NADA, DE CARMEN LAFORET Y EL JARAMA, DE SÁNCHEZ FERLOSIO: LA DESILUSIÓN Y EL TEDIO EN LA JUVENTUD DE LA ESPAÑA DE POSGUERRA1 Bárbara Nunes Pereira José Alberto Miranda Poza Universidade Federal de Pernambuco
RESUMO O ―problema da Espanha‖ é uma forma de fazer referência à preocupação pelos problemas de identidade desse país. Com a tomada do poder, em 1939, pelo Geral Franco, após a Guerra Civil, Espanha tinha se transformado em uma ditadura que vai durar 36 anos, caracterizados por uma forte presença de autoritarismo e com grande influência da Igreja Católica. A posição das artes, em especial da literatura, foi de reflexão para dentro baseada no existencialismo e no realismo crítico. Os escritores se utilizaram das paisagens grisalhas e da destruição causada pela guerra para explorar a falta de expectativas e o tédio dos espanhóis, através do gênero do romance. A literatura ―revela um mal-estar que, em último termo, é social. Com efeito, embora a censura faça impossível qualquer tentativa de denúncia e limite sua ação ao testemunho, o desenho da sociedade que os romancistas proporcionam se caracteriza pelos tons grisalhos‖ (Tusón y Lázaro, 1980). Esses tons encontram-se em Nada, de Laforet. Seguindo a trilha traçada em La familia de Pascual Duarte (1942), de Cela, representa na Espanha de 40, a problemática existencial de uma personagem que, no caso, chega a Barcelona para estudar e se depara com uma família desestabilizada, espelho de uma parte dos ―vencedores‖ da Guerra Civil. Pertencente à Geração de Meados do Século, Rafael Sánchez Ferlosio desenha, por meio do objetivismo, dezesseis horas de um grupo de jovens nas margens do rio Jarama –que dá nome ao livro. Ao redor, retrata um grupo de adultos que passa o tempo num boteco próximo, misturando-se com os garotos num clima de tédio. Gonzalo Sobejano comenta que ―os velhos estão fatigados e são estáticos‖, enquanto os jovens ―não vão até lá para viver em plenitude, mas para esquecer que não vivem‖ (Gómez Ávila, 1988), ou seja, o tédio é marcado pelos domingos para os jovens e pelos dias de trabalho para os velhos. Embora os romances do pós-guerra acostumem privilegiar as personagens coletivas – como, mais tarde, ocorrerá em La Colmena (1951) de Cela, em El Jarama, a personagem coletiva é substituída pela personagem representativa, resumo de uma classe ou grupo social (os jovens, no rio; os velhos, no boteco), sem esquecer o que o próprio autor diz: não é possível dizer quem é o protagonista, como não seja, em verdade, o próprio rio. O olhar da juventude em tempos de pós-guerra é muito particular e aparece revelada em termos de falta de expectativa, de futuro, de onde se justificam os longos diálogos vazios de conteúdo e até vulgares (El Jarama) ou a abundância de detalhadas descrições sobre as condições ruins de sobrevivência dos vencedores, o ―estraperlo‖, a fome, o desprezo familiar (Nada). Os acontecimentos descritos na literatura, mostrando situações e lugares daquela Espanha, trazem-nos pensamentos sobre a posição crítica das gentes da época, o que 1
Este trabajo es oriundo de un proyecto de investigación que obtuvo Bolsa PIBIC/CNPq/UFPE en la convocatoria agosto 2013 / julio 2014.
lhes aconteceu, o que representava para elas seu próprio país. E tudo isso, remete a mesma pergunta: o que é Espanha? (Tusón y Lázaro, 1980; Vicens-Vives, 2012). Palavras-chave: o problema da Espanha; Nada; El Jarama; realismo crítico.
RESUMEN El "problema de España" es una manera de referirnos a la preocupación con los problemas identitarios de este país. Con la toma del poder, en 1939, por el general Francisco Franco, tras la Guerra Civil, España se había convertido en una dictadura de 36 años con fuerte presencia del autoritarismo y de la Iglesia Católica. La posición de las artes, especialmente de la literatura, fue de reflexión hacía adentro basándose en el existencialismo y realismo crítico. Los autores utilizaron el paisaje gris y derruido por la guerra para explotar la falta de perspectivas y el tedio de los españoles, en especial, a través de la novela. La literatura ―revela un malestar que, en último término, es social. Y, en efecto, aunque la censura haga imposible cualquier intento de denuncia y limite sus alcances al testimonio, la pintura social que comienzan a darnos los novelistas se caracteriza por sus tonos grises‖ (Tusón y Lázaro, 1980), que caracterizan una novela como Nada, de Laforet. Como antes lo hizo La familia de Pascual Duarte (1942), de Cela, Nada representa, en la España de los años 40, la problemática existencial de una personaje que, en este caso, va a Barcelona a estudiar y se depara con una familia desestabilizada espejo de una parte de los ―vencedores‖ de la Guerra Civil. Perteneciente a la Generación del Medio Siglo, Rafael Sánchez Ferlosio pinta, a través del objetivismo, dieciséis horas de un grupo de jóvenes en las márgenes del río Jarama - que da nombre al libro. A su alrededor, se retrata un grupo de adultos que está todo el tiempo en una taberna, mezclándose con los chicos en un ambiente de tedio. Gonzalo Sobejano señala que ―los viejos son fatigados y estáticos‖ y ―los jóvenes no vienen para vivir más plenamente, sino para olvidar que no viven‖ (Gómez Ávila, 1988), o sea, el tedio está marcado por los domingos, para estos, y por los días de trabajo, para aquellos. Aunque las novelas de la posguerra suelen privilegiar los personajes colectivos – como en La Colmena (1951) de Cela, en El Jarama, el personaje colectivo es sustituido por el personaje representativo, que resume una clase o grupo social (los jóvenes en el río o los viejos en la taberna), sin olvidarnos de que el proprio autor afirma que no se puede decir quién es el protagonista, como no resulte que sea el mismo río. La mirada de la juventud en los tiempos de guerra es muy particular y se revela sin propósitos de crecimiento, por eso, la narrativa consta de largos diálogos vulgares e informales (El Jarama) o abunda en descripciones detalladas sobre las malas condiciones de sobrevivencia de los vencedores, el estraperlo, el hambre o el desprecio familiar (Nada). Los acontecimientos descritos a través de la literatura que reflejan lugares y situaciones de aquella España, nos traen pensamientos sobre la posición crítica de gentes de la época, sobre lo que les ocurre y sobre su propio país. Y todo ello nos remite a la pregunta: ¿qué es España? (Tusón & Lázaro, 1980; Vicens-Vives, 2012). Palabras clave: el problema de España; Nada; El Jarama; realismo crítico.
Introducción La pregunta ¿qué es España? (Tusón y Lázaro, 1980) es una de las maneras que podemos utilizar para hacer referencia a la preocupación por los problemas identitarios del país. En 1939, Franco asumió el poder del país después de una Guerra Civil y comandó la única dictadura derechista que sobrevivió en Europa tras la Segunda Guerra Mundial‖ con una presencia fuerte del autoritarismo y de la Iglesia Católica: La religiosidad personal de una mayoría de los españoles experimentó un auge extraordinario en aquellos años, en buena medida a consecuencia de lo
vivido en la guerra. Las vocaciones nutrían como nunca los seminarios y los conventos, y la devoción popular, abiertamente fomentada por el régimen, se traducía en todo tipo de manifestaciones públicas de culto (…) El franquismo se dotó en estos años de un sistema legal que perpetuaba el estado de excepción justificado hasta entonces por la guerra y anulaba la obra de los reformadores laicos de la República. (BAJO ÁLVAREZ; GIL PRECHARROMÁN, 1998, p. 180-185)
A pesar de la censura aplicada en estos años, la posición de las artes, especialmente de la literatura, fue de reflexión hacia adentro, basándose en el existencialismo y en el realismo crítico. Los autores que no se exiliaron e intentaron continuar con sus producciones en España, utilizaron el paisaje gris y derruido por la guerra para explotar la falta de perspectivas y el tedio de los españoles, en especial, a través de la novela. Es ese tipo de paisaje el que caracteriza una novela como Nada (1945), de Carmen Laforet. Por otro lado, tenemos un representante de la Generación del Medio Siglo: Rafael Sánchez Ferlosio. El autor, utilizando la técnica del objetivismo, dibuja dieciséis horas de un grupo de jóvenes en las márgenes del río Jarama –que da nombre al libro, El Jarama (1956)–. A su alrededor, se retrata un grupo de adultos que se pasa el tiempo en una taberna, mezclándose con los chicos en un ambiente de tedio. A través de narrativas firmes, los dos autores consiguen traer universos distintos. Los problemas que apunta Laforet, como las diferencias sociales, el hambre y la falta de perspectiva de la juventud, nos traen, en palabras del escritor Miguel Delibes, la incógnita de que ―las cosas pueden cambiar o pueden seguir lo mismo‖ (apud CEREZALES, 1982, p. 157). En El Jarama se plasma la idea de una juventud simple y sin diálogos sustanciales al lado de personas mayores que están acostumbradas con una rutina melancólica. Estos son los puntos principales que serán desarrollados en este trabajo, que contempla la mirada de cómo estos autores, en los primeros años de la dictadura y con los recuerdos aún vivos de los períodos de escasez, cartillas de racionamiento incluidas, mercado negro y una doctrina religiosa tan fuerte, exponen una juventud sin perspectivas de crecimiento, sin futuro. La propuesta gira en torno a una concepción identitaria del país. España, aún hoy, sufre con los problemas separatistas, principalmente en Cataluña y en el País Vasco. Las concepciones y críticas que traemos en dos libros escritos en la dictadura entre los años 40 y 60 son de plena actualidad porque aún hoy España no ha conseguido crear una conciencia identitaria como una unidad política, cultural y social, es decir, que aunque los autores aquí apuntados se refieran a la época de la posguerra, la visión de una España fragmentada ya se producía
entonces –incluso antes, en la propia Guerra Civil entraron en juego, entre otras, esas cuestiones– en virtud de las contradicciones políticas, económicas y sociales. El Realismo y la novela: las nuevas manifestaciones de la posguerra Dentro de un escenario histórico de posguerra, las manifestaciones artísticas en España sufrieron problemas con la censura que, a veces, como en el caso del libro La Colmena (1951) de Camilo José Cela, publicado en Argentina y sólo después en España (1955), era incluso más acusada en lo moral y en lo religioso que en lo político. Varios artistas tuvieron que exiliarse y los que se quedaron sufrieron una fuerte censura, especialmente intensa en las dos primeras décadas. Como suele ocurrir en las temáticas de guerra, los artistas e intelectuales ponen sus obras al servicio de sus ideas políticas (PEDRAZA JIMÉNEZ y RODRÍGUEZ CÁCERES, 2007, p. 342), es decir, la literatura admite un carácter social que, en el franquismo, tuvo su éxito con el realismo, debido al desgate producido por las experimentaciones de la Vanguardia. En este sentido, a propósito del término realismo, decía Tringali (1924, p. 117-118): O belo se identifica com a verdade. Sente-se um autêntico fascínio pela representação fiel e objetiva da vida humana com seus problemas cotidianos. Nesse sentido, é uma forma particular de conhecimento. Narra-se o que realmente aconteceu ou pode acontecer. Não se admite o fantasmagórico, o absurdo, o impossível. Não se dá nenhuma informação falsa. A arte não mente. A arte se define como imitação. Não é criação livre da fantasia. Ela reflete a realidade. Não a realidade de modo universal como faz a ciência, (...) mas um reflexo típico, no sentido que reflete o individual e o universal ao mesmo tempo, captando o traço essencial do objeto que representa a particularidade da classe.
Aplicando esta visión a la realidad española, los artistas, en general, utilizan lo que ocurría a su alrededor como sustancia para sus creaciones. Laforet pinta Barcelona en las primeras líneas de Nada, ―un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas; de establecimientos cerrados; de faroles como centinelas borrachos de soledad (…) El coche dio la vuelta a la plaza de la Universidad y recuerdo que el bello edificio me conmovió como un grave saludo de bienvenida‖ (LAFORET, 2012, p. 71-72). Lo mismo hace Sánchez Ferlosio en El Jarama, donde expone con detalles la localización geográfica, principalmente, del río, que será el escenario principal de su novela: ―Describiré brevemente y por su orden estos ríos, empezando por Jarama: sus primeras fuentes se encuentran en el gneis de la vertiente Sur de
Somosierra, entre el Cerro de la Cebollera y el de Excomunión. Corre tocando la Provincia de Madrid…‖ (SÁNCHEZ FERLOSIO, p. 11) El realismo trae las ideas del presente a través de la novela. Como vamos a utilizar dos obras que son de este género, es interesante resaltar por qué la novela utiliza el presente como su tiempo narrativo. Para ello, evocamos las palabras Lukács (2000, p. 68-72) a propósito del contraste novela / epopeya: ―o romance é a forma de virilidade madura: isso significa que a completude de seu mundo, sob a perspectiva objetiva, é uma imperfeição (…) em contraposição à existência em repouso na forma consumada dos demais gêneros, aparece como algo em devir, como um processo.‖ Por su parte, Bakhtin (1998, p.418), a este respecto, afirma: ―quando o presente se torna o centro da orientação humana no tempo e no mundo, o tempo e o mundo perdem o seu caráter acabado, tanto no seu todo, como também em cada parte. O modelo temporal do mundo modifica-se radicalmente‖. Es decir, la novela transmite una realidad con todas las imperfecciones del mundo moderno, mezquino, tedioso y moralista del presente de posguerra de España. En este sentido: A obra literária não é o simples reflexo de uma consciência real e dada, mas a conscientização e concretização das tendências de um grupo social. A relação entre o pensamento coletivo e as criações artísticas não reside numa identidade de conteúdo, mas numa homologia de estruturas: o que se passa na sociedade é o que se passa no romance direta ou indiretamente. (SAMUEL, 1990, p. 110).
Laforet y la Nada de la juventud de 1945 La novela de Carmen Laforet, escrita en 1944 y ganadora del premio Nadal de 1945, refleja la problemática de una huérfana que viaja a Barcelona para vivir en casa de su abuela. Las primeras páginas de la novela ya dibujan el ambiente descrito por Tusón y Lázaro (1980, p.356): ―revela un malestar que, en último término, es social. Y, aunque la censura haga imposible cualquier intento de denuncia y limite los alcances del testimonio, la pintura social que comienzan a darnos los novelistas se caracteriza por sus tonos grises‖. La autora describe una ciudad sucia y destruida que se revela en el trayecto recorrido por la joven hasta la casa de sus parientes. La deprimente conservación del entorno, característica de este tipo de novela, dibuja ―un país que acaba de salir de una guerra de tres años, donde los autores arrastran todavía muy próximos el dolor y las vivencias del conflicto‖ como apunta Miguel Delibes (apud CEREZALES, 1982, p. 156). El hogar de los perdedores entre los vencedores provoca, a primera vista, casi un equívoco cuando Andrea intenta reconocer la casa que recordaba de anteriores visitas:
Lo que estaba delante de mí era un recibidor alumbrado por la única y débil bombilla que quedaba sujeta a uno de los brazos de la lámpara, magnífica y sucia de telarañas, que colgaba del techo. Un fondo oscuro de muebles colocados unos sobre otros como en las mudanzas. Y en primer término la mancha blanquinegra de una viejecita decrépita, en camisón, con una toquilla echada sobre los hombros. Quise pensar que me había equivocado de piso, pero aquella infeliz viejecilla conservaba una sonrisa de bondad tan dulce, que tuve la seguridad de que era mi abuela (LAFORET, 2012, p. 73)
Conviene en este punto recordar cuál era la situación social que se vivía en la posguerra española. A la conclusión de la Guerra Civil, España se quedó en ruinas y el abastecimiento se realizaba a través de cartillas de racionamiento ―cuyos cupones permitían a su poseedor adquirir modestas cantidades de alimentos de primera necesidad: pan, azúcar, carne, huevos, etc., así como tabaco o gasolina hasta 1952‖ (BAJO ÁLVAREZ y GIL PECHARROMÁN, 1998, p. 185), lo que provocó la existencia del estraperlo (mercado negro de alimentos, medicinas y otros productos de primera necesidad). Además de los problemas ya expuestos, el Estado Nuevo se definía como confesional, y pretendió organizar la vida de los españoles conforme a los más ortodoxos cánones de la doctrina de la Iglesia. Como consecuencia de ello, la religión ―se reveló como un eficaz instrumento de control social, y marcó la mentalidad de varias generaciones de españoles‖ (BAJO ÁLVAREZ y GIL PECHARROMÁN, 1998, p. 185). Con un adoctrinamiento tan fuerte, los preceptos cristianos también se aplicaron a temas como la suspensión de los divorcios, la obligatoriedad del matrimonio religioso, el estímulo a la natalidad y otros tipos de medidas que transmitiesen la moral y la ética católicas. En este contexto, Laforet ofrece la percepción de una juventud pobre y rica, a través de Andrea, Ena, Pons y los amigos-artistas de la Universidad que se asemejan entre sí debido a una falta de perspectiva y de objetivos futuros causada por las adversas condiciones sociales. En este punto, específicamente, la protagonista nos ofrece una visión de las condiciones de los perdedores entre los vencedores, o sea, de las personas que, aun habiendo apoyado al bando franquista en la guerra, vivieron en la miseria. Andrea llega a Barcelona con un sentimiento de esperanza y libertad que, a medida que leemos el libro, va perdiéndose y que solo parece volver con la perspectiva de un nuevo recomienzo en Madrid, al final de la novela, hacia donde se dirige acompañando a Ena y la familia de esta: Empecé a seguir – una gota entre la corriente – el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón
muy pesado – porque estaba casi lleno de libros – y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación. (LAFORET, 2012, p. 71) El aire de la mañana estimulaba. El suelo aparecía mojado con el rocío de la noche. Antes de entrar en el auto alcé los ojos hacia la casa donde había vivido un año. Los primeros rayos del sol chocaban contra sus ventanas. Unos momentos después, la calle Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí (LAFORET, 2012, p. 303 –el subrayado es nuestro–).
En la primera cita, se puede percibir que la joven llega a Barcelona con una excitación juvenil por lo nuevo, por el cambio y, principalmente, por la libertad. En la segunda, el sentimiento de esperanza no es por la llegada a Barcelona, sino por lo contrario, por abandonarla, lo que pone colofón a la novela: ―la calle Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí‖. Metafóricamente, la joven atribuye su posible felicidad a un cambio geográfico y fraternal (por salir de una zona rural a una metrópoli y cambiar su orfandad por un ambiente familiar que, en su cabeza, era organizado); después, con las sucesivas decepciones vividas, el cambio se produce de un modo semejante: salir de Barcelona ofrece la idea de felicidad por lo desconocido y por convivir con la familia de Ena, que, al contrario que la suya, era equilibrada y rica, lo que le proporcionaba una esperanza sobre su futuro. A partir de esta visión general sobre el texto, podremos preguntarnos: ¿cómo, en poco más de doscientas páginas, Laforet consigue destruir las halagüeñas perspectivas que a la protagonista se le planteaban al comienzo de la novela? ¿Qué le ocurre a la familia de Andrea? ¿Quiénes son sus amigos ricos, representantes de los vencedores entre los vencedores? Primeramente, vamos a organizar los personajes de su ciclo familiar, que no son minuciosamente descritos por la autora, lo que obliga al lector a una experiencia de creación. En términos generales, la Abuelita es muy vieja, frágil y religiosa; la empleada, Antonia, es sucia y siempre está con Trueno, el perro, cerca; Tía Angustias es una religiosa fervorosa que, en determinado momento, impide la libertad que Andrea buscaba, o sea, este personaje simboliza los preceptos morales que la Iglesia Católica utilizaba para adoctrinar a los jóvenes; además, Angustias parece que vivió una aventura con don Jerónimo, su ex jefe; Gloria es la esposa de Juan, tío de Andrea, que consigue dinero haciendo trampas en el juego de cartas en el Barrio Chino de Barcelona: ―yo le decía a Juan que vendía sus cuadros en las casas que se dedican a objetos de arte. Los vendía en realidad a los traperos, y con los cinco o seis duros que ellos me daban, podía jugar por la noche en casa de mi hermana […] es la única manera de tener un poco de dinero honradamente‖ (LAFORET, 2012, p. 262-263). Juan, casado con
Gloria y padre de un niño, es un pintor fracasado y sin talento, que pega a su mujer ante la pasividad del entorno, explicando la Abuela su comportamiento transformado como consecuencia de la guerra. Román es el artista de la familia, hace negocios de contrabando (estraperlo) y chantajea a jovencitas tocando el piano a la luz del candil. Andrea malvive de una beca miserable y que casi llega a morir de hambre cuando decide no comer nada más en casa por sus discusiones con Juan. Por si fuera poco, Román se suicida, a pesar de que para su madre no llegó a suicidarse porque ―se arrepintió antes de morir‖ (LAFORET, 2012, p. 287). Los hermanos se odian entre sí permanentemente alimentados por las historias de Gloria, que relata una traición de la mujer con su cuñado Román, del que parece estar mucho más enamorada que de su proprio marido. En resumen, ―un clima estancado y podrido‖ (SEMPRÚN, 1950, p. 44): —Sólo piensas en esa mezquindades… ¿Te has olvidado de nuestro viaje a Barcelona en plena guerra, Gloria? Ni siquiera te acuerdas de los lirios morados que crecían en el parque del castillo… Tu cuerpo parecía blanquísimo y tu cabellera roja como el fuego entre aquellos días, aunque aparentemente te haya maltratado. Si subes a mi cuarto podrás ver el lienzo donde te pinté. Allí lo tengo aún… —Me acuerdo de todo, chico. No he hecho más que pensar en ello. Estaba deseando que me lo recordaras algún día para escupirte a la cara… —Estás celosa. ¿Crees que no sé que me quieres? ¿Crees que no sé que muchas noches, cuando todo estaba callado, tú has venido con pasos de duende hasta mi puerta? Muchas noches de este mismo invierno te he oído llorar en los escalones (LAFORET, 2012, p. 230)
Dentro de este contexto, la evolución del personaje de Andrea se basa en el nihilismo y la exclusión social. La doctrina católica, está representada por la represión de Tía Angustias y la devoción de la Abuelita. La primera, en determinado momento de la trama, resuelve irse a vivir a un convento y explica a Andrea que ―cuando seas mayor entenderás por qué una mujer no debe andar sola en el mundo (…) sólo hay dos caminos para la mujer. Dos únicos caminos honrosos… Yo he escogido el mío, y estoy orgullosa de ello. He procedido como una hija de mi familia debía hacer‖ (LAFORET, 2012, p. 144-145). Contraponiéndose a toda esta realidad, se encuentran los amigos de la Universidad. Andrea va a Barcelona a estudiar Letras y recibe una beca casi miserable. Quienes realmente se podían permitir el lujo de estudiar en tiempos de crisis económica y de tamaños problemas sociales, tenían una holgada posición social, por ello, el ambiente que Andrea pasa a frecuentar es muy distinto a la realidad de su casa. Por ejemplo, se niega a llevar alguien a su ambiente gris y melancólico de peleas y mala educación de su casa. Su mejor amiga es Ena,
una niña agraciada, de familia bien y estable, novia de Jaime, un chico guapo y rico que tiene coche; sin embargo, llega a relacionarse, siquiera superficialmente, con Román: Los padres de Ena y sus cinco hermanos eran rubios […] Durante la comida le recuerdo riéndose al contarme anécdotas de sus viajes, pues habían vivido todos, durante muchos años, en diferentes sitios de Europa. Parecía que me conocía de toda la vida, que sólo por el hecho de tenerme en su mesa me agregaba a la patriarcal familia (LAFORET, 2012, p. 159)
La realidad de otra familia de vencedores entre los vencedores, aparece representada en Pons, que convida a Ana a visitar su ―casa espléndida al final de la calle Muntaner‖ (LAFORET, 2012, p. 240), con motivo de una fiesta familiar, lo que provocó casi el lloro en esta porque el choque que le produjo situarse en la realidad que tanto anhelaba fue desagradable: Del olor a señora con demasiadas joyas que me vino al estrechar la mano de la madre de Pons y de la mirada suya, indefinible, dirigida a mis viejos zapatos […] Me hablaba sonriendo, como si la sonrisa se le hubiera parado – ya para siempre – en los labios. Entonces era demasiado fácil herirme. Me sentí en un momento angustiada por la pobreza de mi atavío. […] Predominaban las muchachas bonitas […] Me sentí muy tímida entre ellas. […] Me vi en un espejo blanca y gris, deslucida entre los alegres trajes de verano que me rodeaban (LAFORET, 2012, p. 241).
Las diferencias entre algunos personajes no se refieren tan solo al ámbito económico. Andrea conoce a un grupo de jóvenes artistas. El arte estaba sufriendo las consecuencias de la censura, pero el proprio Pons le presenta a sus verdaderos amigos, que consiguen ejemplificar como es la situación de los jóvenes artistas, ya que ―todos son artistas, escritores, pintores […] un mundo completamente bohemio. Completamente pintoresco. Allí no existen convencionalismos sociales […] Nos reunimos en el estudio de Guíxols, que es pintor […] les llamó la atención lo que yo les dije de que tú no te pintabas en absoluto y que tienes la tez muy oscura y los ojos claros‖ (LAFORET, 2012, p. 185). Por fin, podemos utilizar estas explicaciones para reflexionar y responder a las cuestiones citadas más arriba. La autora, basándose en puntos comunes de la realidad de España, desconstruye los pensamientos y sueños de una juventud que no tenía posibilidad de éxito. Esto se explica por el hecho de que las consecuencias de la guerra casi no repercutieron en los ricos, como se demuestra en las descripciones de la casa y de las familias de Pons y Ena. Así, por ejemplo, después de la cena en casa de Ena, Andrea se quedó mareada por ―la cantidad de cabezas rubias que me rodeaban en la mesa‖ ya que estaba ―acostumbrada a las
caras morenas con las facciones bien marcadas de las gentes de mi casa‖ (LAFORET, 2012, p. 159), porque las personas que tenían dinero solían observar un cuidado mayor con su aspecto y tenían una alimentación más organizada, lo contrario de su familia pobre, que aquí denominamos los perdedores entre los vencedores. El Jarama: Objetivismo de Sánchez Ferlosio y tedio juvenil Para orientar nuestro trabajo, podemos buscar dos clasificaciones ofrecidas por Tusón y Lázaro (1980, p. 356-357) a propósito del género novela en la época de Franco: novela y sociedad en la posguerra (1939-1950) y el realismo social en la novela (1951-1962). De acuerdo con esta división, tanto Nada como El Jarama constituyen dos hitos dentro de ella; la primera, como un ―nuevo arranque del género‖ y la segunda, como una de las obras de la Generación del 55 (o del 54, o del 56, o del medio siglo)‖. Esta Generación intentaba alentar un idealismo y voluntarismo político cuyo objetivo era reflejar lo inmediato y concreto del contexto social español (ORTEGA, 1980), lo que conlleva, en lo que respecta a la estructuración textual la organización del relato en torno a un protagonista y a un acontecimiento capital sustituida por situaciones múltiples y sin protagonista definido. La imagen de la cámara cinematográfica, incapaz de filmar el mundo interior de los personajes, enseñó al realismo literario la técnica del conductismo o behaviorismo. La narración se limita a reflejar las conductas observables; el lector ha de deducir a partir de ellas el pensamiento e intenciones de los protagonistas (PEDRAZA JIMÉNEZ; RODRÍGUEZ CÁCERES, 2007, p. 344).
Esta característica aquí apuntada se refleja en los paisajes de El Jarama proyectados a través de la técnica del objetivismo. La novela narra las peripecias que, a lo largo de dieciséis horas de un domingo cualquiera, protagoniza un grupo de jóvenes madrileños que se desplaza a la orilla del río Jarama. Cerca de ellos, se describe a un grupo de adultos reunidos en una taberna próxima al río, vecinos de la zona. A propósito de estos dos grupos se puede decir que las, en principio, diversas conciencias acaban, finalmente, unificándose en un sentir de masa que reacciona colectivamente a los estímulos, y del que cada uno participa apenas sin matiz diferencial. En este sentido, Sobejano habla de "viejos fatigados y estáticos", advirtiendo que "los jóvenes no vienen para vivir más plenamente, sino para olvidar que no viven" (apud GÓMEZ ÁVILA, 1988, p. 96). La religiosidad también se deja sentir en la obra, si bien de una manera tal vez más sutil que en el caso de la novela de Laforet. A través de los largos diálogos, es posible
escudriñar algunas referencias propias de una sociedad dominada por la moral católica. Tres jóvenes llaman la atención: Lucita, Daniel y Mely. La primera, por su ingenuidad; el segundo, por su ociosidad (duerme durante casi todo el viaje y solo se despierta para comer y beber); y la tercera, por su modernidad. Un grupo de jóvenes, próximo a ellos, debate sobre un asunto tabú para la moral imperante: partos y aborto. La modernidad, tal cual aparece dibujada por Ferlosio, ve en Mely a una chica que se enfrentaba, aunque de manera sutil, al tradicionalismo, ya que ―tenía las axilas depiladas‖, lo que se hizo patente cuando adoptó una postura ―con las manos por detrás de la nuca‖ (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 106). En otro momento, cuando pasea en compañía de su amigo Fernando por los alrededores el río hasta que encuentran un cementerio, la conversación se refiere al tipo de ropa que las mujeres deberían vestir. La moral católica obligaba a las mujeres a utilizar preferentemente faldas y no pantalones, principalmente en el caso de las mujeres mayores. En estos años, las opiniones con relación a la ropa de la mujer estaban divididas entre la población en función de la edad. En El Jarama, esa dicotomía con relación a la apariencia se encuentra directamente vinculada a la imagen de la ingenua Lucita y de la propia Mely: ―Extrañan el que una lleve pantalones‖, le dice a Fernando, mientras que, en una conversación con Tito, Luci demuestra su inseguriadad al respecto: —Tito, ¿y a ti, qué te parece que una chica se ponga pantalones, como Mely? — ¿Qué me va a parecer? Pues nada; una prenda como otra cualquiera. —Pero ¿te gusta que los lleve una chica? —No lo sé. Eso según le caigan, me figuro. —Yo, fíjate; anduve una vez con idea de ponérmelos y luego no me atreví. Un Corpus, que nos íbamos de jira al Escorial. Estuve en un tris si me los compro, y no tuve valor. —Pues son reparos tontos. Después de todo, ¿qué te puede pasar? —Ah, pues hacer el ridi; ¿te parece poco? —Se hace el ridículo de tantas maneras. No sé por qué, además, ibas a hacerlo tú precisamente. —Es que no tengo mucha estatura para ponerme pantalones. —Chica, un retaco no eres. La talla ya la das. Tampoco es necesario ser tan alta, para tener un tipito agradable (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 65-66).
Las dos mujeres tienen la inseguridad con relación a la manera en cómo van a comportarse socialmente, si bien Luci representa la ingenuidad de la juventud aún afectada directamente por los preceptos morales cristianos y Mely, los jóvenes más descolgados del tradicionalismo. La visión de que Mely, al pasear a solas con Fernando, estaba infringiendo algunas de esas reglas de conducta moral y social se tipifica en la actitud de dos guardias viejos en las proximidades del cementerio que avistaron a los chicos:
—¿No sabe que no se puede andar por aquí de esa manera? —¿De qué manera? —Así como va usted. Le señalaba el busto, cubierto solamente por el traje de baño. —Ah, pues lo siento, pero yo no sabía, la verdad. —¿No lo sabía? —intervino el otro guardia más viejo, moviendo la cabeza, con la sonrisa de quien se carga de razón. Pero si les hemos visto a ustedes desde ahí arriba, pegados a la cancela del cementerio. Y eso no me dirán que no lo saben, que ése no es el respeto. No es el decoro que se debe de guardar en los sitios así. ¿Me va a decir que eso no lo sabe? Es de sentido común […] —Nosotros tenemos la orden de que nadie se nos aparte de la vera del río sin vestirse del todo, como es debido – se dirigió a Mely. Conque tenga usted la bondad de ponerse algo encima, si lo trae (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 149).
El guardia –que el autor utiliza el adjetivo viejo para, tal vez, determinar la dicotomía entre juventud y vejez con relación a los comportamientos– es el más ríspido con los jóvenes, porque el cementerio ―se debe respetar‖ y Mely no puede andar ―de la forma es que va‖, o sea, sin una camiseta para cubrir el traje de baño que llevaba. A pesar de ser la que más se posiciona en contra de las tradiciones, la chica obedece, lo que nos lleva a suponer que el cambio a una actitud más ―rebelde‖ de la juventud aún se concebía, incluso por parte de los propios jóvenes, en especial en el caso de Luci, como dudoso o inadecuado. Otro de los personajes, Lucita, representa la docilidad e ingenuidad de la juventud, tanto que en un sorteo, Fernando grita a las chicas ―¡una mano inocente para sacar bola!‖, y Sebastían completa: ―¿cuál es la más inocente de vosotras?‖; la respuesta de Mely es ―¡Lucita! Lucita es la más inocente de todas‖ (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 73). Esto complementa su posición tradicional con relación a la utilización de pantalones por mujeres y su constante preocupación con la opinión de las personas con relación a ella, por ejemplo, cuando reacciona frente al elogio de Daniel, que la llama simpática y guapa: ―¿Guapa yo? ¡Éste ve doble ya! ¿No te lo digo? Tú ves visiones, chico, para decir que soy guapa‖ (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 174). O también, cuando charla con Tito y le pregunta, dando muestras de muy baja autoestima: ―¿No te parezco una tontina? Dirás que soy como los críos, que les gusta jugar a hacer cuenta que van en un caballo, y se figuran un montón de peripecias, ¿a que piensas eso?, dime la verdad. ¿Te parezco muy desangelada, di?‖ (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 217). Tal vez por ello fue el personaje escogido por el autor para protagonizar uno de los escasos momentos álgidos de la novela en medio del tedio general: la muerte. Varios eran los indicios, desde el comienzo del libro, de que alguna cosa podría ocurrir con Lucita. En su
primer contacto con el río, el narrador cuenta, ―casi no parecía que había río […] como si aquella misma tierra corriese líquida en el río‖. Con relación a las ropas de baño, ―Luci tenía un traje de baño de lana negra. Las otras dos estaban más morenas y tenían bañadores de cretona estampada, todos fruncidos con elásticos. El de Mely era verde.‖ Tal vez, el color oscuro fuera un indicio sombrío o melancólico para la chica y, cuando los muchachos relatan que el río ―recibió‖ varios cuerpos de la guerra civil y que, probablemente, donde se iban a bañar ya hubo un cadáver, Lucita interrumpe, frente a la actitud de los demás, que no tienen problema en hablar sobre ello. Un momento que llama la atención cuando Lucita, mareada por el vino, al charlar con Tito giró la cabeza y empujó la mejilla, frotándose como un gato, contra la mano que la acariciaba, y deslizó la cara por todo el brazo arriba hasta esconderla en el cuello de Tito. Se recogía contra su pecho y lo tenía abrazado por detrás de la nuca y se hizo besar (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 221).
Después de un segundo beso, la chica le rechaza con violencia y se pone a llorar. Nada que Tito hable ayuda la postura de Lucita que justifica su actitud: —Déjame ya, tú no tienes la culpa, tú no me has hecho nada, soy yo… soy yo la que se ha metido en todo esto, la única que tiene la culpa, la que he hecho el ridículo, el ridículo […] Su voz sonaba rabiosa entre el llanto. —Pero yo no te entiendo, mujer, ¿de qué ridículo me hablas?, ¿a qué viene ahora? […] — ¡Ay qué vergüenza tengo, qué vergüenza tan grande! Olvídate de esto, Tito, por lo que más quieras… me escondería, me querría esconder. (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 221).
La culpa que Lucita siente por un beso de un chico con quien no estaba comprometida, se relaciona claramente con la idea de pureza religiosa de esa sociedad española moralmente católica. Un acto como este, principalmente cuando fue ella quien lo buscó, representa una actitud impensable para una chica de su ingenuidad. Luci, que muere ahogada después de ir al agua por tener el cuerpo sucio de arena, puede entenderse como metáfora de la transacción de una juventud que, por no tener perspectivas de nada y sentirse víctima del tradicionalismo imperante, intenta huir, pero la moral enraizada en su construcción personal les impide hacerlo. Antes de entrar en el agua, la chica ―se detuvo un momento y volvió la cabeza hacia la masa oscura de los árboles‖ (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 247), quizás buscando a Tito, que se había quedado en la arena y, tal vez, a modo de despedida, levantando la hipótesis de suicidio. La muerte de Lucita es muy sentida por los amigos y, principalmente, por Mely,
que llega a exclamar, cuando Daniel les cuenta la noticia: ―¡Lo sabía, sabía que había sido Lucita!‖ (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 296). De otro lado, las personas de la taberna, que, para Gómez Ávila (1988, p. 95-97) representan el tedio que ―acaba con la individualidad y la responsabilidad. La existencia está vacía y pone a prueba la humanidad del hombre. Nadie vive la existencia sino que la soporta: los viejos, cansados de la monotonía que traen los días de fiesta, y los jóvenes por la monotonía del trabajo semanal. El cansancio unifica a los grupos. Nadie es y todos se aburren. Nadie asimila el pasado en el presente, ni se proyecta hacia el futuro‖. Su cotidiano se reduce a charlas interminables sobre asuntos de poco interés. En este sentido es revelador el modo en que Lucio cierra una de esa charlas: ―ninguno está conforme con lo que tiene. Siempre se echa de menos lo contrario (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 83). Cuando todos saben de la muerte de Luci, los viejos lo tratan casi de una manera natural, porque hablan sobre el río que ―como una cosa viva; con más engaños que el jopo de una zorra y más perversidades que si fuesen manojos de culebras, en vez de ser agua, lo que vienen corriendo por el lecho. Que no es persona este río. No es persona ninguna de fiar. Con una cantidad de hipocresía, que le tiembla el misterio‖ (SÁNCHEZ FERLOSIO, 2012, p. 306), lo que constituye una personificación del río de modo que en palabras de John B. Rust (apud Gómez Ávila, 1988, p. 96) ―no se puede decir quién es el protagonista, como no resulte que sea el mismo río‖, o lo que es lo mismo: se atribuyen a este organismo características de persona, como estados de humor. Consideraciones finales En virtud de todo lo anterior, fue posible percibir la organización y el papel de la juventud en dos grandes obras de la literatura de posguerra. La dictadura de Franco y sus consiguientes tipologías de censura consuetudinarias a ella, forzaba a los autores a un mayor esfuerzo creativo para burlar las prohibiciones del régimen y poder reflejar la situación real de los agentes sociales. Nada (1945), de Carmen Laforet expresa el sentimiento de una generación de jóvenes que se enfrenta a un futuro más incierto que nunca en un país devastado por la guerra y que muestra aún las cicatrices de las heridas personales y físicas de buena parte de la población (ALDECOA, 2004). Delibes señala que la diferencia que hay entre Nada y las otras novelas que abordaron la misma temática puede estribar en el hecho de que, debido a los problemas psicológicos abordados en el texto, posibilita que pueda ser utilizarla para otras temas que van más allá menos del simple localismo. Además, se trata de una historia que permite al lector participar de su construcción, lo que hace de ella ―el primer chispazo de renovación ofrecido
por la novelista‖ (apud CEREZALES, 1982, p. 157-158). El personaje de Andrea es como lo son otras chicas pobres reales que, en aquella época, aún podrían intentar cambiar su situación económica, si bien percibe que el ambiente en el que se encuentran influye mucho más de lo imaginado. La Abuela vieja; la tía Angustias –que ya tiene en su nombre un sinónimo de algo triste, melancólico, gris – y que es la persona que va a representar toda la incomprensión que el tradicionalismo contenía de la concepción de una juventud menos marcada, más libre e independiente; Antonia, una vieja sucia; Gloria que, ora es una serpiente, ora consigue algunos duros ilegalmente para ayudar en casa, y que sufre violencia doméstica (recuérdese que el divorcio no estaba permitido por la moral religiosa imperante); Juan, tío y padre displicente, que golpea a su mujer, borracho y completamente fracasado por ser un artista mediocre; y Román, causante de discordias entre el hermano y la cuñada, artista de prestigio, muere. Frente a todo ello, los amigos artistas de la bohemia, el universo casi mítico de la familia de Pons y la belleza y armonía de Ena y su familia. En El Jarama (1956), "el propósito de Sánchez Ferlosio es, evidentemente, acortar la distancia entre la experiencia de leer la novela y la experiencia de la vida real" (Riley, apud García, p. 600). El texto, con un lenguaje simple, coloquial y que llega a ser aburrido por el exceso de descripciones y diálogos, desgrana con maestría los puntos claves del objetivismo presente en la Generación del 55: El Jarama ha puesto ante nuestros ojos un fragmento, unas secuencias, de las vidas de unos personajes, que aparecen y desaparecen luego, sin que lleguemos a saber lo que para ellos ha supuesto la muerte de Lucita. Lo que sí conocemos - y creo que éste es el objetivo primordial del escritor - es lo que ha cambiado en las nuestras. Porque esa muerte es la prueba más contundente de lo que quienes, domingo tras domingo, acudan al río, no serán ya los mismos (D'ORS, 1998, p. 88).
Los dos grupos presentados, están allí para huir de la vida, o sea, del tedio o del hecho de que, en realidad, no viven. El relato comienza y termina en el río. Sus aguas nortean toda la descripción, de la misma manera que el río es el primer punto de referencia en el texto, Lucio –que representa el tedio de los mayores– es el primer y el último adulto en hablar, así como la primera y la última referencia a los jóvenes es Sebastián –que, incluso, está presente en el momento en que Lucita (símbolo de la inocencia) se ahoga–. De las dos obras podemos resaltar tres puntos en común: la tendencia evolutiva de los personajes hacia la tragedia, los preceptos morales como característica de los mayores y la muerte como escape del mundo. El río Jarama se convierte, si adoptamos el pensamiento de
Sánchez Ferlosio, en el protagonista del texto, norteando las conversaciones entre los jóvenes y los adultos, mezclando la luz y cambiando la disposición de su agua hasta que provoca la muerte de una de las jóvenes, que ha dado indicios de fragilidad a lo largo de la obra, frente a Andrea, que se presenta a nuestros ojos con una esperanza que solo parece hacerse efectiva en las últimas páginas de la novela, después de tener sus sueños interrumpidos por la perspectiva de la mudanza inicial, ahogada por un contexto familiar desolador. La moral se hará presente en ambos textos; en Nada, la tía Angustias no permite que Andrea visite el barrio chino por no ser una actitud propia de una mujer de bien, de la misma manera que Lucita cree que no es normal que una chica lleve pantalones, demostrando la fragilidad de su pensamiento – que también es compartido por Mely – y reafirmado por uno de los guardias, que representa la oficialidad del régimen. A su vez, los dos protagonistas que mueren lo hacen bajo un cierto estado de depresión, lo que nos abre la hipótesis de suicidio en el caso de Lucita. Por hablar del presente, ―o romance, em contraposição à existência em repouso na forma consumada dos demais gêneros, aparece como algo em devir, como um processo‖ (LUKÁCS, 2000, p. 72). Proceso que gira en torno a las transformaciones que hasta hoy se siguen dando en España y el mundo. En este sentido, la conciencia de identidad –en realidad, su ausencia–, tanto en el plano individual como en el nacional, que subyace en las novelas analizadas, aun estando ambientadas en la época de posguerra, actualiza e incluso enriquece la discusión actual que se debate a nivel nacional en torno a la pregunta ¿qué es España? (TUSÓN y LÁZARO, 1980).
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