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El país de juguete | REVISTA DOMINÓ
REVISTA DOMINÓ El país de juguete
Posted on 21 marzo, 201721 marzo, 2017 por dominorevista
Sealand es una plataforma marítima ubicada a 11 kilómetros de la costa de Inglaterra. Es un Estado autoproclamado: tiene bandera, himno y hasta moneda de curso legal. Legal para ellos, porque desde su fundación en 1967 ningún país los tomó en serio. Mientras tanto, el embajador de Sealand en Argentina, Juan Carlos Demarco, lucha por la soberanía de un país de cemento. Mientras charlo con Juan Carlos Demarco, se diluye una idea que me abrigaba: que para él eso es un juego. El hobby de un grupo de veteranos con demasiado tiempo libre. Y demasiada plata, porque si no hay cosas que no se explican. Pero es algo serio. O al menos, la mayoría del tiempo. Hay una ambivalencia interesante en el tenor de los comentarios de Demarco. Por momentos, su rol en Sealand es una fantasía, una añoranza hasta simpática para contarles a los nietos; por otros, es un tema importante; hay que ratificar su soberanía, hay que enfrentarse con el cuerpo consular argentino. Hay que hablar con “los de Google Maps”, si es necesario, y obligarlos a que incluyan el rótulo “Sealand” cuando uno scrollea sobre esa base de hierro y cemento espantosa, oxidada, abandonada. Juan Carlos Demarco es el embajador de Sealand en la República Argentina. A pesar de ser técnicamente una isla artificial, no tiene nada que remita a ese concepto. En Sealand no hay hoteles; sus habitaciones son depósitos de acero asediados por el constante estruendo de los generadores. Tampoco hay arenas blancas, ni palmeras, ni restaurantes. En Sealand no hay nada. Pero así y todo, Sealand tiene bandera, himno, moneda (dólar seelandés, que estableció paridad con el estadounidense) y una sólida monarquía. Ubicada a 11 kilómetros de la costa inglesa, se levanta esta mole de hormigón con dos gruesas columnas de aspecto abandonado. Cualquier capitán de barco la sortearía sin apenas mirarla con el rabillo del ojo, porque nada interesante puede pasar en esa plataforma desamparada en medio del Mar del Norte.
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La historia de Sealand empieza en la Segunda Guerra Mundial, en plena ofensiva nazi. El ejército británico construyó una veintena de estas plataformas en la desembocadura del Támesis, a escasas tres millas de su costa. Pero cuando el conflicto terminó, los ingleses se percataron de que no todas las bases estaban dentro de su mar territorial: habían construido una a más de diez millas y, por tanto, estaba en aguas internacionales. Era un islote de hormigón y hierro, con dos patas de doce metros de diámetro y siete niveles en cada una de ellas. Pronto quedó olvidado, ya que no era jurisdicción de ningún estado, y la dejadez empezó a asomar. Más de veinte años más tarde, un militar retirado, casado con una supermodelo británica, llegó con su pretenciosa idea. Era Roy Bates, la primera Alteza Real del Principado de Sealand. Demarco, a quien tengo enfrente (no en Sealand sino en un departamento céntrico de La Plata), no sólo es embajador del principado de Sealand en Argentina. Orgulloso, ostenta dos títulos más: conde y marqués. Los títulos nobiliarios están colgados en una habitación que, parece, hace las veces de cuarto de estudio. Hay una computadora prendida con muchas pestañas abiertas y tiene preparada la página oficial de Sealand para mostrármela. Pasamos un buen rato viendo los títulos aristocráticos, que se venden como merchandasing a partir de 200 libras esterlinas. —Ah, pero entonces yo también puedo ser conde y marqués —arguyo con tono de broma. Quizá espero alivianar el ambiente, que hasta ahora parece un poco protocolar. —Sí, cualquiera puede ser —accede Demarco, y relaja—. También compré dos pulgadas en el mar. Naturalmente, es imposible saber a ciencia cierta cuáles son sus pulgadas. Todo esto, como dije antes, no puede ser más que un juego. Pero por otro lado, ¿por qué tendría que parar de jugar? Con su relato, logra que sus descripciones tengan el destello de un trance, que es como vive él esa locura, con la consistencia de una atmósfera cálida, comprometida por esa causa tan bizarra, un poco alucinada, que no se diluye a pesar del ruido de los colectivos en plena avenida 7 bajo nuestros pies. Antes de meterse a defender a capa y espada a Sealand, Demarco era profesor de derecho internacional de la Universidad Nacional de La Plata. Su pasión por esta rama de la jurisprudencia lo llevó a dar con un excéntrico artículo de Clarín en 1977. El periodista del matutino porteño había https://dominorevista.com/2017/03/21/elpaisdejuguete/ 2/6 oído de la historia de Sealand y había viajado hasta allá. El propio príncipe Roy Bates le mostró las
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oído de la historia de Sealand y había viajado hasta allá. El propio príncipe Roy Bates le mostró las instalaciones de la flamante patria. Lo entrevistó a él y a su mujer, la princesa, fotografió la capilla, el generador de corriente y el helipuerto. La “cuestión Sealand” venía como anillo al dedo para un catedrático de derecho internacional que estudiaba las cosas de nadie. Según la legislación internacional, las cosas de nadie son del primero que las apropia. Volvamos a la historia de Sealand para entender por qué acarrea un problema legal. Después de que Roy Bates clavó la bandera, hubo un abordaje de la marina británica para expulsarlo de la plataforma, pero el príncipe resistió con un combate cuerpo a cuerpo. El caso tomó relevancia y llegó a la Corte británica, que se declaró incompetente porque aquella plataforma marítima que se hacía llamar Sealand estaba en aguas internacionales: la Corona no tenía ninguna jurisdicción sobre esa isla artificial. Eso, sin embargo, fue positivo, como me va a aclarar Demarco con seriedad. El hecho de que Gran Bretaña no la reconociera como parte de su territorio, implicaba que indirectamente la reconociera como independiente. Entonces, para Inglaterra, Sealand no forma parte de su territorio. Punto a favor para el loco Bates. Sin embargo, no la reconoce como nación. Punto en contra: poseer la legalidad de semejante potencia le confiere legitimidad en el mundo. Para que un país pueda ser reconocido, tiene que tener tres requisitos: soberanía (al no formar parte de Inglaterra, Sealand la tenía), población (también: había una veintena de residentes permanentes en la plataforma que desarrollaban tareas de mantenimiento) y territorio. Acá es donde Demarco se mete y aporta sus sapiencias jurisprudenciales. Hizo un estudio en el que, apoyándose en una doctrina internacional, demuestra que un territorio tiene que estar integrado al mundo natural. A través de un entramado doctrinario, Demarco da cuenta de que la plataforma, al estar adherida de forma permanente al fondo del mar, es una extensión de éste y, por tanto, está integrado al mundo natural. Ergo, es territorio. Demarco tradujo su investigación a inglés y le escribió a Su Alteza Real el príncipe Roy Bates como un simple aficionado con sus averiguaciones. Nunca imaginó que el soberano le iba a responder. Mucho menos sospechó que le iba a ofrecer el cargo de Cónsul General de Sealand en Argentina. Era 1980 y comenzaba una curiosa amistad vía correo postal entre un platense que vivía a media cuadra de Plaza San Martín y el soberano de una micronación europea. Sin embargo, esta relación se tensó cuando Demarco se ofreció como voluntario para la guerra de Malvinas. Al fin y al cabo, Roy Bates era ciudadano inglés y había sido militar de ese país, y las relaciones de Sealand e Inglaterra eran buenas. Claro que este hecho era porque no existían relaciones. Cuando Demarco y Su Alteza olvidaron sus diferencias y volvieron a cartearse, ya era tarde: el príncipe Roy estaba viejo y enfermo, y ahora su hijo Michael ostentaba el título nobiliario. Michael fue mayormente conocido por un conflicto con Alemania: a fines de los 80, cuatro alemanes abordaron la plataforma y la ocuparon. Michael los encarceló en la celda de la plataforma marítima y el gobierno alemán exigió a Gran Bretaña por la liberación de sus hombres. Los ingleses fueron contundentes: “no tenemos absolutamente nada que ver con este grupo de chiflados”. Después de una negociación, el príncipe Michael aceptó liberar a los alemanes a cambio de que el gobierno de Alemania reconociera su independencia. Fue así como un país soberano reconocía a Sealand también como uno, por primera vez en su historia. Desde que Michael fue declarado príncipe, Demarco asegura que tiene trato a diario con él. Es evidente que le tiene mucho más cariño a Bates junior. Con él, explica, se fomentó el turismo, se generaron nuevas inversiones y, en general, se le dio un impulso novedoso a la vieja plataforma de hierro. https://dominorevista.com/2017/03/21/elpaisdejuguete/ En 2006, los residentes del apacible
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En 2006, los residentes del apacible pueblo de Harwich, en el condado de Sussex, Inglaterra, acostumbrados al ver la plataforma a lo lejos, chiquita, desde su ventana, se habrán sorprendido al ver una densa y negra cortina de humo. Sealand se incendiaba, los medios del mundo lo cubrían y la popularidad del principado iba en aumento. La BBC, en su edición online, atribuyó el incidente a un generador eléctrico que falló. Afortunadamente, el príncipe Michael y sus hijos, los herederos al trono, no estaban en el principado al momento del infortunio. Tampoco sufrieron heridas trabajadores de mantenimiento que estaban en el momento. Fue un susto y nada más, pero los medios del mundo se hicieron eco: ¿cuál era la historia de esa fea plataforma marítima? Internet ayudó mucho a difundir al principado. El caso es tan curioso que se generó un folklore alrededor de la historia, y los aficionados de la red se descubrían escuchando el himno en Youtube o comprando merchandasing en la página. —¿Así se financia Sealand? Me interesa entrar en ese tema y me dio el pie para hacerlo de una forma sutil. —No. El príncipe Michael es multimillonario, igual que lo fue su padre, el príncipe Roy. La familia Bates tiene una flota de barcos y son empresarios de la carne. Exportan berberechos por Europa y Sudamérica. Sealand es el capricho de un extravagante acomodado británico, eso está claro. Lo que ahora también me queda claro es que su insistencia de soberanía es rayano en lo bizarro y me cuesta creer que Demarco, un tipo cuya elocuencia y sabiduría invitan a pensar que es inteligente, se ponga la camiseta de esta locura con tanto orgullo. ¿Es un chanta? ¿Un genio del derecho internacional? ¿Un simple aficionado? No, Demarco es inofensivo. Es un loco simpático. Un coleccionista, un buen tipo. No existe la maldad en su relato, hay un juego de viejos que quieren ser niños de nuevo. Pero Sealand no es él, Sealand es un entramado de insólitas peticiones a la ONU, de absurdos intentos de hacer valer su moneda fuera del islote, de partidos contra Chipe del Norte en el que pierden por goleada (sí, Sealand tiene selección de fútbol).
Después, investigando, voy a descubrir algo que, por razones obvias, el Embajador está evitando contarme. El sábado 27 de mayo de 2000, El País de España dedicaba una página entera a una investigación de la Guardia Civil de ese país ibérico, que involucraba a más de ochenta sealandeses. De este lado del Atlántico, Clarín se hacía eco y denunciaba el accionar ilegal de “un país trucho”. La https://dominorevista.com/2017/03/21/elpaisdejuguete/ 4/6 denuncia propiamente dicha, que estuvo a cargo del reconocido juez Baltasar Garzón, radicaba en la
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denuncia propiamente dicha, que estuvo a cargo del reconocido juez Baltasar Garzón, radicaba en la compra por parte de Sealand de armas de todo tipo a Rusia. La nómina incluía cincuenta tanques M‑ 55, diez bombarderos MiG 23, ocho helicópteros y un largo etcétera. En ocasión de la investigación, la Guardia Civil de España recordó a la prensa que “los altos mandatarios del falso principado tienen antecedentes policiales por delitos de estafa, tráfico de drogas y tenencia de explosivos”. Pero no será el embajador quien le haga mala prensa a la nación que, se supone, debe representar. No: ahora me cuenta sobre su próximo encuentro con el príncipe Michael, que va a ser en Río de Janeiro en algunas semanas. El objetivo es discutir cuestiones esenciales sobre la soberanía del principado y charlar sobre el avance del libro que Su Alteza está escribiendo sobre la historia de Sealand. Demarco se ofreció a traducirlo. En cuanto al futuro legal de Sealand, tiene dudas. —Hay posibilidades de avanzar en la cuestión de reconocimiento, pero todo depende de los vaivenes políticos. Para que se produzca la conformación del estatus diplomático, tiene que haber bilateralidad. Luchamos por eso. Es algo que no te puedo responder. Quizá, el día de mañana… no sé. La charla se disuelve porque no hay mucho más que decir. Demarco seguirá con su trabajo como profesor universitario, ocasionalmente jugando a ser embajador y publicitando el principado acá y allá. Mientras tanto, Sealand, esa cosa de nadie, y por ende, del primero que la apropió, va a seguir luchando por su soberanía. Y, para paliar los gastos de lo que debe implicar llevar adelante una nación, vendiendo pulgadas del Mar del Norte. O drogas. Etiquetas: Derecho, Internacional
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