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CAPÍTULO
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Breve reseña acerca de la evolución histórica de la teoría criminológica'
El origen de la "cuestión criminal"
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Si bien los términos "crimen" y "delito" son tan antiguos como la existencia del Estado mismo, la criminalidad, como fenómeno sociológico y político, es un problema de la modernidad. Recién entre los siglos XV y XVII apareció como cuestión política y social en Europa, para pasar a conformar la lista de grandes y graves cuestiones en las agendas gubernamentales durante los siglos siguientes, particularmente desde fines del siglo XIX hasta la actualidad." Es además justamente en ese momento (siglo XIV) cuando se produce el proceso de concentración del poder monárquico, que daría luego lugar a la formación de los Estados nacionales modernos? y al proceso paralelo de "expropiación .del conflicto" a manos del Estado, al que se refirió Michel Foucault en su obra La verdad y las formas juridicas+ Todo ello indicaría que la delincuencia como fenómeno sociopolítico y la formación del Estado moderno, con la aparición del sistema penal (ley penal, policía, jueces penales y cárceles), tienen una misma génesis histórica. El problema de 'la criminalidad nace, entonces, con el desarrollo económico y político del capitalismo y adquiere su estatus de fenómeno sociopolítico cuando el capitalismo se consolida políticamente, es decir, en el proceso en el que la clase social impulsara del nuevo sistema económico, la burguesía, destrona a la nobleza del poder político y se instituye definitivamente como clase hegemónica. No es casual que coincida con ese momento histórico el nacimiento del derecho penal y la criminología, como ámbitos del conocimiento académico y materia del discurso político, filosófico Y sociológico. . Justamente el papel de la teoría penal y de la criminología ha sido, desde entonces, el de tratar de explicar las causas del conflicto social subsistente dentro de un sistema político y económico que había llegado prometiendo la igualdad, la libertad, .la solidaridad y el bienestar general 'para
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todos, y de efectuar, a partir de esas explicaciones teóricas, las propuestas para contenerlo o superado. También sería útil señalar, ya que tiene que ver con una de las ideas centrales de este trabajo, que, con el advenimiento del capitalismo, junto con la criminalidad adquiere también características de "problema de agenda gubernamental" otra cuestión' social: la pobreza." Ya Tomás Moro en algunos de los primeros pasajes de su obra Utopía, que pueden bien considerarse como las primeras reflexiones criminológicas progresistas de la modernidad, advierte con singular realismo, en 1516, la relación entre los dos nuevos "problemas sociales" del sistema que se inauguraba, al afirmar que " ... no hay tampoco pena tan grande que pueda disuadir de la rapacería a quienes no poseen otro medio para conseguir su sustento".'?
Las teorías tradicionales
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Se puede separar el discurso criminológico de la modernidad en tres grandes paradigmas conceptuales.' 1 El discurso del control social a través de la enunciación (amenaza, prescripción) legal o normativa, iniciado por los padres fundadores del derecho penal desde Beccaria (1738-1794) hasta Carrara (1805-1888), llevado al absolutismo epistemológico por el positivismo jurídico, y sofisticado, hasta la exageración, por la dogmática jurídico-penal. Ésta es la visión que nos legó el falso imaginario de que de la infracción deviene "naturalmente" el castigo y que los problemas criminales se pueden resolver con leyes, generalmente con el aumento de las penas previstas en las leyes, a partir de la suposición simplista de que el problema criminal reside en la insuficiencia de la amenaza de castigo o en la mala o deficiente confección legal (prevención general). La inteligencia jurídico-penal actual discute desde la mínima recurrencia al derecho penal para la solución de los conflictos, como es el caso del profesor italiano Luigi Ferrajoli, hasta la extensión del reproche penal al límite de la responsabilidad objetiva, como el profesor alemán Günther J ackobs, pero de todos modos ésta es una discusión que, aunque exquisita en términos académicos, no evidencia propuesta concreta alguna con la cuestión del qué hacer frente al problema criminal real, que no sea la amenaza de la pena para contener mayor o menor cantidad de acciones consideradas no deseables o pelígrosas.I? Por otra parte y bastante alejado de la sofisticación académica de esta inteliigenizia. el debate ha caído en la irracionalidad de oponer al garantismo penal, inherente a cualquier sistema jurídico penal por definición, un supuesto derecho penal "no garantista", es decir, una suerte de derecho no totalmente jurídico que, no se dice pero queda imnlícito. sería un orden lezal Que admitiría "excesos" ilezales de exceo-
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ción o contradicciones internas con los órdenes constitucionales tradicionales para "combatir a la delincuencia". Así han aparecido tipos penales mucho más abiertos y ambiguos de lo que ya es el tipo penal por su naturaleza semántica, como delitos de peligro abstracto o de actos preparatorios de delitos e de "relaciones peligrosas" como la famosa conspiracy anglosajona, yen el ámbito de lo procesal, situaciones de verdadera legalización de la extorsión punitiva con el plea bargain, de inducción al delito con el "agente encubierto", de autorización a cometer delitos (tipo licencia para matar del famoso 007) con la misma figura del agente encubierto, del difamador protegido como el "arrepentido" o el "testigo encubierto", las estigmatizaciones de por vida a los violadores y abusadores de menores con registros y denuncias públicas después del cumplimiento de la pena, la reirnplantación del "linchamiento" en forma indirecta con la combinación entre la presión de los medios masivos de comunicación y los sistemas de libres convicciones y los jurados, y las últimas tendencias a la legalización de la tortura con la admisión de los "interrogatorios exhaustivos" frente a la inminencia del mal grave en casos de delincuencia organizada y terroristas, todo lo que nos es presentado por el cine y la televisión como justo y "necesario" en la mayoría de las series políciales y thrillers de Hollywood y sus imitadores. El avance de la admisión legal de estas prácticas ha hecho que vaya quedando cada vez menos de aquel inicial esquema iluminista, ilusionado con el control legal civilizado del conflicto. Se debe decir que toda esta degradación legal no ha tenido ningún impacto beneficioso sobre los males que pretende combatir, y los resultados están cada vez más a la vista. Algunos ejemplos regionales de la vigencia de esta profesión de fe en la letra de la ley y la amenaza de la pena: el problema de las "matas", 13 bandas juveniles de Honduras, El Salvador y Guatemala, en las que militan chicos en su mayoría de 10 a 20 años, todos marginales, los más pobres de los países más pobres, lugares donde además las armas, resabios de la guerra, son de fácil adquisición. O sea que la causa de los hechos violentos en los que estos jóvenes se ven envueltos es más que evidente. El propio "viejo Lin", uno de sus más famosos líderes, desde la prisión recomendaba claramente, en un reportaje periodístico, que la mejor política para suprimir o reducir a las maras o mejor dicho a la actividad delictiva de las maras (ya que la pertenencia a ellas como referente subcultural no merece por sí solo ser motivo de demasiada preocupación de nadie), era proporcionarle a los jóvenes marero s alternativas válidas de vida, sobre todo laborales. Sin embargo, a los gobernantes de la región se les ocurrieron dos planes de acción contra el delito denominados respectivamente "mano dura", uno, y "súper mano dura", el otro." "El presidente hondureño Ricardo Mauro, que perdió un hijo en 1997 en un secuestro, llegó al poder en 2001 prometiendo el fin de las maras e impulsó una ley que impone de 20 a 30 años de cárcel por asociación il íci-
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ta, es decir, por el solo hecho de pertenecer a una mara."> Por supuesto, el nivel de violencia del accionar de las maras sigue tan vigente como siempre. En la Argentina, otra víctima del secuestro extorsivo seguido de muerte, el ingeniero Juan Carlos Blurnberg, que perdió a su hijo Axel, se convirtió en el referente de amplios sectores de clase media en el reclamo por acciones de parte del gobierno frente aldelito. Entre las diversas medidas reclamadas se encontraba el aumento de las penas y la restricción a las excarcelaciones durante el proceso." En toda la historia de funcionamiento del sistemapenal moderno no existe experiencia punitiva alguna que sea demostrativa de que el aumento de un castigo, por ejemplo, de 5 a 10 años de prisión o de 25 a 50 años de prisión o perpetua o pena de muerte haya influido ciertamente en el descenso o modificación de la conducta delictiva de que se trate. EE.UU. resulta un ejemplo muy gráfico de esto por demostración inversa: en los últimos 30 años las tasas de homicidios y delitos violentos contra la propiedad han experimentado tendencias alcistas y de baja, según las épocas, y en ese mismo lapso las penas para este tipo de delitos no han sido modificadas sustancialmente en los distintos estados ni en el sistema federal. Se argumenta a veces que es necesario combinar la variable aumento de pena con la variable posibilidad de ser detenido por el delito cometido, en lo que insisten los econornetristas devenidos en criminólogos, como es el caso del premio Nobel Gary Becker, que realizó uno de los mayores esfuerzos matemáticos para medir por fórmulas algebraicas las probabilidades de que los seres humanos cometamos delito.l'' En este caso, también los EE.UU. nos proporcionan
el ejemplo contrario a la hipótesis de que el aumento de las probabilidades de detección influya decisivamente sobre las conductas infractoras de normas, particularmente cuando hablamos de conductas de carácter masivo y que implican una "seudo" resistencia material o emocional a condiciones de alienación. En efecto, en dicho país las tasas de encarcelamiento han subido ininterrumpidamente en forma pareja durante los últimos veinte años al punto de ubicar a la nación como la más represiva penalmente de todo el planeta, con más de 2.000.000 de encarcelados (más del 0,7 por ciento de la población) y casi 6.000.000 (1,5 por' ciento de la población) de personas controladas directamente por el sistema penal a través de mecanismos de libertades condicionales, transitorias o asistidas. Como señalamos anteriormente, estos tipos de delitos sociales como robos, hurtos, pequeños tráficos de estupefacientes, violencia y homicidios (cuyos autores son los que llenan las prisiones estadounidenses) han fluctuado independientemente de esta tendencia de encarcelamiento creciente sin que la tasa de detención haya influido decisivamente en su alta o baja. Pero quizás el ejemplo más patente (y patético) del fracaso de esta visión puramente represiva sea el de la política de represión del tráfico de estupefacientes, a la que el poder global le ha dado un trato privilegiado en las últimas décadas. La temática de los últimos tres congresos de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente (El Cairo 1995, Viena 2000 y Bangkok 2005),17 las conferencias internacionales como la Conferencia Ministerial Mundial de Nápoles de 1995 sobre Delincuencia Transnacional Organizada y las sucesivas últimas doce reuniones de la Comisión de Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Justicia Penal, que sesiona en Viena, se han concentrado en gran medida en la cuestión de la represión del narcotráfico, a tal punto que la repartición de la Secretaría ocupada de la cuestión criminal pasó de llamarse División de Prevención del Delito y Justicia Penal a llamarse Oficina para el Control de la Droga y la Prevención del Delito. Pero, además, el aumento de la ratio de encarcelamiento en todos los países del mundo se debe principalmente a la mayor cantidad de traficantes y tenedores de drogas que han sido encarcelados en la última década. Sin embargo, según las conclusiones de los propios organismos de las Naciones Unidas, el consumo de drogas (y por tanto su tráfico) se incrementó en los últimos años, y especialmente en el último (un 8% en 2004).18 Por supuesto, si se recurre a un sistema "draconiano", qLteimponga penas gravísimas aun por delitos menores y establezca una situación de control social ultrapanóptico al estilo de un estado de sitio permanente, puede ser que se logre momentáneamente la reducción relati va de algunas tasas delictivas; pero ello, además 'de hipotecar la calidad de vida y crear el escenario ideal para arbitrariedades y violaciones a los derechos humanos y civiles, la libertad y la intimidad, es de un altísimo costo económico y resul-
• Blumberg reunió varias manifestaciones, de las más multitudinarias que se habían visto desde la vuelta de la democracia (1983), convocadas por una reivindicación exclusiva, en este caso: seguridad. Su multitud sólo fue comparable a la de algunas marchas por los derechos humanos en los años ochenta. (El escenario de la democracia argentina es claramente demostrativo de la fórmula política que prescribe que ante la ausencia de reivindicaciones de transformación socioeconórnica y política aparece la tensión entre seguridad y libertad.) Los asistentes a las manifestaciones de Blumberg le demostraron solidaridad y confianza por su actitud serena y legalista aun desde su dolor, y ello los llevó a suponer, sin más ni más, que las propuestas de reformas legislativas y de otros órdenes que el ingeniero portaba en una carpeta, que siempre llevaba consigo, eran un aporte verdadero a la solución del problema que los movilizaba: la inseguridad. Nunca se confirmó la identidad de los colaboradores en las propuestas de Blumberg, siempre dijo que "se las acercaban a su fundación". Pero muchas de ellas eran muy similares a las que hacía tiempo propugnaba el diputado por la provincia de Buenos Aires y ex ministro de Seguridad de ese distrito, Jorge Casanovas, quien acompañó a Blumberg a varias audiencias con legisladores. Lo cierto es que estas medidas del corte de la "tolerancia cero", tanto en la época de Casanovas como ministro' de la provincia de Buenos Aires (2000) como después de proponerlas Blumberg (2003-2004), el único efecto visible que han tenido ha sido el de aumentar la población carcelaria hasta lo infraestructuralmente insostenible.
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ta pOCOsustentable en el tiempo por la relajación natural de los controles y el desarrollo de la imaginación y audacia de los infractores. Nuevamente son los EE.UU. un ejemplo interesante, con el escandaloso sistema de evaluación penal de la reincidencia denominado, en lenguaje beisbolero, three strikes and you're out, que consiste en que si alguien es condenado tres veces, aunque sea por delitos menores, en la tercera oportunidad se le puede aplicar una pena ilimitada en el tiempo y dejado con ello "fuera de juego". No se puede decir que se haya registrado ningún impacto especial evidente en las tasas de criminalidad a partir de tan deportivo recurso legal.'? En segundo lugar, tenemos el discurso judicial-pericial-disciplinario, que en su etapa originaria va desde Bentham (1748-1832) a Lombroso (1835-1909), etapa en la que se podría decir que el poder de los técnicos (jueces, médicos, antropólogos, criminólogos) se "rebela" contra el poder del mandato legislativo, autotribuyéndose la autoridad de disciplinar y la potestad clasificatoria y selectiva de los "individuos que deben ser disciplinados" o, en su caso, eliminados (prevención- especial). Esta reacción acusa a los legalistas anteriores, creyentes del libre albedrío del criminal, de anticientíficos y abstractos, y pretende que a los autores de delitos reales o potenciales debe tratárselos como enfermos biológicos o sociales (mal socialízadosj.P Sus instrumentos son el tratamiento disciplinario-educativo, el tratamiento médico, la esterilización o la eliminación, según el caso. Este proceso del paso del castigo público ejemplificador a la manipulación oculta del alma del criminal en los laboratorios intramuros de las instituciones cerradas de la modernidad posrevolucionaria fue descrito con excelencia también por Foucault en Vigilar y castigar." La concepción acerca de la existencia de "clases peligrosas", por determinación biológica o por formación social, abonó con sus excrecencias el discurso racista exterminador del fascismo y el nazismo. De esta corriente del pensamiento criminológico subsiste entre nosotros la idea de que la "maldad" del delincuente es un problema interno de él que sólo se corrige eliminándolo o castigándolo o, en el mejor de los casos, sornetiéndolo a una reeducación forzada. La falsa idea de que la manipulación humana puede dar buenos resultados. La confianza en el rol de la cárcel, en los tratamientos resocializadores y reeducatlvos.F La ceguera de pretender que se "normalicen", a imagen y semejanza de nosotros, personas que han tenido trayectos de vida y que tienen proyección de futuro distintos, y hasta opuestos, de los nuestros. En última instancia, la idea soberbia de que son sólo ellos los que tienen que cambiar y no que tenemos que cambiar todos, idea que va aparejada a la conclusión de que el que no se adapte debe ser excluido o eliminado. Este pensamiento acerca de clases inferiores peligrosas, que invierte la relación de causalidad: pobreza - atraso educativo - precariedad personal por la de precariedad personal - atraso educativo - pobreza y atribuye la precarie-
dad personal a la inferioridad biológica, derivando además de todo ello una natural disposición a la violencia, es lo que está en el imaginario de quienes promueven la cárcel in situ o la "guetización" física a través de muros o barreras aislantes. En Brasil, la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro aprobó como medida de seguridad para evitar los asaltos en algunas de las principales autovías de la ciudad, protegerlas con muros de dos metros de altura. Ala vera de esas avenidas se encuentran justa-mente algunas grandes favelas y barrios carenciados. El diario O Globo festejó la medida.P En la Argentina, un ex comisario de la Policía de la Provincia de Buenos Aires propuso, ya sin tapujos, en lo que verdaderamente podría denominarse "plan Auschwitz de seguridad ciudadana", que el muro se construyera directamente rodeando la villa de emergencia. También realizan esfuerzos permanentes, en el sentido de esta creencia criminológica, los científicos que buscan denodadamente el gen del malo alguna disfunción (en lo posible hereditaria) que explique la tendencia criminal de algunos. El avance de la ciencia los contradice también permanentemente. Los últimos estudios en relación con el genoma humano han demostrado que no hay ninguna diferencia genética entre sexos, razas, culturas, religiones, clases sociales, ni entre los probados autores de delito y los insospechables de tales actos, ni respecto de ninguna diferenciación moral o de hábito generalizado que se pueda establecer entre los seres humanos. Es más, nuestro mapa genérico ni siquiera es tan diferente del del chimpancé.?" Estas palabras de John Sulston, Premio Nobel por la decodificación del edificio genético de la humanidad, son más que elocuentes: [... ] Creo que hay algunas influencias genéricas en todo tipo de conducta humana ... La tendencia a ser más positivo, más negativo, a amar, a odiar ... probablemente existan influencias genéticas, pero son complejas, involucran muchos genes y también se manifiestan mediante el medio ambiente, lo cultural (nurture). No conozco ningún caso en el que uno pueda decir con certeza que tal persona tiene un mal genotipo. Si aceptáramos algo así, también podríamos decidir eliminar a aquellas personas con mal genotipo, que es lo que sueñan algunos políticos. Recuerdo a Margaret Thatcher hablando de esto: de cambiar los genotipos, de eliminarlos. Esto no es posible. Está mal éticarnente y es imposible en la práctica. Además, no se puede predecir con exactitud cuánto influye la cultura. Entonces creo que si deseamos modificar, o por lo menos limitar, los excesos de la conducta humana, tenemos que mirar hacia la cultura, en lugar de eliminar genotipos, que es lo que querrían con estas fantasías. En todo caso tenemos que modificarla sociedad a fin de dar cabida a todosP [El destacado es nuestro.] Finalmente, el discurso sociológico-administrador que, actuando como síntesis superadora (y conservadora), al sacar la cuestión del marco del in-
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dividualismo analítico y poner sobre la mesa de discusión científica la relación entre el individuo y la sociedad, hace pie en la sociología naciente de fines del siglo XIX y principios del XX y va a aportar las ideas de la reforma social yel permanente ajuste estructural, para admitir la convivencia con una "razonable cantidad" de' desorden. Esta visión hace recaer mucho más la responsabilidad (y el poder) respecto de la cuestión del control social en el poder administrador (ejecutivo) del Estado, con lo que lo aleja un poco de su consideración jurídica, moral, disciplinaria o biotécnica y lo remite, aunque con reservas y sin admitirlo expresamente, hacia el plano político. El primer ladrilló sólido de esta construcción teórica crirninológica lo va a poner Emíle Durkheim (1858-1917), pero es la sociología norteámericana la que, luego de un período muy particular de auge del pragmatismo y el ecologismo de la escuela sociológica de Chicago, lo va a llevar a su máxima expresión a través del funcionalismo sistémico de Robert King Merton (1910-2003) hasta las teorías subculturales de Albert Cohen, Richard Cloward y Lloyd Ohlin. Y va a transformarlo en una verdadera sociología criminal o "sociología de la desviación", marco imprescindible para fundamentar las políticas "integrales" de prevención del delito del capitalismo monopolista desarrollado. Tanto Durkheim como Merton y los teóricos de las subculturas reconocen la necesidad de cambios en la organización social para hacer frente a los "excesos" de delito, pero todos van a hacer más hincapié en los aspectos culturales y funcionales que en los estructurales, preservando con ello de cuestionamiento alguno a los principios fundamentales de la base económica de la sociedad. Hay que reconocer que, de todos ellos, quien va más a fondo en 'algún cuestionamiento de la estructura económica como generadora de anomia -aunque, insistimos, sin llegar al fonclo del asuntoes el propio Durkheim, en sus reflexiones sobre la división social del trabajo y su crítica a la institución de la herencia. Las teorías sociológicas del delito y la "conducta desviada" -eufemismo lingüístico con el que los participantes de estas corrientes intentaron, vanamente, sacarse de encima la mancha positivista de la idea de la defensa socialcampearon en el discurso sobre el orden en los EE.UU. desde los comienzos del siglo XX hasta la clécada del 60. Su mensaje es básicamente el mismo que el durkheimniano: se debe convivir con una cuota de delito que es funcional al sistema, porque encauza y le da ciertos niveles cle organización a lo que de otra manera quedaría totalmente fuera de lo social. Por supuesto que parte de la funcionalidad de este mecanismo es el hecho de que la policía persiga a los delincuentes, atrape a cuantos más sea posible y se los castigue con todo el rigor de la ley. La ceremonia punitiva del funcionalismo sistémico consiste en que los desgraciados, que son criminales porque el sistema los excluyó, deben pagar con sus huesos por el delito cometido, pero están prestando un servicio funcional para prevenir la anomia
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generalizada. Su sufrimiento sirve para que nosotros no cometamos cielito. Éste es el, sutilmente hipócrita, legado inmoral del funcionalismo. La cuota de racionalidad que aportan las teorías sociológicas de la criminalidad frente a la estrecha visión de sus antecesoras radica en que, al menos, éstas admiten que cuando se extiende demasiado el fenómeno deIictivo (anom.ia) esto debe mover a la reforma social. Éste, por otra parte, era el pensamiento sociológico adecuado para la Europa del surgimiento de la socialdemocracia reformista, de fines del siglo XIX, y para los EE.UU. de la época del New Deal demócrata, que fue el momento en que Durkheirn y Merton desanolJaronesta forma de considerar el problema criminal. De todos modos, el discurso de la sociología clásica, ya sea desde el punto de vista del naturalisrno positivista de Durkheim o del historicismo de Weber -y también del intento de síntesis de ambos que realizó Talcott Parsons más contemporáneamente y que sirvió de base al funcionalismo criminológico norteamericano-, tiene, como límite de la crítica al sistema social dominante, la obsesión por el orden y la racionalidad, y termina llevando agua para el molino de la reforma cosmética superestructural y del asistencialismo social y político. Como ya se adelantó, los años 1960.
toda esta construcción
teórica va a hacer crisis en
El final de la hipocresía criminológica El pensamiento estructural funcionalista combinó teóricamente sus postulados con los argumentos contractualístas, disciplinarios y peligrosistas, que nunca fueron totalmente desechados; por el contrario, se los recicló permanentemente dándoles mayor o menor peso argumental según la época y la coyuntura ideológica, especialmente en el discurso político institucional, más que en el académico. Toda esta estructura teórica que había reinado hasta entonces en la criminología va a ser cuestionada en los EE.UU. en la década de 1960. La década de los asesinatos de los Kennedy y de Martín Luther King, de la Guerra de Vietnam y de la llegada del hombre a la Luna va-a generar el espacio teórico para una crítica criminológica basada, fundamentalmente, en el pensamiento fenomenológico. El principal producto de todo ello es la teoría del "etíquetamiento" o de "la reacción social", cuyas propuestas concretas no van a pasar de la reducción del alcance de la sanción penal y de la crítica a la institucionaJización total. Un efluvio liberal y abolicionista, que empezó a despuntar con el naturalísmo de David Matza y siguió con el interaccionismo simbólico de Howard Becker, a su vez reelaboración del de G. H. Mead, que había influenciado, en su momento, a la ya entonces vieja escuela sociológica de Chicago. Este movimiento sociológico criminalístico,
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influenciado fuertemente, como se dijera, por el pensamiento fenomenológico, era propio de ese momento político norteamericano, y si bien realizó significativos aportes teóricos a la crítica del sistema penal (el más importante: revelar la función criminógena del propio sistema penal y de las premisas criminológicas del funcionalismo), no alcanzó por sí solo a elaborar las propuestas alternativas al paradigma consensualista anterior, que había venido supuestamente a sustituir, por lo que fue considerado una teoría de "mediano alcance't." Lo cierto es que, en el fondo, en todo el "definícionismo sociológico", como en el deconstruccionismo y el multiculturalismo posmoderno y en las teorías liberales del conflicto, se termina absolutizando el papel de la "construcción social de la realidad", del rol de las definiciones, de la incidencia de la cuestión cultural en el conflicto, lo que va en detrimento del reconocimiento de las contradicciones de clase realmente existentes y de la base material del conflicto. Una cosa es reconocer la versatilidad de las expresiones de un poder concentrado en una clase social y otra cosa es ver al poder difuminado en todo lo existente. Cuando el enemigo (poder) está en todos lados, termina no estando en ninguna parte.27 En realidad, la crítica más radical al bloque ideológico dominante sobre la cuestión criminal vino de la nueva Europa saliente de la posguerra. El marxismo (y el anarquismo) de Europa Occidental de la década de 1960 volvió la discusión criminológica a donde Marx y Durkheim habían dejado la discusión sociológica, esto es, al punto de si es posible dar respuesta al delito (y a los otros grandes problemas sociales) con la reforma social o si es necesaria una revolución que transforme la estructura económica de la sociedad. La criminología crítica, principalmente desde la National Deviance Conference inglesa y la escuela italiana de Bolonia, utilizando los elementos teóricos del marxismo, en combinación con los aportes de la teoría del etiquetamiento (labelling}, va a arremeter contra el "efecto criminógeno" del capitalismo como sistema total, productor de alienación e injusticia social, va a denunciar los ilícitos cometidos desde el poder político y económico (transformando la interpretación conductista de E. Sutherland en una interpretación económico-política), y va a denunciar también las campañas de ley y orden como estrategias políticas realizadas con el único fin de mantener el control del poder y el statu quo.28 El principal defecto de esta nueva visión del problema criminal fue que, quizás obnubilada por la sensación que transmitía la época de encontrarse a las puertas de la revolución política y social mundial, no puso el énfasis necesario en el desarrollo de ninguna estrategia político-criminal concreta, posiblemente en la suposición de que el tan tremendo cambio revolucionario vaticinado vendría acompañado de las verdaderas soluciones de fondo al problema criminal y al conflicto social en su totalidad.
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La "realpolitik" criminal Como vemos, históricamente son muchas las explicaciones que se han ensayado para justificar y fundamentar distintos tipos de interve.nciones frente al problema de delito. Diversas teorías criminológicas han formulado interpretaciones acerca de las causas del delito y de las posibles soluciones o respuestas. al fenómeno. En la actualidad, lejos de acallarse el debate, cada vez más febrilmente se discute acerca de lo que hay que hacer al respecto. Tanto más esto es así cuanto más se va poniendo en el centro de la escena política, y particularmente de los calendarios electorales, el problema del delito y de la violencia. Lo cierto es que si se examinan cuidadosamente estos discursos, tanto los del pasado como los actuales, acerca de qué hacer con el problema del delito, se va a encontrar que, siguiendo sus consecuencias (o las de sus variantes) a ultranza, todos ellos desembocan, aunque no lo quieran reconocer expresamente, en alguna de las siguientes dos grandes visiones ideológicamente antagónicas: a) las "soluciones", que podríamos denominar "malthusianas", y b) las que podríamos llamar soluciones democráticas o de reinclusión. Las soluciones malthusianas son aquellas que se rinden ante la fórmula económica inflexible que afirma que hay momentos en que somos demasiados los seres humanos que habitamos el planeta en relación con los "recursos disponibles", en la manera en que la sociedad ha organizado la distribución y aplicación de esos recursos, y que, por lo tanto; un quantum de esos seres sobrantes deben ser eliminados o, al menos, excluidos-re-
cluídos.s?
Muchos de los argumentos de las teorías criminológicas que hemos fugazmente repasado, desde el contractualismo hasta el funcionalismo sistémico, han tenido como efecto real, más allá de la honestidad teórica de su autores, el encubrimiento de prácticas que aportaban a la exclusión social y al malthusianismo. Obviamente, ello no se halla explícito en las formulaciones teóricas respectivas, pero se llega al resultado a través de la simple ecuación teórica siguiente. Al menos desde el desarrollo por parte de Merton de la teoría de la "tensión", mediante la que se devela que el estrés (correlación negativa) entre los objetivos (necesidades) culturales y las posibilidades reales de alcanzarlos, determinadas por la posición en la estructura social, genera anemia, ha quedado en claro, más allá de lo esquemático y simplista de la explicación funcionalista, que las desigualdades sociales irritantes, sobre todo las pro-
ducidas violentamente en tiempos muy cortos, producen permanentemente conduelas ilegales de parte de los que han quedado violentamente el! desventaja. Esto puede producirse por el descenso rápido de algunos o por el
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ascenso rápido de otros o por las dos cosas a la vez. Y este proceso se da lo largo de todos los estratos sociales, pero principalmente en la base más baja y en el vértice más alto de la pirámide social por razones de subsistencia y de alta competitividad respectivamente.t'' La delincuencia que se produce en el vértice más alto siempre queda oculta o disimulada o al menos quedan ocultos sus autores. Cada tanto un chivo expiatorio de la "nobleza delictiva" es echado a [a hoguera de la justicia Para aliviar la indignación colectiva. Pero la otra delincuencia, la de los pobres, queda absolutamente a la vista. Soslayar esta verdad "de PerogrulJo" y atribuir la génesis del delito a otros motivos, cualesquiera que fueren, lleva inexorablemente la acción político-institucional a la siguiente encerrona. El gobierno y "la gente", particularmente las clases medias, siempre se van a encontrar con una gran y creciente cantidad de delito, producto obvio de la desigualdad intrínseca del sistema, que no va a encajar en ninguna de sus explicaciones aceptables, porque las explicaciones aceptables, tanto las-provenientes del funcionalismo mertoniano como todas las otras (que no sean marxistas), no cuestionan al sistema socioeconómico mismo como "criminógeno", cuestionamiento en el que sí hallarían la respuesta a sus preocupaciones de inseguridad si lo comprendieran y aceptaran. Todo lo que no encaja en las explicaciones lógicas oficiales y socialmente dominantes se presenta como extraño, inexplicable y peligroso, como el "malo absoluto" y, frente a lo extraño, la reacción inevitable es, ante la falta de explicación coherente a mano (al menos momentánea y provisoriarnente, ante la desesperación pública), la exclusión o, preferiblemente, la supresión del agente perturbador. Éste es el callejón sin salida; malthusiano, al que nos conduce en última instancia cualquier argumentación teórica que no ponga en el centro del análisis la relación entre violencia y desigualdad socioeconórnica estructural, y que no se plantee seriamente el problema estructural de la desigualdad social como productora de violencia y conflicto permanente. s por estas razones que debería tratarse con más cuidado en el análisis criminológico progresista la relación entre criminalidad y pobreza. Muchas bien intencionadas opiniones provenientes del amplio espectro ideológico del progresismo han sido muy cuidadosas en evitar la relación causal mtrc pobreza y cielito, correctamente inspiradas por los recelos "antiestigIl1lltlznntc¡.¡" basados en las enseñanzas de la escuela del labelling y de todllM I¡IHIC()l'rl\f¡acerca de la "construcción social de la realidad", y por la real t'lit'IIIIIlIIIII,'11Ide que, (l01110CAttlcomprobado, 110sólo la mayoría de los "po11111/1" 11111'111111\11111 dlllllllfl, /-lII\Oque, IId\'\llIrtH,UN pcrfcctarncntc estimable que 111111 WIIII J!IIIIHIII'1t'111 tl1l1l1Jl1l111t1H IJlllll'Oillll.lilll·lIJ1/',1'\111(1el; cuntidndcs de di111'\1\Y 11111111 ur IIIH111I1\1\II'lllIltlH 111111 1'(1III\'lldoIHlI'illlIIClllllbJ'uJ's' o incluso últimamente como un efecto de la haraganería y la defección moral, fomentada por la ayuda social a los pobres.P Está claro que la vinculación entre pobreza (en sentido lato) y delito no es una relación causal simple, como tampoco hay simple relación entre delito y desocupación, en términos de que los desocupados se transformcn en su mayoría en delincuentes.P pero esto no desmiente para nada, sino que confirma, la circunstancia de que efectivamente existe una relación prolunda y compleja entre deterioro socioeconómico de amplios sectores sociales y enriquecimiento desmedido de otros, con el aumento de los (ndíccs de violencia social." En última instancia, la inequidad y la marglnalidud 110 son fenómenos autónomos de la pobreza sino que son constitutivos y originarios de ella, por lo que la afirmación técnicamente precisa dc que no es la pobreza sino la inequidad y la marginalidad las generadoras de violencia muchas veces puede encubrir la artera intención de diluir la cvidcncin de que es la esquizofrénica estructura del sistema social fracturado entre J'icos y pobres la verdadera causa material de todas las expresiones de la violencia incluida, principalmente hoy, la criminalidad. y que la verticalizución de la sociedad es en sí misma la principal circunstancia criminógcna tanto en relación con el delito cometido desde los márgenes inferiores (;0mo el cometido desde el poder político y económico, junto con todas sus ramificaciones y los contactos que existen entre uno y otro. Ello podría graficarse (con las limitaciones que siempre encierran los gráficos) de la siguiente manera: Alta acumulación de riqueza y poder
Corrupción. Delito de cuello blanco
Franja de ingresos medios
1_ CriminalidadI
Debajo de la línea de pobreza
Delincuencia común Sociedad vertical (actual)
El gráfico intenta poner de relieve que proporcionalmente hay mucha más criminalidad en las altas franjas de ingreso que en las bajas, aunque ..,la primera es mucho menos visible pero gravísima en sus consecuencias, y que
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si bien la mayor parte del delito común proviene de las clases más bajas, la mayoría de los que se encuentran debajo de la línea de los ingresos medios no cometen delitos. Y lo que con mayor evidencia pretende graficarse es la relación entre la verticalidad de la sociedad y la producción de criminalidad. En suma, la mayoría de lo~ pobres no comete delitos pero la pobreza genera delincuencia y la mayoría de los que acumulan riqueza y poder comete o ha cometido delitos para' llegar y mantenerse en el.lugar en que están, aunque sus acciones criminales sean mucho menos evidentes. Las accioues más violentas y graves se producen casi en su totalidad en los extremos de la sociedad vertic~tlizada, Y en ambos casos los escenarios de violencia están determinados por características intrínsecas del sistema como son el deterioro y la desesperación personal de la muy baja escala en el orden socialo la hipercompetitividad por el poder económico o político en la muy alta escala del orden social. No hay que caer tampoco en el falso y ya viejo dilema entre la predominancia de la causalidad y la oportunidad en la producción del acto delictivo concreto, planteo que pareciera reflejar el viejo enfrentamiento entre los deterministas mecanicistas y los partidarios del libre albedrío. Tanto la causalidad, que es el escenario sociopolítico en que crece, se desarrolla y se encuentra a sí mismo el potencial autor de un hecho violento o delictivo, como la oportunidad incidental, que se le presenta en un momento preciso de su vida, son factores que juntos llevan al resultado hecho violento o delictivo, pero en esta bipolaridad entre causalidad y oportunidad no pueden caber dudas de que la variable determinante es la forma en que ese ser se encuentra "arrojado al mundo", por decido en términos existencialistas, ya que ese modo de estar en el mundo va a hacer que oportunidades que para otros pasan inadvertidas para él se constituyan en elementos disparadores del acto. Hablando en términos generales, la pobreza da lugar a las situaciones más extremas de exclusión y marginalidad, la marginalidad da lugar a la formación de individuos y grupos de individuos,más dispuestos que otros a cometer hechos violentos sobre todo contra la propiedad, y a estas personas las oportunidades se les hacen más evidentes y les sirven como disparador de acciones para las que ya se encontraban previamente dispuestas. El proceso es clarísimo y más que obvio, y resulta una pérdida de tiempo seguir discurriendo acerca de si es la pobreza o la marginalidad, por un lado, y si es su situación social o la oportunidad, por otro, lo que lleva a alguien a cometer un delito. El carácter de clase de la casi totalidad del delito urbano, especialmente el delito contra la propiedad y su génesis en las grandes diferencias socioeconómicas, salta a la vista cuando vemos que personas de sectores de muy bajos recursos o marginales "invaden" las zonas elegantes del centro de las ciudades para mendigar o recolectar residuos o desechos. La situación de
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tensión que se genera entre el recelo, el desagrado y el temor de los residentes y el resentimiento contenido de los "invasores" expresa un equilibrio artificial sostenido sólo sobre la presencia difusa del control social duro. Están separados por la "delgada línea azul", como gustan llamar los ingleses a la policía. Tanto la forzada tolerancia de los residentes y transeúntes "adecuados" como el forzado respeto de los "invasores" son eso: actitudes forzadas, que no fluyen naturalmente de una dinámica de convivencia, sino que reposan en el saber de la existencia de una fuerza con poder de fuego y dispuesta a enfrentarse hasta las últimas consecuencias con el primer "invasor" que "se pase de la raya". A nadie le pueden caber dudas de que la insistencia mendicante casi agresiva del joven que intenta limpiar los vidrios de un vehículo detenido en un semáforo y que ante la negativa del conductor comienza muchas veces a mojar el parabrisas de todos modos hasta retirarse de mala gana frente al enojo gesticulante del "propietario", derivaría en otro tipo de actitud de parte de ambos si la escena se produjera en un descampado. Todo esto es así aunque la cotidianidad de estas situaciones de estrés social vaya naturalizando estas escenas en nuestro imaginario, lo que para nada implica que estas relaciones puedan fluir constructivamente de alguna manera. Vale decir, entonces, que las mismas condiciones sociales que llevan a la mendicidad y a la realización de tareas sufridas y socialmente devaluadas, como recolecciones de desechos o residuos por cuenta propia o limpieza de parabrisas en los semáforos, son las que llevan a la comisión de delitos contra la propiedad y a las agresiones relacionadas con ellos. Frente a esta realidad se puede tener una actitud reaccionaria: fortalecer la exclusión, la prohibición de ingreso de determinadas personas en determinados sectores urbanos, acordonar, separar, "guetizar"; o progresista: llevar inmediatamente recursos suficientes a los involucrados en estas actividades, ayudarlas a organizarse laboral y socialmente y posibilitar económicamente su acceso a buenos sistemas de educación, salud, culturales, deportivos y recreativos, generando además con ello la posibilidad de su organización política. Lo que no se puede es desconocer la relación de causalidad entre determinadas situaciones sociales injustas y determinadas reacciones violentas contra la propiedad, a menos que se quiera ocultar esa relación causal para no cuestionar la estructura socioeconómica dominante ni hacerla responsable de lo que es responsable. Todo esto no significa, además, que las capas medias no cometan sistemáticamente hechos que implican violación de disposiciones penales, incluso graves, a saber: compra de estupefacientes, cohechos, defraudaciones encubiertas en forma de transacciones comerciales, abortos, además de cuantiosos pequeños contrabandos, evasiones impositivas, hurtos en los lugares de trabajo, cheques sin fondo, falsificación de documentos y recetas médicas, etcétera; pero todo ello pertenece a una realidad tolerada CÍnicamente por el
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sistema y la misma sociedad. Para hacer justicia, el gráfico anterior debería mostrar el sector correspondiente a los sectores medios en un tono gris claro. Las propuestas verdaderamente democráticas pretenden, como se dijo, resolver el problema de la violencia sin eliminaciones ni exclusiones, lo que las lleva al dilema del planteo de una distinta organización en la distribución de los recursos y a la cuestión acerca de cuán profunda debe ser esa reorganización. Es decir, a transformar definitivamente la cuestión sociológico-criminal en una cuestión política y económica, Con esta visión sólo se corresponden las teorías criminológicas que, desde los años 60 del siglo pasado, efectuaron la crítica real y profunda del pensamiento criminológico moderno, particularmente la denominada "criminología crítica", ciertas posturas dentro del abolicionismo penal y, actualmente, el nuevo realismo criminológico de izquierda, ya que son las únicas que están dispuestas a aceptar la realización de los cambios sociales que sean necesarios para desactivar la . "tensión", aun la reformulación total del sistema sociopoJítico-económico (cosa que, como ya se dijo, no estaba incluida en los cálculos mertonianos, quien, como buen tributario del funcionalismo, era partidario del retoque reformista pero no de los cambios en las relaciones de propiedad).
Neorrealismo
criminológico.
La tolerancia cero
Actualmente estas dos posiciones, malthusiana y democrática, aparecen claramente delineadas enfrentadas en el plano teórico. Ello, tal vez, a muchos les parezca exagerado, pero a poco que nos adentrarnos en el análisis de las distintas propuestas actuales respecto de la prevención del delito podemos advertir cómo sus planteas llevan inevitablemente, en su desarrollo y en sus consecuencias, a algunas de las dos opciones enunciadas. Un ejemplo de malthusianismo descarado es lafamosísima teoría de la "tolerancia cero" y sus diferentes versiones. Este producto del think tank, del Manhatan Institute de Nueva York,35 nos dice que la fórmula para ir combatiendo la delincuencia es la de no perdonar ningún tipo de falta, delito o "incivilidad". Esto se complementa con la otra versión teórica de lo mismo, que es la teoría de las ventanas rotas o, mejor dicho, de las ventanas sanas, ya que se trata de reparar en forma urgente cualquier daño por mínimo que sea, para evitar la degradación edilicia y urbana de la zona a mantener segura. No perdonar nada y reparado todo inmediatamente (incluido el borrado de los "subversivos" graffiti), por supuesto en las restringidas áreas de la ciudad que para ellos lo merezcan, ya que a nadie con un mínimo de sentido común se le puede ocurrir que es ésta una receta aplicable in totum, simultáneamente, en toda la extensión geográfica, de todas las ciudades, de todo el país en cuestión, ni que Bratton, Wilson o Kelling hayan estado pen-
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sando en la favela "Rocinha" de Río de Janeiro, en la villa "Fuerte Apache" del conurbano bonaerense, en los "pueblos jóvenes" de Lima o en las comunidades suburbanas del distrito federal mexicano, cuando imaginaban semejante pulcritud de los vidrios y del comportamiento humano. Lo cierto es que ni siquiera estaban pensando en el Bronks neoyorquino, donde la novísima estrategia criminológica de GiuJiani fue un poco menos proactiva y se limitó a la sistemática violación de los derechos humanos. Ésta es la elemental receta que la derecha criminológica ha logrado vender a todo el mundo con un proceso de márketing digno de elogio, teniendo en cuenta la simpleza ramplona, la precariedad teórica y la currícula de estrepitosos fracasos en la aplicación histórica del producto que se vende. Esta "solución" que puede haber servido para potenciar la imagen turística de la "gran manzana" y para calmar la sensación de inseguridad de los amplísimos sectores medios de los países hiperdesarrollados, donde, por otro lado y como se verá más adelante, los niveles de violencia urbana no han crecido demasiado o han incluso descendido, en la última década, aparece en toda su ferocidad si nos imaginamos su aplicación en la conflictiva y compleja realidad de los países periféricos, donde la precariedad material y la escasez de recursos hacen que la "tolerancia cero" no pueda más que equivaler, directamente, a exterminio físico. Los efectos del malthusianismo están a la vista en los propios Estados Unidos, que han llegado al récord histórico mundial de porcentaje de población encarcelada, pero en los países periféricos el efecto eliminatorio no lo produce sólo la cárcel, que de por sí constituye allí un centro de confinamiento para la enfermedad y la muerte, sino también la eliminación física por hambre, enfermedad, enfrentamientosentre pobres y matanzas de la policía, y la exclusión geográfica ("guetización") de porcentajes muchísimo mayores de población.
Nuevo realismo criminológico
inglés
Frente a las opciones criminológicas malthusianas de la nueva derecha, desde comienzos de los años 80 uno de los pioneros de la 'criminologfa crítica, Jock Young, volvió a ser uno de los protagonistas principales de lo que podría calificarse de "nueva revolución teórica" en la criminología o la crítica de la crítica. El nuevo realismo criminológico de izquierda inglés, muchos de cuyos argumentos habían sido adelantados en la compilación dirigida por el propio Young junto a Taylor y Walton, Crimiuologia crítica,3G constituye el comienzo de una profunda reflexión criminológica que, sin abandonar su raíz marxista, se desarrolla con los aportes de las teorías posmodernas o tardomodernas de la complejidad y del riesgo.
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En su último libro, La sociedad excluyente." Young muestra claramente la relación entre la violencia, el delito y el desorden con la privación de la ciudadanía y la exclusión social. Las propuestas que se deducen de este diagnóstico, y que ya habían sido analizadas por el autor en publicaciones anteriores.f apuntan a entender la complejidad del problema y a tener en cuenta que las modificaciones, en relación con el problema criminal, vienen de la mano de los cambios en el Estado, pero también en la sociedad y, principalmente, en la modificación de la relación entre el Estado y la sociedad, que garantice la oportunidad de la ciudadanía para todos, destierre definitivamente la posibilidad de la exclusión y reproduzca un nuevo sistema de estímulos y sanciones en exclusivo orden de mérito funcional, estableciendo una base de real democracia y justicia. El "núcleo duro" del pensamiento del nuevo realismo de izquierda se halla expuesto en ¿ Qué hacer con la ley y el orden? ,39 un libro escri to por John Lea y Jock Young en 1984. Teniendo en consideración la ideología de sus autores, no es difícil colegir que el título parafrasea el del famoso libro de Lenin ¿Qué hacer?, escrito en un momento (1902) de profundo reflujo de las acciones revolucionarias en Europa y de gran confusión de las ideas en el campo de las organizaciones del partido de la revolución.i" Y decimos que no es difícil colegir esta relación en la intitulación porque ¿ Qué hacer con la ley y el orden? es justamente un trabajo teórico que pone el eje en la cuestión político-estratégica y en la reorganización de las ideas para enfrentar políticamente a la reacción criminológica (partidaria de las campañas de ley y orden). El siguien\te párrafo, que encabeza el primer capítulo del libro, es claramente significativo:
l'
[ ... ] gran parte de la derecha está convencida de que la tasa de criminalidad está aumentando precipitadamente, de que la lucha contra la delincuencia es de fundamental importancia para la opinión pública y de que se debe actuar drásticamente para evitar que la situación empeore hasta llegar al barbarismo. La izquierda por el contrario busca minimizar el problema del crimen en las clases trabajadoras, la criminología de izquierda ha intentado durante la última década -con algunas notables excepcionesdesenmascarar el problema del delito. [ ... ] Considera que la lucha contra el crimen es una distracción de la lucha de clases, que constituye en el mejor de . los casos una ilusión inventada para vender noticias y en el peor de los casos un intento de crear chivos expiatorios, al culparlos de la circunstancia brutalizante en la que se encuentran. Un nuevo enfoque realista de izquierda, en lo que concierne al delito, debe intentar avanzar entre estas dos corrientes. No debe contribuir a aumentar el pánico moral ni cometer el grave error político de descuidar la discusión sobre el delito dejándola ell manos de la prensa conservadora." [El destacado es nuestro.]
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En la reedición de 1993 del libro los autores agregan una introducción titulada "Diez años después", en donde explican que su opinión respecto de las causas del delito ha evolucionado hacia una visión más "integrada" en la que la privación relativa es analizada como una parte en interrelación di. námica con otros factores, pero continúan con su crítica a lo que denominan el "idealismo de izquierda", para quienes afirman: "La policía no puede y de hecho no ha tenido nunca la intención de controlar el crimen, preocupándose más bien por el mantenimiento del orden social existente" .42 También en esta crítica al romanticismo ideológico radical o lo que podría llamarse la "ultraizquierda" del pensamiento criminológico, que termina junto con la ambigüedad liberal haciéndole "el campo orégano" a la derecha, se advierte cierto paralelismo con el pensamiento leninista, de Lenin ya en el poder, criticando el oportunismo político de los representantes de la II Internacional y las "desviaciones de izquierda", en El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo (1920).43 Lo importante del realismo de izquierda es, entonces, el haber vuelto la discusión crimino1ógica al campo de la lucha política teórica y práctica, lugar del que estaba desplazada desde el avance de la restauración neoliberal global. La propuesta del nuevo realismo inglés -y lo importante frente a otras concepciones criminológicas de izquierda es que tiene propuestaes tomar el delito "en serio". Esto es, tomar la seguridad de la vida cotidiana como una reivindicación concreta, como una reivindicación del pueblo, de la clase, como sería la del aumento del salario o la mejora de la vivienda o las condiciones ambientales, pero en su concepción marxista, que sabe que no existe en última instancia solución real del problema de la violencia y la inseguridad sin la extinción de la sociedad de clases; intenta en lo particular llevar la discusión y las acciones sobre el problema del delito al cuestionamiento y la transformación de la democracia liberal en democracia social.