OPINIÓN | 27
| Domingo 15 De junio De 2014
El principio del fin del miedo
Jorge Fernández Díaz —LA NACION—
L
os hombres malvados obedecen por miedo, pero los buenos obedecen por amor, sostenía Aristóteles. Algunos cuadros profesionales del poder no dudan en ponerle el hombro a Boudou para agradar a Cristina. Forman parte de la gran corporación kirchnerista, son tigres viejos y una mancha más no les cambia la vida. Es mejor acatar las órdenes que caer en desgracia o ser arrojados anticipadamente del paraíso estatal: fuera de ese zoológico confortable serían presas fáciles de esta selva impiadosa donde debemos sobrevivir como podemos el resto de los mortales. Pero luego están los que se subordinan por amor al proyecto: intelectuales, periodistas adictos, artistas, mariposas progres y almas bellas capaces de enlodar su propio prestigio con tal de proteger alegremente al sospechoso. A veces el amor puede constituir una patología. Negación y ceguera seguidas de obsesión, autotraiciones y pérdida de la realidad. En los años noventa se podían discutir muchas cosas, pero había un amplio consenso sobre lo nefasta que resultaba para la Argentina aquella combinación de frivolidad, ostentación y negocios turbios. No hay mayor encarnación pública de esa rancia cultura menemista que el actual vicepresidente de la Nación. Pululan por el ambiente, sin embargo, cuantiosos enamorados del relato que aman a Amado, que incluso lo ven como a un prócer o una víctima, y que por lo tanto decretan preventivamente su inocencia total. Existe una distancia evidente entre la legítima militancia por una idea y la digestión impasible de la mugre. No hace falta, para defender lo primero, aceptar lo segundo. Parece incluso más genuino desdeñar la importancia de la corrupción amparándose cínicamente en el antiguo concepto nestorista según el cual para hacer política antes hay que saber hacer plata, o dicho en términos del setentismo, el fin justifica los medios. Pero negar catatónicamente los hechos e incluso poner las manos en el fuego por el dudoso, sin el debido Pancutan al lado, es propio de enamoradizos, trasnochados o suicidas. ¿Cómo es posible que Horacio González sea más obediente y entusiasta que Florencio Randazzo? Está lleno de pensadores que no leen las notas de investigación sino únicamente los descargos mediáticos de Boudou. Y de periodistas domesticados que ocultan en sus artículos lo esencial: la Presidenta estatizó esa empresa de propietario inexplicable en medio del escándalo (una grave admisión de culpa) y barrió con el procurador, el juez y el fiscal porque no blindaron adecuadamente al vicepresidente. De nuevo: se puede ser periodista y comulgar con una ideología sin la necesidad de echar tu honra a los perros, defender lo indefendible, ponerle tu firma a carpetazos de los servicios de inteligencia, prestarte para desacreditar a los denunciantes o reírte en cámara con montajes viles que buscan convertir a los investigadores en mitómanos y a los diablos en ángeles. En este último grupo ya se mezclan impúdicamente el amor (por el proyecto) con el miedo (a dejar de cobrar). Y un agravante: muchos de ellos llevan el suficiente tiempo en este oficio como para saber que los principales redactores de los dos diarios nacionales no están teledirigidos por los dueños ni por los jefes, ni motivados por dinero ni por anunciantes, y que su única ambición ni siquiera responde a una cuestión de altruismo ciudadano o moral. Sueñan con la gloria de Bob Woodward. Hacer una investigación sensacional que les permita ganar simbólicamente el Pulitzer. Es por eso, y no por otra cosa, que son capaces (como Hugo Alconada Mon) de tener más de 320 fuentes en el caso Ciccone, y de jugar este juego fría y científicamente hasta el final. Les cuesta entender a los políticos que así funciona la dinámica real del periodismo de
investigación, y nada hacen los escribas militantes (a quienes el poder llena de carpetas y operaciones) para aclarar el punto. De ese malentendido surge la nueva idea paranoica del vicepresidente: creer que el ministro de Interior y Transporte está detrás de todas y cada una de estas revelaciones de la prensa, algo completamente errado y ridículo. La resistencia de Randazzo a darle coartadas a Boudou y manchar su propia candidatura presidencial resulta, no obstante, un dato clave de la política: hay incluso miembros del Gabinete que, al menos hasta el cierre de esta edición (con los peronistas nunca se sabe), resisten las órdenes de inmolarse. A esto habría que sumar algunos episodios sorprendentes de las últimas horas. Empecemos por el día en que cayó el Muro de Berlín: casi toda la dirigencia empresarial y política acudió a cara descubierta a un ciclo sobre democracia y desarrollo que organizó el Grupo Clarín, y esa misma noche Boudou se sometió a los periodistas y las cámaras de TN (antes Todo Negativo, ahora Tremenda Necesidad, a Todo o Nada). Cristina habrá visto con nerviosa resignación la entrevista televisada, y con los pelos de punta la lista de invitados que fueron a saludar a Magnetto. Se la agarró con Daniel Scioli, porque es siempre fácil pegarle al sparring más machucado, pero seguramente guardó en su memoria los apellidos de muchos hombres y mujeres que hace un año no se hubieran atrevido a acudir a semejante cita pública. En esa lista había algunos habitués de la Casa Rosada. Es que estamos viviendo el principio del fin del miedo. Que en términos políticos implica el ocaso de la inacción por susto y el amanecer de la bronca, por tantos años contenidos y humillados. El gobierno de los Kirchner se caracterizó por manejar férreamente el poder con el billete y la cachiporra. La plata empezó a escasear, y el cuco ya no asusta como antes. Todo el mundo sabe que el cuco tiene pies de barro y fecha de vencimiento. En esa línea deben leerse algunos fallos judiciales de las últimas semanas. Por primera vez los intocables son tocados. El procesamiento de Luis D’Elía y la pesquisa judicial sobre Capitanich por los
El gobierno de los Kirchner se caracterizó por manejar el poder con el billete y la cachiporra; la plata empezó a escasear y el cuco ya no asusta como antes fondos de Fútbol para Todos no parecen ajenos a ese fenómeno climático que se experimenta en Tribunales. Tampoco la reactivación de la causa por enriquecimiento ilícito contra Julio De Vido, la reapertura del expediente que involucra a Abal Medina y a Scocimarro, ni mucho menos la investigación contra Carlos Liuzzi, mano derecha de Zaninni. Es imposible desvincular esta nueva tendencia a combatir el pánico con el inesperado mea culpa que manifestaron varios hombres de negocios en la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa. Allí se blanqueó abiertamente que hay corrupción, y que muchas compañías son cómplices de los funcionarios del Estado. Esta clase de declaraciones eran antes desvirtuadas con un llamado intimidatorio por parte de alguno de los ministros. Los empresarios, amedrentados por la situación, salían a desdecirse mediante un cable de Télam o frente a los micrófonos de algún amanuense radial. Pablo Taussig, gerente de Spencer Stuart, resumió todo: “Hemos sido cobardes”. Sí, lo fueron. Como lo son cientos de actores y directores de cine, televisión y teatro que no dicen lo que piensan del Gobierno por miedo a quedar marginados de los contratos y a ser vapuleados por la televisión pública. Son gente sensible y vulnerable, pero la Presidenta debería recordar que el hostigamiento, la amenaza latente y el terror engendran resentimiento. Y luego, cuídate mucho de los mansos y de los resentidos. Ya lo decía Montesquieu: “Cuando se busca tanto el modo de hacerse temer se encuentra primero el de hacerse odiar”.ß
Los temores de Cristina por el caso Boudou
Mundial por Nik
Joaquín Morales Solá —LA NACION—
C las palabras
Scioli, el alquimista Jorge Urien Berri “Dime con quién andas y te diré quién eres.” (Del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, al opinar sobre el saludo del gobernador bonaerense, Daniel Scioli, al CEO de Clarín, Héctor Magnetto.)
C
omo todos los que hablan demasiado, Capitanich dice disparates. ¿Definir a Scioli a partir de un simple contacto? ¿Qué no daríamos para que nos digan quién es Scioli? Imposible definirlo a partir de sus casi dos décadas en política. Diputado menemista, secretario de Turismo, vicepresidente de Néstor Kirchner, gobernador de la provincia más rica, plagada de pobres, conflictiva y violenta. Y hoy, aspirante a la presidencia. Para el ex motonauta fueron años de triunfos sobre las definiciones, años de navegar a dos aguas haciendo de la ambigüedad una virtud y de la permanencia un logro. Compañero de ruta de Menem, Duhalde y los Kirchner, sería un error calificarlo de hueco y maleable. Su vacío es calculado y su ingeniería de la nada discursiva una proeza que le aportó millones de votos. La semana pasada sorprendió con una definición inusual en él: “Soy la opción más confiable, con
más experiencia, más previsible y vengo demostrando un trabajo responsable desde hace muchísimos años”. Puede ser, salvo por lo de “más previsible”. Imposible prever el dibujo de las dunas en el desierto. Y agregó: “Con la Presidenta tenemos un trabajo conjunto de hace 12 años”. Innegable, sólo que en ese trabajo conjunto a él siempre le tocó poner el lomo y a los Kirchner, aplicarle el látigo. Hasta en este ejercicio de masoquismo inhumano se destaca el autodominio de una personalidad poco común. Es que los golpes del kirchnerismo lo hacen crecer en las encuestas. Por eso podría cantar con Carlos de la Púa: “Sus biabas me las pide el corazón”. Positivo como pocos, Scioli sabe, como su posible maestro Spinoza, que toda definición es una negación: al definir qué es una mesa afirmamos también todo aquello que no es una mesa y excluimos al resto del universo. Hombre de sumas, no de restas, Scioli, alquimista de la inclusión, la ingravidez y el éxito, se gana el odio del Gobierno. A muchos nos fascina como un hijo al que miramos de niño preguntándonos quién será de grande. Porque en algún momento la gente forzosamente se define. Si no mienten demasiado, las últimas encuestas que lo dan favorito dicen mucho de Scioli y mucho más de los argentinos. El alquimista de la indefinición nos define.ß
ristina Kirchner avanzó varios pasos en la defensa de Amado Boudou. Ella dejó atrás la anterior protección implícita del vicepresidente para colocarse abiertamente como su escudo político. Lo volvió a subir al palco presidencial, lo ubicó a su lado, lo autorizó a dar reportajes en canales estigmatizados como enemigos y ordenó que lo socorrieran en el inmenso universo de medios oficialistas. ¿Qué instinto la empujó a esa peligrosa maniobra en amparo de un hombre cada vez más comprometido en la Justicia? ¿Acaso el temor de que se convierta en un arrepentido frente a los jueces y que comience a contar secretos que no deben ser contados? ¿Influyó la certeza de que jueces y fiscales derribarán el baluarte kirchnerista cuando haya caído la muralla que significa Boudou? La Presidenta se ha olvidado hasta de Néstor Kirchner en su cerrada defensa de Boudou. El banquero Jorge Brito, al que el vicepresidente alude en off the record, pero no nombra, fue un empresario muy cercano al ex presidente. Un ex funcionario de Kirchner suele recordar que Brito y Ernesto Gutiérrez, otro empresario aludido y no nombrado, se movían con una inexplicable influencia en la residencia de Olivos mientras vivió Kirchner. Una vez, ese ex funcionario, ya fuera del Gobierno, estaba sentado en una sala de la casona presidencial esperando que Kirchner lo recibiera. Los empresarios pasaron, lo vieron y fueron atentos con él. Le ofrecieron enviarle en el acto un café. El actual vapuleo a Brito podría formar parte del largo proceso de desnestorización de la administración. O podría ser, simplemente, un acto desesperado. Boudou sólo nombra a Raúl Moneta, pero Moneta no está en condiciones físicas de oír ni de responder nada. Nunca se acreditó en el expediente judicial, por otro lado, que alguna empresa de Moneta haya transferido a The Old Fund la suma de 50 millones de pesos, que el empresario dijo que aportó. Los investigadores judiciales estuvieron siempre seguros de que Moneta les hizo un favor a Boudou y sus amigos cuando declaró que él puso ese dinero, que no podía salir de los vacíos bolsillos de los dueños reales o virtuales de The Old Fund. Boudou sabe que Moneta, que es el único que podría contar cómo fue todo, está definitivamente enfermo. Tampoco existen comprobaciones de que el banco de Brito haya transferido fondos a The Old Fund. Hay constancias, en este caso, de que Brito les abrió cuentas bancarias a todos los involucrados en el caso Ciccone y que les envió como administrador a un funcionario experto de su banco, Máximo Lanusse. Lanusse terminó llevando la administración diaria de la ex Ciccone, según los testimonios coincidentes de los empleados. Brito hizo algo que podría haber despertado la furia de Boudou y sus amigos: denunció ante la oficina antilavado, sobre el filo del plazo final, que The Old Fund ingresó en su banco fondos sospechosos por más de siete millones de pesos. Era el pago del gobierno de Formosa para que esa empresa, sin experiencia ni personal, lo ayudara a renegociar una deuda con el gobierno nacional. Un caso estrafalario. ¿Para qué necesitaría una provincia el asesoramiento de una empresa privada cuando negocia su deuda con el gobierno nacional? ¿Para qué, si el supuesto dueño de esa empresa era el ministro de Economía de la Nación, con quien la provincia debía resolver su deuda? Demorarse en Brito y en Moneta significa, de algún modo, seguir la estrategia de Boudou. Colocar cien elefantes para que no se note que camina un elefante. Aun si aquellos dos empresarios hubieran invertido dinero en la aventura de Ciccone, ¿en qué cambiaría el núcleo central del conflicto, que fue la participación personal del entonces ministro de Economía en la compraventa de una empresa que fabricaba el dinero nacional? En nada. ¿Justificaría eso que su amigo de la infancia, José María Núñez Carmona, haya sido el “represen-
tante del Ministerio de Economía” en el seguimiento del trámite para regularizar la deuda de la imprenta con la AFIP, según declaró el ex funcionario de la agencia impositiva, Rafael Resnick Brenner? Núñez Carmona nunca tuvo ningún cargo en la cartera económica. Es socio de Boudou y se hizo cargo, junto con Alejandro Vandenbroele, de la ex Ciccone. Esos, entre otros muchos, son los datos que acusan a Boudou, que contó, sin duda, con la ayuda de algunos empresarios. La mentira es la segunda estrategia del vicepresidente. Boudou se vio obligado a blanquear un encuentro con el yerno de uno de los Ciccone, Guillermo Reinwick, luego de haber asegurado que no lo conocía. Reinwick había adelantado que presentaría a un testigo de ese encuentro que se realizó en uno de los restaurantes más caros de Buenos Aires, el del Palacio Duhau. El testigo es el empresario de la salud Claudio Belocopitt. Boudou habló de un encuentro casual del que también participó Núñez Carmona. Menem hablaba de la “casualidad permanente” para justificar sus zafarranchos. Boudou, también. ¿El vicepresidente de la Nación entró a almorzar solo a un restaurante, se encontró con una mesa de conocidos y se sentó a comer con ellos? Casi imposible. Otra afirmación falsa de Boudou fue que el plan de pagos de la AFIP para salvar a la ex Ciccone surgió de ese organismo y que él, como ministro de Economía, no podía resolver ningún problema impositivo de ninguna empresa. Axel Kicillof lo desmintió cuando intentó ayudarlo. Dijo que él también impediría como ministro la quiebra de una empresa acosada por deudas impositivas. El ministro puede, entonces. La actitud de Ricardo Echegaray, el jefe de la AFIP, es sugestiva en el caso. Desestimó con su puño y letra, según destacó el juez Ariel Lijo, el plan de privilegio para la ex Ciccone y la colocó en un plan común de regularizaciones de deudas. Este es un indicio que podría salvar a los Kirchner. Echegaray no hubiera hecho nunca nada en contra de los intereses del matrimonio gobernante. ¿Intuyó que Boudou se movía solo? ¿Nadie le advirtió nada? Echegaray nunca habló de eso. Fuentes oficiales aseguraron que la Presidenta está convencida de que el caso Boudou podría arras-
Destituirlo a Ariel Lijo sigue siendo una prioridad del Gobierno. ¿Dejarán los otros jueces que Lijo se convierta en el héroe de la independencia judicial? trarla a ella también. Tal vez se refiere a una reacción previsible en el fuero federal. Muchos jueces, salvo algunas excepciones, seguirán el camino marcado por Lijo. Cristina Kirchner no figura en el caso Ciccone, pero la Cámara Federal ordenó hace poco que se la investigue por la firma del acuerdo con la petrolera Chevron. Es el único caso en el que la Presidenta está personalmente involucrada, aunque es una denuncia que se debatirá largamente en las distintas instancias de la Justicia. Se trató de una decisión política, buena o mala. ¿Es judiciable? Sobre eso se discutirá en la Justicia. Su nombre podría aparecer también en la causa que investiga el trasiego de dinero de Lázaro Báez, el entrañable amigo de los Kirchner, pero eso no sucedió todavía. Tal como están las cosas hasta ahora, el juez Lijo dictará el procesamiento del vicepresidente en tiempos más o menos cortos. A su lado esperan, no obstante, nuevas y duras operaciones del oficialismo contra él. Destituirlo a Lijo sigue siendo una prioridad del Gobierno. ¿Dejarán los otros jueces que Lijo se convierta en el héroe de la independencia judicial? ¿Permitirán que aparezca como el único magistrado dispuesto a hacerle frente a la corrupción en un país asolado por la corrupción pública y privada? Otro juez federal, Claudio Bonadio, estaría preparando una nueva citación a indagatoria de Boudou por falsificación de documentos en la compra de un auto. Es sólo un caso. Ése es el temor de Cristina. El escándalo de Boudou podría terminar con un campeonato entre jueces para cazar funcionarios sin esperanzas ni destino. ß