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Lo que hay que saber Manuela A. De Paz Báñez* Ciencias Sociales, Economía, formación del profesorado
La economía está de moda, los medios de comunicación nos acribillan con informaciones económicas; los términos PIB, IPC, euro, producción, consumo, crisis financiera, bolsa... son ya cotidianos. Sin embargo, no parece que estemos suficientemente preparados para entender adecuadamente el significado de estos conceptos. Lo más importante es conseguir que el alumnado se pregunte por qué suceden las cosas y despertarles el sentido crítico ante actitudes injustas. nte el desconocimiento de la trascendencia real de las noticias de economía solemos adoptar, principalmente, dos actitudes: de indiferencia o de preocupación en exceso. De pronto escuchamos con gran estruendo que la bolsa ha bajado mucho y creemos que estamos al borde de una catástrofe, cuando una información más equilibrada o recibida por un receptor más informado simplemente nos llevaría a experimentar una pequeña preocupación y a esperar lo que ocurriese al día siguiente, para comprobar si se trata de un problema coyuntural sin importancia o si consiste en algo más serio. Ocurre al contrario con muchas noticias que nos dejan indiferentes, cuan-do su gravedad e importancia se encuentran fuera de toda discusión, como por ejemplo las relacionadas con el medio ambiente, el recalentamiento de la Tierra, los problemas asociados con ciertos fenómenos, como la pobreza o la subida del paro en Alemania, la recesión en Japón, etc., y que es seguro que nos afectarán y precisamente de una forma no muy favorable. Todo ello guarda a su vez relación con la escasa o nula formación económica que hemos recibido en nuestro período de enseñanza reglada, tanto en la obligatoria como en la postobligatoria. No obstante esta situación parece que comienza a resolverse con la implantación de la LOGSE y el nuevo Bachillerato; la Economía se está haciendo un sitio entre las otras materias. El problema, ahora, es la adecuada formación de los profesores. Los economistas hemos dado la espalda a la didáctica de nuestra disciplina, y los profesores y especialistas en Didáctica de las Ciencias Sociales provienen habitualmente de otras ramas del saber, con lo que su formación en princi-
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pio no parece ser la más adecuada para impartir esta materia. Es necesario, por tanto, un nuevo encuentro entre didactas y economistas para subsanar esta situación. Por ello, iniciativas como la puesta en marcha por Cuadernos de Pedagogía con este número monográfico son dignas de elogio.
¿Qué es la economía? Toca aquí, desde la visión de la economía, comentar los problemas que a nuestro modesto entender deben tenerse en cuenta en la enseñanza de esta disciplina. La reflexión sobre ello nos ha llevado a replantearnos las bases de nuestra propia concepción de la economía, y nos ha servido, a la vez, de recapitulación, después de veinte años estudiando, enseñando e investigando en torno a esta materia. Agradezco por ello la invitación a escribir estas líneas. Así, a continuación partiremos de la propia idea básica de qué es la economía, a qué se dedica y qué objetivos tiene. Trataremos algunos de los temas que determinan la comprensión de esta materia: la idea de mercado y su controversia con la intervención del Estado en la economía; el sistema monetario y financiero con sus turbulencias mundiales, y cómo el euro puede ser un paraguas adecuado en ese contexto de incertidumbre, aunque nos cree otros inconvenientes; los graves problemas planteados por nuestra actividad económica, que afecta a todas las facetas de nuestra vida: los problemas ambientales, la exclusión social, el desempleo y la existencia de una gran mayoría de países que se encuentran sumidos en la pobreza. Todo ello en el nuevo escenario económico que llamamos «globalización». La economía como ciencia intenta responder a tres preguntas: qué, cómo y para qué producir. Su objetivo básico consiste en satisfacer las necesidades de la población utilizando los escasos recursos disponibles. Se plantea las decisiones sobre qué producir, es decir, qué necesidades se van a cubrir primero, con qué prioridad y en qué proporción: necesidades básicas a través de bienes y servicios básicos o necesidades secundarias o suntuosas a través de la producción de bienes y servicios de lujo. Asimismo, se plantea las decisiones sobre cómo producir esos bienes y servicios, es decir, qué tecnología se va a utilizar: una tecnología que emplee una gran cantidad de mano de obra o una tecnología intensiva en cuanto al capital, es decir, que utilice la máquina como elemento clave de producción y el número de empleados sea el menor posible. Y, por último, se plantea las decisiones so-
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bre para quién producir, es decir, quién va a satisfacer primero sus necesidades: los más necesitados, que no tienen cubiertas sus necesidades básicas de supervivencia, o aquellos que aunque han satisfecho holgadamente sus necesidades básicas desean satisfacer necesidades secundarias o de lujo.
Respuestas Dar respuesta a estas preguntas no es tarea fácil, ya que hay que tener en cuenta desde el principio una serie de valores, ideologías y preferencias. Pero sobre todo, existe una pregunta que resulta clave para entender la respuesta que está dando nuestra sociedad, a veces contra lo que consideramos lógico o ajustado a los principios éticos más elementales. Esa pregunta clave es la siguiente: ¿Quién toma las decisiones a las que hacemos referencia?, es decir, ¿quién decide qué, cómo y para quién producir? La respuesta depende del sistema económico en el que nos encontremos. En un sistema capitalista liberal la decisión se le atribuye al mercado; en uno de carácter comunista sería el Estado o algún
ente público que tenga encomendada la planificación económica el encargado de dar respuesta a estas cuestiones. En el primer caso, se considera que el mercado es un buen asignador de recursos, dado que recoge las demandas de los consumidores que los productores (las empresas) intentarán satisfacer. No obstante, en este sistema sólo votan los consumidores, y cuantos más consumidores haya (más dinero para comprar), más votos. Así, las demandas o preferencias que se tienen en cuenta son las de la población que dispone de dinero: ellos son los que en principio deciden en el mercado qué quieren consumir bien directamente o influenciados por la publicidad que les lanzan las propias empresas, y éstas son las preferencias que tienen en cuenta las empresas para decidir qué producir. La población que no dispone de medios económicos suficientes no cuenta para el mercado. Por esta razón, este último no es un buen asignador de los recursos; el mercado se encuentra condicionado por las necesidades que quiere cubrir la Abril / N.0 279 / Cuadernos de Pedagogía 59
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población con capacidad de compra, no por las comunes a toda la población. Así, también queda determinado para quién producir; si es en el mercado el lugar en el que se toman estas decisiones, está claro que se produce para quien tiene dinero para comprar esos bienes y servicios. Por último, el cómo producir lo deciden los empresarios, cuyo objetivo en este sistema es la maximización de sus beneficios. Es decir, tratarán de que su empresa sea lo más rentable posible, ganar cuanto más mejor. Por ello, decidirán el tipo de tecnología que les ayudará mejor a conseguir sus objetivos, es decir, la que les resulte más barata, con independencia de que ello implique la reducción de la mano de obra, el despilfarro de recursos naturales u otro tipo de problemas ambientales. Incluso pueden decidir cerrar la empresa porque consideran que con ella no ganan lo suficiente y les conviene más otro tipo de actividad económica; u optan por continuar desarrollando la misma, pero en otro lugar o país donde pueden ganar más dinero.
Consecuencias Por todo lo anterior, no es de extrañar que este sistema provoque por sí mismo la creación de bolsas de pobreza, una mayor contaminación, desequilibrios de renta, desempleo y crisis y turbulencias económicas más o menos periódicas, dado que estos aspectos no se encuentran, al menos en principio, entre los objetivos e intereses fundamentales de los que deciden. En un sistema económico comunista puro estas decisiones las tomaría el Estado o el ente público correspondiente. Se parte de la idea de que el mercado no es un buen asignador de los recursos disponibles. Así, se considera que debe ser el sector público quien decida qué es lo que más le conviene a la población, que decida qué, cómo y para quién producir, según las prioridades que él establezca. Este sistema, al menos en sus realizaciones prácticas, tampoco ha dado los resultados que se esperaban. Uno de los problemas que han surgido en este sentido ha sido la incapacidad del Estado para determinar las necesidades y deseos de la población (especialmente si ello se produce en un país gobernado por una dictadura, como ha ocurrido en aquellos en los que se ha aplicado, aunque no tiene por qué ser así), así como su dificultad para motivarla con el objetivo de producir de una manera eficiente. Parece ser que el Estado por sí solo, al menos en la práctica real que se ha llevado a cabo hasta ahora, tampoco es un buen asignador de recursos, no da respuestas satisfactorias a las preguntas claves de la economía; de hecho, su ineficacia ha hecho desaparecer este sistema como alternativa real, quedando relegado a realidades aisladas. El mercado Quizás uno de sus problemas principales haya sido la eliminación total de la idea de mercado, que hay que recordar que es una de las realidades eco60 Cuadernos de Pedagogía / N.0 279 / Abril
nómicas más antiguas en nuestra historia; existe desde el Neolítico, desde la primera vez que tuvimos excedentes productivos y nos especializamos (primera división del trabajo: tribus agrícolas y tribus ganaderas, que intercambiaban sus productos a través del trueque), y que ha sobrevivido hasta ahora a todos los sistemas económicos que se han desarrollado a lo largo de la historia. No es, pues, un invento del sistema capitalista. Pero cabe señalar asimismo que en la actualidad no existe ninguno de los dos sistemas económicos en sentido puro. Parece ser que el sistema que prevalece es una especie de modificación más o menos importante del sistema capitalista. En realidad, se trata de un sistema de economía de mercado con una intervención importante del sector público, una especie de sistema mixto entre los dos anteriores, donde parte de las decisiones se toman en el mercado y otra parte está determinada por las directrices del sector público. Se pretende con ello que este último garantice el acceso de toda la población a los bienes y servicios que se consideran básicos para una supervivencia digna, dispongan o no de dinero para ello. Es el llamado «Estado del bienestar», es decir, la garantía desde el Estado de que las necesidades mínimas están cubiertas para toda la población (rentas mínimas, educación, sanidad, vivienda, subsidio por desempleo, pensiones...). Así, quedarían en manos del mercado el resto de las decisiones económicas. Pero el debate se centra hoy en día no tanto en si el Estado debe intervenir o no en la economía, sino en qué medida tiene que hacerlo, qué decisiones económicas deben ser tomadas en el área de lo público y cuáles deben quedar para el ámbito del mercado. Los dos modelos que funcionan en la actualidad no son muy diferentes: el modelo norteamericano, también seguido con ciertas variantes en Japón y el Reino Unido, que intenta que la intervención pública sea la menor posible, mantiene un sector público que ocupa aproximadamente el 30% de la producción total, con un Estado del bienestar reducido, que resulta insuficiente para evitar la pobreza (en EE.UU. existen 25.000.000 de pobres); y el llamado modelo europeo, que apuesta claramente por un Estado del bienestar amplio que garantice unas prestaciones mínimas para todos los ciudadanos, y en el que el sector público ocupa entre el 50 y el 60% de la producción global. Este modelo es el adoptado por la mayoría de los países europeos, incluido España, aunque nuestro Estado del bienestar se ha desarrollado muy tardíamente (fundamentalmente en los años ochenta y primera mitad de los noventa) y se encuentra aún a un nivel muy inferior en relación al resto de los países de nuestro entorno. El debate que se establece hoy por hoy gira en torno, sobre todo, a la siguiente pregunta: ¿Deberían adoptar todos los países el mismo modelo?; dado que cada vez más el contexto en el que se mueven es el de una globalización económica, surge la duda de si sería necesario evolucionar
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hacia una uniformización del sistema, al llamado «pensamiento único». En Europa el debate se plantea en torno a lo que se ha dado en llamar «la tercera vía», es decir, el intento de aplicar un modelo que surja del compromiso entre las ideas liberales de mercado y las de la socialdemocracia, para incrementar la eficacia y la competitividad de nuestras economías a la vez que se mantienen altos niveles de seguridad económica para toda la población.
El euro Uno de los elementos que a nivel internacional más nos está preocupando hoy en día es el sistema financiero, ya que las turbulencias que se han producido en los últimos tiempos provocan gran incertidumbre. Ello está ligado a la importancia que están cobrando en la actualidad los movimientos monetarios, especialmente la especulación que, unida a la liberalización total de movi-
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mientos de capital, nos lleva a la inestabilidad. Podemos decir que nos encontramos, en gran medida, en manos de especuladores internacionales, como es el caso de Soros, famoso por haber conseguido que la libra esterlina saliera del sistema monetario europeo, dado que el Reino Unido no fue capaz de soportar la presión de sus movimientos especulativos. Se hace necesario y cada vez se levantan más voces en este sentido un mayor control de estos movimientos. La globalización de la economía provoca, además, que estos problemas afecten a todos los países por igual, a través del contagio de las perturbaciones. El euro puede ser una moneda que introduzca la estabilidad en el sistema, como ya se ha demostrado en la crisis financiera de 1998. La UE incrementa su peso económico en el contexto mundial con el euro, y éste se convierte, junto al dólar, en una de las divisas fundamentales. Ello ayuda en las negociaciones para la coordinación del sistema económico mundial, pero también incrementa la responsabilidad de Europa ante el hecho de garantizar la estabilidad internacional en los momentos en que se produzcan turbulencias financieras. Pero el euro será algo más que una divisa internacional, será la moneda única de la UE. Ello nos va a afectar de manera importante en el futuro. No sólo por los quebraderos de cabeza que nos puede ocasionar pagar con una moneda nueva, sino también y fundamentalmente porque se trata de un cambio en profundidad en la economía europea. El hecho de que todos tengamos una misma moneda nos lleva a la eliminación
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de las últimas barreras que existían en las relaciones económicas entre los europeos, nos lleva a un juego totalmente liberalizado de la economía.
Ventajas e inconvenientes Esto nos proporciona una serie de ventajas y oportunidades, pero también ciertos inconvenientes y amenazas. A los empresarios españoles se les abren nuevas oportunidades de negocio, podrán vender sus productos de una forma más libre en toda Europa, pero también el resto de empresarios europeos podrán entrar más libremente en el mercado español. Quien sea capaz de adaptarse sobrevivirá y ganará más dinero, pero los que no lo consigan tendrán que cerrar. Es un reto que las empresas españolas llevan viviendo de forma progresiva desde nuestra entrada en la entonces Comunidad Europea, en 1986. El consumidor, mientras tanto, al menos a corto plazo, se verá beneficiado, dado que la mayor competencia en principio bajará los precios e incrementará la calidad y la diversidad de los bienes y servicios prestados (un ejemplo claro es el del servicio de teléfono desde que se ha producido su liberalización), pero a largo plazo pueden incrementarse los niveles de monopolio internacional provocados por las fusiones en cadena de las grandes empresas, y con ello surgirá la dificultad de que los consumidores puedan defenderse de una manera adecuada. Para España quizás el inconveniente más importante sea la pérdida de la capacidad de defendernos cuando surjan problemas originados por la falta de competitividad o por el aumento de la inflación por encima de nuestros vecinos europeos, 62 Cuadernos de Pedagogía / N.0 279 / Abril
dado que perdemos la posibilidad de utilizar la política monetaria. Esto, teniendo en cuenta la falta de convergencia real de nuestra economía (tenemos un mayor índice de desempleo, menor nivel tecnológico, una menor preparación de nuestra mano de obra en algunos sectores...), no es un problema baladí. Especialmente si consideramos que la unión monetaria, al menos de momento, no viene acompañada de un desarrollo similar en la unión económica y menos aún en la social. El debate sobre la financiación en la UE afecta de lleno a este problema, y por ello es esencial para España y el resto de los países menos desarrollados (Portugal, Irlanda y Grecia). Aquí la disputa se sitúa entre la Europa de los mercaderes y la Europa social. Si no se establecen mecanismos de compensación, los grandes beneficiados de la unión monetaria serán los países más ricos de la UE, gracias en parte a los países más pobres. Un dato elocuente al respecto: el presupuesto de la UE supone sólo un 1,27 % de su producción total.
Pobres y ricos Ya lo hemos señalado anteriormente: el mercado no es un buen distribuidor de la renta; por sí solo, lejos de reducir las diferencias económicas entre las personas y los distintos países, en muchos casos contribuye a incrementarlas. Por ello, es necesario establecer mecanismos de compensación. El mercado se muestra como un buen motivador para generar actividad económica y riqueza, pero no distribuye bien los beneficios de la misma. Ante esto, la respuesta adoptada ha sido normalmente la «caridad» de los países ricos hacia los más
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pobres, y después la «solidaridad», siempre escasa e insuficiente. Pero, dado que el problema afecta al propio sistema, en realidad se deberían establecer unos mecanismos de compensación por los perjuicios que ese mal funcionamiento del mismo está provocando a una parte de la población y a determinados países, una especie de compensación por los daños y perjuicios sufridos, por una parte; y, por otra, se deberían poner todos los medios a nuestro alcance para resolver esas disfuncionalidades. Los niveles de riqueza, de producción, y de tecnología alcanzados a escala mundial son tales que podrían garantizar que las necesidades básicas de toda la población estuvieran cubiertas, al menos en unos niveles mínimos, para una supervivencia digna. Pero esto no es posible conseguirlo sólo con el mercado; sería necesario establecer un Estado del bienestar internacional o mundial. No obstante, no podemos ser tan ingenuos. Si se pone en duda el Estado del bienestar a escala nacional en los países ricos y la UE no consigue establecerlo ni siquiera entre sus países miembros, a escala mundial nos encontramos mucho más lejos aún de conseguirlo. (Recuérdese aquí lo dicho más arriba sobre quiénes toman las decisiones básicas en un sistema capitalista y qué intereses tienen.)
Otros problemas El desempleo está vinculado a dos aspectos fundamentales: el nivel de actividad económica y la tecnología; está relacionado con la respuesta que se dé a la pregunta de qué y cómo producir. En principio, cuanta más actividad económica exista, cuanto más se produzca, habrá una mayor necesidad de trabajadores y, con ello, un menor índice de desempleo. Y decimos en principio porque el crecimiento de la producción no es una condición suficiente para que aumente el empleo, ya que se puede crecer sin que se incremente el número de puestos de trabajo, e incluso puede producirse una disminución del mismo. Ello puede suceder si se introduce una nueva tecnología que disminuya la necesidad de mano de obra (un ejemplo de ello lo constituye el caso de Telefónica, que está creciendo y, sin embargo, ha planteado una reducción de su plantilla en 20.000 trabajadores para los próximos años). Está claro que quien toma la decisión de emplear (el empresario) no tiene por qué tener entre sus objetivos básicos la creación de empleo. También aquí se necesita la intervención del sector público, para que se incentive la creación de empleo y se puedan compensar las tendencias contrarias, dado que el mercado no garantiza el pleno empleo. La ayuda a la creación de nuevas empresas, el fomento de actividades intensivas en cuanto a la mano de obra, el desarrollo de nuevos sectores útiles para la sociedad que creen empleo, la defensa de la competitividad y, en última instancia, el reparto del empleo, son algunas de las medidas que se deben poner en práctica.
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Medio ambiente En cuanto al medio ambiente, cabe señalar que éste es, quizás, el problema más importante que tenemos planteado y, sin embargo, el menos atendido por los diferentes agentes económicos, incluidos los Estados, a pesar de la moda ecologista tan extendida en nuestros días. Sólo se le dedica atención cuando nos afecta directamente o se produce alguna catástrofe. Y lo cierto es que es éste el problema que más nos tendría que preocupar, por su incidencia en nuestro futuro no muy lejano. El calentamiento de la Tierra, por ejemplo, está provocando perturbaciones climáticas de consecuencias imprevisibles. Sin embargo, no se llega a acuerdos sobre la reducción de las emisiones causantes de este problema. Además, se trata de una cuestión que nos afecta a todos, pues no se sabe dónde se producirá la próxima catástrofe climática. Por ejemplo, en España nos hemos olvidado ya de la sequía sufrida sólo hace unos años y, lo que es más grave, no nos estamos preparando para la que seguramente sufriremos muy pronto. Los científicos no cesan de repetir a las autoridades y a toda la sociedad la gravedad del problema, pero no se les está prestando atención. Los movimientos ecologistas languidecen por la falta de apoyo social y político. Parece que los intereses económicos de las empresas contaminantes están primando sobre los de la supervivencia de la vida en la Tierra, al menos de momento. ¿Qué catástrofe y dónde tiene que ocurrir para que esto cambie? En resumen, existe un gran número de temas que son de interés para su estudio y discusión en el aula. Aquí sólo hemos recogido algunos de ellos, los que hemos considerado fundamentales y de mayor actualidad. Pero quizás lo más importante sea ayudar a los alumnos a que se hagan preguntas sobre por qué las cosas funcionan así, a despertarles el sentido crítico ante situaciones que pueden ser totalmente injustas. No hay que tener miedo a introducir la ética en la economía; también en este ámbito, por supuesto, se puede adoptar una actitud más o menos correcta desde el punto de vista ético. o
PARA SABER MÁS De Paz Báñez, M.A. (1998): Economía mundial. Tránsito al nuevo milenio, Madrid: Pirámide Estefanía, J. (1997): Contra el pensamiento único, Madrid: Taurus. Martin, H.P. (1998): La trampa de la globalización. El ataque contra la democracia y el bienestar, Madrid: Taurus. Petrella, R. (1996): Los límites a la competitividad. Cómo se debe gestionar la aldea global, Buenos Aires: Sudamericana.
* Manuela A. De Paz Báñez es catedrática de Economía Aplicada de la Universidad de Huelva.
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