El paco preocupa a Chile ya Uruguay

la “pasturri” o “bazuca” los llaman. “angustiados”, por el inenarrable efecto físico y psicológico que les sobreviene con la abstinencia. Casi la totalidad del ...
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INFORMACION GENERAL

Martes 28 de abril de 2009

I

Adicción mortal | Crece el consumo también en los países vecinos

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Nota III y final

El paco preocupa a Chile y a Uruguay La droga derivada de la pasta base de cocaína cambia de nombres al cruzar la frontera, pero mantiene su vinculación con el delito El paco tiene diferentes nombres fuera de la Argentina, pero en los países vecinos también se advierten su consumo y su vinculación con el delito y la marginalidad. En Chile, el 70% de los delitos se comete bajo la influencia del alcohol o de las drogas, que ingresan por cientos de pasos fronterizos ilegales. En Uruguay, el impacto del consumo del residuo de la pasta base de cocaína se traduce en abandono del hogar, exclusión social y comisión de delitos para obtener dinero y comprar más tóxicos. Sobre una de las avenidas más transitadas de Montevideo se encuentra el establecimiento Vilardebó. Cuando se camina por él, cuando se reciben las miradas perdidas de sus pacientes psiquiátricos, cuesta entender cómo una madre pudo haber querido que su hijo terminara ahí adentro, internado. Pero las madres de los adictos al paco uruguayos ven en ese hospital una “tabla de salvación familiar”. Serrana de Freitas es una funcionaria pública que tiene tres hijos varones. Contó a LA NACION su angustia porque el mayor había caído en la adicción al paco –o pasta base, como se lo llama en Uruguay– y no encontraba cómo rescatarlo: “Se fue hace dos meses con 90 kilos y ahora parece que pesara 60..., está encorvado. Vendió sus CD, se «fumó» la moto 0 km. Vino a pedirme comida, con un pantalón atado con alambre. ¿Cómo le voy a negar comida? Mis hijos temen por mí, porque es agresivo, pero también porque denuncio a los que venden drogas, ya me incendiaron la puerta de casa. Pero yo adoro a mi hijo y quiero recuperarlo”. La pasta base llegó a Uruguay entre 2001 y 2002, y tuvo un crecimiento fuerte en jóvenes que viven en situación de exclusión social. Pero ahora ya no es sólo un problema de los marginados. La adicción alcanzó a chicos de clase media. El tema preocupa a la población por los delitos que cometen los adictos. En la campaña electoral, la oposición y el oficialismo piden mayor compromiso en la lucha contra esta droga. “Con la mayor severidad hay que encarar la eliminación de las bocas de distribución [de paco], que hoy están tan asociadas a estas condiciones de inseguridad”, dijo el precandidato del Frente Amplio, Danilo Astori. Serrana de Freitas, una de las llamadas Madres de la Plaza (que marchan contra el paco en Montevideo), dijo a LA NACION que su reclamo se sintetiza en tres puntos: aumento de penas para los vendedores de paco; tratamiento gratuito y obligatorio para los adictos, financiado con la venta de bienes decomisados a los narcotraficantes, y mayor celeridad en los procedimientos ante denuncias sobre “bocas de venta” de droga. El secretario general de la Junta Nacional de Droga, Milton Romani, dijo a LA NACION, que según la encuesta de hogares de fines de 2006, los consumidores de paco representan el 0,8% del total, aunque asciende al 8 por ciento en las zonas más pobres.

Los “angustiados” En Santiago de Chile, el negocio es sencillo y exponencialmente lucrativo: una dosis de pasta base mezclada con yeso, bicarbonato o raspado de muros para “estirarla” se consigue en cualquier lado por menos de un dólar. Se fuma mezclada con tabaco –un “mono”– o con marihuana (“marciano”). A los que consumen la “pasturri” o “bazuca” los llaman “angustiados”, por el inenarrable efecto físico y psicológico que les sobreviene con la abstinencia. Casi la totalidad del clorhidrato y de la pasta base de cocaína llega desde la Argentina, Perú y Bolivia. Carabineros detectó 148 pasos ilegales de droga en la frontera norte del país. La unidad antidrogas de Carabineros (OS-7) aumentó en casi un 70% las detenciones por microtráfico de drogas en el primer trimestre de este año: más de 1500 arrestos y 30.000 dosis de coca y pasta base incautadas. El perfil del consumidor es claro: jóvenes desempleados, pandilleros de los sectores marginales del Gran Santiago. Aunque se ha detectado su consumo en sectores acomodados. Dijo la directora de la comisión nacional para el Control de Estupefacientes, María Teresa Chadwick: “Los más dañados son los pobres, que la usan como paliativo del hambre y sufren períodos de angustia que los llevan a delinquir”. Un círculo vicioso.

Nelson Fernández y Carlos Vergara Corresponsales en Uruguay y Chile

Gran incautación de droga en Quilmes Tres mujeres y un hombre fueron detenidos durante un operativo realizado en la villa Los Eucaliptos, de Quilmes, donde se secuestró gran cantidad de dosis de paco y de cocaína. Del procedimiento participaron policías de las comisarías 3a., 5a., 6a. y 7a. de Quilmes, del grupo especial GAD y de las jefaturas Departamental y Distrital.

En 2002, por primera vez, la adicción tuvo nombre

EL PAIS/GDA

En una plaza de Montevideo, las madres de los adictos advierten sobre el flagelo que afecta a chicos como el que duerme en el banco

EL ANALISIS

Es hora de una política de Estado Continuación de la Pág. 1, Col. 2 los actuales funcionarios a cargo del Ministerio de Justicia y Seguridad y de la Sedronar parecían competir entre ellos por espacios de poder, y mientras el clientelismo usaba a los más pobres como carne de cañón electoral, el paco fue sentando sus reales en las zonas más sumergidas del Gran Buenos Aires y de la propia Capital, expandiendo sin límites su cultura de la muerte, con toda la trama de violencia y delincuencia que ella implica. El consumo de drogas, especialmente entre los segmentos más empobrecidos de la población, no sólo se expandió, sino que la edad de los consumidores comenzó a bajar. La dolorosa realidad del presente es que los encargados de vender droga en las calles son cada vez más chicos. En la cadena de distribución de la droga el último eslabón suele ser casi siempre un menor de edad. No es casual: al igual que frente a otros delitos comunes, los grandes proveedores buscan a los menores

para esas tareas porque pueden salir rápidamente de la comisaría y así volver a la venta callejera de droga. Afortunadamente, cada tanto aparecen héroes, como los sacerdotes José María Di Paola, Sergio Serrese y Gustavo Carrara, quienes denunciaron la impunidad con que el narcotráfico se mueve en villas de emergencia del área metropolitana en las que ellos realizan su misión pastoral y social, convertidas en verdaderas “zonas liberadas” donde el consumo de droga “está despenalizado de hecho”. * * * Esos héroes de carne y hueso podrán estar dotados del elemento esencial para encarar la lucha contra la droga, el amor al prójimo, pero se necesitan otras armas para enfrentar a un enemigo tan poderoso. Armas que sólo pueden proveer un Estado que parece ausente por completo en la vida de los habitantes de los asentamientos más precarios y una sociedad que, durante años, contempló esta problemá-

Podemos decir que estamos en medio de un lento genocidio, aunque las estadísticas no lo pueden demostrar, aún tica como algo que le era ajeno. Con más de 50.000 adictos al paco en todo el país, de acuerdo con precarias estimaciones oficiales, muchos de los cuales recurren a prostituirse, a robar o a matar para solventar las dosis diarias de ese veneno, podemos decir que estamos en medio de un lento genocidio, aunque las estadísticas no lo puedan mostrar aún. Claro que hay otros datos que sí exhiben las estadísticas y que son igualmente preocupantes. La propia Sedronar pudo estimar, a través de una encuesta entre 56.000 personas de entre 12 y 65 años realizada en 2006, que unas 440.000 personas

eran consumidoras habituales de cocaína y que 1,2 millones recurrían a la marihuana, al tiempo que algo más de 80.000 personas consumían paco o éxtasis. Es muy probable que esos números sean hoy mayores. Quienes frecuentan bares y locales bailables de la ciudad de Buenos Aires y del conurbano advierten que nunca se percibió el nivel de consumo de drogas que se ve hoy. Y no debería sorprendernos: según el último estudio nacional sobre consumo de sustancias psicoactivas en población escolar de la Argentina, que relevó a 62.700 alumnos de colegios públicos y privados de todo el país, el 70 por ciento de los adolescentes no juzga peligroso el consumo ocasional de marihuana ni de cocaína, al tiempo que el 2,6 por ciento admitió haber consumido paco alguna vez en su vida. Sin dudas, ha llegado el momento de hacer algo contra las drogas. Ha llegado la hora de una política de Estado, al margen de cualquier diferencia partidaria y de padres que más de una vez han mirado para otro lado.

OPINION I

OPINION II

Una batalla que es necesario dar

La necesidad de un gran acuerdo

JOSE RAMON GRANERO PARA LA NACION Jamás nos resignaremos a entregarle el futuro de nuestros hijos y de nuestra gente al narcotráfico. Nuestro compromiso personal excede nuestra labor oficial, porque debajo de nuestros trajes de funcionarios hay padres, madres, abuelos... hay personas comunes que no están exentas de enfrentar el problema de las drogas. La estrategia para luchar contra el paco no se puede agotar en acciones administrativas impartidas detrás de un escritorio: es una tarea de militancia. Nuestros equipos trabajan en articulación con las redes sociales de los lugares con más carencias del país, con las madres, con los chicos a los que, en muchos casos, hemos ayudado a recuperar, al asistir a aquellos que, judicializados o no, deciden salir de ese infierno. El Estado nacional subsidia sus tratamientos, pero la tarea excede lo meramente asistencial. El problema es tan grave, y la realidad tan cruda, que debemos actuar en forma conjunta con todos los organismos estatales y las organizaciones sociales para enfrentar a esta droga de exterminio. El paco necesita de la villa, por la clandestinidad que la misma otorga. Es la séptima droga de consumo en la Argentina, al igual que el éxtasis. Pero por la clase social que la consume, parece estigmati-

zar más la una que la otra. Este es un error que no podemos cometer. Tampoco se puede universalizar la relación que existe entre droga y delito. Pero en un alto porcentaje está científicamente demostrado que las lesiones que provoca el consumo del paco a nivel cerebral son las que, de alguna manera, hacen desaparecer los frenos inhibitorios en la conducta del consumidor, con el consecuente incremento de la agresividad en determinados hechos delictivos. * * * Nuestros equipos utilizan el deporte como elemento de acercamiento y captación de los jóvenes para sacarlos del consumo. No es una solución en sí misma, ya que debe ir acompañada de contención, pero sirve para aceitar mecanismos y buscar puntos en común para brindar soluciones. Una de las principales acciones la constituye nuestro programa “El fútbol es igual a la vida”, en Ciudad Oculta, con la colaboración de los clubes Lanús y Nueva Chicago. El objetivo final de cualquier programa de lucha contra las adicciones es la resocialización del consumidor, lo que equivale a recuperar la salud del individuo y darle a cada uno su propio proyecto de vida. Lo peor que podemos hacer con esta batalla es no darla.

El autor está a cargo de la secretaría antidrogas, Sedronar

CLAUDIO MATE ROTHGERBER PARA LA NACION Entrados los años 80, la mayor parte de los centros urbanos de los Estados Unidos se vio convulsionada por la irrupción devastadora del crack. La elocuencia de los dramáticos efectos de la droga emergente rompieron el letargo con el que los norteamericanos se habían acostumbrado a aceptar la expansión de las demás drogas. Se asistió en aquellos años a un fenómeno social y político de características casi épicas, que aún hoy se recuerda como “la crisis del crack”. Entonces, todos los sectores abocados a la actividad en los poderes públicos, sumados a líderes sociales y religiosos, se alinearon en una causa común, y reconstruyeron el consenso en cuanto a la capacidad de las instituciones para erradicar esa droga. Las más efectivas innovaciones en la política norteamericana en su esfuerzo por enfrentar el tráfico callejero y la violencia asociada al crack vieron la luz en ese período. Entre estas iniciativas aún hoy se destacan las Cortes de Droga del departamento de justicia. Lo cierto es que, hace 30 años, ese compromiso y esa acción conjunta del gobierno y de la ciudadanía pudieron contra el crack. Tanto el crack como nuestro paco son dos formas básicas de la cocaína, cruelmente tóxicas. ¿Podremos los argentinos alinear

nuestras voluntades, instrumentar por consenso una política de drogas que refleje las urgencias de nuestros barrios mucho más que las de nuestras bibliotecas? ¿Será cierto que nuestra Constitución exime a algún poder público de responsabilidades y reduce algún aspecto de esta tragedia colectiva a un hecho individual y privado? * * * Los promotores de ese enfoque imaginaron una reacción microscópica de algún sector recalcitrante y retrógrado, y no la de esas mayorías pacientes y silenciosas despojadas de todo, expresadas por sus curitas de las villas con la foto de Carlos Mugica por delante y preguntándoles en qué mundo vivían. ¿Podrá de ese consenso surgir una política nacional de drogas que comprenda una reforma legislativa pensada desde nosotros y desde los problemas de nuestra gente? Con contenidos preventivos en la enseñanza en nuestras escuelas, una política criminal que no dé cuartel a la venta callejera, programas de nocturnidad y ocio alternativo para nuestros jóvenes, controles de la oferta de alcohol a menores, la ampliación y diversificación de la oferta de servicios para el rescate de los consumidores y, en el mejor de los casos, la inclusión de estas medidas en un gran proyecto de inclusión social.

El autor fue ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires

“Tengo un caso que me preocupa: la patología es nueva y no sé de qué consumo se deriva... En el barrio le dicen «paco».” A fines de 2002, el entonces secretario de Adicciones de Buenos Aires, Claudio Mate, había reunido en Junín a todos los representantes de los centros de prevención de adicciones (CPA) distribuidos en la provincia. El encuentro estaba previsto más para organizar cuestiones logísticas que para analizar cuadros clínicos. Hasta que la delegada de la VI región, con cobertura en la zona sur del conurbano, pidió la palabra y los funcionarios escucharon por primera vez la mención del paco. Ya nada volvería a ser como antes. Mate había organizado una red de CPA con la idea de ir a buscar pacientes, en lugar de esperar su llegada. En las zonas más precarias se instalaron esos puestos de vigilancia, desde los cuales se hacían sondeos rápidos sobre la situación de las adicciones en cada barrio. El caso que dio la alarma fue el de un joven que presentaba un considerable deterioro físico, detectado en el CPA de la villa Itatí. En ese asentamiento situado entre Quilmes y Berazategui empezó a venderse el paco un año antes de que las autoridades tomaran nota del primer caso. También allí se acuñó la definición de “muertos vivos” para catalogar a los consumidores. Los vecinos, al ver esos movimientos corporales propios de zombis de películas de terror, apelaron al mote que aún acompaña a esa fulminante adicción. El horror apenas empezaba. No se trataba de un laboratorio de cocaína a gran escala: apenas un alambique implantado en una de las manzanas interiores de la villa. La producción y venta de la droga eran artesanales en ese momento. Una sola persona introdujo el paco, ese veneno que hoy se multiplica por doquier. Fue un boliviano que copió el uso que se daba en su país a los restos de la pasta base de cocaína. Como todo mercado, el de la droga también se mueve en función de los vaivenes económicos. Faltaba cocaína en plaza y el paco ocupó su lugar.

Los chicos, víctimas de la distribución En la villa 15, conocida como Ciudad Oculta, en Mataderos, la mayoría de los que tienen “quioscos” de venta de paco son mujeres que, para distribuir la droga en los angostos pasillos del barrio, utilizan a niños de hasta 14 años, que hacen el trabajo sucio a cambio de dosis que no pueden pagar. Así lo informaron a LA NACION fuentes judiciales, que agregaron que los distribuidores del paco no están dentro de la villa, sino en las zonas periféricas. “La droga llega a las villas de la ciudad de Buenos Aires desde el conurbano, donde están las cocinas de cocaína”, dijo un investigador judicial. En el porteño Juzgado Federal N° 12, a cargo de Sergio Torres, se instruye una “megacausa” por el paco. El expediente se abrió después de una investigación preliminar sobre el tráfico de pasta base de cocaína, realizada por el fiscal federal Luis Comparatore. Detectives de la División Operaciones Metropolitanas de la Superintendencia de Drogas de la Policía Federal hicieron varios allanamientos, por orden de Torres, en Ciudad Oculta y en las villas 31 y 31 bis, de Retiro. Hasta ahora, por esta causa, ya se han incautado, según informaron fuentes judiciales, de 7200 dosis de paco, 13 armas de fuego (calibres 22, 32 y 9 mm) y balas de punta hueca. “En varios lugares donde entramos y encontramos paco, los dealers tenían armas con balas en la recámara, que no llegaron a utilizar. En Ciudad Oculta, chicos de 14 años se encargan de distribuirlas en los pasillos, a cambio de dosis que no pueden pagar”, explicó una fuente policial. A la noche, en los pasillos de la villa 31, en Retiro, los chicos consumen paco. Pero muchos no viven allí: llegan desde otros barrios de la Capital o del Gran Buenos Aires. Eso le contó a LA NACION Ramona, una vecina del lugar que, por las noches, recorre las calles para salvar a los chicos. “Cuando les pregunto quién les vende, me contestan: «El ‘señó’». Tienen prohibido decir el nombre”, confió la mujer.