Miércoles 23 de abril de 2008
16
la mirada de Ezequiel Fernández Moores Para LA NACION
Teléfono, Cruyff
A
caso cueste aceptarlo: pero la verdadera razón de la ausencia de Johan Cruyff en el Mundial 78 fue Danny Coster, no el general Jorge Videla. Danny Coster es la amada esposa de Cruyff. A ella, el Rudolf Nureyev del fútbol le juró que Alemania 74 sería su último Mundial. Se lo juró durante una larguísima conversación telefónica, en la noche del 6 de julio de 1974, casi dos años antes del golpe del 24 de marzo de 1976. La causa de su renuncia al Mundial 78 jamás pudo haber sido entonces su oposición a la dictadura argentina. El mito, sin embargo, circuló por años. Y el propio Cruyff lo alimentó. El periodista cordobés José “Pepe” Novo recuerda aún hoy esa impactante declaración de Cruyff, en una entrevista que publicó a doble página en su periódico, al volver a la Argentina. Y aún hoy se leen textos que citan a Cruyff como ejemplo, por haberse animado a decirle no al Mundial 78. Pero la llamada de Danny Coster a su esposo no tenía ninguna motivación política. Ella, en realidad, llamó exigiendo explicaciones porque, según el diario alemán Bild, varios jugadores del plantel holandés habían pasado una animada tarde con señoritas desnudas en la piscina del hotel Wald, de Munich. Holanda, que venía de aplastar 4-0 a Argentina y ganarle 2-0 a la Alemania Oriental, no sintió los efectos de esa supuesta orgía acuática, porque al día siguiente, 3 de julio de 1974, ofreció tal vez su mayor exhibición en la Copa. Humilló 2-0 al Brasil campeón mundial con goles de Johan Neeskens y del propio Cruyff, a quien el DT brasileño Mario Lobo Zagallo había llamado burlonamente “Crush” antes del partido. Nada se supo hasta que el Bild publicó su historia. Lo hizo, oh casualidad, el día previo a la final que Holanda, que era la favorita de todos con su “fútbol total”, terminó perdiendo 2-1 ante el anfitrión Alemania. La derrota ante la odiada y vecina Alemania marcó de por vida a los holandeses. Lo cuenta en forma notable el libro Brilliant Orange, de David Winner. El libro cita la historia de la piscina. Y también la interminable conversación telefónica del matrimonio Cruyff. Muchos la señalan como la causante de las dos derrotas de Holanda en las finales de 1974 y 1978. En la primera, porque Cruyff, acaso shockeado por
una supuesta amenaza de divorcio de Danny, fue un fantasma devorado por la marca del alemán Bertie Vogts. Y en la segunda, porque Holanda ya no era la Naranja Mecánica. Faltaba Cruyff, que no fue en cumplimiento de la promesa efectuada a Danny. El fútbol holandés, según ironiza Wimmer, divide su historia como la religión católica, pero cambiando la C de “Christ” (Cristo). Es decir: BC (Before Cruyff) y AC (After Coster). Todo este relato viene a cuento de que el propio Cruyff, entrevistado hace unos días por Catalunya Radio, ofreció una nueva posible versión sobre su renuncia al Mundial 78. Contó que en diciembre de 1977 unas personas intentaron secuestrarlo en su vivienda de Barcelona. Que a él, ante su esposa e hijos, le apuntaron con un rifle en la cabeza. Eran tiempos de secuestros extorsivos en Europa, como le ocurrió tres años después al goleador Quini, otro famoso jugador del Barcelona. Cruyff recordó estos días el episodio al contar que decidió privilegiar la tranquilidad familiar. Y lo hizo en respuesta a su ex compañero Carles Rexach, que se había referido en un libro reciente, Ara parlo jo (Ahora hablo yo) a la fuerte influencia que ha tenido Danny Coster en la vida del ex crack holandés. Esta sorpresiva revelación de Cruyff, que tuvo amplia repercusión en la prensa mundial, fue criticada hace unos días por el periodista Paul Onkenhout, en un editorial en el diario De Volkskrant. Onkenhout, quien acusó a Cruyff de “reescribir” su propia historia, recuerda el incidente de la piscina y dice que el jugador ya había anunciado que no iría al Mundial 78 apenas poco después de la derrota ante Alemania. Cruyff, es cierto, jugó las eliminatorias siguientes y recibió numerosos reclamos para que revisara su decisión y jugara en la Argentina. Diferencias con la Federación (en la final del 74 su camiseta tenía dos tiras y no las tres de Adidas, porque él era hombre de Puma) o con el DT austríaco Ernst Happel eran citadas como causa de su negativa. Otros invocaron luego una supuesta posición “antidictadura”. Pero el tema de la piscina, aun como tabú, era el que, en rigor, “estaba en boca de todos en Holanda”. Me lo confirma Marcel Rozer, autor del libro De Keizer en de verlosser (El Káiser y el Salvador), una biografía comparada de Franz Beckenbauer y Cruyff, escrita el año pasado. Rozer, que estuvo hace unos días en Buenos Aires buscando material para su próximo trabajo, un análisis sobre la doble derrota “naranja” de 1974-78, describe a Cruyff como un hombre de 61 años que, tras su retiro como DT, en
1996, sólo se dedicó a opinar, pero eludió toda responsabilidad en el mundo del fútbol. Lo comparó con el personaje interpretado por Peter Sellers en la película El Jardinero. Wim van Hanegem, el otro gran artista de la Holanda del 74, se negó a asistir a la cena de clausura del Mundial, tras la derrota, porque Alemania, admitió, le producía odio, pues las tropas nazis habían matado a su padre y a sus tres hermanos. El no vino luego al Mundial argentino, igual que Cruyff. Pero su renuncia tampoco tuvo que ver con Videla. Cuando todavía no estaba claro si jugaría o no el Mundial 78, le preguntaron qué haría si lo llamaban a su casa las personas que buscaban boicotear el torneo, aduciendo que no podía jugarse la Copa en medio de torturas y desapariciones. “Cuando me llamen le pasaré el teléfono a mi perro”, respondió Van Hanegem. “Nadie podrá decir ‘no lo sabíamos’. Irán al Mundial como héroes, volverán como colaboracionistas”, advirtió a los jugadores holandeses Freek de Jonge, quien lideraba la campaña pro boicot. René van de Kerkhof
llegó a decirle a Rozer que los jugadores sólo querían ganar la Copa, aun cuando tuvieran que recibirla de manos de Hitler. Otro gran mito del Mundial 78 fue que la selección holandesa se negó a ir a la cena de clausura del Mundial para evitar darle la mano a Videla. Pero lo cierto, aseguran numerosos testimonios, fue que los jugadores, además de la amargura por una nueva derrota, vieron desde las ventanas del hotel Sheraton que la fiesta popular haría imposible su breve viaje al hotel Plaza. Allí sí estuvieron dos periodistas del periódico izquierdista Vrij Nederland, en el que escribía el arquero Jan Jongbloed. Y uno de ellos alcanzó a preguntarle a Videla por los desaparecidos. Algunas crónicas aseguran también que varios jugadores fueron a la Plaza junto con las Madres. Pero sólo Wim Rijsbergen parece haberlas visitado durante el Mundial, junto con periodistas de la TV holandesa, la primera que difundió sus reclamos en Europa. ¿Qué podía exigírseles en realidad a los jugadores si Holanda era en ese entonces el segundo socio comercial de la Argentina? ¿Si eran holandeses los aviones Fokker y las armas Signaal que sirvieron a los militares para arrojar gente viva al Río de la Plata y para matar en las calles? Lo cuenta el historiador holandés Michiel Baud, en el libro El padre de la novia, un trabajo que analiza el rol de Holanda durante la dictadura a propósito del casamiento de Máxima Zorreguieta con el príncipe Guillermo. El libro recuerda también la carta vergonzosa que la revista El Gráfico atribuyó al capitán holandés Ruud Krol y en la que “decía” a su hija que la Argentina era “tierra de paz” y que los soldados disparaban “flores” desde sus fusiles. El embajador holandés Van den Brandeler desactivó el incidente y afirmó que Videla era un “hombre de honor”. Mientras los jugadores ponían el cuerpo en la cancha, luchaban hasta el tiempo extra y, según confesaron luego algunos, sentían miedo de qué pasaría si ganaban, Van den Brandeler cambiaba bromas con Videla en el palco del Monumental. “¡1-0!”, lo cargó primero Videla tras el gol inicial de Mario Kempes. “¡1-1!”, respondió el embajador tras el empate de Dick Nanninga. El gesto de triunfo final fue de Videla. Con sus dedos ensangrentados.