Y LOS HIPOPÓTAMOS FUERON HERVIDOS EN SUS TANQUES
El desayuno antes del crimen Este fragmento de la novela descubierta es el preludio de la tragedia que se va a desencadenar sobre un grupo de amigos POR JACK KEROUAC Y WILLIAM BURROUGHS
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alí de lo de Dennison a las seis y me encaminé a casa, en Washington Square. La calle estaba helada y brumosa, y el sol estaba detrás de los muelles del East River. Caminé hacia el este por la calle Bleecker después de entrar en Riker a ver si encontraba a Phillip y Al. Cuando llegué a Washington Square, estaba tan adormilado que ni podía caminar en línea recta. Subí al departamento de Janie, en el tercer piso, arrojé la ropa sobre una silla y empujé a Janie para hacerme lugar en la cama. El gato corría de un lado a otro sobre la cama jugando con las sábanas. Cuando me desperté el domingo a la tarde, estaba bastante tibio y la orquesta filarmónica sonaba por la radio de la habitación del frente. Me incorporé y espié para ver a Janie sentada en el diván, cubierta tan sólo por una toalla arrollada en la cabeza para secarse el cabello después de una ducha. Phillip estaba sentado en el suelo, cubierto apenas con una toalla y con un cigarrillo en la boca, escuchando la música, que era la primera sinfonía de Brahms. –Eh –le dije–, tirame un cigarrillo. Janie se acercó y me dijo “buenos días” como una niña sarcástica y me dio un cigarrillo. –Jesús, qué calor –dije. Y Annie dijo: –Levántate y toma una ducha, pedazo de desgraciado. –¿Qué pasa? –No te hagas el estúpido. Anoche fumaste marihuana. –De todas maneras, no era buena –dije, y fui al baño. El sol de junio inundaba la habitación y cuando abrí el agua fría fue como sumergirme en una sombreada laguna, allá en Pensilvania, una tarde de verano. Después, me senté en la habitación del frente con una toalla y un vaso de naranjada fría, y le pregunté a Phillip dónde había ido la noche anterior con Ramsay Allen. Me dijo que después de irse de lo de Dennison se habían encaminado hacia el Empire State Building. –¿Y por qué fueron al Empire State Building? –pregunté. –Estábamos pensando en tirarnos desde allí. No me acuerdo bien. –Así que pensaban tirarse, ¿no? Charlamos un rato sobre la Nueva Visión, que en ese momento Phillip trataba de entender, y después, cuando terminé mi naranjada, me levanté y fui al dormitorio a ponerme los pantalones. Dije que tenía hambre. Janie y Phillip empezaron a vestirse, y yo fui al nicho que llamábamos la biblioteca y revolví las cosas sobre el escritorio. De una manera lenta, estaba casi listo para volver a embarcarme. Acomodé unas co-
8 | adn | Sábado 6 de diciembre de 2008
sas en el escritorio y volví a la habitación del frente, y ellos ya estaban listos. Bajamos la escalera y salimos a la calle. –¿Cuándo vuelves a embarcarte, Mike? –preguntó Phillip. –Bueno –dije–, en un par de semanas, supongo. –Qué mierda eres –dijo Janie. –Bueno –dijo Phillip mientras cruzábamos la plaza–, yo mismo he estado pensando en embarcarme. Como saben, tengo mis papeles de marino en regla, pero nunca me embarqué. ¿Qué tendría que hacer para que me tomaran en un barco? Se lo expliqué brevemente. Phillip asintió, satisfecho. –Voy a hacerlo –dijo–. ¿Hay alguna posibilidad de que nos asignen el mismo barco? –Bueno, sí –le dije–. ¿Lo decidiste repentinamente? ¿Y que dirá tu tío? –Estará encantado. Le alegrará ver en mí una actitud patriótica y todo eso. Y le alegrará librarse de mí por un tiempo. Expresé mi satisfacción ante la idea. Le dije a Phil que siempre era mejor embarcarse con un amigo por las dudas de que hubiera problemas con los otros
Phillip pidió huevos hervidos durante tres minutos y medio. Había una camarera nueva detrás del mostrador, que le lanzó una mirada hostil. A mucha gente le molestaba la apariencia exótica de Phillip
miembros de la tripulación. Le dije que a veces el lobo solitario era el que la ligaba peor, especialmente si no le gustaba mucho hablar con los demás. Ese tipo de marinero, le dije, inadvertidamente despertaba las sospechas de los otros marineros. Fuimos al Frying Pan, en la calle Octava. A Janie todavía le quedaba algo de dinero de su último cheque del fondo fiduciario. Era de Denver, Colorado, pero hacía más de un año que no volvía a su casa. Su padre, un anciano viudo y rico, vivía en un hotel de lujo, y ocasionalmente le enviaba cartas donde le contaba lo bien que lo estaba pasando. Janie y yo pedimos huevos fritos con tocino, pero Phillip pidió huevos hervidos durante tres minutos y medio. Había una camarera nueva detrás del mostrador, que le lanzó una mirada hostil. A mucha gente le molestaba la apariencia exótica de Phillip y lo miraba con suspicacia, como si creyeran que era un drogón o un maricón. –No quiero que Allen sepa que voy a embarcarme –estaba diciendo Phillip–. La idea fundamental es sa-
cármelo de encima. Si se entera, es capaz de jorobarlo todo. Me reí. –No conoces a Allen –dijo Phillip, muy en serio–. Es capaz de cualquier cosa. Hace demasiado tiempo que lo conozco. Dije: –Si quieres librarte del tipo, dile que te deje en paz y se mantenga lejos. –No serviría de nada. No se mantendría lejos. Bebimos nuestro jugo de tomate en silencio. –No entiendo tu lógica, Phil –le dije–. Me parece que no te molesta que ande todo el tiempo encima de ti, siempre que no se te tire un lance. Y a veces puede resultar cómodo tenerlo cerca. –Se está poniendo incómodo –dijo Phil. –¿Qué pasaría si se enterara de que vas a embarcarte? –Cualquier cantidad de cosas. –¿Qué podría hacer si se enterara después, cuando ya te hubieras embarcado? –Probablemente estaría esperándome en el puerto de llegada, con una boina y abriendo almejas en la playa con cinco o seis muchachos árabes a sus pies. Me reí. –Ésa sí que es buena –dije. –No querrás que ese marica se meta en tus cosas –le estaba diciendo Janie a Phillip. –Pero eso de la playa es buenísimo –dije. Llegaron nuestros huevos, pero los de Phillip estaban completamente crudos. Llamó otra vez a la camarera y le dijo: –Estos huevos están crudos. –Ilustró su afirmación hundiendo la cuchara en un huevo y sacándola con una larga estela de clara cruda. La camarera dijo: –Dijo huevos apenas hervidos, ¿no es cierto? No podemos cambiarle las cosas cuarenta veces. Phillip empujó sus huevos sobre el mostrador. –Dos huevos hervidos cuatro minutos –dijo–. Tal vez eso simplifique el asunto. –Después se volvió hacia mí y empezó a hablar sobre la Nueva Visión. La camarera se llevó los huevos de un manotazo y fue hasta la ranura por la que pasaban los platos desde la cocina. “Dos hervidos cuatro minutos.” Cuando volvió con los huevos, estaban bien. La camarera puso el plato con violencia delante de Phil. Él se puso a comerlos tranquilamente. –Muy bien –dije cuando terminé mi desayuno–. Mañana vas a Broadway, como te expliqué, para alistarte. Te garantizo que podemos conseguir un barco esta misma semana. Estaremos en mar abierto antes de que Allen se entere. –Bien –dijo Phillip–. Quiero salir de aquí lo antes posible. [Traducción Mirta Rosenberg]