LOS PAZOS DE ULLOA Emilia Pardo Bazan Los Pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán, es la novela que mejor ejemplifica el naturalismo, al reflejar la aceptación del positivismo según los criterios de Émile Zola. El argumento es duro: Julián, un joven sacerdote, llega a los Pazos de Ulloa y encuentra un núcleo rural donde el señor marqués hace lo que se le antoja: vive “amancebado” con Sabel, hija de Primitivo (hombre de confianza del cacique) y de esa relación ha nacido Perucho. Julián consigue que el marqués lo acompañe a Santiago en busca de esposa legítima. Se casa con su prima Nucha, dulce, de buenos sentimientos. Y aquí comienza el infierno de esta mujer: Nucha da a luz a una niña y ambas caerán en desgracia, ya que el marqués deseaba un varón. Quiere huir ayudada por Julián, pero el marqués lo impide, acusa a su mujer de adulterio y echa de su casa al capellán. El epílogo cuenta la vuelta a Los Pazos de Julián, diez años después. Encuentra con los dos niños: Perucho ahora viste elegantemente y la hija de Nucha, de campesina pobre. La obra es una crítica demoledora, una plasmación de una realidad de la forma más objetiva posible y sin ahorrar en detalles escabrosos. Habla de la oposición entre naturaleza y civilización, tesis naturalista. Habla del caciquismo y la corrupción política (hay una trama política con unas elecciones amañadas), de costumbres ancestrales, de la mezcla entre la religión y la brujería (la Sabia y sus comadres) y opone la Iglesia convencional con el idealismo religioso y regenerador de Julián. Se presenta un medio rural embrutecido y muy hostil y se habla de una sociedad con una nobleza decadente y moralmente muy relajada. Si comparamos esta obra con, por ejemplo, Misericordia de Galdós, vemos clara la diferencia entre Naturalismo y realismo. Pardo Bazán muestra un ambiente hostil del que es difícil escapar y en el que la naturaleza está muy presente. Los personajes de Galdós, sin embargo, terminan siendo entrañables, incluso algunos, disculpables, a pesar de la crítica que aparece en su obra. La autora no deja escapar ningún retazo de realidad y así recoge momentos sórdidos (como se emborracha a Perucho), tiernos (descripción de la niña de Nucha), humorísticos (descripción del ama de cría),… abundando en la proyección de las teorías y técnicas naturalistas, en cómo influye en el individuo el medio ambiente, su fisiología, las cargas de la herencia genética... El naturalismo gustaba de personajes extremos como el marqués, Primitivo,… El marqués navega entre dos mundos: el salvaje y el civilizado, el rural y el urbano. Tiene dos suegros, dos mujeres y dos hijos, cada uno de uno de esos mundos. Otro rasgo del naturalismo: la naturaleza lo invade todo y es acorde con el tempo narrativo: Julián llega a Los Pazos y no encuentra el sendero; el paisaje es bello y sereno cuando predomina la calma y la naturaleza se vuelve amenazante cuando, por ejemplo, Nucha enferma. El cementerio del epílogo está invadido por una exuberante vegetación. El transcurrir del tiempo en la novela es lineal. Entre el final de la novela y el epílogo hay una elipsis de diez años que permite tener la perspectiva temporal suficiente para llegar a conclusiones objetivas, muy al estilo del realismo y el naturalismo. También es característica del naturalismo la forma narrativa: en tercera persona con narrador omnisciente. La conclusión a la que se llega tras la lectura de la obra es que todo aquel que no se adapta al medio o se margina ó es aniquilado, como ocurre con Julián y Nucha.