Una piedra preciosa


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UNA PIEDRA PRECIOSA Por Arlina Cantú Lectura bíblica: Gálatas 3:15 Texto clave: Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Efesios 4:30 La camilla llegó hasta la puerta del cuarto del lujoso hospital y pude ver el rostro sonriente de mi amiga que enarbolaba un tubo de cristal en su mano derecha. Había finalizado su cirugía para extraerle un cálculo renal, mismo que le habían entregado en aquel tubo de ensayo para que conociera el objeto que le había causado tanto dolor y para que lo conservara como trofeo. Nos conocemos hace años. Ella es parte de una familia muy querida para mí. Su labor de madre y esposa la combina con su trabajo magisterial y en sus ratos libres participa como actriz de obras teatrales al aire libre. Cinco mujeres nos habíamos reunido en su cuarto de hospital y la conversación, antes de que la llevaran al quirófano, fue muy variada. Reímos con ella, bromeamos y cuando la escuchamos decir que sentía un poco de temor, el Espíritu Santo me dijo que ese era el momento preciso para orar por ella y darle a su corazón la paz que necesitaba. Sin embargo, el timbre del teléfono se escuchó y la persona que llamaba era uno de los capellanes del hospital que le ofrecía el sacramento de la comunión, acto muy frecuente en los hospitales católicos. Ella se negó y no me atreví ya a ofrecerle que oráramos porque pensé que también se negaría. Entraron enseguida las enfermeras y la despedimos diciéndole que todo iba a salir bien y deseándole bendiciones de parte de Dios. La preparación, la cirugía en sí y la recuperación, tardaron dos horas. Nosotras fuimos a comer en compañía de su esposo y por la conversación que se desarrolló mientras comíamos, me enteré de que tenemos amistades en común que residen en la ciudad cercada donde yo vivo. El saber que tanto ella como su esposo conocen de Cristo y en algún tiempo asistieron a una iglesia evangélica, me hizo escuchar con repetido empeño aquella vocecita en mi interior que me indicaba la necesidad de orar por ella. Cuando las enfermeras nos avisaron que ya iban a traerla al cuarto, todos salimos a recibirla y circuló entre nosotros aquel tubito que contenía una piedrecilla aparentemente pequeña pero causante de un dolor inaudito al intentar salir de su organismo. Y entre la algarabía de su llegada, libre por completo del sopor del sedante, me acerqué a su cama y le hablé del cargo de conciencia que sentía por haberme acobardado y haberla dejado ir sin que oráramos por ella.

Le pedí que me permitiera hacerlo para corregir mi error y para darle gracias a Dios por la misericordia que había tenido con ella para sacarla con bien. Ella aceptó y yo oré en voz alta, acompañada por los que estábamos a su alrededor. No sé si por temor reverente reconociendo mi cobardía de antes, o si por la emoción de que hubiera aceptado, mi voz temblaba al hablar con el Dios de los cielos y hasta ahora no consigo recordar las palabras que formaron mi plegaria. Sé que si oré de forma inconsistente o si mis palabras no lograron expresar lo que mi corazón deseaba de bendiciones para mi amiga, el Espíritu Santo se encargó de pulir mi ruego y de presentarlo sin mancha en presencia del Santo Dios. Pero fue así. Una pequeña piedrecilla formada en el riñón de mi amiga, se convirtió en piedra preciosa porque me gusta pensar que sirvió para recordarle al Dios de su juventud, para traer a su memoria al Dios inconmovible de los siglos que la espera para que se refugie junto a él en todas las tormentas de la vida. Al menos eso es lo que desea mi corazón. OREMOS POR LAS MUJERES QUE ESTÁN SIENDO SOMETIDAS A UNA CIRUGÍA.

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