Martes 1 de marzo de 2011
LA NACION/Sección 5/Página 7
EDICION ESPECIAL: LICENCIAS DE IMPORTACION
Reminiscencias de Hammurabi Desde los tiempos del rey de Babilonia, la reglamentación extrema de la economía demostró ser un fracaso CARLOS A. CANTA YOY PARA LA NACION
Desde la época de Hammurabi, rey de Babilonia, hace 3700 años, las políticas de extremada reglamentación, cierre de la economía y del comercio exterior son un absoluto fracaso, así como el establecimiento de precios máximos y otros desatinos similares. Existen hoy dos clases de restricciones no arancelarias a la importación, como las licencias previas, que un país miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC), como la Argentina, puede instrumentar: las fundadas en las normas de la OMC y que entonces es lícito adoptar (aunque sean discutibles en otros planos, tales como si son o beneficiosas para la economía del país o para sus habitantes), y otras que son las que no pueden adoptarse sin violar el derecho, como las de licencias previas no automáticas (LPNA) a las mercaderías de importación desde países con los cuales se tienen acuerdos comerciales preferenciales como el Mercosur, tal como ocurre en la actualidad. Hemos escrito y sostenido hasta la náusea que estas últimas restricciones son totalmente ilegales y violatorias del Tratado de Asunción y demás normas obligatorias para las partes del Mercosur, y de fallos expresos del Tribunal Arbitral Ad Hoc del Mercosur, como, por ejemplo, el primer fallo del Tribunal Arbitral de abril de 1999, en el cual se condenó a Brasil por haber adoptado LPNA a productos originarios de los demás Estados miembros del Mercosur.
Irritante ironía La irritante ironía es que, desde hace años, el país reclamante (la Argentina) las aplica también, pero con especial fruición y abuso.
El Código de Hammurabi, el primer código legal de la historia Aclaremos, aunque parezca obvio, que las mencionadas licencias pueden adoptarse para las importaciones en general siguiendo las reglas internacionales de la OMC. Pero deben imprescindiblemente exceptuarse a ellas a las mercaderías originarias y procedentes de los Estados parte. Y esto es lo que precisamente no se ha hecho antes ni ahora. Aquel primer fallo del Tribunal Arbitral del Mercosur –en el que la Argentina era el país demandante– consideró que a la Argentina le asistía la razón en su demanda porque Brasil había establecido licencias previas a la importación, violatorias del Tratado de Asunción. Teniendo en cuenta la importancia de la buena fe en el cumplimiento de los tratados (el principio Pacta sunt servanda, y en este caso, el de Asunción) el tribunal falló, finalmente, sosteniendo que el Programa de Liberación Comercial del Mercosur comprende tanto el abatimiento de
los aranceles de importación como la eliminación de las restricciones no arancelarias a la importación (por ejemplo, las LPNA). Ante las nuevas medidas adoptadas por estos días, que se agregan a las ya adoptadas desde hace años, en relación con la limitación de importaciones en las cuales no se exceptúan de éstas los productos de
países del Mercosur, nuestro país se está reuniendo con sus pares de Brasil con miras a atenuar represalias comerciales; negociar, en una palabra. ¿Y Paraguay y Uruguay, igualmente cada uno en su medida, perjudicados tanto o más que Brasil? Bien, gracias. Pero ¿no era que el Mercosur está formado por cuatro países en igualdad de jerarquías para la adopción de la normativa y para cualquier otro aspecto de su funcionamiento? Sí, pero parece que no. Los perjudicados, que llamamos los “patos de la boda”, son muchos, algo así como casi la totalidad de los cuarenta millones de habitantes de la Argentina, sin contar los damnificados de otros países. Los beneficiados son una minoría, los pertenecientes a determinadas industrias que seguramente deben estar muy conformes al otorgárseles el privilegio cuasi monopólico del suministro interno de los productos que fabrican, bien o mal, caros o no. Más bien caros como consecuencia de la falta de comparación y de competencia con productos similares importados. La tendencia a la autarquía y al cierre del comercio exterior es muy fuerte todavía en la mentalidad de muchos industriales y gobernantes argentinos a pesar de los últimos sesenta años de continuos fracasos de esa tendencia. No en vano fue un argentino, Raúl Presbisch, que en la década de 1950 ideó la teoría del deterioro de los términos del intercambio, cuyos principios fueron aplicados en la
creación de la Alalc (Asociación Latinoamericana de Libre Comercio) con el resultado conocido. Ni mencionemos la puesta en práctica de la sustitución de importaciones (hoy tan actual) o el “vivir con lo nuestro” que siempre han fracasado por unanimidad. A los consumidores se les cercena su libertad de elegir qué producto comprar, a qué calidad y a qué precio.
Auxiliares en problemas Pero nos preocupan especialmente nuestros amigos despachantes de aduana y demás profesionales del comercio exterior: la mayoría de ellos van a tener menos trabajo aún del que tienen actualmente, dada la plétora profesional y las trabas al comercio de importación, ocupación esta mayoritaria entre ellos. Aunque los dedicados a la exportación también atraviesan por similares situaciones: prohibición de exportaciones, derechos de exportación, cuotificación, permisos burocráticos, y otros. Hammurabi, por ejemplo, pretendió reglamentar todos los aspectos de la economía, hasta los salarios de absolutamente todos los trabajadores. Estableció, con severísimas sanciones, cuánto debía cobrar una prostituta por sus servicios, y determinó una tarifa única para todas ellas. Obviamente, fracasó: si la tarifa era una sola para todas, solamente trabajaban las prostitutas más atractivas. Las feas se morían de hambre. El autor es especialista en temas aduaneros y de comercio exterior