El Carmelo Palautiano “Atendiendo al grito de la migración”

las bestias más feroces del infierno, daría hospitalidad a un pobre solitario expulsado de su convento por la revolución venía a pedirle asilo... Pero me he ...
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El Carmelo Palautiano “Atendiendo al grito de la migración” Quienes pertenecemos a la gran familia del Carmelo Palautiano somos migrantes de una u otra manera y estamos invitados a experimentarnos como tal. Parto de esta afirmación para dar una sencilla mirada al tema de la migración en el momento actual, y como desde una mirada honda podemos descubrir que esta realidad, atraviesa la experiencia vital de Francisco Palau. Mi intención en esta reflexión es incitar a que pongamos los ojos en el fenómeno de la movilidad humana (y más que en el problema en sí, centrarnos en la persona que vive desgarrada por esa situación), descubriendo en ella una raíz carismática que en muchas ocasiones no elevamos a un plano consciente. Todos somos migrantes de una u otra manera por el simple hecho de que somos caminantes en este momento histórico que peregrinamos hacia la felicidad que no se acaba. Seguramente la mayoría de nosotros actualmente no vive en el lugar en donde nació, en muchos casos ni siquiera en nuestros propios países de origen y posiblemente, tampoco en nuestros respectivos continentes. Esto, porque cada una de nosotros en fe así lo ha decidido y lo vive como connatural a la vocación misionera. Por eso, el ser conscientes de este hecho debería llevarnos a una obligación vital de dolernos y solidarizarnos con millones de personas donde el emigrar no es por opción; sino que se es víctima de un sistema injusto que los empobrece, oprime y empuja a las fuerzas a buscar en otras tierras una esperanza de vida o una oportunidad para salir adelante. Como hijas e hijos de Francisco Palau estamos llamados a ser expertos en acogida, a ser casa abierta, caliente pan y compañeros de viaje para quienes se les han cerrado las puertas a una vida digna; y más triste aun, para aquellos que encuentran tantos brazos cruzados incapaces de tender una mano. Y nosotros/as como Carmelo Palutiano estamos facultados para propiciar esto porque tenemos la experiencia de sentirnos esperados, recibidos, acogidos con cariño; y desde ahí podemos crear círculos virtuosos de inclusión que poco a poco vayan quitándole fuerzas a las experiencias de rechazo y violencia, avanzando cada vez más a la realización del sueño de ser Uno, sobre todo valorando los pasos que hemos dado y los que estamos por dar, con la conciencia clara de una fraternidad universal.

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Mucho se ha dicho, o más bien mucho hemos oído acerca del fenómeno migratorio. Según para la Organización Internacional para las Migraciones, la migración es el “Movimiento de población hacia el territorio de otro Estado o dentro del mismo que abarca todo movimiento de personas sea cual fuere su tamaño, su composición o sus causas, incluye migración de refugiados, personas desplazadas, personas desarraigadas, migrantes económicos” (OIM, 2006). Y el Papa Francisco en marzo del 2015 también se refirió al respecto: “La migración está muy ligada al hambre, a la falta de trabajo, a esta tiranía de un sistema económico que tiene a un dios dinero en el centro y no a la PERSONA”. Como vemos, es una realidad puesta ante nuestros ojos. Todos de una u otra manera se preocupan, pronuncian y ocupan al respecto. Y nosotros como Carmelo Palutiano, ¿hemos hecho una reflexión seria en este tema? Ahí queda la pregunta. Como bien sabemos cada país tiene el derecho de salvaguardar sus fronteras, pero no a costa del sacrificio de la dignidad de la persona humana. Como Carmelo Palautiano estamos emplazados a cruzar las distintas fronteras, desde un plano netamente literal hasta su más profunda significación simbólica y pedir al Señor nos dé una mirada de migrantes, que surge de habernos experimentado acompañadas primero y sabernos hijos/as de un exiliado, de un hombre que se vio forzado a buscar una tierra nueva. Aquí me quiero detener un poco, en la figura de Francisco Palau. El Padre Palau fue un migrante de su tiempo, alguien que estuvo en movimiento, un buscador por excelencia de eso que satisficiera su anhelo más profundo y esencial. Así como tanta gente que tiene que dejar su suelo y a las personas a quienes aman, el Padre Palau tuvo que abandonar en ese momento sus deseos de intervenir por su patria adolorida, por la Iglesia de una España ensangrentada, sus múltiples apostolados, misiones populares, y sobre todo, la vida de contemplación y penitencia que estaba llevando con su hermano Juan en la cueva de Aytona; todo esto porque su palabra y su persona comenzaba ya a molestar. Se encontró ante el desafío de buscar una nueva forma de responder al momento histórico que le tocaba vivir. Los que emigran realizan su peregrinación con el recuerdo de los que dejaron; papá, mamá, esposa, hijas e hijos, sobre todo los más pequeños. Aquí un testimonio de esta separación: “Regresé a mi casa muy pensativo y ciego sobre el futuro. ¿Qué es lo que sucederá? Fue un día triste y desagradado. Casi no tenía ganas de dirigir ninguna palabra a mi esposa, ni ella a mí. Partí de mi casa al pueblo, eran las 10 de la mañana. Al pasar por la puerta, le dije a mi esposa: Adiós. Ella contesto: adiós, que te vaya bien.

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Tal parecía como cualquier viaje que acostumbraba a hacer, sin darnos cuenta, que fue una separación y abandono total, entre ella y yo y mi familia...”1. La mayoría cargan con una foto de su familia, una carta de la esposa que dejaron o simplemente con la tristeza incontenible de lo ocurrido, como dice un testimonio: “yo me vine derecho acá a Los Ángeles del pueblo (San Francisco Cajonos)...Y cuando salimos del pueblito fue triste y tristes nos pusimos nosotros por dejarlo. Como salimos, no sabíamos cuando íbamos a regresar de vuelta...” (Constancio Vásquez, indígena zapoteco). Guardan en el corazón el rito de despedida que realizaron antes de partir, donde dieron recomendaciones a sus hijos y pidieron la bendición de sus padres. Caminan con sentimientos encontrados; por un lado, un profundo sentimiento de esperanza en encontrar algo mejor; porque el emigrar no es por gusto, sino por necesidad. Y por otra arista el sentimiento de que se está traicionando la propia tierra, la patria y la unidad familiar. Aquí una oración de un migrante guatemalteco:

“Dios, dueño y creador de todo el universo, y creador nuestro, corazón del cielo y corazón de nuestra madre tierra, te pedimos permiso porque hoy vamos a salir pisando otras tierras, tierras de tu misma obra. Tú conoces la razón. Tierra nuestra, de nuestros antepasados, perdónanos que te vamos a abandonar; pero haz que pronto regresemos porque en ti queremos morir. Padre, abuelos de nuestros antepasados, a ustedes que ya gozan la paz con el Creador, dennos sus bendiciones. Así como ustedes lucharon por nuestro bien, también nosotros queremos luchar por nuestros hijos y generaciones que vendrán después de nosotros. A los primeros emigrantes sobre esta tierra, Abraham y la sagrada familia, Jesús, María y José, les pedimos su protección, para que este día, y esta peregrinación que vamos a comenzar sea de su santa voluntad. Todo esto te lo pedimos Padre, en el nombre de Jesús”2. Una vez que un migrante logra entrar en otro país, el hecho de no tener papeles de identificación le hace doblemente vulnerable, pero al mismo tiempo le permite sentir a la familia más familia y no olvidar sus orígenes. En este sentido Francisco Palau en el destierro encontró la posibilidad de “espejar” su identidad, logró desvelar las motivaciones más hondas que le llevaron al Carmelo y comprobó con satisfacción que su discernimiento había sido coherente. A partir de esto el puedo hacer la siguiente relectura en vida solitaria: “La punta de un peñasco es para

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R. Hernández-J. Saravia, Remigio: la vida de un migrante guatemalteco, México 2004, pagina 45-46. Hernández. Saravia, Remigio: La vida de un migrante guatemalteco. México 2004, pagina 49

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él un sillón más precioso que el trono de un Rey. Sentado sobre este sitio espera con anhelo que el tiempo de su destierro llegue a su término” (Vida Solitaria Nº 8). Los migrantes por lo general sufren rechazo al sitio donde llegan. Por naturaleza nos provoca miedo lo diferente, la relación con el extraño puede aparecer como objeto de deseo o repulsión. Palau se percató perfectamente que el ser humano se comporta distinto cuando está en su espacio y cuando sale de él: “Bien persuadido, pues, estaba yo de que un país, que tolera las bestias más feroces del infierno, daría hospitalidad a un pobre solitario expulsado de su convento por la revolución venía a pedirle asilo... Pero me he equivocado, la gente de este país ha visto mi genero de vida y lo ha juzgado, y desde el primer día que me ha visto entrar en una cueva se ha escandalizado” (Vida solitaria Nº 14). Como vemos, es víctima directa de un sistema injusto y de una mirada miope de la realidad. Es por eso que como Carmelo Palautiano debemos sentirnos herederos y portadores de la antorcha de la fe del Padre Palau, contemplando en nuestras comunidades el sol de justicia y tomando en nuestras manos la misión de que el migrante se experimente acompañado, contenido y sobre todo con una dignidad que ninguna condición le pueda arrebatar. Que en esta travesía la pasión (entendida como ardor-dolor) por la Iglesia nos impulse a recorrer nuevos caminos, intentando responder a las realidades que nos desafían como Carmelo Palautiano a reconocernos capacitados para esta empresa; ya que la experiencia de Francisco Palau de la cual nacimos es fruto de una historia de exilio, de dejar su propia tierra como consecuencia de su misión.

Hna. Laura Matamala, CMT.