Cabruja, T. (1996) Posmodernidad y subjetividad: construcciones discursivas y relaciones de poder. En: Gordo, A. Y Lizana, J.L. Comp. Psicologías, Discursos y Poder (P.D.P.). Madrid: Ed. Visor.
Posmodernidad y subjetividad: construcciones discursivas y relaciones de poder Teresa Cabruja i Ubach “You construct the category of missing persons» (Barbara Kruger) 19.1. Introducción Últimamente se coincide desde determinadas perspectivas en hablar de la deconstrucción del "yo". Plantear una relación entre posmodernidad y subjetividad responde a la idea de que existe un cambio de sensibilidad general que ha propiciado ambas transformaciones: la académica y la personal. Se parte de considerar que los últimos acontecimientos histórico-culturales, entre ellos los movimientos sociales de liberación, como fenómenos de gran incidencia social, más los cambio tecnológicos y la importancia e inmiscución de los mass-media en nuestras vidas, han producido una gran convulsión en las fuertemente ancladas creencias occidentales sobre la verdad, la ciencia y la razón. Estos cambios no pueden separarse de los que ocurren en las formas de pensarse uno/a mismo/a y de relacionarse. Sin embargo, su articulación se presenta de forma dilemática, tanto desde una perspectiva teórica en relación a los movimientos emancipatorios como en las "construcciones" del "sí mismo''. Es por esta razón que aquí plantearé la cuestión centrándome, a partir del análisis del discurso, en qué posiciones del Sujeto puede procurar la posmodernidad y que efectos tiene en términos de relaciones de poder para con las relaciones sexo/género. Si se puede hablar de una subjetividad posmoderna, ésta sería el producto tanto de los cambios producidos como de los mismos discursos alrededor de estos cambios. Es de esta relación reflexiva desde donde se parte para el presente articulo. 19.2. La posmodernidad: presupuestos básicos La posmodernidad, con su inestabilidad semiótica y su indeterminación, procura un debate complejo que se desarrolla alrededor de unos puntos y siempre en relación con la ideología de la modernidad. Así, bajo la critica al proyecto de la Ilustración, y a su legitimación racional (Lyotard, 1986), consideramos que la convulsión posmoderna se puede constatar, básicamente, en las ciencias sociales, en la filosofía y en el arte, con la caída del concepto de representación que ha conducido a la disolución de las polaridades características del pensamiento occidental. Por esto cada termino y su correspondiente opuesto empiezan a perder sentido y entran en el juego de la auto-reflexión: las diferencias
entre "los hechos reales" y las “ficciones", el lenguaje y sus objetos, el arte y el "kistch". así como la ruptura de las diferencias y de los límites entre disciplinas, estilos, géneros, etc., son sus consecuencias. Concretamente, las criticas se articulan alrededor de tres presupuestos: 1) el fin de las grandes narrativas legitimadoras del conocimiento en Occidente (Lyotard. 1987} y cualquier tipo de discurso de verdad, quedando afectadas tanto la idea de la historia considerado como algo lineal, evolutivo y con una finalidad unitaria, como la idea de progreso; 2) el fin de la concepción tradicional de la representación, que entra en crisis a partir de la disolución de la frontera entre el lenguaje y objeto, juntamente con la crisis de la idea de la mente como lugar de conocimiento, incorporando la noción del carácter construido de la realidad. Uno de los métodos claves de la posmodernidad seria la "deconstrucción'' (Derrida, 1967), así como el método genealógico de Foucault, y una de sus principales características: la autorreflexión continua; y 3) la crisis del sujeto tradicional del conocimiento occidental. Se refuta la subjetividad unitaria del sujeto universal, hombre, blanco, de clase media, con una subjetividad propia y autónoma. Es decir, su esencialismo y universalismo. Así se trataría del ataque al punto de vista logo céntrico del mundo occidental realizado a partir de los movimientos feministas, anti-”racistas” o gays que, juntamente con el postestructuralismo y la deconstrucción, hacen que consideremos: a) el fin de los esencialismos y la fragmentación de la subjetividad; b) la reclamación de la “diferencia”; y c) el fin de las clásicas oposiciones binarias de la cultura occidental. La noción de. «diferencia" es recuperada por el pensamiento posmoderno basándose en los trabajos de Derrida (1967), que la utiliza para criticar el logocentrismo del pensamiento occidental y que se refiere al concepto de «diferencia” en sus dos acepciones: «ser diferente de» y «diferir» o "aplazar", y cómo cualquier presencia está ocupada, por una «diferencia". En este sentido, las palabras pierden su capacidad de definir esencias. (No puedo extenderme aquí sobre este concepto, pero al menos señalar con Huicheon (1988), que la "diferencia» desde esta perspectiva sería la categoría posmoderna que fragmenta los esquemas binarios básicos del «ser» y del “otro”. Se pone de manifiesto una cierta «ética del pos modernismo” que recogen distintos/as autores/as basada en el "simulacro» y la «transgresión”, en la cual la “contradicción», la «paradoja» y, muy especialmente, la "ironía» y la «parodia» juegan un papel esencial. 19.3. Propuestas posmodernas, y criticas feministas: elementos de relación Las preocupaciones de la teoría crítica feminista hacia el proyecto posmoderno se centran en lo que supone abandonar la categoría del sujeto «mujer» y caer en el relativismo y una multivocalidad que diluya la lucha contra la opresión. Dejando de lado los inicios del debate sobre la posmodernidad en los cuales no aparecía el feminismo, Owens (1983) y Huyssen (1987) son los primeros en hacer notar esta "ausencia», que posteriormente se desarrolló (ver, por ejemplo, la recopilación de Nicholson. 1980); lo que se plantea tanto desde el feminismo como desde otras minorías y algunos críticos (por ejemplo, Connor, 1989) es: en qué contexto surge el debate sobre la posmodernidad y qué formaciones de conocimiento/poder lo hacen posible. Se sugiere como razón la perdida del poder social de las instituciones académicas en los últimos años, y que se trate de una nueva astucia del patriarquismo para mantener su poder.
De hecho, las dudas y criticas más fuertes señalan el temor al relativismo y a! abandono de la teoría que el posmodernismo puede suponer (DiSterano, 1990; Harstock, 1990; Showaher, 1986; en Barree, 1990; Violi, 1990; Benhabib y Yeatman. 1990). O bien el temor a que la deconstrucción se vuelva una tecnología para colonizar el potencial crítico y revolucionario de las mujeres (Burman, 1990). Oro punto de debate es el de la invocación de lo «femenino” por parte de algunas propuestas postmodernas. Jardine (1985) llama “gynesis» al hecho de poner(se) en el discurso de "mujer" y separa una "gynesis positiva", como metáfora con el poder de desestructurar las estructuras simbólicas y con un aspecto valorizador de lo femenino y puede, incluso, compartir algunos objetivos feministas, contrapuesta a la gynesis negativa que puede significar una pérdida, al restar poder a las mujeres como hablantes. También De Lauretis (1987) y Braidotti (1990) han criticado la apropiación de lo femenino por parre de algunos posestructuralistas, mientras por otro lado Huyssen (1987) plantea como problemática la ecuación "mujer = cultura de masas". Por otra parte, como propuestas que usan los dos movimientos, encontramos sobre todo la de Flax (1987) que, aun señalando la ambivalente relación del feminismo con la deconstrucción, sostiene que el feminismo contribuye a sensibilizar respecto al género a la filosofía posmoderna, mientras que ci posmodernismo puede corregir las tendencias esencialistas del pensamiento feminista. Además de otras autoras como Harding (1986) o Colaizzi (1990). que presentan reflexiones planteándose cómo se puede pensar el feminismo sin producir teorías normativas y esencialistas. También Frascr y Nicholson (1990) plantean la necesidad de ser consientes de la utilidad solo temporal y funcional de algunas categorías e invitan a pensar seriamente las alternativas posmodernas, aunque no sin ciertas sospechas. El hecho de plantear esta doble -como mínimo- relación entre críticas feministas y posmodernidad, enlaza con la línea dilemática de las propuestas posmodernas y sus efectos, aunque en la práctica esto ha llevado al menos a la deconstrucción de las categorías de feminidad y de masculinidad (ambas normativas aunque de distinto orden), y al cuestionamiento de la escencialización y la universalización de la “mujer” que se ha realizado a partir de las diferentes voces feministas que han criticado a los feminismos occidentales que se habían olvidado particularidades entre las mujeres (de etnia, edad, etc.) 19.4. Psicología, posmodernidad e identidad: la deconstrucción del “self” Para abordar lo que han representado estos cambios en el ámbito de las ciencias sociales, referentes a la concepción social del sujeto, señalaré lo que se ha planteado, desde distintas perspectivas, en relación a la identidad y a la forma de entender el “yo”, sin hacer referencia aquí a otros cambios epistemológicos (Shoter y Parker, 1990; Ibáñez, 1991) de los que, sin embargo, no son separables: 19.4.1 La contingencia socio-histórica de la noción de persona y la ruptura de la dicotomía individuo-sociedad Desde la psicología, y bajo la influencia del interaccionismo simbólico, de la etnometodología, del posestructuralismo, de los trabajos de las ciencias sociales interpretativas, de las críticas feministas y de la deconstrucción, se ha cuestionado el dualismo individuo/sociedad (Henriques et al., 1984; Ibáñez, 1990) y la idea de
persona madura, autónoma e independiente, que se ve como un agente haciendo planes sobre su vida y que tiene valores en virtud de los que realiza elecciones (Sampson, 1986; Taylor. 1985; Markus y Khayama, 1991; Ibáfiez. 1990), replanteándose, por tanto, el mismo concepto de “socia!». 19.4.2. El carácter construido de las operaciones que realizamos sobre nosotros/as Los trabajos de Foucault (1979) sobre las "prácticas divisorias', en que se objetiviza al sujeto y las relaciones poder/saber de las nuevas disciplinas, han hecho evidente cómo puede producirse una subjetividad que genera una autodisciplina interna, es decir, cómo los sujetos buscan su ''autenticidad”, sus propias identidades. Los trabajos de Foucault sobre las tecnologías del «yo» (1976, 1981) proveen las bases que llevarán al reconocimiento del alcance hasta el que nuestra existencia como nosotros/as mismos/as, el conocimiento de nuestra individualidad, la búsqueda de nuestra propia identidad, está, ella misma, en palabras de Rose (1989), que aplica los trabajos de Foucault a la psicología: “construida por las formas de identificación y prácticas de individualización por las que estamos gobernados, y con las que nos proveen de las categorías y objetivos con los que nos gobernamos nosotros mismos". Así, y siguiendo a Rose (1989), los objetivos sociales deseados: bienestar, felicidad, eficiencia, etc., han sido construidos argumentativamente como dependientes de la producción y utilización de las capacidades de los ciudadanos individuales. Una muestra de estas estrategias lo constituye el trabajo de Kirzinger (1989) sobre cómo los textos liberales que presentan el lesbianismo como un estilo de vida o una cuestión de preferencia sexual, en realidad sirven a los propósitos del orden dominante, reforzando su moral retórica (centrándose en el amor romántico y la autorrealización) y despolitizando, pues, el lesbianismo. Lo que pone de manifiesto es que las identidades son construcciones sociales promovidas o suprimidas de acuerdo con los intereses políticos del orden social dominante. 19.4.3 El rol de la psicología como productora de subjetividad y ciencia de la democracia Siguiendo los trabajos de Foucault (1976, 1981), Sampson (1990) y Rose (1989), que se centran en las prácticas de individualización y diferenciación como constitutivas del mismo individuo humano, a partir de un proceso histórico y social que ha llevado a la necesidad de la creación de sistemas para examinar este ser social, emerge un régimen de control basado en el conocimiento. Las ciencias de la individualización, a partir de las técnicas de grabación rutinarias, amplifican y organizan las características individuales dentro de aparatos sistemáticos para la inscripción de la diferencia y la disciplinarización “haciendo el individuo pensable y practicable" (Rose. 1989: 130). Se hace manifiesto, pues, el rol productivo de la Psicología y la psicología social, entre los aparatos de regulación social, constituyendo la subjetividad y la intersubjetividad como posibles objetos de dirección racional: proporcionando una serie de descriptores que han pasado a formar parte del vocabulario de nuestra vida cotidiana para hablar de nosotros/as mismos/as y de los/las demás. En esta línea los trabajos que se refieren a la psicología evolutiva inscrita dentro de la ideología de la modernidad y su rol regulando el desarrollo del niño/a (Walkerdine, 1984 -en Henríquez y ot., 1984- y
1993, Burman, 1991) constituyen un buen ejemplo. Tal como Ibañez, (1990) señala, las ideologías referentes a la individualidad, la autonomía y la libertad tendrían unas implicaciones políticas concretas, como es la necesidad de “sujetos libres", capaces de ejercer su facultad de elección, que conviene al modelo democrático, con lo que la psicología social se rebela “intrínsecamente política”. 19.4.4. El”yo" relacional Otro cambio básico que se opera a partir de la modernidad desde la corriente del construccionismo social en Psicollogía (Gergen y Davis, 1985; Harré, 1986; Gergen, 1987,1991; Shotter y Gergen, 1989), es la forma de entender la identidad, a partir de la “relación”. Es decir, lo que se intenta es sustituir las teorías individualizadas de la identidad, del “yo”, por teorías más relacionales. Estos trabajos conllevan, entre otras cosas, el fin de la búsqueda de de las razones de nuestras actuaciones en nuestro yo de forma descontextualizada, (Shotter, 1989) y cambios en la forma de entender la autobiografía y las emociones, situándolas en una realidad relacional y no en esencias del ser personal. Se realza el papel del lenguaje como una forma de relación y no como un útil para la expresión de la realidad interna y se ve a los individuos como manifestaciones de las relaciones. Rompiendo, pues, también, tanto con el concepto de autonomía como con la dicotomía individuo/sociedad. Así, pues, en un contexto de reflexión posmoderna se da un giro epistemológico y metodológico que afecta tanto a los fundamentos de la disciplina como a su sujeto y, consecuentemente, un tema como el de la identidad se orienta de una forma radicalmente diferente. 19.5. El "sujeto posmoderno” Se habla de "sujeto posmoderno" para referirse a las nuevas formas de relacionarse y de pensarse uno/a mismo/a, fruto de los cambios generales ocurridos en la sociedad (tecnológicos y económicos). Se establece una relación entre la duda posmoderna hacia cualquier declaración de verdad y la duda general que se da hacia la participación política, hacia los medios de información y cualquier intento de definición, ya sea de uno/a mismo/a o de cualquier acontecimiento o posición. Comentaré dos aspectos concretos: el de la disolución y fragmentación del "yo" y el de la deconstrucción de las fronteras tradicionales del genero, características de la «subjetividad posmoderna", tanto como construcciones productoras de subjetividad. Mi intento es el de presentarlas dilemáticamente. Así, mientras se difuminan las fronteras de género, continúan las diferencias de poder, entre sexos y la fragmentación del "sujeto" puede presentarse problemática para los movimientos de liberación, pero útil para evitar los esencialismos. Consideremos, pues, las dos características citadas anteriormente: 19.5.1. La disolución y fragmentación del «yo” La asunción de la "muerte del hombre” como sujeto centro de la representación y de la historia, descentrando y desmitificando un orden logocénrrico, etnocéntrico y falocéntrico de las cosas, hace que tomen especial importancia los discursos a partir
de los cuales emergen las realidades del “otro» emitidas por las feministas y la etnicidad, así como el hecho de intentar pensar en y a través de las múltiples diferencias que constituyen nuestro mundo. Así, pues, en la posmodernidad se descentra y divide al individuo, se lo libera de la fijeza, de la identidad. En realidad lo interesante es el carácter temporal y circunscrito histórica y socialmente de la identidad. Esta ruptura de los limites del "yo" aparece de forma interesante en la metáfora que utiliza Haraway (1990) de un "cyborg", fenómeno que viola algunas distinciones dominantes, particularmente las que hay entre animales y humanos, humanos y máquinas, mentes y cuerpos y materialismo e idealismo, para ilustrar los valores mezclados del presente. Haraway apunta las posibilidades políticas que el presente posmoderno hace disponibles. Entre ellos la posibilidad del reconocimiento de lo múltiple y de los aspectos contradictorios de nuestras identidades individuales y colectivas. 19.5.1.1. Tecnología, posmodernidad y subjetividad La proliferación de las nuevas tecnologías electrónicas ha conllevado nuevos replanteamientos sobre el individuo y también sobre las relaciones que éste mantiene con el entorno. Todas las narrativas del “cyberpunk” (Ballard, Gibson, Leary...), desde las representaciones visuales hasta las electrónicas, forman parte de los discursos que se han dado como nuevas formas de concebirse al lado de los discursos de los analistas culturales. Baudrillard (1978) y Haraway (1990), por ejemplo, desde distintos acercamientos reconocen la importancia de la existencia tecnologizada que ha contribuido a la crisis de las descripciones del ser humano. No entraré aquí en los anteriores trabajos de Debord, Eco, etc., de los cuales se hacen eco los autores citados o los de Virilio (1988). Este último, por ejemplo, señala el papel del desarrollo acelerado de la información y las nuevas tecnologías que cuestionan las jerarquías y opciones tradicionales entre lo real y lo simulado. Estos discursos hacen posible la existencia de nuevas posiciones del sujeto en la existencia contemporánea y ponen en cuestión la diferencia entre humano/no humano, humano/máquina, orgánico/no orgánico, masculino/femenino, imagen/realidad, hasta las espaciales, derrumbando cualquiera de estas oposiciones. Es decir, los media electrónicos han provocado tanto cambios en la vida social como en la misma forma de pensarse los individuos. Toda esta reorganización y ruptura de los límites y fronteras es lo que habitualmente aparece tratado como “descentración del sujeto” en la literatura sobre la posmodernidad. Los distintos análisis que se hacen de esta nueva situación intentan comprender las consecuencias de estas disoluciones, Turkle (1992) sostiene, por ejemplo, que la difusión masiva de los ordenadores a partir de los años ochenta hace emerger una nueva cultura del individuo, así como una nueva estética tecnológica. Habla de un mundo vivido a través de sus sustitutos. Su idea es que la propia autoestima puede estar alimentada a partir de la administración de nuestro reflejo (la autoproyección) y el deseo de llegar a la fusión máquina/mente. En este sentido se daría un desplazamiento hacia la máquina de lo que es tan difícil pedir a los otros: una relación. Este análisis que recoge la idea del ensimismamiento y la desorientación es uno de los que más se repiten, junto con otros que pueden presentar las nuevas posibilidades que la tecnología ofrece a los seres humanos. Lo que me interesa resaltar es la
interconexión que se establece entre todos estos discursos y las prácticas cotidianas para una “otra” subjetividad. 19.5.1.2. El "yo saturauo" de Gergen Este trabajo es uno de los pocos que conecta directamente la pos modernidad con la forma de entender el "yo". Parte de la idea que la vida cultural en el siglo XX ha estado dominada por dos grandes vocabularios sobre el «yo»: el romántico (con características relativas a la profundidad personal) y el moderno (con las relativas a la razón), ambos de enormes consecuencias para la vida cotidiana. Los dos caen en desuso, según Gergen (1991), como resultado del proceso de la saturación social (con las nuevas tecnologías y la variedad de relaciones en las que estamos implicados se daría una ruptura de las formas de vida típicas de las relaciones humanas, intensificándose el intercambio y apareciendo relaciones con nuevas claves), que junto con el poblamiento del "yo» (la infusión de identidades parciales y la liberación de la esencia por parte del individuo) conducen a una condición rnultifrénica (en la cual uno/a experimenta el vértigo de la multiplicidad ilimitada). Este cambio, pues, se operaría al estar cada vez más expuestos a las imágenes y acciones de los otros, lo que hace que ya no se pueda tener un sentido seguro del "yo" y que aparezca la "duda" en la misma asunción de una identidad limitada y con atributos palpables, hasta llegar a una concepción del "yo" más relacional. La conciencia de las construcciones nos llevaría a plantearnos que «quién» y "qué» somos no es el resultado de nuestra "esencia" personal (sentimientos reales, creencias profundas, etc.), sino de «cómo» somos construidos/as, en diversos grupos, relaciones sociales. 19.5.2. La deconstrucción de las definiciones tradicionales de género Desde las propuestas posmodernas se preconiza trascender los binarismos ya que las categorías dicotómicas del pensamiento occidental incorporan una determinada forma de ordenar el mundo que no es neutra, sino que implica un sistema de desigualdades. Así, los límites entre estilos, sexualidad y género se vuelven nublosos. La deconstrucción de las categorías masculino y femenino es uno de los puntos que se presenta como problemático por parte de las teorías feministas en relación con las propuestas posmodernas por lo que implicaría el renunciar a las experiencias particulares como mujeres y pasar por alto la realidad de las desigualdades de genero/sexo. Se denuncia que hablar de género, clase y raza como de terrenos de diferencia, esconde que estos territorios son también territorios de poder (Barret, 1990). Tal como sostiene De Lauretis (1987), el género se constituye a partir de los discursos y representaciones culturales, a partir de las diversas tecnologías sociales que van desde los mass-media, las relaciones de la vida cotidiana pasando por los discursos institucionalizados de las distintas disciplinas; no es algo propiedad de los cuerpos o que exista originariamente. Por tanto, asignar un individuo a una entidad dentro de un grupo mientras se lo diferencia del otro constituye a los individuos como hombres y mujeres. En este sencido, tanto la diferencia sexual como la de género formarían parte de un mecanismo de poder divisorio de los sujetos y, consecuentemente, regulador de unos y otros. Tanto nuestro lenguaje como nuestra
historia cultural y las formas sociales están "generadas", es decir, responden a un sistema de relaciones de poder y de género. ¿Cómo abordar pues la cuestión del genero? Una propuesta interesante es la de Butler (1990) sobre la “identidad", que retomando el concepto de "parodia" de Bakhtin, la ve como susceptible de ser deconstruida a partir de una “parodia del género" (un discurso de lucha entre dos o más voces), en la cual los significados del género pueden ser plurales y performados a partir de hacerlo permanenternentce "problemático". Ademas, siguiendo a Foucault. Butler enfatiza el hecho de que la categoría sexo es inevitablemente regulativa. En este sentido cabe señalar que las reivindicaciones apasionadas de la “androginia” como ruptura de la dicotomía masculino-femenino, no implican una superación de la dualidad, ya que como muy bien hace notar Hekmann (1990), en realidad no la cuestionan o deconstruyen en sí misma, sino que continúan perpetuándola Resumiendo, aunque haya un cambio hacia nuevas formas de relación no se puede dejar de considerar sus efectos, en términos de relaciones de poder y legitimación desigualdades. Sin embargo, más que no diferenciar entre las categorías “hombre” y “mujer”, es interesante su deconstrucción, examinando también las otras formas de diferencias/desigualdades que existen dentro de ellas y no sólo entre ellas; ambos mecanismos de regulación social. 19.6. Discursos del "yo": posiciones "posmodernas" y relaciones sexo/género Según la idea de que la subjetividad se construye como resultado del ejercicio de poder/saber con conceptos como “identidad personal”, “género”, “sexo”..., hasta las categorías “hombre” y “mujer”, y partiendo del supuesto de que los contenidos del saber así como cualquier producción sobre la posmodernidad se insertan en lo social y conforman la realidad, inscribiendo la subjetividad y constituyendo bases de funcionamiento, he escogido unos fragmentos del discurso de hombres y mujeres acerca de sí mismos y de las relaciones que mantienen entre sí, con el fin de analizar qué identidades se construyen en el discurso cotidiano, de qué forma y con qué efectos. En este sentido no debe entenderse una relación directa entre, por ejemplo, “individuo posmoderno” y su reproducción/incorporación en la “forma de ser” de la gente, sino más bien en el sentido que los múltiples discursos sobre la posmodernidad y el individuo posmoderno la construyen y se construyen haciendo posibles nuevas (y/o viejas) posiciones del sujeto, a partir de su reflexivo origen/ inserción en lo social. Estos fraccionamientos de las unidades discursivas e incluso del mismo discurso de su primer análisis obedecen a mi interés para enfatizar unos determinados efectos de sentido que son los que me permiten «polemizar» sobre estas diversas “identidades" que emergen en el discurso se dan en una red intersubjetiva que construye "el (los) yo" en relación al "otro/a", como efecto del lenguaje y en el cual, obviamente, participábamos los/as demás (aunque no lo analizaré aquí) Así, pues, señalaré los que me han parecido interesantes por lo que suponen de resistencia y/o constricción respecto a la regulación de hombres y mujeres, pero especialmente por lo que respecta a la desigualdad de poder, y como ejemplos de los dilemas planteados. Partiendo de que las explicaciones y descripciones del mundo constituyen formas de acción social (Gergen. 1973; 1985), además de la tesis según la cual los dilemas
presentes reflejarán la sociedad presente, así como la idea de que estos no son universales, sino ideológicamente creados y productos de la historia (Blllig et al, 1988), he realizado un análisis del discurso producido en varios grupos de discusión. Se ha seguido el método de Potter y Wheterell (1987) identificando los efectos que el material discursivo producía y mirando el texto no como producido por tal o cual sujeto, sino en tanto que su enunciación es el correlato de una cierta posición sociohistórica, por la cual los enunciados aparecen sustituibles y se consideran las posiciones de género independientes de si quien hablaba era hombre o mujer. También según el tipo de análisis que utiliza Parker (1988), basado en la teoría de la deconstrucción de Derrida y la idea de "posicionamiento en el discurso» de Foucault (1982), en el sentido de que diversos discursos coexistentes y potencialmente contradictorios referentes a un tema concreto hacen disponibles distintas posiciones y diferentes poderes para hombres y mujeres. Fragmento I) El rechazo de la identidad de sexo/género: “semejanzas” y «diferencias» como constructos explicativos y sus efectos en términos de desigualdades de poder Uno de los efectos que produce la lectura de las entrevistas, es que el discurso se moviliza a partir de un trazado de semejanzas “entre” y diferencias “intra” sexos. Por una parte, a) la utilización de las diferencias entre un mismo sexo sirve para evitar la universalización de las afirmaciones y la esencialización, relativizando cualquier afirmación que pudiera hacerse sobre una identidad género/sexo: 1) "No puedo hablar, la mujer, hoy en día. es tal (...), hay muchos tipos de mujer (...)." Por otra, b) la utilización de las semejanza entre los dos sexos consigue una relativización de las definiciones por género, pero con efectos opuestos. Uno, es que rehuyendo las definiciones tradicionales de género contrapuestas según el sexo, evitan los esencialismos. Pero el otro efecto es el de una “neutralización” de las denuncias de situaciones de desigualdad de poder a partir de la relativización. El siguiente extracto hace referencia a que el riesgo de violación es igual para un chico que para una chica y se relativiza: 2) “... también hay riesgo de que violen a un chico (...). Es la manera de plantearse las cosas.” Es decir, en este caso, se niegan las diferencias, ignorando la situación de desigualdad y desproveyéndola de su capacidad de denuncia. Fragmento 2) La construcción de la polaridad del género Otra construcción del género es la que mantiene su polaridad: masculino y femenino, como equipados de diferentes rasgos definitorios y complementarios, de entre los cuales uno/a “elige libremente”: 3) “Hay distintas identidades, que unas se pueden identificar con el género masculino, otras con el femenino y tú, independientemente de tu sexo (...), según tus características, tu forma de ser, tu sensibilidad, o lo que sea, puedes tener identidad masculina o femenina.” Con lo cual se construye al individuo como “anterior a” y con “libertad” para escoger su propia identidad. Aunque esta construcción presenta un rechazo a ser definido en función de la relación sexo/género y plantea una androginia en otros casos como solución, cae, sin embargo, en la falacia del individuo "libre" para escoger y sin constricciones sociales y perpetuando, de hecho, la dualidad de género.
Por otro lado. emerge una construcción clásica de las relaciones de género reificándolas. en su correspondencia sexo-género, por ejemplo, en los casos extremos. En el ejemplo, se comenta despectivamente un rasgo masculino que, en una mujer, continúa ocasionando un “choque” al sentido clásico de la feminidad: 4) “No es lo mismo porque lo ha desvirtuado. Elevándolo a un extremo de cómic, casi.” Fragmento 3) La construcción de la identidad como «fija» versus la construcción de la identidad como “mutable” Emergen construcciones de la identidad en un doble aspecto, una, como fija, para La que he escogido un fragmento del discurso en que hablando del machismo, las argumentaciones se construyen como efecto de un cierto determinismo psicológico o social de los hombres. Es decir, por causas «internas incontroladas": 5) “En un momento dado (...), funcionas de esa forma, de impulso.” O bien por causas socio-históricas: 6)”(...) culturalmente ya funcionas de esa forma, aunque racionalmente sepas que es discriminatorio, tienes asumido un rol (...), está determinada una función, el hombre, en la sociedad, hace lo que le toca hacer como hombre (...) no puedes salir de tu época.” Pero ambos presuponen una cierta fijación de la identidad que dificulta el cambio. La otra con ductilidad para actuar en función de las situaciones: 7) “(...) Yo soy capaz de ser con mis padres aquel día una persona (...), yo sigo siendo yo, sin problemas.” Resumiendo, parte de la forma que toma la construcción de la identidad, se puede entender como la modernidad de la construcción posmoderna del «yo”, en el sentido que, aunque en un principio se contraponen fijeza/movilidad, la concepción de que el sujeto puede elegir entre una pluralidad de identidades disponibles, como si de un/a actor/riz se tratase, que se podría considerar como una característica del "yo" posmoderno, esconde detrás suyo la permanencia de la visión moderna del individuo, ya que conserva tanto la dicotomía entre individuo y sociedad como una visión individualizada de la persona. Las dos construcciones, la moderna y la posmoderna, se producen simultáneamente. Se ofrece una visión psicologizada de tos procesos sociales, que pone en evidencia la permanencia de la concepción de la persona como libre y autónoma y, de hecho, la continuación de la prevalencia de la concepción del individuo como un núcleo desde donde sale todo, con el consecuente efecto de no considerar las constricciones socio-culturales y las situaciones de desigualdad, fruto del discurso liberal y la sociedad de consumo. Algo parecido sucede con el rechazo de una definición sexo/genero: se rehúye el esencialismo, pero con efectos neutralizadores a partir de la relativización pura con las desigualdades de poder o construyéndose en androginia. pero perpetuando las diferencias de género. Sin embargo, hombres y mujeres se posicionan dilemáticamente en los discursos, a la vez que hacen, constituyen, “posiciones” para los/as otros/as, de forma activa y contradictoria y en estos ejercicios se constituyen distintas posiciones de poder. En este sentido, tanto la masculinidad como la feminidad o el "yo" son constituidos socialmente en y a través del discurso. Son estas realidades narrativas las que otorgan significación y estructura a las experiencias. Esto no debe entenderse como si no hubiera ninguna materialidad en las construcciones textuales sino como el continuo
resultado, a la vez que la condición presente, producida y reproducida por la agencia humana. Puesto que las diversas “teorías "self"" pueden entenderse como prescripciones de en qué consiste "ser humano", aunque la posmodernidad se construye intersubjetivamente en algunas de sus formas, queda abierto el debate sobre sus efectos. No puedo terminar sin hacer referencia a la dificultad que supone dejar de utilizar la terminología y los referentes “clásicos” al hablar de subjetividad y, por tanto, reproducir un determinado orden. Por ejemplo, al hablar de interno o psicológico versus social, etc. Por otra parte, creo que la idea de la identidad en relación con múltiples y relativas posiciones y rehuyendo una identidad “esencial”, "generada" y "fija" para pasar a considerarla como algo contextualizable, negociado en las múltiples relaciones y fragmentado, es interesante tanto políticamente como relacionalmente, aunque con sus paradojas y dilemas, tal como he intentado plantear, por lo que supone en términos de relaciones de poder. A mi modo de ver, una concepción de la identidad en constante proceso, en experiencias y relaciones diversas, no impide un continuo análisis en términos de poder. Deconstruir o descentrar la subjetividad no significa negarla, sino cuestionarla y analizarla de otras formas, rehuir la esencialización, en definitiva, someter cualquier categoría permanentemente a revisión.
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