Un planeta de regalo MÓNICA JIMÉNEZ Que la Navidad es un negocio, todos lo sabemos. Lo que, en ocasiones, no tenemos tan claro es cómo acertar con nuestros regalos, sobre todo, en época de crisis. La falta de presupuesto ha dado alas a la creatividad y originalidad low cost. Y es que, aunque la intención es lo que cuenta, todo regalo tiene un precio. Una realidad a la que ya no escapa ni la propia Tierra. Nuestro planeta, el más caro del sistema solar, costaría alrededor de 5 mil millones de dólares: cerca de cien veces el PIB anual. El encargado de realizar el cálculo ha sido Greg Laughlin, astrónomo y catedrático de astrofísica de la Universidad de California en Santa Cruz, quien ha desarrollado una fórmula para determinar el valor de los cuerpos celestes de nuestro entorno. El experto ha ideado una forma matemática para estimar el coste de los planetas a partir de una especie de ecuación de Drake para la economía cósmica, que toma como referencia factores como el tamaño de un planeta, la masa, temperatura, edad o brillo aparente de la estrella y también sus condiciones de habitabilidad. Así, los que se consideran “baratos” son aquellos poco habitables -menos parecidos a la Tierra-, mientras que los “caros” serían los que más se parecen a nuestro planeta. Como resultado, un número que, a juicio de Laughlin, equivale al frío y duro dinero en efectivo, pero que, a su vez, debería hacernos pensar en el valor incalculable de la Tierra –hogar para millones de especies- y animarnos a salvaguardarla. El objetivo inicial de dicha ecuación era poner precio a los exoplanetas terrestres descubiertos en la misión Kepler, para valorar los que debían ser investigados en profundidad, pero, en el camino, el astrofísico descubrió que podría aplicarse, asimismo, a cualquier otro planeta en un contexto que era a la vez cósmico y comercial. El exoplaneta Gliese 581c, según los estudios realizados, el más parecido a la Tierra de momento, vale 160 dólares americanos, mientras que Marte, el planeta rojo, costaría 14.000 dólares, y Venus alrededor de un centavo. Con estos cálculos, los 5 mil millones de dólares que cuesta la Tierra se salen de presupuesto. Estrellas con dueño Más allá del simple cálculo, hay quien ha pasado a la acción. Es el caso de un norteamericano que escrituró casi todos los planetas y la Luna, pero no el Sol. De esta forma, dio vía libre a un auténtico ‘conflicto astral’, en el que se ha visto implicada la gallega Ángeles Durán. En 2010, Durán se auto proclamaba propietaria del astro rey, que había permanecido 5.000 millones de años sin dueño. Lo hizo con certificado ante notario de por medio y aprovechando, al parecer, un vacío legal en el convenio internacional según el cual un Estado no puede apropiarse de un planeta, pero que no hace referencia a la titularidad por parte de personas. Pensó, incluso, en cobrar un canon a todos los habitantes de la Tierra por uso de la energía solar. Eso sí, para convertirse, de facto, en propietaria, debería acudir alRegistro de la Propiedad que, de momento, no tiene competencias sobre el sistema solar.
El problema es que Durán no es la única que ha reclamado la titularidad del Sol. Ya lo hizo en los años 30 el norteamericano Lindsay y, nueve años antes que la española, en 2001, el abogado rumano Virgiliu Pop, según el cual, la gallega no es más que una impostora. Experto en Derecho Público del Espacio, Pop asegura que se convirtió en dueño de la estrella hace diez años, como consta en el Registro de Propiedad Extraterrestre del Instituto Arquímedes. Aún así, de querer hacernos con cualquiera de estos elementos del sistema solar, bien sea para propio uso y disfrute, o como regalo, llegamos tarde al ‘negocio cósmico’: en los años 80, el estadounidense Dennis Hope reclamó la propiedad de la Luna, cuya cara visible dividió en millones de parcelas que empezó a vender en supermercados. Ajeno a esa realidad empresarial y en un alarde de generosidad, el chileno Jenaro Gajardo la regaló a sus compatriotas. No obstante, se han quedado sin herencia, porque el país forma parte del Moon Treaty, el tratado que prohíbe la posesión de la Luna, parcial o totalmente, por parte de individuos particulares. Con tanta competencia, y un exiguo presupuesto para las cantidades estelares que se aventuran según los cálculos de Laughlin, tendremos que volver a poner los pies en la Tierra también en las compras navideñas de este año.