Fernández mata a Fernández, nueva novela del argentino Federico Jeanmaire, desarrolla la historia de un crimen con personajes que comparten todos el mismo apellido
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FERNÁDEZ MATA A FERNÁNDEZ Por Federico Jeanmaire Alfaguara 200 páginas $ 59
na noticia en un diario usado para envolver media docena de huevos es el motor que pone en marcha la novela de Federico Jeanmaire Fernández mata a Fernández, obra en la cual todos los personajes tienen ese apellido. José Antonio, un ex periodista viudo de sesenta y siete años, se entera por el titular de que Gastón, el director del diario donde trabajaba y que lo obligó a jubilarse por anticipado, atropelló y mató a Juan Eusebio, otro Fernández. Curioso por saber más detalles sobre el asunto, se dirige a un edificio situado casi en la esquina de Arenales y Paraná, escenario del supuesto accidente, y se pone a charlar con Raúl Ricardo, el portero. La historia transcurre en un par de horas. Jeanmaire desarrolla la narración exclusivamente a través de conversaciones en las que –fiel a una tendencia seguida desde hace tiempo por varios autores– prescinde de los guiones de diálogo. Este recurso busca dinamizar el relato, pero también lo limita en su gama expresiva. Un tono coloquial cercano a la parodia y al estereotipo impulsa un efecto de comicidad. Continuas interrupciones y digresiones van postergando la entrega de datos pertinentes a la configuración de una trama cuyo propósito fundamental es entretener. En la serie de hechos que desembocan en la muerte de Juan Eusebio hay un punto de partida y una intrincada red de coincidencias: una anciana del edificio mencionado (donde también reside Gastón)
La escritura y el gesto Si una vida pudiera contenerse en un libro, El deseo nace del derrumbe: acciones, conceptos, escritos pertenecería a esa especie tan inusual. El artista Roberto Jacoby reúne en quinientas páginas casi medio siglo de obras, agitaciones y pensamientos. Desde los temprano fulgores del Instituto Di Tella –del que Jacoby participó y sobre el que se expidió en artículos tempranos y perspicaces– hasta casi ahora mismo, 2010, pasando por los años ochenta, el grupo Virus y sus letras de canciones (“En el rock –dice el autor–, es posible escuchar una de las formas que adopta el sonido de la crisis”). Después, brillan los nombres de las épocas: Oscar Masotta, Roberto Villanueva, Federico Moura, León Ferrari… vidas, fiestas y teorías guiadas por un gesto vanguardista. G. G. EL DESEO NACE DEL DERRUMBE. Por Roberto Jacoby. Adriana Hidalgo/La Central, 504 páginas, $ 198
Libros reeditados Sátira antisoviética Barra siniestra (1947) es la primera novela que Vladimir Nabokov publicó en su país de adopción, Estados Unidos, y la única obra (salvo por algún cuento) en que cedió a la alegoría política directa. No es una obra maestra, pero la prosa burilada del ruso siempre logra milagros. La trama en que se apoya es absurda y cruel: un intelectual es perseguido sin tregua por el dictador de un estado totalitario por –entre otras cosas– haber sido su altanero compañero escolar. Barra siniestra Por Vladimir Nabokov RBA, 256 páginas
Un personaje de la conquista Después de muchos años ausente en las librerías, se reedita esta novela de Abel Posse, cuya publicación original se remonta a 1978. Daimón forma parte de la serie que el autor dedicó a la conquista española de América. El protagonista es en esta ocasión Lope de Aguirre, vasco cruel, antiimperialista, erotómano y demonista. Posse lo retrata aquí con una prosa barroca que sigue los plieges del período y la sinuosa vida de su personaje. Daimón Por Abel Posse Emecé, 239 páginas
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17 Viernes 2 de septiembre de 2011
Lo que se cifra en el nombre
acostumbra alimentar a las palomas en una esquina de Congreso. Juan Eusebio, un irascible vecino de la zona, mata a una paloma con un rifle de aire comprimido, se produce la denuncia y una jueza, que vive en el mismo edificio que la anciana y Gastón, se encarga del caso. Por supuesto, ambas mujeres se apellidan Fernández. En Todos los Funes, la novela de Eduardo Berti, la multiplicación de un nombre servía para reflexionar sobre la identidad individual en medio de un ambiente progresivamente onírico. Fernández mata a Fernández, en cambio, ofrece un contexto realista y sugiere la idea de una identidad colectiva. Pero las dos obras coinciden en enfrentar las casualidades del azar a la premeditación del destino. Los personajes de Jeanmaire son muy charlatanes. Su creador parece complacerse en utilizarlos para practicar el travieso arte de la expansión. Tardan en ir al grano porque, según el portero, “todo tiene que ver con todo”. A veces, alguno protesta por las desviaciones de la cuestión central de la conversación (“Por favor. Volvamos a donde estábamos”; “Le pido encarecidamente que no se vaya por las ramas”). En ese desenfreno oral, que hace recordar a una interminable reunión de consorcio, cualquier tema viene al caso: la conveniencia de que los plomeros se sigan llamando así, aunque quienes ejercen el oficio ya casi no trabajan con plomo, o las ventajas ecológicas de baldear la vereda en lugar de usar una manguera. Raúl Ricardo cumple la función de narrador principal y dedica parte de su relato a contarle a José Antonio sus desventuras amorosas. Recién separado de su pareja, el portero le dice que es gay y que le cuesta olvidar a “ese idiota” con el cual creyó haber encontrado “un amor verdadero, un amor para siempre”. El abrupto desenlace de la novela intenta sorprender sin aportar elementos decisivos que permitan un redescubrimiento de la trama. Todo descansa en una extensa humorada tejida con paciente habilidad. Tal vez logre entretener a algunos lectores, aunque la novela sea un poco fatigosa y repetitiva. Felipe Fernández