el legado de apeles

26 jul. 2008 - cubistas del arte ibérico, de las Cícladas o del norte de Marruecos. Y es lamenta- ble que el sagaz Miguel Briante bautizara. “punto poncho” ...
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FICHA. César Paternosto. Obra inédita, en Jorge Mara – La Ruche (Paraná 1133), hasta el 26 de agosto.

ARTE | MUESTRAS

EL LEGADO DE APELES Una paleta básica, que remite a uno de los pintores más famosos de la antigüedad, le basta a César Paternosto para conjugar con ascetismo abstracción y vanguardia POR ELBA PÉREZ Para La Nacion - Buenos Aires, 2008

N

o se trata de un déjà vu ni de una nostálgica cita autorreferencial. Las obras recientes de César Paternosto que presenta la galería Jorge Mara – La Ruche remiten con intensidad casi hipnótica a otra época y a otro ámbito. La propuesta de hoy ahonda y maximiza la de antaño, una paradoja sólo aparente en el ascético derrotero del artista platense que recaló en Segovia tras varias décadas de vivir en Nueva York. Se impone a los memoriosos la evocación de aquella muestra de 1971 que lo reveló en la galería Carmen Waugh, la marchand chilena, auténtica buscadora de perlas. Era el tiempo de la coexistencia –polémica pero cordial– de diversas propuestas estéticas apoyadas por galeristas añejos y noveles y el aura perdurable del Instituto Di Tella. Persistían las charlas en librerías y cafés, escenarios de la redacción de manifiestos y de la vena teórica instalada con vigor por los movimientos Madí y Arte Concreto-Invención. Ése fue el marco inicial de César Paternosto en Buenos Aires. Nacido en La Plata (1931) y formado por el inolvidable Héctor Cartier, en simultáneo estudió y se graduó de abogado en la UNLP sin descuidar los cursos de Estética en el Instituto de Filosofía de la misma universidad bonaerense. Severas, autoexigentes, tales opciones enuncian la temprana orientación conceptual que asumió como norma de vida y que sustentan el desarrollo de su obra. Hizo suyo el camino por la puerta estrecha que, según Lao-Tsé, daba acceso a la libertad interior. En el desapego y la renuncia, Paternosto construyó un modelo ideal de armonía donde lo esencial convierte en superfluos la apelación sentimental o sensorial, el discurso narrativo y emisor de verdades o certezas externas a la silente elocuencia del lenguaje plástico. Cuando Paternosto emplea las formas más simples y primarias y las opone o emplaza sobre planos de absoluto blanco, propone interacciones perceptivas, semánticas y simbólicas muy complejas. Imita la elección cromática reducida al blanco, negro, rojo y amarillo que formaban la restrictiva paleta empleada

36 I adn I Sábado 26 de julio de 2008

PAUSAS BLANCAS, 2008

CUARTETO, RITMOS VERTICALES, 2006

adn PATERNOSTO Nacido en La Plata en 1931, vivió casi cuatro décadas en Nueva York y actualmente reside en Segovia. Sus pinturas de abstraccción geométrica son reconocidas a nivel mundial; integran las colecciones de museos como el MoMA, el Guggenheim, el Reina Sofía y el Kunstmuseum.

por Apeles, a tenor del testimonio del viejo Plinio. El antiguo griego, engañador de aves que pretendían picotear las uvas pintadas por el artista del que no se conserva ninguna obra, disponía además de otros pigmentos. Su paleta en tríada primaria era, como en el caso de Paternosto –que suma el azul ultramar–, una profesión de fe en la suficiencia metafórica del color enunciada, siglos después, por John Cage (Color and Meaning: Art, Science and Symbolism, 1999) La obra de Paternosto se inscribe en la tradición rioplatense del universalismo constructivo generada por Joaquín Torres García. La marca es indeleble, tan profunda como innumerable en avatares y ramificaciones vigentes. Como el maestro uruguayo o los neoplasticistas europeos, Paternosto se sujetó a la abstracción geométrica. En su caso templada por licencias, mínimas pero gravitantes, de la

ejecución técnica de aséptica regularidad prescripta por los manifiestos de los artistas concretos. El conocimiento del arte precolombino le amplió su registro de signos plásticos, al tiempo que confirmó su certeza de un arte universal que articula épocas y culturas. Esta lectura del arte ancestral amerindio, realizada desde textiles, cerámicas o relieves, derivó en la noción de la obra-objeto en la que el canto del bastidor integra la imagen. Por cierto que no es un mero recurso. Sin caer en la decoración ni en la emulación del modelo, Paternosto formula otra relación entre obra y espectador, a la que llama “mirada oblicua”. Las culturas ancestrales americanas equivalen, para Paternosto y otros colegas, al descubrimiento de los cubistas del arte ibérico, de las Cícladas o del norte de Marruecos. Y es lamentable que el sagaz Miguel Briante bautizara “punto poncho”, boutade de notable extravío, a estas búsquedas entre lo ancestral y la vanguardia de cuño Bauhaus que dieron y dan aún frutos espléndidos. Premeditada, intelectual y sensible, la imagen de César Paternosto no deja nada al azar. Pero estas meditaciones son vertidas sin mengua de frescura y gracia poética, firmes en el desasimiento de los mínimos recursos puestos en juego. Para el pintor, el sustantivo exacto excluye el empleo de cualquier adjetivo. La muestra conforma un continuo melódico, con variaciones sutiles que exigen la percepción plástica del espectador. Hay que acercarse a las obras con la mirada oblicua que demanda el artista y pasar de la observación de cada una a la totalidad del conjunto. Un espacio cerrado de menores dimensiones, virtual cubículo, permite el emplazamiento de piezas que Jorge Mara llama, con justeza, obras de cámara. © LA NACION