Viernes 21 de diciembre de 2012 | adn cultura | 13
Otra ópera
Carolyn abbate y roger Parker, reconocidos musicólogos, publicaron a History of opera: the last 400 Years. lo curioso es que, además de la historia, los autores proponen también una reflexión sobre el género, al que definen como “irreal”, con sus propias teorías. Según la revista Prospect, aseguran que las puestas radicales son un indicio de decadencia y observan que el hábito de actualización, “alimentado tecnológicamente”, comenzó “como un intento de volver relevantes para el público óperas en idiomas desconocidos”.
El ExtranjEro
PEnSamiEnto
La ciencia de la deshonestidad Con un enfoque original, Dan Ariely estudia en qué condiciones se miente y ofrece claves para no hacerlo ro que las percusiones no se llevaban bien con sus canciones, supo que la voz femenina era la perfecta compañía para su tono grave, sombrío, de este hombre que nació con traje, tal como él mismo le dice a la autora. El libro empieza donde comenzó todo, en la casa de nacimiento, en la Montreal de los años treinta. De allí a hoy, Simmons va armando con los múltiples materiales con los que cuenta (las largas charlas mantenidas con él para este libro, la obra literaria de Cohen, en especial sus dos novelas; las canciones; otros libros publicados; los varios documentales para cine y televisión y las muchas entrevistas realizadas por la autora a muchísimos de las personas que han sido parte de la vida de Cohen, desde sus amigos de la infancia hasta los más recientes colaboradores musicales) ese rompecabezas que es la vida de este artista: el ser literario y el ser musical, el amante enamorado y el buscador religioso. Simmons desmenuza sus primeros trabajos literarios, sus búsquedas y sus amistades, y también cómo va formándose en él la posibilidad de llevar ese mismo impulso
la mujeres fueron musas y amigas, fueron las más importantes relaciones de su vida personal de la palabra al terreno de la música, llevado principalmente por la necesidad económica. Se descubre a un hombre paciente, trabajador de sus materiales, minucioso con su obra (“Hallelujah”, por ejemplo, le demandó cinco años escribirla, según cuenta, y antes de grabarla consultó con Bob Dylan para ver cuál de los dos finales entre los que dudaba debía ser el que quedara en la grabación). Pero vemos también el otro lado, nos enteramos de lo duro que fue para él salir del más seguro ámbito literario y lo difícil que le han resultado las giras y la actuación en vivo, desde el mismo inicio. (“Entonces paré y me limité a decir: ‘Lo siento, es que no puedo hacerlo’, y me fui del escenario con los dedos como gomas elásticas, la gente desconcertada y mi carrera en la música agonizando entre las toses de la gente que había detrás del escenario”, tal el relato de la
primera vez que se subió a un escenario, en 1967, invitado por Judi Collins, la cantante que había apostado por él y había grabado dos temas suyos cuando nadie lo conocía en el ámbito musical.) Esa inseguridad, ese temor de entonces que lo acompañó siempre ayuda también a entender esa otra faceta de Leonard Cohen, la del buscador espiritual, la del hombre que desde joven practicaba largos ayunos de hasta una semana, con los que sentía que se limpiaba pero que también le proporcionaban interesantes estados mentales (que asimismo buscaba con el uso de alcohol y drogas varias) y sobre todo lo profundo que ha sido su camino junto al ahora centenario maestro zen Sashu Roshi Sasaki, una relación que cultivó por décadas y que incluyó una estadía de varios años en el monasterio de Mount Baldy, en Los Ángeles, en donde se ordenó como monje con el nombre de Jikan. “Hay muy poco tiempo y espacio para estar solo –dice sobre la vida allí–. Hay un dicho en el monasterio: los monjes son como guijarros en una bolsa; trabajan siempre codo a codo, así que la vida tiene las mismas características que en cualquier parte, las mismas sensaciones de amor, odio, celos, rechazo, admiración. Es la vida ordinaria bajo un microscopio”, cuenta sobre ese tiempo. Se entiende también que fue allí en busca de un sosiego que lo apartara de los estados sombríos que lo han perseguido casi toda su vida, y que finalmente pareció encontrar junto a otro maestro, el hindú Ramesh Balsekar. Caminos espirituales han convivido siempre con intensas relaciones de pareja, de la Marianne de sus tiempos en la isla griega Hydra a la cantante Anjani Thomas, pasando por Suzanne (la madre de sus dos hijos, no la de la canción) y la actriz Rebecca De Mornay. Una biografía documentada y apasionante de más de 700 páginas cuya lectura, como corresponde, puede muy bien ser acompañada por las propias canciones de Cohen.C
Por qué mentimos dan arieLy
Paidós Trad.: Joan Soler Chic 260 páginas $ 72,90
Ana María Vara Para La nacion
“H
ay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntándoselo. Si dice que sí, es un sinvergüenza.” La boutade de Groucho Marx sugiere que todos somos deshonestos: por eso Dan Ariely, profesor en la Universidad de Duke, la eligió para abrir Por qué mentimos… en especial a nosotros mismos. El engaño no es, como nos gustaría pensar, un recurso excepcional o un pecado de individuos desviados, sino una conducta reiterada y estadísticamente previsible en personas perfectamente normales. Ariely es doctor en psicología cognitiva y en dirección de empresas: el cruce disciplinario de su formación define el horizonte de sus preocupaciones, relacionadas con el entorno laboral y el ejercicio de las profesiones. El centro de su investigación es comprender en qué situaciones somos más proclives a engañar a los demás y a nosotros mismos, desde una especialidad nueva: la economía conductual. Su indagación parte de la crítica a la teoría dominante sobre la mentira, el modelo simple de crimen racional (Smorc, por su sigla en inglés), que propone que, guiados por la fría razón, sólo buscamos maximizar nuestros beneficios. Por eso, si no robamos, es sólo porque no queremos terminar presos. A través de una serie de experimentos, Ariely y su equipo encontraron que algunos aspectos se cumplen: mentimos o robamos menos si somos vigilados. Pero otros no: la mentira o el robo no es proporcional al botín en juego, por ejemplo. Podemos exagerar
nuestros resultados en un test para llevarnos una suma de dinero un poco mayor a la que mereceríamos. Pero no nos llevamos el bol que contiene todos los billetes. Estas observaciones ponen de manifiesto que un componente importante en el engaño es cómo nos vemos a nosotros mismos. No nos gusta pensar que somos deshonestos. Nuevamente: podemos llevarnos una lapicera de nuestro lugar de trabajo, pero no toda la caja, las resmas de papel y la abrochadora. Éste es un aporte clave del trabajo de Ariely: revelar el componente de autoengaño en estas mentiras limitadas, que sistematiza en la teoría del factor de tolerancia. También es destacable que sus hallazgos atraviesan las culturas, ya que valen para Estados Unidos, Israel, Turquía, Canadá o Inglaterra. Por qué mentimos… consiste en tres cuartas partes de experimentos contados de manera hábil, con curiosidades, anécdotas personales y pausas de suspense antes de revelar los resultados. En esto, se acerca a un libro de autoayuda, porque induce al lector a reflexionar sobre qué haría en cada uno de los ensayos, realizados, en la inmensa mayoría, con estudiantes universitarios actuando como ratitas de laboratorio. El costado más serio tiene que ver con las consecuencias de estas conductas en la vida pública. Dos capítulos están dedicados al conflicto de interés y su impacto en las decisiones de los expertos: desde casos de mala praxis médica inducidos por el afán de lucro hasta las manipulaciones de los economistas y las calificadoras de riesgo que hicieron posible el colapso económico de 2008, todavía fuera de control. Su análisis muestra que la medida más extendida para regular estas situaciones –la declaración de conflicto de interés, que requiere que el experto haga público si ha recibido dinero para hacer una recomendación o un estudio– no alcanza para controlar todos sus efectos. Vale apuntar que el título del libro en español es engañoso. Ariely responde con detalle a la pregunta de cuándo mentimos y, en menor medida, a qué hacer para evitarlo. Pero no dice nada sobre las causas. Tampoco parece encontrar ningún aspecto positivo en la deshonestidad, aun cuando señala que hay mentiras altruistas. En síntesis, un enfoque original y prometedor pero que todavía debe recorrer un largo camino. C