Turismo
Página 10/LA NACION
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Domingo 22 de julio de 2012
Miami, más allá de South Beach
No todo es Miami Beach, Ocean Drive y la Collins. La ciudad tiene sus joyas tierra adentro, desde un palacio del Renacimiento o una piscina veneciana en Coral Gables hasta la calle 8 de Little Havana
JOSE TOTAH
músicos y ancianos que a la tarde confluyen en el parque Máximo Gómez Paz para jugar dominó y detestar o añorar viejas revoluciones. En todo caso, el que pasa por acá no puede irse sin probar el auténtico café cubano –un expreso superpotente y dulce– y, para refrescarse, beber un guarapo o jugo de la caña de azúcar. Los últimos viernes de cada mes se realizan en Little Havana los Viernes Culturales, una fiesta latina en la calle, con música, bailes y comidas típicas.
PARA LA NACION MIAMI.– El domingo último, la actriz Gloria Carrá decía en este suplemento que había “aprendido a disfrutar en lugares medio miamescos”. ¿Qué quiso decir con esa palabra a la que le queda tan bien la cursiva? Debe ser que, para muchos, Miami carga con un viejo estigma: el de ser sólo un gran shopping con mar, paraíso de aquel deme dos (hoy no menos vigente) y segunda casa de personajes bizarros de la farándula argenta como el chocolatero Ricardo Fort, amo y señor en estas arenas. La imagen más frívola y desangelada de la ciudad suele asociarse con la zona de Miami Beach y la movida de Ocean Drive y la Collins Avenue. Pero, más allá de estos clásicos –que se han embellecido pese a los prejuicios y el paso del tiempo–, Miami tiene otros atractivos para ofrecer tierra adentro, un lado b urbano en barrios como Coral Gables, Coconut Grove, Little Havana y un álter ego playero en las arenas vírgenes de Bill Bags. Alejados por un momento de Miami Beach, enfilando hacia el Sur, se llega a Coral Gables, una zona de enormes mansiones y jardines que soñó e hizo realidad el millonario George Merrick. Dar un paseo en coche por los caminos del barrio es sentirse un personaje de la novela El Gran Gatsby o un ignoto músico de jazz durante el reinado del bebop, de esos que andaban siempre con el whisky sobre el piano o, por qué no, un gángster en la época de la prohibición, ya que Al Capone pasó muchas de sus noches en el hotel Biltmore, ícono de Coral Gables, que desde 1926 vigila el vecindario con sus grandes aires de castillo español y su torre de 18 metros (copia de la Giralda de Sevilla). Por esas habitaciones desfilaron Ginger Rogers, Judy Garland, Bing Crosby, mientras que Johnny Weissmüller enseñaba natación en la piscina antes de ponerse el taparrabo y convertirse en Tarzán de los monos. También en uno de los cuartos del piso 13 murió a balazos el matón Thomas Fatty Walsh, en 1929. Además del Biltmore hay varias joyitas en los alrededores, como una insólita piscina veneciana, la Venetian Pool. Cuesta sólo 11 dólares pasar el día en este espejo de agua, repleto de grutas y cascadas (así se debían bañar los romanos), considerado uno de los más bonitos del mundo. La piscina fue creada en 1923 y durante 70 años no tuvo filtro, o sea que cada noche se gastaban miles de litros en vaciarla y volverla a llenar. También en este barrio se encuentra uno de los museos más importantes de Florida, el Lowe Art Museum, en el campus de la Universidad de Miami, con una fina colección de 17.500 obras (hay cuadros de Picasso, Gauguin y Monet). Por Coconut Grove Las calles de Coconut Grove –lindante a Coral Gables– recuerdan, por la noche, la onda de Greenwich Village, en Nueva York. Restorancitos en la vereda, bohemia de hippies que envejecieron bien, artistas y universitarios son la fauna estable del barrio, en el que destacan complejos como el Coco Walk y Streets of Mayfair. A no equivocarse: no son shoppings a lo Dolphin o Aventura. Sólo por esta vez se trata de pequeños y coquetos centros comerciales con tien-
Esas otras playas En el top ten de las mejores playas de Estados Unidos que se publican en las guías de viajes figura, inevitablemente, Crandon Park. Repleta durante los fines de semana, conviene visitarla de lunes a viernes. La parte norte es un paraíso de surfistas, por sus buenas olas, mientras que la zona sur, con sus aguas tranquilas, es frecuentada por familias y parejas. A pocos kilómetros de Crandon Park se encuentra la playa virgen de Bill Bags, que debe ser una de las pocas (si no la única) de Miami que no está atiborrada de servicios –sólo unos baños con duchas y un pequeño restaurante– ni tiene guardavidas. A eso le llaman virgen los norteamericanos. Son dos kilómetros de arenas blanquísimas y una paz que apenas interrumpe algún que otro mapache revisando los tachos de basura. Estas son sólo algunas opciones para recorrer esta ciudad sin sentirse tan miamizado y terminar esquivando tanto los estigmas como esas malditas cursivas.
El hotel Biltmore, ícono de Coral Gables, desde 1926
Paraíso e infierno, en un mismo outlet Zona latina: la Pequeña Habana das selectas, negocios de antigüedades y boutiques de arte. Muy cerca del Coco Walk se despliega una zona de bares y restós con onda, sobre Main Highway, Grand Avenue, Commodore Plaza y Fuller Street. En Coconut Grove también hay caserones y mansiones, pero están entreverados en la vegetación espesa que, a lo lejos, se deshace en las aguas azuladas de la bahía Vizcaina. Allí mismo se despliega, con sus aires de mansión del Renacimiento, el Palacio Vizcaya, capricho de otro millonario, James Deering, que en 1916 se hizo construir una residencia de invierno con 76 habitaciones. La terminó en dos años, gracias al trabajo de 1000 obreros y tres arquitectos. El jardín de esta mansión es bellísimo, con su orquideario y sus cuatro hectáreas de vegetación tropical. Recorrer este sitio cuesta 12 dólares. A la cubana Siempre alejados de las playas, otro barrio interesante es Little Havana, con su tradicional calle 8, que estalla de cubanidad entre las avenidas 12 y 26. En este camino conviven decenas de restaurantes que sirven comida de la isla (se recomienda el Versalles, en el 3555 de la calle 8), fabricantes de cigarros puros (se puede visitar la fábrica de habanos El Crédito Cigar Factory),
Sawgrass Mills, una ciudad-shopping, a una hora de Miami, sólo para compradores dedicados MIAMI.– Para muestra basta un botón. Y un par de dobladillos también. Una campera abrigada para bebe en un negocio de marca en Buenos Aires puede costar entre 500 y 600 pesos. En Sawgrass Mills, el mega outlet a una hora de Miami, se consigue por 13 dólares, unos 60 pesos argentinos. Por eso, a los compatriotas que viajan a esa ciudad en busca de ofertas se les podría decir que no pierdan tiempo haciendo shopping aquí y allá. Ni el Dolphin, cerca del aeropuerto, ni The Falls, en el sur de la ciudad, ni el Aventura logran empardar los precios de Sawgrass, que en el rubro de indumentaria llegan a ser ridículos si se los compara con los de Buenos Aires. El viaje en auto a Sawgrass Mills no debería demorar más de 40 minutos. Ya habrá tiempo de estirar las piernas cuando se arribe a este emporio de las compras, que atrae a diez millones de personas al año, de las cuales el 40% son turistas de América latina. Y aquí van unos datos para el Guinness: inaugurado en 1990 y ampliado tres veces, con sus casi 350 tiendas, se trata del sexto outlet más grande de Estados Unidos, el segundo de Florida (es la atracción más visitada de ese estado después de Disney) y el cuarto más importante del mundo. Tan grande es el complejo que uno se siente intimidado incluso cuando ingresa al estacionamiento. No estamos en un shopping para recorrer a vista de pájaro ni para andar pispando vidrieras con aire superado. El que se pasa un día entero (hay quienes le dedican dos y hasta tres jornadas) y lo sabe aprovechar, se recibe de licenciado en compras honoris causa. El mejor consejo para encarar el Sawgrass es imprimir un mapita la noche anterior (y los cupones de descuento en las páginas Web de las marcas elegidas) y decidir cuáles serán las tiendas por visitar. Esta ciudad de compras tiene tres
El campeón de los precios bajos merece un día completo zonas bien definidas: el Sawgrass mall en sí mismo, que engloba a todos los locales que se ubican en el interior del shopping, con sus cuatro grandes avenidas; The Oasis, un corredor al aire libre repleto de tiendas, restaurantes y 23 cines, y un bulevar muy sofisticado llamado The Colonnades, donde se apiñan los outlets de marcas de lujo como Ermenegildo Zegna, Burberry Factory Outlet, Neiman Marcus Last Call, Prada, Polo Ralph Lauren y Valentino, entre otras. Es frecuente encontrar descuentos de entre el 20% y el 75% en relación con los productos que venden esas mismas marcas en sus negocios regulares. Argentinos al ataque Uno de los verbos que más se escuchan en Sawgrass Mills es resolver y lo dicen casi todos los
argentinos, que se lanzan como lobos en ayuno sobre las secciones de clearance (liquidación) de tiendas como Reebok, Nordstrom Rack, Nike, Gap y Bloomindale’s. Aquí hay que resolver: la ropa de los chicos hasta que sean adolescentes, el cumpleaños de la nonna, los caprichos de la señora, los gustitos del marido y un montón de compromisos más. No se los puede culpar: un jeans en Levi’s cuesta US$ 40 (unos $ 185) como máximo cuando en Buenos Aires no se consigue por menos de 400 pesos. Unas zapatillas Nike de un modelo que en el Paseo Alcorta cuesta $ 900 allá se encuentra a un valor hasta cinco veces más bajo. Las camisas sport para hombres, en locales como Banana Republic o Gap, no superan la barrera de los 40 dólares. Para las mujeres, hay vestidos a US$ 28 en negocios de marca y remeras a 13 dólares.
Es común encontrar a compatriotas que viajan a Miami sólo para visitar Sawgrass: llegan a Miami en un vuelo por la madrugada, compran todo el día y se van en el avión de última hora. Es el caso de Eugenia, que vive en Olivos y todos los años deja a los chicos en casa para hacer este programa. “Pensá que resuelvo –otra vez el verbo– la ropa de mis hijos de acá a los próximos tres años; si comprara lo mismo en Buenos Aires me fundo”, afirma mientras revuelve un carrusel con vestidos como si pasara las páginas de una revista. Alejandra, otra compradora compulsiva, siente que el Sawgrass es su jungla particular: “Acá me siento de cacería”, afirma, y lanza sus recomendaciones: “Compré trajes Calvin Klein para mi marido a US$ 180 en un negocio que se llama Burlington Coat Factory y toda la ropa de cama en Marshalls, a un precio tan bajo que me da vergüenza decirlo”, comenta. También se dan situaciones enervantes, cuando algún argentino se topa con un vendedor que le responde en inglés (¿al fin de cuentas estábamos en Estados Unidos?). En estos casos es sensacional comprobar cómo el lenguaje de señas, aplicado a la compra-venta de mercaderías, siempre tiene final feliz. Para los fanáticos del shopping, entonces, en Sawgrass Mills se libra la madre de las batallas (por los precios). Deberán llegar armados con papas y cupones de descuento, y tendrán que cuidarse de no perder el auto alquilado en el monstruoso estacionamiento del complejo. En cambio, a los fóbicos de las compras hay que advertirles que recorrer estos pasillos será como ingresar al mismísimo infierno y comprobar, con terror indecible, que a Belcebú también le gusta la ropa de marca. L SAWGRASS MILLS abre de lunes a sábado, de 10 a 21.30, y domingo, de 11 a 20.