PDF (Capítulo 12)

acudían a la biblioteca; y ellos y los miembros de la tertulia a que concurrían de ...... Por mi parte, confieso que los versos de marras sierapre llamaron mi aten-.
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CAPITULO XII La tertulia £uiro^¿/ica.—Valdés.—Rodríguez.—Gruesso y su leyenda.—La tertulia del Buen gujio.—Manrique.—Salazar.—Montalvo y otros escritores.

El segundo círculo literario que existía en Santafé era el llamado tertulia Eutropélica, encabezada por don Manuel S. Rodríguez, cuya biografía conocemos. Rodríguez tenía muchos discípulos que acudían a la biblioteca; y ellos y los miembros de la tertulia a que concurrían de noche, formaban un círculo aparte. En el Papel Periódico se encuentran varios rasgos en prosa y verso producidos por sus miembros, y de escaso mérito. Todo se resentía de la medianía del director y de la frialdad de la escuela literaria que entonces privaba, y que si no alcanzó a dar un ingenio superior en España, mucho menos lo daría en Santafé. Los miembros más notables de este círculo fueron Valdés, Rodríguez y Gruesso, de quienes vamos a hablar. Don José María Valdés era natural de Popayán. Siendo hijo de una farailia distinguida, le fue fácil adquirir buena educación. Sus facultades poéticas eran asombrosas como improvisador y epigramático; y por esta circunstancia y la de su carácter festivo, era el alma de las tertulias y paseos, en donde derramaba su inagotable salero. Aunque no vino a Bogotá, se había criado con Rodríguez y Gruesso; y éstos, y particularmente el último, lo relacionaron con don Manuel del Socorro, y era socio honorario eutropélico. A él se le atribuye aquella quintilla que dice: San Martín, con ser francés. Partió la capa con Dios; Y tú, Martin de Valdés, Si Cristo tuviera dos, Quisieras quitarle tres.

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improvisada contra un pariente suyo, cuyo defecto consta en la quintilla. Se cree que murió antes de 1800, y sus obras, la raayor parte improvisadones, se perdieron. Se conservan algunos versos de una composición suya, contra las mujeres, escrita en buenas redondillas. Cuentan sus contemporáneos que a pesar de su genio inclinado a la zumba y al epigrama, cuando llegaba a escribir en estilo serio, era muy tierno y melancólico. ¡De contrariedades está hecho el horabre! (1). Don Francisco Antonio Rodríguez, contemporáneo, amigo y paisano del anterior, era también poeta. Circulan algunas composiciones suyas en Popayán, y son de escaso mérito. Las dos mejores que se conservan son una en décimas y otra en pareados. La primera fue escrita en norabre de un tal de Várela, que hablaba en términos muy rebuscados y altisonantes; y el mérito consiste en que no hay una sola palabra que se entienda. Es inútil insertarla, porque no habiendo conocido a la víctiraa, ni las rail ridiculeces a que alude, no habría para qué pensar en entenderla. No sucede así con la segunda: tiene rasgos felices, y su lectura hace sentir que no hubiera habido curiosos que conservaran sus demás composiciones, entre las que se encontrarían, sin duda, buenas compañeras de la siguiente, que fue dirigida a un ascendiente del que esto escribe, por cuyo motivo se conservó y la insertamos:

(1) Una versión esmerada en romance endecasílabo, de los libros v a xii d e la Eneida de Virgilio, hecha para completar la traducción de Iriarte, constituye el mejor título que como literato nos legó este sabio religioso del Colegio de Misiones de Nuestra Señora de Gracia, de Popayán. La traducción de Virgilio, concluida un año antes de la muerte de Valdés, se ha perdido; pero, para apreciarla, nos queda el testimonio de don Mariano del Campo Larraondo, quien dice que el trabajo de Iriarte y el de Valdés "parecían de una sola mano". Y es sabido, por don Miguel Antonio Caro, que, "intérprete docto y juicioso, Iriarte empero no entendía la idealidad de la poesía y por su incurable prosaísmo era el hombre más incapaz de trasladar a lengua alguna las delicadezas y primores de Virgilio". Fray José María murió hallándose de misionero en el Chocó, en noviembre d e 1803, a la edad de treinta y tres años. Casi nada de su obra se conserva, salvo las célebres Redondillas en contra de las mujeres, no escasas de inspiración, a u n q u e difusas y monótonas, que un moderno versificador, nada escrupuloso, publicó como propias en una revista suramericana. (Nota de G. O. M.) .

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FELICITACIÓN al señor oidor doctor Nicolás Prieto y Dávila. Señor oidor: si yo no me he alegrado al ver tu ilustre mérito premiado; si mi alma hasta las cachas no se alegra, digo que mi mujer se vuelva suegra; niegúeme Pitio Apolo sus concetos y en vez de versos para yo muletos, pero ¿de cuándo acá yo necesito acreditar in voce o por escrito a Usía, señor, mi afecto inalterable, afecto de una vida perdurable con aqueste montón de imprecaciones? fuera brujas, afuera maldiciones, porque sin vuestro auxilio yo protesto, y sin fundarlo en leyes del Digesto, que excede mi alegría en tercio y quinto a cuantas contener puede el recinto del pecho más alegre y más yucundo que se halle en todo el ámbito del mundo. Vuelvo a decirlo: nada hay que limite mí gozo; y cuantas veces me permite el derecho, me alegro y me recreo, me trasporto, me gozo y zarandeo, más que diez pascuas aunque sean de flores, más que mil chirimías y tambores, y aínda mais que la bella primavera siempre risueña y siempre placentera. Me alegro, me realegro, me archi-alegro, m e proto-alegro y me tatara-alegro. Musas, sedme testigos que este día llega hasta lo infíinto mi alegría; y que en fe de lo que amo a tal oidor, seré desde hoy devoto con fervor de audio audis, sus tiempos y sus modos, de sus compuestos y parientes todos: rezaré, sin faltar, todos los dias con mucha devoción las letanías, sólo por repetir con grata voz juntos el audi y el exaudí nos; cantaré los sentidos corporales, y diré que son unos animales los que dicen que ver es el primero porque al oir desde ahora lo pretiero: protesto ir a los sermones píos en que nos diga el Padre: oyentes mios;

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será el objeto de mi fe devota todo auditor de la Romana Rota; contra los sordos guardaré rencores porque no son ni pueden ser oidores; trataré con injurias infinitas a cuantas cosas fueren inauditas; hablo sólo de tejas para abajo, pues si estos versos tienen el trabajo de que los lea alguna madre beata epicena entre rubia y timorata, talvez dijera, aunque mi fe se queje, que tiene aquese pie cara de hereje: ¡mal año, y además una buena higa para la beata que tal cosa diga! Mas, para usía, señor, años dorados, años risueños, años prolongados, años que vengan sin climaterismo, años que hagan de siglos im abismo en que la afortunada Quito bella goce del fausto influjo de la estrella q u e en vos le da un ministro a cuya frente d ñ e Temis laurel resplandeciente; u n ministro excelente y exquisito, q u e por antonosamia es el perito, según el anagrama de Prieto, q u e os ha cantado cierto autor discreto q u e soy yo p r o p i o . . . juro al misrao Apolo, que es el rigor de consonante sólo qiuen me aplica este título sin tino, pues me conozco pecador indino, y ser discreto es cierto que no espero, a menos que en el Sacro Orden Tercero título se me dé; mas, ¿qué me admiro si disparo tal vez y tal deliro? Pues no hay poeta, aunque entre el más bueno, q u e sin cascabel tenga el calvatrueno. Vamos al caso, que estas digresiones nada más hacen que aumentar renglones, digo, pues, como digo de mi cuento, q u e sobre ese ilustrado entendimiento q u e es de las leyes patria y domicilio y a quien la misma Astrea pide auxilio; sobre ese noble corazón piadoso, magnánimo, bizarro, generoso; sobre ese fondo grande de prudenda; sobre esa pública y notoria ciencia,

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(ciencia tal, que aun usía sin ser suañsta es más, sin duda, que ciencia-medista porque la ciencia media no tolera, por llevarse la dencia toda entera) ; sobre esa rectitud, sobre ese esraero y sobre ese complejo todo entero de prendas naturales y adquiridas por vuestra ilustre sangre sostenidas, cae la toga mejor (¡verdad es, cielos!) que la más dulce miel sobre buñuelos. Ergo a fortiori tengo mil razones de sentir los más vivos alegrones, los impulsos de gozo más patéticos y los transportes más peripatéticos. No hable ya raás de su Areópago Atenas; Roma de su Senado, porque apenas llegan sus celebrados héroes juntos de tu zapato hasta los cuatro puntos. No hablo de San Dionisio Areopagita, por si forte la beata suso-escrita me llega a leer; no intento con los santos compararos, señor, aunque de tantos como hay letrados, quiero que uno seas, y que en el cielo (y yo también) te veas. Volví a caer en otra digresión; pero, ¿qué haré, si es tal la tentación que tengo de alegrarme en este caso, que salgo de raí mismo a cada paso? Mas, ya, señor, que es fuerza que te ausentes a bañar con tus luces otras gentes, ilustrando de Quito el horizonte mucho mejor que el Padre de Faetonte, desde ahora en aquella forma y vía que haya lugar, os pido, si algún día se deja ver en la real Audiencia, (pues todo puede ser en rai conciencia), de rai puño firmado algún escrito, que mandes, y proveas, cual solicito. Y acaso talvez habéis pensado, que demasiadamente me he alargado en este parabién, yo os aseguro y casi iba a deciros que lo juro, que estando de alegría tan absorto, no tuve tiempo de escribirlo corto. Guárdeos el cielo, lo que necesita Quito, que a Popayán el gusto quita de poseeros, pero no el de amaros, cual lo exigen tus méritos preclaros.

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Dada en Seguengue sobre aquel ribazo que es el Vicegerente del Parnaso, y en el mes en que todos de alegría gritan "¡San Juan, San Juan!" de noche y dia (1).

Don José María Gruesso nadó en Popayán en 1779 y pertenecía a una de las familias acomodadas de aquella ciudad. Hizo sus primeros estudios en el colegio seminario, y pasó luego a cursar facultades mayores en el de San Bartoloraé, donde el amigo de los jóvenes^ el venerable Socorro Rodríguez, le dio lecciones de literatura y le fomentó sus naturales disposiciones para la poesía. Había concluido su estudio de jurisprudencia, y pensaba ya en volver a Popayán (1804) llevando además de su grado de doctor una amable corapañera. Estaba locaraente enaraorado de la señorita Jacinta Ugarte con quien iba a celebrar matrimonio y partir inmediatamente a su país. Pocos días antes de este doble suceso, quiso ir con algunos amigos a visitar la maravilla bogotana, el Salto de Tequendama, paseo obligado de todos los forasteros. Regresó a las veinticuatro horas; vistióse y se dirigió a casa de su amada, lleno de ilusiones, de dicha y de amor. Los corredores estaban solitarios; abrió la puerta de la sala y encontró a toda la familia reunida y llorando en derredor del féretro en que yacía doña Jacinta, muerta de repente y en la flor de su hermosura, la noche anterior. La conmoción que despedazó el alraa del infeliz amante no es para escrita sino para sentirla. Jaraás pudo suponer el duque de Rivas al escribir su romance de La vuelta deseada en que figura una Jacinta, muerta de repente, y un novio que llega y la encuentra en su féretro, que el suceso que inventaba para materia de uno de sus lindos romances era simplemente una historia. Todo esto confirma la idea de que el señor Ricardo (I) Francisco Antonio Rodríguez nació en Popayán hacia 1750. Fue su padre el tunjano José Manuel Rodríguez de Cárdenas y su madre Catalina de Chaos (apellido que después se convirtió en Chaux) . Obtuvo en el Seminario de Popayán los títulos de bachiller, en 1765, y de maestro, dos años después. En Bogotá se graduó de doctor en jurisprudencia. En 1806 apareció en la imprenta Real de don Bruno Espinosa de los Monteros un Trecenario que al culto del admirable taumaturgo San Antonio de Padua consagra su devoto siervo el doctor don Francisco Antonio Rodríguez, quien lo dedica al M. R. P. Guardián Fray Francisco Custodio de los Angeles Delgado. Es un cuadernito de 32 páginas en 12', que, según todas las apariencias, fue escrito por el eutropélico payanes. Ejerció algunos cargos públicos en su ciudad nativa, entre ellos el de alcalde provincial, nombrado por los realistas, y murió en 1817. (Nota de G. O. M.).

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Carrasquilla y el que esto escribe han hecho una monomanía que repiten seis veces por semana: "La novela no se inventa: la más enredada e inverosímil está copiada de alguna realidad." Por lo que hace a Gruesso, salió con el alma muerta del lugar en que había visto caer a pedazos su vida entera, y se fue en derechura al colegio de San Bartolomé: al día siguiente empezó estudios eclesiásticos, y dos años después se ordenó y se volvió, ya sacerdote, a Popayán, donde vivió "triste hasta la muerte". Durante los primeros días de su retiro y de su desventura, escribió Las noches de Geussor (anagrama de su apellido) (1) a imitación de Las noches de Young. De esta obra, que constaba de treinta cantos o sea treinta noches, no se conservan sino tres que poseeraos, y son las siguientes: Noche N La Soledad. Dedicada al señor don Manuel del Socorro Rodríguez. Noche 2? La Noche. Dedicada al señor doctor don Francisco Antonio Rodríguez. Noche 3'^ El Remordimiento. Dedicada a don Raraón Franco. El metro que escogió, y era el favorito de Gruesso, es el romance endecasílabo. Al leerlo, se maldice una vez más el pueril arte de la imitación, que priva de tantas bellezas a la literatura. Donde iraita a Young es raediano y frío; en los pocos pedazos en que deja al raaestro a un lado y solloza con su propio corazón, es magnífico. Las noches era la obra que trabajaba: una introducción manuscrita que dejó, y que no escribió sino para él mismo, es lo fugaz, lo que no debía salir a luz. La obra estaba trabajada con todas las reglas del arte, y nada vale; la introducción está trabajada sin más reglas que el dolor, y vale mucho. Transcribiremos algunos párrafos: "Las ficciones más profanas eran el ídolo de mi corazón, y los asuntos más estériles, el objeto favorito de rais cantos. Las gracias de una belleza que ahora existe sumergida en la noche callada de los sepulcros; los atractivos de una joven infeliz, que desapareció repentinamente de entre los hombres, que la adoraban por sus virtudes y sus talentos asombrosos; esas gracias... esos atractivos... ¡con qué fuerza tan poderosa me arrastraban!.. . Mas, ya desapareció el prestigio; ya se desvanecieron las ilusiones queridas que mandaban con (1) Las Noches de Zacarías Geussor, socio de la Junta privada del Buen gusto en el Colegio Real, Mayor y Seminario de San Bartolomé. En la ciudad de Santafé de Bogotá. Año de 1804. 1 volumen, M. S.

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despotismo en mi voluntad. Ya no prodigaré el incienso de mi alabanza al ser frágil y perecedero que se eclipsa en el momento de su brillantez... ¡Oh Dios inmenso! ¡Cuánta es tu misericordia y tu piedad!... T ú arrojas sobre los hombres una mirada de salud... Cuando se pone sobre las cabezas de los hijos de Payan la negra tempestad, formada por los vapores que salen del abismo honditronante del Puracé, ¿quién es el que la desvanece y la disipa? ¿quién el que manda un viento irapetuoso que la arranca de su asiento y la coloca sobre la cima de los Andes, o la arroja a las llanuras líquidas del sur? "¿En dónde, en dónde existes ahora, oh tú, genio inmortal, que fuiste en un tiempo el honor y las delicias de mi patria? ¿Criatura divina y talento desgraciado, Valdés, en dónde existes? ¡Ay! la muerte no ha respetado al que era digno de la adoración de todo el universo! Los númenes de la poesía y de la elocuencia lloran hasta hoy su pérdida y exhalan sus gemidos en las orillas del sonoroso C a u c a . . . T ú también, ¡oh Socorro! dentro de poco tiempo restituirás a la tierra el polvo que fue depositario de una alma divina, llena de todas las virtudes.. . que no moverán a compasión al monstruo furibundo, que el cielo suscitó en su cólera contra el hombre. "Ya he cumplido con una obligación santa, pero, ¡cuánto ha tenido que sufrir mi constancia! Mis pasiones se sublevan, y aquel rec u e r d o . . . aquel recuerdo vencedor... ¡Cómo hiciera yo para que no viniera a perturbarme! ¡Oh, Dios eterno, ven presto a socorrerme! Yo la m i r o . . . la miro que se levanta de su sepulcro... que me rinde y que me vence.. . Ay, objeto idolatrado y causador de todos mis males! Vuelve a tu mansión de silencio y de quietud, vuelve a tu sepulcro, a tu noche sempiterna y sombría! Has muerto a la luz; muere también en mi memoria! ¿Por qué vienes otra vez a este mundo miserable? ¿A qué renovar la herida, la cruel herida que me hiciste? Déjame quieto, déjame tranquilo, belleza desgraciada! ¿Para qué vienes a usurpar estas pocas lágrimas que tengo consagradas a mi arrepentimieno? ¿No te bastan las que he derramado desde aquel instante fatal en que la inhumana muerte, sin consideración a lo mucho que valías, desbarató tantos proyectos cuando los íbamos a realizar, cuando ya íbamos a unirnos santamente? ¡Ay, qué infeliz soyl ¡Cómo me dejo dominar de una pasión que se debía extinguir con

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la memoria de quien la excitó! ¡Un esquelto pálido y frío! ¡Un se, pulcro que encierra la juventud, las gracias seductoras con tantas li'sonjeras esperanzas! ¡He aquí mi desengaño, he aquí la causa de mi arrepentimiento, he aquí la vanidad de las cosas de este mundo inconstante y engañador! ¡Oh mundo engañador! ¡Quién no se aleja . d e ti! ¡Insensato, insen.sato de raí! ¡Quién no detesta tus vanidades cuando ni Lisis... ya la nombré!.. . Lisis era tan modesta, que ni aun me permitía cantar sus virtudes y talentos bajo su propio nomí.bre..." Así lloraba en el silencio de la noche y en la paz de su refugio aquella alma tierna y ardiente, luchando entre Dios a quien se iba a consagrar, y el honesto amor terreno a que se había consagrado. El golpe que recibió hubiera doblado el cuello de un gigante, y desgarró el corazón profundamente tierno y afectuoso de Gruesso. Por fortuna, era entonces la religión el puerto de las almas desoladas; i hoy lo son los vicios o el suicidio. Poco tardó en ordenarse y en regresar a Popayán. El obispo de aquella diócesis, don Salvador Jiménez, rodeó de afecto y consideraciones al virtuoso e inteligente sacerdote