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Hans Ulrich Obrist. Ai Weiwei. Conversaciones. Gustavo Gili, Barcelona, 2014. 127 páginas; 15 euros. Jarrones de porcelana hechos añicos, mesas con dos ...
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Werk, n. 12-2013 Luigi Caccia Dominioni Werk, Zúrich, 2013 84 páginas; 19 euros

Philip Jodidio y Suha Özkan Emre Arolat Architects Rizzoli, Nueva York, 2013 288 páginas; 65 euros

Octavio Mestre Building Skins Monsa, Barcelona, 2012 223 páginas; 25 euros

Otto Paans y Ralf Pasel Situational Urbanism Jovis Verlag, Berlín, 2013 256 páginas; 35 euros

Emilia Terragni et ál. Atlas de arquitectura mundial Phaidon, Londres, 2013 832 páginas; 150 euros

Hans Ulrich Obrist Ai Weiwei. Conversaciones Gustavo Gili, Barcelona, 2014 127 páginas; 15 euros

Juhani Pallasmaa La imagen corpórea Gustavo Gili, Barcelona, 2014 184 páginas; 25 euros

Nathan Yau Data Points John Wiley & Sons, Indianapolis, 2013 300 páginas; 32 euros

Con una versión bilingüe, la revista Werk ha dedicado el último número de 2013 a celebrar los cien años del milanés Luigi Caccia Dominioni, uno de los arquitectos más singulares de la modernidad italiana. Perteneciente a la vieja aristocracia lombarda (es primo del no menos singular conde Paolo Caccia Dominioni, héroe de El Alamein y también arquitecto), Caccia fue el preferido de las clases altas milanesas, con las que compartió un gusto más cercano al cálido surrealismo que al severo y dogmático racionalismo. Junto a Ignazio Gardella fundó Azucena, la mítica marca cuyos sillones y manijas funcionales y a la vez elegantes ayudaron a conformar las gratas atmósferas de sus muchos edificios: oficinas, iglesias y, sobre todo, casas burguesas en las que el rigor plástico se conjuga siempre con una sofisticada cultura del habitar.

Con sus ochenta millones de habitantes y su posición a caballo de Asia y Europa, Turquía es un país con vocación moderna que ha hecho de la construcción uno de los pilares de su emergente economía. Esta realidad está presente en la obra de uno de sus arquitectos más reconocidos, Emre Arolat (1963), cuyo lenguaje adopta la caligrafia corporativa para responder a la demanda creciente que hay en Turquía de viviendas de calidad y edificios representativos, pero sin renunciar a la experimentación formal, la atención al contexto y al clima, y la inspiración en la construcción vernácula. El resultado es una obra atractiva y exuberante, que se presenta en esta monografía mediante una selección de treinta proyectos, entre ellos los celebrados Museo de Arte Contemporáneo de Estambul o el edificio para el Minicity Theme Park en Antalya.

Las monografías de arquitectura suelen organizarse con criterios cronológicos o tipológicos; rara es la ocasión en que lo hacen a partir de la construcción. Buildings Skins pertenece a esta última categoría, y presenta una parte de la amplia y ecléctica obra de la oficina del barcelonés Octavio Mestre a la luz del concepto de envolvente. El libro se divide en tres partes, que corresponden a otras tantas maneras de explicar la piel de los edificios, partiendo de las fachadas de ladrillo, revoco o piedra, para continuar con las celosías, sean fijas o practicables, que entroncan con la vieja tradición mediterránea del hueco fragmentado y protegido. A estos acompaña un capítulo que da cuenta de un caso en el que la fachada resulta especialmente relevante tanto por su fragilidad tectónica como sus valores culturales asociados: los edificios históricos.

Pese a su título, este libro no trata del urbanismo de los situacionistas, sino de las estrategias para cualificar los espacios que el funcionalismo de posguerra dejó en herencia a las ciudades de Occidente. Inspirado por los dogmas higienistas y por el principio del Existenzminimum, el urbanismo de las décadas de 1950 y 1960 supo responder a los retos de reconstruir Europa y dar cobijo a su población, pero a costa de las dos condiciones —la densidad de la trama urbana; la calle como lugar público— que hacen de las ciudades verdaderos espacios habitables. Para explicar cómo recomponer la urbe moderna, este libro se sirve de sugerentes esquemas para analizar un rango de escalas que abarca desde los intersticios de las hileras de adosados hasta las explanadas frente a las colmenas residenciales, pasando por los patios traseros o las zonas verdes.

La antología es un género difícil; lo es más aún si el universo que debe sintetizarse abarca cien años y cinco continentes. Con su Atlas de arquitectura mundial del siglo xx Phaidon ha salido airoso del empeño. Su selección de 757 edificios en 97 países desborda el enfoque occidental para incorporar obras de tradiciones alejadas; lejos de plegarse a los criterios de un solo director, la elección ha dependido de comités específicos de cada zona estudiada; unos índices exhaustivos permiten cruzar referencias. Pese a ello, el impresionante despliegue no resulta del todo satisfactorio: la diagramación de las fichas penaliza el tamaño de los planos en favor de fotografías redundantes; el orden de presentación de las obras no es cronológico, lo cual vuelve confuso el discurso; y la consulta del colosal tomo resulta ardua, a no ser que se tenga a mano un facistol.

Jarrones de porcelana hechos añicos, mesas con dos patas, gatos recostados sobre cartones, galpones demolidos, un blog clausurado, dioramas que representan la detención de un artista, el artista: son algunas obras del bestiario de Ai Weiwei, un polemista cuya desmesurada exposición a los medios justifica que algunos se atrevan a negarle su condición de gran creador. Y, sin embargo, lo es, como demuestra este volumen, donde el no menos mediático mago de la conversación, Hans Ulrich Obrist, extrae una torrentera de palabras en las que el artista, arquitecto, comisario, editor, poeta y urbanista chino reflexiona sobre cosas como: jarrones de porcelana hechos añicos, mesas con dos patas, gatos recostados sobre cartones, arquitecturas demolidas, un blog clausurado, dioramas que representan la detención de un artista y, finalmente, el propio artista.

Es costumbre desacreditar la arquitectura actual tildándola de ‘icónica’. Con ello se vitupera también la cultura de la imagen de la que procede, como si las imágenes fuesen tan sólo impresiones alienantes. En su último libro publicado en español, Juhani Pallasmaa (véase Arquitectura Viva 159, 145 y 136) nos recuerda que la condición de las imágenes desborda el simple cliché: consiste en realidad en su carácter complejo, capaz de mediar entre el tiempo y el espacio, el mundo y el cuerpo, la memoria y, claro está, la imaginación. La conclusión de este delicioso ensayo construido desde las premisas fenomenológicas que con tanto acierto el autor finés ha sabido popularizar, es la siguiente: las experiencias espaciales que valen la pena dependen siempre de aquellas imágenes corpóreas que son ya una parte inseparable de nuestras vidas.

La afición a la gastronomía lleva a algunos a afirmar que somos lo que comemos. De un modo análogo, no sería descabellado escribir que en nuestro mundo digital somos, en realidad, los datos que nos describen y que sin cesar generamos. Leer esos datos y, sobre todo, interpretarlos adecuadamente, se ha convertido en una cuestión de Estado para los Gobiernos, y en un asunto práctico para los individuos. Por eso libros como el de Nathan Yau —especialista en diseño y estadística— resultan tan oportunos. Data Points: Visualization that Means Something es un manual riguroso que, acompañado de sugerentes imágenes, entronca con la tradición del mejor diseño gráfico para explicitar los modos de seleccionar, interpretar y traducir en diagramas intuitivos la maraña en apariencia inextricable de los datos que manejamos cotidianamente.

THE SWISS MAGAZINE Werk’s last issue for 2013 is a bilingual celebration of the centenary of the birth, in Milan, of Luigi Caccia Dominioni, one of the most exceptional architects of Italian modernity. A member of the old aristocracy of Lombardy (he is cousin to the no less extraordinary Count Paolo Caccia Dominioni, hero of the El Alamein and also an architect), he was a favorite of the Milanese upper classes, sharing with them a taste that was closer to surrealism than to severe dogmatic rationalism. With Ignazio Gardella he founded Azucena, the mythical brand of functional but elegant armchairs and door handles that did much to create the pleasant atmospheres of his many buildings.

WITH ITS POPULATION of 80 million and its position straddling Asia and Europe, Turkey is a country with a modern calling that has made building one of the pillars of its emerging economy. This is patent in the work of one of its leading architects, Emre Arolat (1963), whose language adopts corporate calligraphy in addressing the growing demand, in the country, for quality housing and representative buildings, but not at the cost of formal experimentation, attention to context and climate, and inspiration in vernacular construction. The result is an attractive and exuberant body of work that this monograph presents through thirty projects, including the Istanbul Contemporary Art Museum.

ARCHITECTURE MONOGRAPHS tend to follow chronological or typological criteria. Rarely are they organized on the basis of how they are constructed. This book presents part of the broad and eclectic oeuvre of Octavio Mestre’s Barcelona office in terms of the concept of building envelopes. It is divided into three parts, each corresponding to a particular way of rendering the skin of buildings, starting with facades of brick, plaster, or stone, and continuing with lattices, whether fixed or operable. A chapter describes a case where the facade is especially relevant, both because of its tectonic fragility and because of its association with historical buildings.

THE BOOK IS NOT about the urbanism of the situationists, as the title might have us believe, but about strategies for rehabilitating the spaces that postwar functionalism left behind in the cities of the West. Inspired by hygienist dogmas and the Existenzminimum principle, 1950s and 1960s urbanism knew to take on the challenges of reconstructing Europe and housing its population, but at the cost of the two conditions – density of urban fabric, and the street as a public place – that make cities truly livable. To explain how to recompose the modern urb, the book uses illustrative schemes to analyze a range of scales, going from gaps in row houses to esplanades in front of apartment buildings.

ANTHOLOGIES ARE a difficult genre, more so if the universe it seeks to synthetize covers a hundred years and five continents. With its Atlas of 20th Century World Architecture, Phaidon has come out with flying colors. The selection of 757 buildings located in 97 countries steps beyond the western gaze to include works of faraway traditions. Instead of submitting to the criteria of a single coordinator, the choice has relied on specific committees for the geographic areas, and an exhaustive index allows crossreferencing. But plans lose out in size in favor of redundant photos, the lack of chronology causes confusion, and the book is so huge that one needs a lectern to read it comfortably.

PORCELAIN JARS smashed to pieces, two-legged tables, cats lying on boxes, razed sheds, a terminated blog, dioramas depicting the artist’s arrest, and the artist himself are just some of the works of Ai Weiwei, a polemicist whose exposure in media has made some question his fame as a great creator. And yet he is one, as we can see in this book, where a no less mediatic wizard of conversation, Hans Ulrich Obrist, extracts a torrent of words showing the Chinese artist, architect, curator, publisher, poet, and urbanist reflecting on things like porcelain jars smashed to pieces, two-legged tables, cats lying on boxes, razed sheds, a terminated blog, dioramas depicting the artist’s arrest, and the artist himself.

IT HAS BECOME habitual to discredit current architecture by branding it as ‘iconic’. The culture of images that it comes from is vilified as well, as if images were nothing but alienating impressions. In his latest book published in Spanish, Juhani Pallasmaa (see Arquitectura Viva 159, 145, and 136) reminds us that images are beyond cliché, complex in character, able to mediate between time and space, world and body, memory and imagination. The conclusion of this delicious essay, built upon the phenomenological premises that the Finnish author has so well popularized, is this: our most worthwhile experiences of space depend on the embodied images that are already part of our lives.

IF WE ARE what we eat, one might say that in our digital world, we are the data that describe us and which we ourselves incessantly generate. The reading and interpreting of such information has become a state matter for governments and a practical matter for individuals. So the publication of books like this one by Nathan Yau, a specialist in design and statistics, is timely. Data Points: Visualization that Means Somethung is a rigorous manual that, illustrated with suggestive images, ties up with the tradition of the best in graphic design to explain the selection, interpretation, and translation into intuitive graphics of the apparently inextricable tangle of data we handle every day.

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