despreciando a quienes no se subordinen a sus decisiones. Mientras tanto, el espejismo al que son propensos los que sufren miopía política puede hacer creer, a los opositores desunidos, que si alguno de ellos alcanza el gobierno habrá conquistado el poder. Esta ilusión que promoverá el kirchnerismo en el caso de que no sea él mismo quien prosiga como inquilino de la Casa Rosada alentará en los ilusos el sueño de que todo habrá cambiado. A la larga, si así ocurriera, despertarán. Verán entonces que todo sigue igual. O peor.ß
vergüenza por Nik
La década espiada del gobierno de los servicios
Jorge Fernández Díaz —LA NACION—
las palabras
Pobres muchachos Graciela Guadalupe —LA NACION—
“Lo que me imagino es que este pobre muchacho [por el fiscal Nisman] ha sido víctima de pistas falsas.” (Del ex juez de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni.)
“V
ení para acá, vení, chiquito”, le decía Cristina Kirchner a Kicillof en un acto transmitido por cadena nacional. Dicen que estaba enojada porque el ministro le prometió soluciones que nunca pudo concretar. En otra oportunidad, pero para elogiarlo, le había zampado un “chiquito, pero rendidor”. Sería interesante saber qué adjetivo usa la Presidenta para lograr la atención de Simón, el perrito chavista que la entretiene en El Calafate. En el Gobierno y en muchos de sus simpatizantes se percibe una fijación con la juventud, la mayoría de las veces, para idealizarla. Aquellos rudos “muchachos peronistas” trocaron en “los pibes para la liberación”, aunque varios acumulan décadas y se horrorizan con la idea de combatir el capital. En su primer mensaje en Facebook, tras la muerte del fiscal Alberto Nisman, Cristina opinaba que mal podría el diputado Larroque ser parte de un plan para desincriminar a Irán del ataque contra la AMIA porque “estaba en quinto año del secun-
dario cuando ocurrió el atentado”. Eso fue en julio del 94. No dedujo que aquel cuervito de entonces hoy orilla los 40 y que el fiscal Nisman lo denunció por lo que presuntamente habría hecho de adulto y no de púber. Con el fin de desbaratar la acusación de Nisman, el ex juez de la Corte Eugenio Zaffaroni, de estrechos lazos con el kirchnerismo, se refirió al funcionario judicial hallado con un tiro en la cabeza como “un pobre muchacho al que le dieron pistas falsas”. Como mínimo, suena grave llamar “pobre muchacho” a un fiscal de carrera, que intervino en la causa AMIA durante más de una década, bendecido por Néstor Kirchner para liderar una unidad especial de investigación. El diccionario define “muchacho” como “niño que no ha llegado a la adolescencia”, “niño que mama” y “mozo que sirve de criado”. Cabe suponer que Zaffaroni no aludía a ninguna de esas acepciones. La muerte del fiscal ocurrió cuando faltaban horas para que presentara su denuncia en el Congreso. A medida que pasan los días, los “muchachos” de la Justicia tienen más dudas; la “muchacha” de Olivos, que antes creía en la teoría del suicidio, se desdijo, dejando huérfanos de hipótesis a los “muchachos del PJ”. Hay mucho “muchacho detective” suelto. La muchachada está nerviosa. Lo que está pasando no es cosa de muchachos.ß
Viene de tapa Luchamos por nuestro territorio y te diría que por nuestro pellejo”. Ésos son mis principios, pero si no les gusta, puedo cambiarlos. Y éste era el tenor de los susurros lastimeros que los dirigentes de los Restos del Naufragio Peronista emitían poco antes de ponerse el saco y asistir a Matheu 130, prolijos y repeinados, para reclamar a viva voz que “cese el uso de la mentira”. Ese fabuloso festival de la hipocresía, la complicidad y la farsa fue ejecutado con apurada partitura de Capitanich y de Zannini, y letra alucinada de Cristina Kirchner. Según los voceros de ese aquelarre, los periodistas de los diarios somos culpables del cataclismo, actuamos en consonancia con el “golpismo judicial” y los servicios, estamos informando para ocultar el turismo marplatense y formamos parte de una gran conspiración destituyente de carácter cósmico. “Exigimos”, se atrevieron a decir, apropiándose de manera obscena justamente de un verbo que la sociedad les aplica a ellos mismos en este momento de indignación e intemperie. La gente les exige que respondan con profesionalismo y con humildad frente a esta grave crisis institucional, y que abandonen el felpudismo ciego en la emergencia. La respuesta que dieron los miembros de la oligarquía peronista, muchos de ellos millonarios y señores feudales que se transformaron en lo que combatían, fue sacar pecho y convalidar con cara de granito lo que no creen. Desde 1983 no se veía al peronismo tan alejado de la sociedad. Faltaban Herminio Iglesias y su célebre cajón, aunque para no extrañarlo demasiado pusieron a Alberto Samid y a Gildo Insfrán. Mutó el escenario climático en la Argentina, y los mandarines, expertos en supervivencia y capaces de hacer un asado dentro de una garrafa, aparecieron de repente atontados por la obsecuencia, bailando rumba en el camposanto, ofreciéndose insólitamente como corazas de carne en medio del tiroteo. Un importante consultor, que pide reserva y que tiene sondeos a mano, explica la magnitud del desastre: la sociedad está atónita, azorada, anonadada, indignada, en carne viva. “La muerte de Nisman les parece too much.” La inmensa mayoría tiene la percepción de que las denuncias del fiscal son creíbles, que fue un asesinato, que el Gobierno está involucrado en buena medida, y no creen que se vaya a esclarecer el hecho. Según este observador, “se instalará un clima negro, pesado, pesimista, con demanda de oxigenación ética e institucional… Se consolida la demanda de cambio”. Esto es una foto y no una película, pero desvela a los duques peronistas que encaran comicios provinciales inminentes: el negocio se volvió abruptamente resbaladizo. Nadie, ni ellos mismos, están convencidos de que las tempestades provengan de afuera. Saben que la “conspiración” luce y cohesiona, pero también que Cristina no ha dejado de sembrar una y otra vez los vientos huracanados que ahora la arrasan. Es interesante retroceder un poco y bucear en ese dominó fatal. Como los periodistas investigaban irregularidades y hechos de corrupción, el kirchnerismo fue contra los medios. Como la Justicia puso reparos jurídicos a ese atropello estatal, el kirchnerismo fue contra los jueces. Como los magistrados se sintieron atacados, rescataron de sus cajones las causas dormidas. Como los expedientes avanzaron a velocidad de miedo y revelaron episodios turbios, el kirchnerismo les puso la proa a los servicios de Inteligencia, acusándolos de no frenar con mañas oscuras a los fiscales. Y como los espías se sintieron desplazados, alimentaron con más información las causas de los juzgados y se prendieron en una guerra sorda. Esta espiral de torpezas políticas deja al desnudo un sistema de gobernar que ha entrado en una crisis severa: la gestión económica y la política exterior de este Gobierno también podrían explicarse por este modus operandi que no sabe desandar los errores, que se
enoja con la realidad. Que es temperamental, neurótico, vengativo y solitario, y que invariablemente intenta solucionar un problema generando otro y otro más. A esto se suma la precariedad y la incompetencia con que los operadores cumplen en el terreno concreto esas órdenes intempestivas. Y también lo que podríamos denominar “el momento Nerón”. Cuando Petronio, antes de suicidarse, le envía una carta al emperador pirómano, éste tiene un ataque de ira y manda demoler la casa de su ilustre súbdito, destruir sus estatuas, liquidar a sus sirvientes y familiares, y terminar con todo vestigio de su memoria. La lección es vieja. Quien no puede gobernar su ira no puede gobernar en paz un país: una y otra vez deberá lidiar entonces con sus propios incendios. Esta historia no se trata, por lo tanto, de las heridas que le infligen al oficialismo, sino de los estragos tremendos que él mismo se provoca. Y esa debilidad por el arrebato que a la patrona de Balcarce 50 le permitió lanzar una terrible jihad judicial sin tener conciencia de que ella misma venía floja de papeles y de que su tropa no resistiría el escrutinio serio de Comodoro Py, volvió a la luz en la madrugada del lunes, cuando sobre la sangre todavía caliente intentó establecer que se trataba de un suicidio: Nisman se había matado al descubrir la inconsistencia de su denuncia. Pocas horas después mandó a Hebe de Bonafini a comunicar su espectacular pero también atolondrado cambio de táctica: le habían tirado un cadáver. Los progres del kirchnerismo, esos grandes fabricantes de coartadas intelectuales, tampoco estuvieron a las alturas de las circunstancias. Salvo algunas excepciones, esta semana brillaron por su ausencia y mantuvieron un silencio colaboracionista. Se rasgaban legítimamente las vestiduras con Kosteki y Santillán, pero más tarde aprendieron a mirar para otro lado con Mariano Ferreyra, víctima de patotas tercerizadas del kirchnerismo, y luego con la tragedia de Once. Por ese camino fue fácil arribar a estas plácidas costas donde vacacionan calladitos, relativizando el enriquecimiento ilícito, la inmoralidad pública y otras perversiones de la política oficial. No les pareció
La lección es vieja. Quien no puede gobernar su ira no puede gobernar en paz un país: una y otra vez deberá lidiar con sus propios incendios repugnante que se utilizara la investigación de la pista iraní a los únicos efectos de coquetear con Estados Unidos, y tampoco que de buenas a primeras dinamitaran su credibilidad para establecer relaciones carnales con Irán. El fin siempre justifica los medios, aunque haya 85 personas muertas entre los escombros de la democracia. Resulta verdaderamente inquietante que este colectivo lleno de pensadores y artistas de variedades no explote de indignación frente al hecho innegable de que éste fue el Gobierno de los servicios y de que ésta fue la década espiada. Los Kirchner utilizaron más que nadie a los agentes de las alcantarillas para vigilar a propios y extraños, y para proveer de carpetazos y carne podrida a rasputines mediáticos, siempre dispuestos a enlodar a los disidentes. Es curioso, a su vez, que estas almas bellas ni siquiera se mosqueen frente a la perspectiva de que la “democratización de los servicios de Inteligencia” se realice ahora bajo la óptica de un general sospechado de delitos de lesa humanidad. Mientras vivían del erario y se entretenían advirtiendo ampulosamente sobre las corporaciones privadas, una peligrosa e inarticulada mafia de Estado se iba instalando en la Argentina bajo sus propias narices. Funcionarios corruptos, espías siniestros, jueces venales, barrabravas, punteros, narcopolicías y traficantes de drogas son parte de un mismo entramado, lleno de vasos comunicantes con el poder. El más concentrado de todos los poderes.ß Firmas la nacion. Todos los textos del autor, en la nueva aplicación disponible para Android y iOS