“Venir detrás de mí”. Es la misma respuesta que Jesús dio a Pedro cuando éste le reclamaba por lo que había dicho. El camino del discípulo es el de quien sigue el camino de otro. Jesús recorrerá primero el camino, y los discípulos deben ir detrás de él, por el mismo camino. Lo que hace al discípulo no es su buena intención o su piedad, sino el hecho de seguir el mismo camino de Jesús, camino que pasa por el compromiso con el Reino, por el conflicto y la muerte. “Niéguese a sí mismo”. La propuesta de Jesús es una propuesta de liberación, de compromiso por la construcción del Reino. Esto implica olvidarse de los intereses personales que alguien pudiera ambicionar al sumarse a su proyecto, evitar instrumentalizar el proyecto del Reino en beneficio propio y poner toda la vida en función de esta tarea. Todo ello, conlleva también una negación. No es posible comprometerse con Jesús y seguir con la vida simple de cada día, como si nada ocurriera. Es necesario poner el proyecto del Reino antes que nada, incluso antes que las legítimas aspiraciones personales, para tener de verdad la libertad necesaria para seguir a Jesús por el camino que él ha trazado. “Tome su cruz y sígame”. La cruz era el instrumento de ejecución de los romanos para los sediciosos y revolucionarios. La muerte era terrible y tenía un sentido aleccionador y desmotivante. El mensaje era claro: Todo el que pretenda oponerse al sistema romano, terminará igual que éste. Se unía esto a la vergüenza pública que sufría el condenado, la humillación de estar desnudo y en una agonía lenta en público. Quien decide seguir a Jesús debe estar dispuesto a comprometerse hasta las últimas consecuencias, estar dispuesto a asumir los costos de una vida diferente y a contracorriente del sistema religioso-político de la sociedad, incluso si esas consecuencias llevan la humillación y la soledad, la persecución y la muerte. La cruz era temible, y Jesús llama a los que quieran seguirlo a asumir desde ya la realidad de terminar colgado de una debido al compromiso con el Reino y su justicia. La declaración de Jesús debe haber dejado perplejos a sus oyentes. Por eso, el Maestro da tres razones para que comprendan el porqué es tan exigente: “El que quiere salvar su vida la pierde…el que pierde su vida la gana”. El que vive pensando en su propia seguridad, en mantener y sostener su propia vida, termina perdiendo toda su vida en ese intento. La vida humana tiene un final en la muerte, el que es inevitable, y los afanes de riqueza y ambición no son otra cosa que tratar de retardar o ignorar ese destino. En cambio, el que arriesga su vida y se la juega por algo que vale la pena, termina también en la muerte, pero con una vida llena de sentido. Salvar la vida es instalarse, olvidarse de los conflictos e injusticias y preocuparse de no vivir el conflicto, pensando que las cosas están bien o que no se puede hacer nada por cambiarlas. La tentación de los discípulos, del pueblo y de la comunidad, era la de la indiferencia o la desesperanza, por eso Jesús los llama al compromiso a favor de la vida, que es la única forma de salvarla. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?”. Quien busca ganar y triunfar, aún a costa de los demás, gasta toda su vida en ese intento, y al fin de ella se encuentra sin nada. No se trata para Jesús de ganar y construir otro imperio, sino de gastar la vida entera para que ya no haya imperios contra los que luchar. Jesús ofrece un sentido para la vida, que pasa justamente por perderla a favor de los demás.
“Si alguno se avergüenza de mí en esta generación adúltera y pecadora, el hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”. Se trata un llamado a la valentía y la decisión. Es fácil mostrarse comprometido con el Reino y el proyecto de Jesús en medio de la gente que lo apoya o que no tiene poder. Otra cosa es mostrar el mismo compromiso al frente de los poderosos y cuando la seguridad propia está en riesgo. La generación es adúltera porque ha sido infiel a Dios, su esposo, yendo tras otros dioses (ellos mismos, el dinero, la injusticia, etc.) y es pecadora porque no cumple lo central de la alianza. Quien guarda silencio frente a esto, se hace cómplice de ellos, y por buscar la aceptación de los poderosos, es rechazo por Jesús cuando alcance su triunfo definitivo. La “generación adúltera y pecadora” puede ser el mismo pueblo que no ha asumido su compromiso por su propia liberación y, sobre todo, las autoridades, aliadas con los poderosos y actuando a favor de sus propios intereses y en contra de la Alianza y del pueblo de Dios. Jesús llama a definirse con claridad. La definición es urgente y no tiene vuelta atrás. A partir de ahora, los que se decidan por seguir a Jesús compartirán el riesgo y la incomprensión, la persecución y la muerte. Pero Jesús también hace una promesa: “Les aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no probarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios”. El mal no tendrá la última palabra y no todos morirán, siempre quedarán algunos para continuar la misión y verán el poder el Reino avanzar y consolidarse. A pesar de lo poderoso que pueda ser el sistema, no puede frenar el Reino que ya comienza, a partir de la práctica de Jesús y de la decisión de cada uno de los que deciden seguirlo.