Narra-Libros
AÑO 7 / NÚMERO 337 DOMINGO 30 DE ABRIL DE 2017
Diversas lecturas del perdón en los Soldados de Salamina Por Annel Mejías
La poesía no la hace el individuo LEONARDO RUIZ TIRADO
A
lta tensión
La tensión entre el individuo poeta (podría decirse el individuo creador en cualquiera de los caminos del arte) y la sociedad contemporánea ha alcanzado, para bien o para mal, un grado máximo en la era de la globalización, ya que las sociedades capitalistas, desarrolladas o no, siguen teniendo hoy más que nunca como epicentro de su concepción del mundo, una especie de darwinismo según el cual el más apto y más hábil para producir ganancia, excedente o plusvalía con su trabajo, es el mejor. Imagino que esa será una consideración que sigan haciendo las editoriales que imprimen libros de poesía para venderlos, o los grupos, clubes y corporaciones públicas o privadas que producen, acoplan, organizan y ponen en circulación las letras digitalizadas. En la sociedad regida por estos principios, lo cualitativo cobra para el individuo la dimensión de una densidad que reposa, como todo producto no material (¿intangible, virtual?) dentro del capitalismo, en el prestigio privado; da la impresión de que sólo en esa esfera se realizasen o se cumplieran lo posible y lo otro, lo imaginario. Esto parece la contradicción que en efecto es. Lo que era ya en aquella escala prevista por Karl Marx cuando indagó la alienación como un proceso intrínseco al modo de producción capitalista. Desde entonces quedó demostrado que la ideología capitalista se encarga de que parecer y ser constituyan una tensión «necesaria», «inevitable». El individuo escribe poesía. Yo escribo poesía. Tú escribes poesía. Y los libros que escriben/escribimos, malos o buenos, se venden o no. Importa poco que se lean. El asunto es que se vendan, sean consumidos, que tengan un impacto equis en el mercado. De la lectura tendría que deducirse, en la concepción capitalista, el que aquella confiera valor ideológico («plusvalía ideológica», llamó Ludovico Silva a ese valor agregado) al producto propiamente dicho, al que ostenta sin más su condición de valor de cambio. Podría decirse en los mismos términos del marxismo clásico, que el valor de uso de una literatura, de los contenidos de una literatura, al constituirse en agregado del carácter mercantil del objeto o del vehículo que la hace descender al nivel del mercado, hace que dichos contenidos cobren fatalmente su dimensión ideológica, a menos que ellos se resistan expresamente a ese destino al precio de la condena y la marginación que ya sabemos le es inherente a todo producto resistente o refractario a la mercatilización. O esto otro, dejando de lado al libro (al «real» y al virtual): lo importante no es ni siquiera la calidad de la obra como tal, sino el prestigio de quien la ejecuta de una manera lineal, sistemática. En su condición de productor de «ideología» (que de ese modo pasa a ser un sucedáneo de la cultura entendida como impulsadora de los cambios
necesarios en la sociedad y en el individuo para su «bienestar»), el autor de poesía forma parte de un sector de la sociedad cuyo prestigio es adosado a quien edita y vende los libros, sea el Estado o sean las editoriales privadas (muchas de las cuales, dicho sea de paso, son subsidiadas por el Estado, al menos en Venezuela). La internet ha diluido y ampliado ese problema en la vastedad virtual de una globalizada ignorancia de esta problemática que, cada día más, arrincona tanto a hacedores como a consumidores de poesía, no porque haya desplazado al negocio editorial tradicional, ni mucho menos porque impida que se continúe escribiendo todo tipo de poesía. Desde la óptica de internet, el asunto habría que planteárselo de otro modo. Sabemos de la existencia de centenares de lugares en la web destinados a la poesía. Las estadísticas verifican la existencia de un vasto volumen de sujetos y destinatarios de «todo tipo de poesía». Virtuales o reales, tales destinatarios sólo pueden ser eso: volumen y número. Poesía de cualquier país del mundo. Poesía sobre el caballo o el plástico. Poesía y pájaro. Poesía cibernética. Poesía negra, blanca, índigo, ultravioleta. Poesía homosexual, heterosexual, transexual. Es posible establecer cualquier relación con la poesía; verla desde cualquier perspectiva a través de los vínculos que ofrecen, «gratuitamente» o no, los cada día más sofisticados mecanismos de la red. Las opciones son infinitas. La métrica ya no es aquella oscura prisión que espantaban a los antiguos versolibristas de comienzos del siglo XX, sino una herramienta más de estilos, marcos y formatos susceptibles de personalización las opciones de un vasto menú. La máquina ha sustituido, en el autor y en el lector, aquella falsa y tan difundida necesidad que antaño provocaba la poesía de ser asimilada a las tres o cuatro metáforas postuladas por Borges. Y la ha sustituida por otra hipermetáfora no menos borgeseana: el infinito. Las opciones de la poesía han superado con creces la condición estadística que el mismísimo Borges consideró podría ser el quid de la democracia. Los mecanismos ideológicos se sublimizan, se hacen de una especialización tal, se afinan, se disfrazan y se entrampan a sí mismos, confundiendo muchas veces, casi siempre, incluso a quienes creen estar ope-
rando ideológicamente en sentido contrario a la reproducción de valor agregados a lo literario. En ese mismo sentido operan, también a veces inconscientemente, quienes promueven y organizan los concursos literarios convencionales a través de los cuales los poetas (y los escritores en general) «se confrontan» en búsqueda de prestigio personal y de un puñado de dinero. Pero lo cierto e inevitable es que todavía hay hombres y mujeres respirando detrás del poema, del libro, o hasta detrás de la biblioteca virtual. Se sienta en un cibe-café. En un banco de la plaza. Después de haber aplanado sus nalgas por cuatro horas de navegación en la red, entre sitio y sitio de poesía, sin siquiera abrir su laptop sino con un bolígrafo barato de ese que manchan la camisa o la cartera, garrapatean unos versos para esos utópicos, anónimos e «integrados» segmentos sociales que son los públicos lectores. Escriben, como hace dos mil y pico de años, desesperadamente triste, alegres, eufóricos, deprimidos y, entre un verso y otro, abren un pequeño libro de bolsillo ¿de Whitman, de Ungaretti? No logro verlo bien desde acá. ¿Quién es ella? Evidentemente, no se trata del individuo poeta en tensión con la sociedad. Ese individuo en tensión pertenece al mundo del análisis, de la crítica, pero no a su mundo creativo. El individuo poeta o poetisa, el lector o la lectora de poesía, estuvo/estuvieron sentado/s cuatro virtuales horas allá, ante el timón digital de su locura planetaria, de su net hipercolectiva y global. ¿Quién leía a quién allá, en esa contra-utópia nusquama de la red? ¿Quién escribió lo que de allá venía, fantasmal, bajo la forma (o la firma) de Safo de Lesbos, de Anacreonte , de Fernando Pessoa, de Abel Martín, de Lawrence Ferlinguetti, de Jenni Lim o de Amiri Baraka? Pero es que, si a leer vamos, allá, esos, aquellos, no son ni individuos, ni países, ni sociedad. Son, ante todo, por encima de todo, por debajo, por los lados, desde adentro y desde afuera, máquina, nunca individuo, nunca sociedad; ni yo, sentado en este banco, sacando mi bolígrafo barato del manchado bolsillo de mi camisa, soy ya ni individuo, ni sociedad. O sí, soy individuo pero no sé cuál, quién, cuán individuo soy. Persona soy, pero en cuanto máscara. Soy sociedad, pero sociedad anónima. ¿No seré yo Microsoft mismo, u otra de esas sectas productoras de más y más riqueza material y de récords de venta y de consumo? ¿Soy acaso el conejillo de Indias provinciano y tercermundista en la boca del lobo de otro software que busca liberarse de las imposiciones y los controles ejercidos por la gran corporación? Siento un ruido ensordecedor. Algo pasa allá arriba. Es un estruendo impropio de estas horas tan tempranas, aquí en la gran ciudad.
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LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 30 DE ABRIL DE 2017
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ars poética | María Negroni | Argentina
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Ética y poesía ¿Puede la poesía, sin desnaturalizarse, sin desuniversalizarse, tener legítimamente la aspiración a pertenecer a una época, a un sentido de realidad, de patria? Puede hacerlo naturalmente, universalmente, porque su sentido es su patria y la imaginación de ésta es su única realidad. Su patria es el lenguaje compartido por un conglomerado humano, en un momento determinado de la historia y hacia todos los tiempos. Hecha de tierra y de hablas inventadas que incluyen respiraciones y silencios, pausas, ritmos y asombros cotidianos, ella —la poesía— siempre temerá perderse si la halan. Paradoja: una mínima demanda la desgarra, aunque darse sea un esencial don, su más alto y nunca bien cumplido deseo. Como ella es otredad siempre, cuando se le aleja puede pretender conminarla a situarse, a exponerse, y ceder es en ese caso dar lugar al abandono. Y la realidad es que hay asunto y situaciones lejanos al interés particular de uno u otro autor de poesía que, sin embargo, son poesía para el otro, y he ahí el reino de la libertad y la tolerancia: asumir que eso otro sea, en legítimo derecho, poético. Libertad y tolerancia suelen ser estremecidas cuando, en uno u otro lado, el poeta y la poesía actúan ya desde o hacia lo colectivo, ya desde o hacia lo individual. El oficio poético dio al hombre la posibilidad de hacer patente la maravilla y el talante, desde luego compartidos con los otros, de atravesar la vida como dimensión ética. El brillo, o más bien la nitidez que la poesía confiere a la imaginación, no es cosa de mero contorno, de guarnición. Esa nitidez (que cuando no es brilo es justeza y equilibrio perfecto de lo nombrado y que puede ser también el misterio o la interrogación desde lo oscuro), la logran hombres y mujeres conscientes o intuidores del valor de uso que para la vida y su permanencia tiene la verdad poética en cuando ética. Pero la intolerancia ha hecho que ciertos asuntos relacionados con la noción de ciudadanía, formen parte del catálogo de rechazos practicados por las minorías más reaccionarias y conservadoras del status quo. Así, por ejemplo, todo lo que huela a pueblo. La actitud olfativa es bien ilustrativa, toda vez que el pueblo parece inspirar el típico «asco de clase» que algunos poetas metidos a políticos transmiten al referirse a la imposibilidad de asociar pueblo y poesía como si ésta se asquease «naturalmente» del hedor «grueso» que exhalan las expresiones poéticas (y en general, culturales) del pueblo. Esos rechazadores han llegado a la descabellada pretensión de hacer creer a no se sabe quiénes que «el grueso del pueblo es incapaz de poesía», como si el don fundamental de la poesía, el lenguaje, no residiera, como en efecto reside, en el pueblo como su principal generador, portador y portavoz.
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Fragmentos de «La poesía no la hace el individuo», publicado en Palabras de la polis (2008), de Leonardo Ruiz Tirado.
Algo nunca visto como cuando se dice a alguien no te despiertes de mí no me prohíbas con tu razón traidora y a bordo de un velero azul aparecen de pronto varias figuras retóricas la anáfora de un beso la catacresis de un llanto y una linterna mágica alumbra la sinfonía del mundo oro mudo en la noche del pájaro.
De rama en rama un pájaro terrestre sin más tripulación que su reflejo dice que sí y que no y que también y con el pico arranca al mundo un nido de infancia interrogada eso es todo finísima orilla el deseo en la mudez del amor se da por vencido se inmiscuye en su propia geografía.
Por decirlo así me acosté con la noche cuando el sol de este lado del sur más ruidoso que el ruido avanzaba hacia el final de algo y allí se intercambiaban lo que pudo haber sido y lo que siempre está siendo como un cuerpo abierto al fin a la locuacidad de lo que calla
en un rincón... en un rincón lo que termina de morir en el otro lo que no termino de matar (porque esa rabia es todo lo que tengo) el poema hila el silencio entre dos casas
María Negroni Argentina, 1951. Poeta y traductora. Tiene un doctorado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Columbia. Es autora de los libros El sueño de Úrsula, La Anunciación, Islandia, Arte y Fuga, Cantar la nada, Elegía Joseph Cornell, Pequeño Mundo Ilustrado, Cartas extraordinarias, y La noche tiene mil ojos, entre otros. Obtuvo las becas: Guggenheim (1994), Rockefeller (1998), Octavio Paz (México, 2002), New York Foundation for the Arts (2005), Civitella Ranieri (Italia, 2007) y American Academy (Roma, 2008). Tiene dos libros de ensayos: Ciudad Gótica y Museo Negro; y una novela que fue primera finalista del Premio Planeta 1997, El sueño de Ursula. Ha traducido, entre otros, a Sylvia Plath, Georges Bataille, Elizabeth Bishop, Robert Duncan, Louise Labé, Charles Simic y Marianne Moore.
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Julio Borromé
El pensamiento cristiano de Mario Briceño-Iragorry En torno al proyecto racional materialista del siglo XVVIII y su nexo interior con la primera y segunda guerra mundial y la crisis de la iglesia, se juega Mario Briceño-Iragorry el drama de su vocación cristiana —con sus vicisitudes pasionales y dudas determinadas por la angustia de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Y por lo tanto también culpable. Culpable y caído en el horror de lo humano. El pensamiento cristiano de Briceño-Iragorry evoluciona de un idealismo-místico hacia posiciones concretas a medida que los acontecimientos históricos mundiales y nacionales adquieren carácter apocalíptico y revelan el fracaso de la promesa universal de felicidad del hombre, a propósito del mito del Progreso. Las razones de fondo de esa quiebra moral, teológica y filosófica sólo pueden quedar implícitas en el incumplimiento del proyecto moderno, definido por el bienestar económico que nunca alcanzó su realización plena y definitiva. Y también, al fracaso de la Iglesia europea, latinoamericana y venezolana, como esperanza de los pobres, más bien, su prédica desfavoreció toda esperanza de los desheredados y condenó los principios de la Teología de la Liberación. El positivismo y el pragmatismo fase culminante del fin de la metafísica condicionan la crítica de Briceño-Iragorry hacia esas formas del pensamiento que han posibilitado el ocultamiento del espíritu, y han creado una interpretación de los fenómenos que tiene en los factores experimentales su grito de combate y en la muerte del pensamiento especulativo su fundamento. Briceño-Iragorry sobrepasa el enfoque científico, económico y materialista de los conceptos con que se enfrenta: teología, ética, moral, filosofía, cultura, el planteamiento filosófico del positivismo y del existencialismo sartriano limita su tarea a fundarlos en sus condiciones de posibilidad y reinserción cristianas. Mundo sin Cristo, el materialismo y el carácter autoritario de la Iglesia, aliada a los sectores explotadores, han borrado los signos de la sociedad tradicional y los principios de convivencia humana, dejando como estela sustitutiva de su paso la economía de guerra y la economía del espíritu, que la analítica liberal y eclesiástica se ocupan de globalizar.
El mundo es una revuelta El mundo a finales del siglo XIX y mediados del XX ofrece rasgos sombríos, de un escepticismo cabal próximo al nihilismo, de una indiferencia absoluta respecto a cuanto le rodea. No obstante, fue un siglo de revueltas populares donde el capitalismo inicia sus años fabulosos (La Exposición industrial de París, 1900) y acelera el proceso de expansión colonial hacia la consolidación de la etapa Imperialista. De la revolución de julio de 1830, a la insurrección de los obreros de Lyon entre 1831 y 1834, la de los tejedores de Silesia de 1844, en 1847, se instala la Liga de los Comunistas y el año 1848, el Manifiesto del Partido Comunista sale a las calles. Ese mismo año sucede la Revolución y Marx escribe Las luchas de clases en Francia 1848 a 1850. La primera y la segunda guerra mundiales y las consecuencias de la Guerra Fría. En este contexto Mario Briceño-Iragorry se halla, en general, en una tesitura espiritual formativa y agónica. Pues no puede escapársele a la lucidez, que el exceso de racionalidad y materialismo del siglo no es en absoluto, por sí
lización». La caridad, que es amor, es el antídoto contra el pesimismo y el desencanto del siglo. Preguntar por las ideas religiosas de Briceño-Iragorry me parece, por tanto, un método inadecuado para penetrar en su concepción cristiana. Mejor, pues, dejar hablar al Cristo de los pobres. Dejar hablar al Cristo de la calle, que es quien de hecho irrumpe contra la élite eclesiástica, los fariseos y especuladores del pueblo. Es el Cristo que irrumpe el orden natural y se acerca a los ciegos, a los enfermos, a los marginados y olvidados, que nombra y llama a los pescadores analfabetas y no a los prelados de la iglesia. Este es el Cristo que Briceño-Iragorry enseña, y que es preciso alcanzar en coherencia interna, íntima, entre la carne del que afirma el amor y la caridad, y el contenido de su palabra rebelde.
Viñetas de Cristo
solo, propiciador de rumbos felices, convirtiéndose, en un contexto como el período de entreguerras, en que se acusa un fiasco del proyecto salvador de la modernidad, en pertinaz refugio del más penoso nihilismo. Lo cierto es que Briceño-Iragorry ilumina con fuego el pasado, y también el presente como determinado por el pasado. Pero, ¿qué caminos abre al espíritu que puedan ser transitables en el contexto de Venezuela y en diálogo con los pensadores europeos precursores de la Nueva Cristiandad? El dilema se dibuja con una vocación de cristiano primitivo que deja espacio a la práctica y a la militancia de la fe, la esperanza, la caridad y el amor como soluciones vitales frente a la crisis de la razón y del materialismo; y a la crítica del capitalismo, íntegramente habitado por su carácter bestial y su ausencia de solidaridad.
Contra los prelados de la Iglesia Mario Briceño-Iragorry, exiliado y perseguido en España, produjo la mayor parte de su escritura nacionalista y sostuvo los años de la dictadura perezjimenista, una posición de crítica hacia las cúpulas de la Iglesia venezolana. A su lucidez no se le escapa que al declive de la iglesia sucede también el de la crisis de un sistema de pensamiento y de una civilización, la occidental. El hombre nuevo —el sujeto cartesiano— propuesto por la filosofía moderna, y el dogma asumido por la iglesia católica en nombre de la verdad, representan un mito que ha sucumbido a la política de derecha, al sometimiento económico del espíritu y a la conquista de la naturaleza. Recordemos que la Iglesia venezolana acumula mayores sospechas de ser o parecerse al progenitor (Dictador) cuando calla, defiende o comparte los festines de las clases burguesas, panecillos, ostias y vinos con el agente más preciado del terror, Pedro Estrada. Y se lanza a la calle, aliada con los partidos del Puntofijismo, a vociferar contra los comunistas, unida a la comparsa mundial orquestada por la política internacional de los Estados Unidos. Sólo queda entonces en la concepción cristiana de Briceño-Iragorry un retorno, no hacia el pesimismo que algunos historiadores han rotulado a su pensamiento o al estancamiento de sus ideas, sino hacia la práctica social de las enseñanzas de Cristo. Es la caridad «…el solo aglutinante social que puede evitar la crisis definitiva de la civi-
Mario Briceño-Iragorry es un enamorado de lo que está vivo en Cristo. Es característico de quien accede a una existencia espiritual tomar conciencia de sí mismo bajo la forma de la afirmación de los principios cristianos (justicia, libertad y tolerancia), y mostrarse ante sí y ante los demás como apólogo del amor y la caridad. Por ello, el cristianismo es necesidad subjetiva, mirada interior que lleva al Nosotros y al rescate de los pobres, como lo sugiere Briceño-Iragorry en Los Riberas. No es casual que la forma expresiva, en la cual Don Mario discurre acerca del cristianismo, sea la epístola, escritura de los sentimientos y de los estados interiores que llega al develamiento de la subjetividad. No la subjetividad cartesiana ni kantiana, sino la existencia sentida y palpada hasta la médula. Don Mario se asumía como un hombre débil en su morada interior. Briceño-Iragorry estableció un diálogo abierto y secreto con pensadores cristianos, supo sentir y comprender las intuiciones de J. Maritain (el Cristo humanista), Kierkegaard (la angustia y el sentido de la responsabilidad ética frente al desmoronamiento de la fe), Marcel (la omnidebilidad de Cristo, propuesta de este pensador existencialista que lo acerca insospechadamente a la noción de Vattimo, la del Cristo relativo o del Cristo Débil), y al «cristianismo laicizado (…) a las energías del Evangelio pasen a la vida temporal de los hombres», de Maritain. Briceño-Iragorry lee el Evangelio en las páginas de Papini (el Cristo practicante del amor y la caridad), Malaparte (el Cristo feo contra el esmero de la estética aria del fascismo) y Kazantzakis (el Cristo del sacrificio y del encuentro pasional con los que sufren y padecen las injusticias del orden). Sin embargo, Briceño-Iragorry reinserta en el mundo su propio Cristo robustecido por su poder de transformación y emancipación a través de la caridad. Cristo es amigo de los pobres y no contenido de materia teológica y figura disciplinada para rendirse ante ella. Por ello, Briceño-Iragorry, enseña a los venezolanos el Cristo redentor que vino al mundo por amor y no por la violencia, y vino a subvertir el orden impuesto por los poderosos. Es a través de la caridad, y no del dogma de la iglesia y de la lógica racionalista alcanzada en su máxima expresión capitalista, cómo Don Mario, reinserta la esencia de los valores cristianos en la sociedad venezolana y apuesta a un orden cristiano universal.
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José Carlos de Nóbrega
Un fantasma escurridizo
a propósito de la novela El fantasma de Prospect Park, de Albo Aguasola
Esta extraña novela, como fantasmagoría etérea, pareciera ubicarse entre lo literario y lo sub-literario: Asume la mezcla del relato fantástico medieval —la épica del Amadís de Gaula o El cantar de Rolando— y su revisita contemporánea —Borges, Julio Garmendia y su tocayo Cortázar— con la literatura digital de cordel que evade en apariencia cualquier posición ideológica y estética respecto al mundo globalizado y post-industrial. La literatura de folletín no sólo involucra la novelística de aventuras, los cómics, el drama amoroso, o un texto clásico de la consolación como Los misterios de París, de Eugene Sue; también incorpora sus realizaciones lights de hoy, desde el redescubrimiento de Tolkien, la didáctica invertida de Harry Potter, el manga japonés, la insulsez neorromántica de las sagas novelísticas como Crepúsculo, hasta esa ensayística inofensiva y baladí de los libros de auto-ayuda desprovista de la indudable poesía de la literatura sagrada —la Biblia, el Corán, los diálogos socráticos o los Vedas hindúes—. En este caso, a diferencia de César Aira en la novela Los fantasmas, el autor no pretende parodiar el sub-género literario de terror o miedo para desmontar el orden socio-económico y político de su tiempo. Por el contrario, el pastiche narrativo apunta a develar —o encriptar— las contingencias y contradicciones de la voz narrativa, el oficio literario como tal y la problemática de la identidad que supone el exilio físico e interior. ¿Acaso esta novela apuesta por una propuesta fauvista que le distancie de la desilusión ideológica y estética, dadas las coordenadas equívocas del mundo actual? El fantasma comunista de Marx y Engels aún espanta al orbe, incluso en regímenes monárquicos teñidos de rojo como el caso de Corea del Norte. Sólo que se ve acompañado y confrontado por el Brexit anti-global y reduccionista de Theresa May, Donald Trump y la familia Le Pen —por supuesto, con su repulsión por la diversidad y la cultura del Otro: el Islam, la americanidad estadounidense y afro-caribeña, los refugiados y los inmigrantes latinoamericanos, por ejemplo. La voz falsificada en el exilio, imperante a lo largo de la novela, se ocupa de su propio malestar de identidad que le inmoviliza entre el alma mestiza latinoamericana y la tarjeta verde. La tensión escritural vertida tanto en el estilo como en la psicología de los personajes, se desenvuelve en una estética neorromántica afín a Poe y su traductor venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde. El móvil es la alusión referencial por vía del plagio aparente o la imitación hiperrealista de la voz antecedente, bien sean los cronopios y famas de Cortázar —«Información sobre fantasmas. // Si usted encuentra uno por allí, no trate de acercársele para tomarse un selfie, existen miles de cosas que podrían irritarlos y hasta intentar pegarle»— o los dibujos de Doré y Goya e incluso la pintura de Roger Dean que ilustra los discos del grupo de rock sinfónico Yes. Hay también una marcada arista egotista y autorreferencial como factor posible de identidad, cuando Aguasola alude a sí mismo: «debería leer también Vasonegro y otras obras de este autor». A este respecto, el prólogo del libro (firmado por el profesor Eney Silveira Morales) es sumamente curioso, pues su superficialidad y el tenor didáctico, esteticista y moralizante rayan en lo caricaturesco y el galimatías, sin siquiera atisbar sus fortalezas y debilidades: «reflexiona sobre su propia forma de situarse ante la creación literaria para definir el estilo con que ha de direccionar su trayectoria como hom-
Grito de los Volcanes VI, de Pavel Egüez
bre de letras». Por tal razón, se nos antoja más bien la impostura de un heterónimo o, peor aún, la desencaminada buena intención de un amigo entrañable. Creemos que la novela importará a posibles y diversos lectores, por su construcción en un territorio indefinido, escurridizo y ambiguo. He allí su mayor virtud pero al mismo tiempo su fragilidad relativamente encantadora (el riesgo que supone la fusión de géneros y registros de habla en el discurso narrativo). Se asimila, por ejemplo, a Peonía de Romero García en tanto su antecedente ejemplar: proponerse la crítica política al régimen de Guzmán Blanco, para decaer en la novela amorosa y pastoril que la emparenta con María, del colombiano Jorge Isaacs. A lo largo de su corpus, este fantasma de Prospect Park musita, susurra y grita en un castellano neorromántico y anglosajón (¿registro neocolonial deliberado?), no obstante las ocasionales interrupciones de la voz criolla: «Entonces le dieron tres patadas por el culo y lo dejaron libre» (p. 113). La locación umbría, neblinosa e invernal de Prospect Park, Nueva York, constituye no sólo el enclave ideal y aislacionista en el que se mueven Onelio (¿poeta por ósmosis?), el fantasma y sus víctimas degolladas, sino en especial una aproximación pesimista y desangelada del mundo real con sus terroristas islámicos y de Estado, mercenarios militares, y transnacionales depredadoras. En una
Director Freddy Ñáñez Coordinadora Karibay Velásquez. Letras CCS es el suplemento literario del diario Ciudad CCS y se distribuye de forma gratuita | correo-e:
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batalla al alba contra el ángel que le esclarezca la problemática de la identidad, Aguasola se vale de un instrumental plástico y estético de escarcha, papel marché y vidrios de colores, para manifestar su disconformidad metafísica con el entorno. Desde la evasión neo-modernista en el tratamiento del contexto histórico, de incontrovertible sesgo romántico, que apuntala al yo, hasta al anacrónico culto por la palabra «más» como mantra lírico y de habla que reacomode ela mundo. Onelio no se topa con un fantasma en pena, sino consigo mismo en el marco escindido y esquizoide de su soledad y el proceso doloroso de su propia destrucción. De nada le sirvió engañarlo durante la realización de las tareas de Hércules [recuperar la cabeza del fantasma, enterrarla y secuestrar a su asesino], esto es la primacía del mero ingenio sobre la ética personal, eso sí, resbaladiza y accidentada. El tesoro como premio al héroe o anti-héroe, representa un artilugio que maravilla y excita el apetito y la ambición, para luego entrampar y devorar a sus incautas y tentadas víctimas. La consolatoria frase final de la novela, Bonus Eventus, ¿es el mapa de la felicidad? o ¿es la llave de la súbita y azarosa fortuna material o de ultratumba? Este Tesoro presuntuoso, como el de la Sierra Madre de Bernard Traven y John Huston, pudiera ser polvo de oro que el viento nos arrebata en una lectura políticamente incorrecta del mundo y el texto literario.
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