El principio del fin de toda una época

28 jul. 2014 - líderes políticos de Europa buscaron de ma- ... noviembre de 1918, Europa era apenas reco- .... de Europa central y suroriental iniciaron su.
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OPINIÓN | 19

| Lunes 28 de juLio de 2014

a cien años de la gran guerra. El 28 de julio de 1914, con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo,

se encendía la mecha de un conflicto bélico en el que la humanidad perdió las ilusiones de un progreso ineluctable

El principio del fin de toda una época Andrés Reggiani —PaRa La NaCIoN—

L

BERLÍN

a foto, incluida en una muestra organizada por la Staatsbibliothek de Berlín, es una de las tantas que se exhiben por toda Europa en exposiciones conmemorativas de los cien años del estallido de la Primera Guerra Mundial: un soldado muy joven, con el típico casco prusiano, posa sentado, con gesto adusto, sosteniendo con su mano izquierda el fusil. La inocencia del rostro, la pulcritud del uniforme, el correaje ajustado con precisión geométrica, evocan un mundo ordenado y previsible que la tragedia enterró a sangre y fuego. Ninguna otra guerra puso fin a toda una época de una manera tan abrupta y profunda. En la primavera de 1914, la mayoría de los líderes políticos de Europa buscaron de manera deliberada o se resignaron a una solución militar que pusiera fin a la tensión acumulada por las sucesivas crisis internacionales que se habían sucedido de modo intermitente desde fines del siglo XIX. Ninguno, sin embargo, supo prever las repercusiones de las decisiones fatídicas tomadas en las semanas que siguieron al atentado de Sarajevo. Todos daban por descontada una guerra entre el imperio austro-húngaro y el reino de Serbia, lugar donde se concibió el plan y organizó la logística para asesinar al archiduque Francisco Fernando. Pero habida cuenta del sistema de alianzas y de la voluntad expresada por algunos líderes de honrar los compromisos adquiridos con sus respectivos aliados –la garantía del presidente francés Poincaré al zar Nicolás II, el “cheque en blanco” del emperador alemán Guillermo II a su par austríaco– pocos se hacían ilusiones de que el conflicto quedaría limitado a su órbita regional. Churchill dijo una vez que los Balcanes producían más historia de la que podían consumir. Tras dos cruentas guerras (1912-1913), esta región montañosa (ése es el significado del término balkan en turco) arrastró al resto del continente a una conflagración sin precedentes. Cuando las armas se silenciaron a las 11 de la mañana del 11 de noviembre de 1918, Europa era apenas reconocible: los imperios ruso, austro-húngaro y otomano –los Estados más antiguos de la época– se habían derrumbado como castillos de naipes. En su lugar había surgido una madeja de Estados sostenidos por los vencedores como un “cordón sanitario” capaz de contener el revanchismo alemán y el comunismo ruso. Sin embargo, el nuevo orden mundial que resultó del intento de

conciliar las consideraciones estratégicas de las potencias y el principio de autodeterminación nacional de los nuevos Estados llevaba las semillas de su propia destrucción. Los tratados de paz impusieron condiciones severas –aunque no irrazonables– a los vencidos, pero no previeron los mecanismos para que éstos las cumplieran. En Medio oriente, el reparto de las antiguas posesiones otomanas entre Francia y Gran Bretaña abonó el terreno para las discordias étnicas que asolarían la región hasta el día de hoy. Lejos de apaciguar los nacionalismos, la guerra los exacerbó. En los países vencidos, como alemania –y en los vencedores que se consideraron injustamente tratados, como Italia y Japón– el resentimiento alimentó un espíritu de desquite que socavó las frágiles democracias y condujo a una nueva guerra. En 1914 se inició una “era de los extremos”, para usar la expresión de Eric Hobsbawm. Los beligerantes se lanzaron a una guerra total e ilimitada cuyo único resultado posible era la sumisión del adversario. al fracasar todos los intentos de poner fin a la guerra asestándole al enemigo un golpe devastador, el equilibrio militar obligó a sustituir la doctrina suicida de la ofensiva (la guerra de movimiento) por la estrategia del desgaste (la guerra de posiciones y la asfixia económica). Esta estrategia prolongó la contienda e hizo necesaria la movilización de toda la sociedad. Estado e industria forjaron una alianza que ya no se disolvería y que más tarde se conocería como el “complejo militar-industrial”. La “guerra total” fue una innovación alemana, hija de la necesidad. aunque el concepto fue acuñado por el general Eric Ludendorff después del conflicto, la idea de coordinar la producción y suministro de recursos estratégicos ya se había puesta en práctica con la creación de la oficina de Materiales de Guerra (1916), a cuyo frente fue designado el sagaz director de la Sociedad General de Electricidad (aEG), Walther Rathenau. Fue el primer experimento moderno de dirección centralizada de la economía. Todos los gobiernos recurrieron a la desinformación y el engaño a fin de mantener una moral que la prolongación de la guerra comenzaba a minar. La demonización del adversario transformó la guerra en una cruzada ideológica del bien contra el mal, la civilización –o la cultura– contra la barbarie. Las consecuencias de la propaganda antialemana se hicieron sentir de manera perversa durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los servicios de espionaje angloamericanos descartaron las primeras informaciones sobre los asesinatos en masa de judíos como puras fabricaciones de la resistencia antinazi. al mismo tiempo se

introdujeron mecanismos de censura que dieron a los gobiernos facultades ilimitadas para controlar la información y las ideas, y cuyas repercusiones se harían sentir hasta la actualidad: el año pasado el gobierno norteamericano sacó a relucir una antigua ley de 1917 para justificar su política en los casos de Chelsea Manning y Edward Snowden. La guerra total alteró el carácter cuasi artesanal que hasta entonces había tenido la tecnología bélica. Hizo a las armas convencionales (la artillería) más devastadoras, y estimuló el desarrollo de otras nuevas. algunas fueron inicialmente recibidas con es-

cepticismo (el tanque), otras con curiosidad (el aeroplano). Hubo una cuya sola mención generaba terror. La tarde del 22 de abril de 1915 los alemanes escribieron una nueva página en la historia de la guerra al lanzar sobre las tropas enemigas, desplegadas en el frente belga de Langemark , 170 toneladas de cloro gaseoso. Esta sustancia actuaba como un poderoso irritante de los ojos y las vías respiratorias, y en altas concentraciones provocaba la muerte por asfixia. El ataque dejó un saldo de 1200 muertos y 3000 heridos, pero su efecto principal fue psicológico: al ser más pesado que el aire, el gas se

depositó en las trincheras y los soldados las abandonaron presas del pánico, exponiéndose al fuego enemigo. aunque sólo el 4% de las bajas de toda la guerra fue obra de las armas químicas, la ciencia (el Instituto KaiserWilhelm, antecesor del actual Max Planck) y la industria (las empresas BaSF, Bayer y Hoetsch) habían dado un salto cualitativo al desarrollar un agente químico que atacaba la atmósfera –en lugar de los cuerpos, como las armas convencionales– privando al adversario del medio esencial para la vida. El filósofo Peter Sloterdijk llamó a esta nueva metodología bélica “atmoterrorismo”. La movilización de todos los estratos de la sociedad aceleró cambios que se venían anunciando desde fines del siglo anterior, muchos de ellos auspiciosos. Con el colapso de los imperios continentales –alemán, austro-húngaro, ruso y otomano– los pueblos de Europa central y suroriental iniciaron su primera experiencia democratizadora. Éste es uno de los motivos que hicieron difícil una conmemoración colectiva que reuniese a todos los miembros de la Unión Europea: en algunos de ellos –especialmente en el Este y Sudeste– la contienda es recordada como el acontecimiento que hizo posible la autodeterminación nacional; en cambio, en otros, como Francia y Gran Bretaña, la contienda es sinónimo de un gran trauma colectivo. El efecto emancipador de la guerra también se hizo sentir en otras esferas: la extensión del sufragio a las mujeres en los países donde ya existía un movimiento sufragista de importancia y la erosión del orden colonial en el mundo árabe y asia. Pero en 1914 también murieron las ilusiones sobre el progreso como destino ineluctable de la especie humana. Las grandes matanzas en los campos de batalla y las atrocidades contra poblaciones civiles, aun cuando fueron una pálida muestra de catástrofes por venir, revirtieron una tendenciahacia la generalización de pautas asociadas con lo que llamamos una sociedad “civilizada”. Los “cañones de agosto”, para citar la ya clásica obra de la historiadora norteamericana Barbara Tuchman, marcaron el retorno de la barbarie, es decir, de la ruptura de los sistemas de normas y conducta moral a través de los cuales las sociedades regulan las relaciones entre sus miembros, y entre éstos y los de otras sociedades. En 1914, Europa cruzó un Rubicón, un umbral del cual ya no habría retorno, porque el fin de la guerra en 1918 no trajo la paz, sino una larga tregua tras la cual aguardaban desgracias aún peores. © LA NACION El autor es docente-investigador de la Universidad Torcuato Di Tella

lÍnea direcTa

La muerte de Satao

La “benjamina” de las Academias cumplió 40

Silvia Zimmermann del Castillo

C

on el café de la mañana oficiamos diariamente el rito de la información, que responde a nuestra necesidad de saber qué pasa en el tiempo que nos toca vivir. La mayoría de las noticias nos provoca desagrado, enojo, angustia. Pero raramente les devolvemos nuestro compromiso personal. actuamos como pasivos receptores de las revelaciones de una realidad que otros construyen sin tenernos en cuenta. afrontamos luego nuestra jornada con la tranquilidad de sabernos enterados. Intercambiamos opiniones sobre el hecho del día, compartimos la alegría o la indignación y al cabo de un tiempo abandonamos el asunto, básicamente, por tedio. Borges solía decirme que las notas periodísticas son un lamentable derroche literario porque están, por lo general, escritas para el olvido. Nos informamos rápido, olvidamos pronto y quedamos disponibles para acoger un nuevo espectáculo, escándalo o atrocidad que nos vuelva a inyectar adrenalina y nos dé cuenta de la actualidad más transitoria. Lo dijo Heidegger: el hombre vive ávido de novedades. Y lo nuevo debe sucederse constantemente para que no nos detengamos nunca demasiado en nada y nos guardemos del hastío. Sin embargo, últimamente el hastío nos acompaña como ese dolor mudo, crónico y difuso que de tan persistente deja de ser percibido como dolor. Es que, desde hace un largo tiempo, las novedades no pasan de ser variaciones de lo mismo: los mismos actores, las mismas bajezas, las palabras consabidas. Entretanto, otras cosas suceden en este mundo ciertamente ancho, pero no ajeno; cosas que no por acontecer lejos de nuestra constreñida esfera de desasosiegos dejan de ser de nuestra incumbencia, porque tienen que ver con la condición humana, con infamias político-socio-económicas que si-

—PaRa La NaCIoN—

guen imperando en el mundo. Tienen que ver con la pregunta filosófica de todos los tiempos: por qué existe el mal. Tal vez, en medio de los desvelos más acuciantes de nuestra sociedad, esta nota llegue a parecer inoportuna y hasta absurda. Pero no puedo dejar de compartir la crónica de un crimen recientemente perpetrado: el de Satao, el rey de los elefantes. Satao vivía en el Parque Nacional de Tsavo, en el noreste de Kenya, una de las reservas africanas más antiguas, más extensas y más ricas en biodiversidad. En esa vasta sabana, Satao supo ganarse el título de rey de los elefantes en virtud de su formidable porte, pero sobre todo por su bondad, su predisposición a la amistad y su asombrosa inteligencia. Cuentan sus guardias que Satao solía esconderse detrás de los arbustos para ocultar sus enormes colmillos de los cazadores. Era consciente de que el riesgo de su vida radicaba en esos marfiles. La inquietud comenzó en mayo, cuando los cuidadores de la reserva no lograban localizarlo hasta que, a fines del mes, lo hallaron muerto, sin sus colmillos, claro está, y con su cara arrancada. Cazadores furtivos, equipados con gafas de visión nocturna y flechas envenenadas, habían abatido finalmente a Satao, el orgullo de Tsavo, el símbolo de Kenya. La consternación fue tal que el Kenya Wildlife Service no se atrevió a anunciar su muerte hasta el mes pasado. Lo lloró toda la nación. África padece la irrefrenable caza furtiva de elefantes africanos. Mejor dicho: el mundo padece este crimen. El elefante africano es el mamífero terrestre de mayor peso y el segundo en altura en el reino animal. Sus colmillos pueden llegar a medir dos metros y a pesar 60 kilos. Sus colmillos, puro marfil. “Marfil: maldición del elefante africano/ para proveer a culturas exóticas/ de teclas de piano y bolas de billar”, dice el poeta

ugandés Timothy Wangura. El mercado negro asiático llega a pagar 200 dólares el kilo de marfil. Su precio va en aumento. En 1989, se prohibió la caza, pero no sirvió de mucho. En la última década, la población de este extraordinario paquidermo se redujo en un 60%. En 2011 se han registrado más de 2500 muertes. El gobierno de Kenya sospecha que en lo que va de este año ya se superan las 900. Y pensar que esos cazadores ilegales no reciben más de tres dólares por kilo. Lo que pone en evidencia la cadena de una miseria humana extensa y activa que fomenta un mercado rico al que suministra la sostenida pobreza. Se suma a esto lo que, desde el año pasado, denuncian varias organizaciones humanistas: el hecho de que grupos guerrilleros, tales como el grupo armado ugandés LRa (Ejército de Resistencia del Señor), se sirven de la caza ilegal y el comercio del marfil para financiar su equipamiento de armas y sus operaciones terroristas. La muerte alcanza también a los cuidadores. En los últimos 20 años, sólo en el Parque Nacional Virunga de la República Democrática del Congo, 160 guardias de seguridad han sido asesinados por los rebeldes para liberar el acceso a los elefantes y al marfil. Siempre la guerra, siempre la codicia, siempre la crueldad. El mal. La novedad es que ha quedado vacío el trono de una realeza constantemente amenazada por los hombres: la de la vida. Hoy sabemos que Satao ya no esconderá sus colmillos detrás de los arbustos, ya no gozará de las duchas refrescantes, ya no se paseará por la sabana de Tsavo. Una tristeza a la que seguirá el olvido. o el silencio. © LA NACION

La autora es directora del Capítulo Argentino del Club de Roma

Graciela Melgarejo —La NaCIoN—

E

n la entrevista que Pablo Gianera le hizo a Beatriz Sarlo en adncultura (http://bit.ly/1nIOas1), la escritora y periodista reflexionaba sobre las ciudades: “Buenos aires era una ciudad monocéntrica, la gente se desplazaba al centro donde estaban los cines, los teatros, los restaurantes. Hoy no es en absoluto monocéntrica. La ciudad se corrió (...) De ahí surgieron otros centros autosuficientes”. De aquella ciudad que alguna vez conocimos todos, los porteños y los que llegaban a ella desde distintas partes, quedan afortunadamente algunos lugares, verdaderas islas de silencio y complicidad. En particular, el bar y restaurante del Hotel Castelar, en la avenida de Mayo (en la habitación Nº 704 está el museo dedicado a su huésped de honor, Federico García Lorca), ideal para reunirse y conversar sobre el español, los hispanohablantes y en especial sobre la “benjamina” de las academias, la academia Norteamericana de la Lengua Española (aNLE), que, del 6 al 8 de junio, hizo su Primer Congreso, en Washington, con el tema “La presencia hispana y el español de los Estados Unidos: unidad en la diversidad” para celebrar su cumpleaños número 40. El director de la RaE, José Manuel Blecua, celebró floridamente el acontecimiento: “La aNLE es la más joven y la más hermosa de las academias porque es la que reúne más condiciones con la frescura de sus cuarenta años”. La traductora y correctora internacional de textos alejandra Patricia Karamanian –conductora del programa de radio Las mil y una hojas de traducción y algo más (milyunahojasworpress.com)– asistió al congreso y, a manera de “corresponsal” de Línea directa, trajo buenas nuevas;

con un cortado en jarrito de por medio (un “americano”, como se decía antes), rodeada de mozos que todavía conservan el acento de la Madre Patria, contó sobre estadounidismos e identidad. ¿Qué es un estadounidismo? Para el Diccionario de la RaE en línea, “Palabra o uso propios del español hablado en los Estados Unidos de américa”, que no hay que confundir con el spanglish (castellanizado por la RaE como espanglish, y con una definición con la que los académicos de la aNLE no están de acuerdo). Con respecto a la identidad, no es fácil ser “el único país bilingüe donde el hispanohablante está en contacto directo con el inglés”, como advierte la argentina Leticia Molinero –numeraria de la aNLE y coordinadora del Glosario de estadounidismos– en su texto “Política panhispánica y lingüística de la aNLE y glosario de estadounidismos”. En la actualidad, de los 50 millones de hispanohablantes en los Estados Unidos hay que diferenciar entre la primera, la segunda y la tercera generación; por ejemplo, los de la tercera generación hablan del español como una “lengua de herencia”, y es tarea de los académicos, en parte, ayudar para que no menosprecien esta lengua ni su cultura, lo que los diferencia de otras comunidades hispanas, y para que sean bilingües. a la espera de la publicación del mencionado glosario (como apéndice principal del libro El español de los Estados Unidos: norma lingüística y estadounidismos), esta columna de hoy es apenas una pequeña introducción a un fenómeno lingüístico apasionante y en crecimiento. © LA NACION

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