Viernes 7 de marzo de 2014 | adn cultura | 15
Más allá de sus obligaciones diplomáticas, Edwards reconoce que escribió mucho durante su estada en París enrique rosito /corbis
“El europeo sigue buscando el indio con plumas” Jorge Edwards. Historias de familia, personajes y anécdotas de una Europa y de un Chile ya desaparecidos brotan del diálogo con el escritor, que reivindica el derecho de los autores latinoamericanos de escribir sobre todos los temas y no sólo sobre lo mágico o lo selvático Giuseppe Gatti Riccardi | para la nacion
E
PARíS
l encuentro con Jorge Edwards tuvo lugar en la sede de la embajada de la República de Chile en Francia, donde el escritor y periodista santiaguino aún se desempeñaba como embajador de su país, cargo del que se despidió hace algunos días. El elegante edificio donde se encuentra la embajada se ubica en la avenida de la Motte Picquet 2, en el séptimo arrondissement, a mitad de camino entre el barroco Hôtel des Invalides y la Torre Eiffel. Allí, el estudio de Edwards es
Giuseppe Gatti Riccardi (Roma, 1970) es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y enseña en la Universidad La Sapienza
una sala repleta de libros, muchos de los cuales son ediciones de sus novelas traducidas a otros idiomas y publicadas en el extranjero. –Siempre ha sido usted un escritor prolífico. ¿El desempeño de un alto cargo diplomático le deja la posibilidad y el tiempo para escribir? –Llegué a la conclusión de que mi única posibilidad para escribir era a las seis de la mañana: de seis a ocho. No hay otra. Es duro, porque a veces consigo levantarme temprano y otras veces no. Mi enemigo principal son las cenas: en este trabajo hay muchas cenas, que yo detesto de todo corazón. Allí uno tiene que estar clavado, a veces hay que hacer un discurso y después hay que salir corriendo a
dormir. No es lo mismo con los cócteles porque, como embajador, tengo un coche con chofer: voy veinte minutos y me vuelvo aquí a la embajada. Entonces es cuando puedo leer por la noche, dormirme temprano y escribir a la mañana. Eso es mi medicina, me deja con los nervios en un estado tranquilo, sereno. Si no lo hago, me siento mal. Todos esos objetos que ve allá (indica un mueble cargado de medallas y pequeñas estatuillas) son cosas que a uno le regalan las autoridades cuando vienen acá: una autoridad oficial siempre viene con una medalla, una estatuilla. ¡Tengo una colección como para poder crear un museo de los horrores! –¿Está trabajando en algún nuevo pro-
yecto literario? –He escrito mucho desde que estoy acá. Vine a París con el proyecto de redactar un primer tomo de memorias. Y lo escribí: se llama Los círculos morados. Es el primer tomo de un proyecto –que no sé si voy a poder realizar– que prevé tres volúmenes: infancia, adolescencia y comienzo de la juventud. Es la formación de un escritor en un país tan remoto como Chile, donde los libros llegaban con dificultad y donde se veía muy raras veces a un verdadero escritor. Yo pensé ese libro casi sólo para chilenos, básicamente porque se describe el Santiago de los años cuarenta, ese Santiago desaparecido que a los chilenos les gusta. En Chile, en efecto, lo han leído mucho: ya han comprado más de seis mil ejemplares, que es bastante para un libro de memorias y más bien caro. Este primer tomo ha salido en España y está teniendo allá una lectura interesante que me sorprende: hay muchos españoles a los que les gusta y que incluso me mandan mails. En vista de esos buenos resultados, el editor se animó y el libro salió en la Argentina. No sé si este libro se puede traducir: a lo mejor sí. De hecho, una editora francesa me ha dicho que ahora hay muchas memorias pero de escritores muy pocas, y menos aun de un escritor que cuenta su formación, sus primeras lecturas. –Su obra se ha traducido a otros idiomas. ¿Ha tenido una buena recepción en Alemania y en otros países no hispanohablantes? –Sí, en el caso puntual de Alemania se han traducido ya cuatro o cinco libros, entre ellos, El origen del mundo, Persona non grata y El anfitrión. Y ahora quieren hacer otras cosas, así que les he mandado una novela breve. Pero estoy pensando que quizá pueda ser más interesante el libro de memorias, porque en él aparecen muchos personajes de la historia literaria chilena. En particular, los poetas surrealistas chilenos que eran mis mayores y que fueron muy amigos míos. Era un grupo que se llamaba La Mandrágora y tenían una relación indirecta con Europa: se escribían cartas con André Breton y otros surrealistas. También relato mi encuentro con Pablo Neruda. Yo tenía entonces 21 años. Era el Neruda estalinista pero en privado actuaba como un surrealista. –Acaba de mencionar que envió a los editores alemanes una novela breve, ¿se refiere a El descubrimiento de la pintura? –Sí. En mi libro de memorias había dejado un cabo suelto, al menos para mí: un personaje de mi infancia que era un “pintor de fin de semana”. Él tenía que ganarse la vida en una oficina comercial y pintaba los fines de semana pero no conocía la pintura, porque en el Chile de la década del treinta, en la que él se formó, no había ninguna posibilidad de ver pintura. Sólo había malas reproducciones. Para atar ese cabo, escribí esa novela breve que se llama El descubrimiento de la pintura. Ese hombre, amante de la pintura y de la múContinúa en la página 16