IS 24-27 O EL GRAN APOCALIPSIS DE ISAÍAS

por parte de Alejandro Magno (en el año 332 a.C.), en la toma de Cartago por parte de los romanos (en el 146) o incluso en la toma de Samaría por parte de ...
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IS 24-27 O EL GRAN APOCALIPSIS DE ISAÍAS La vasta producción profética puesta bajo el nombre de Isaías recoge la producción literaria de una especie de escuela que ha reelaborado y actualizado a través de los siglos el mensaje del maestro del s. VIII a.C. Las páginas más recientes se encuentran probablemente en los cc. 24-27, que se insertan inmediatamente después de la colección de “oráculos contra las naciones” (cc. 13-13). De hecho, estos capítulos hacen todavía algunas alusiones, un poco misteriosas, al juicio de Moab (25,10b-11) y a la caída de una ciudad (25,1-13; 26,5-6); pero en general la perspectiva se abre hacia una catástrofe universal (24,1-3) que caracterizará la victoria definitiva del Señor sobre las potencias del caos (27,1) e incluso sobre la muerte (25,8; 26,12). Esta es ya la temática de la apocalíptica, que ocupará el lugar de la profecía en la época helenista. Por eso también esta sección suele llamarse el “apocalipsis de Isaías”1. La denominación es más práctica que pertinente, porque estos capítulos en su conjunto no tienen las características ni de una visión, ni de un escenario determinado, ni de una evocación simbólica, y no pretenden haber sido inspirados por un antiguo héroe de la fe, rasgos estos, que son típicos de la literatura apocalíptica propiamente dicha (cfr. el libro de Daniel). Aquí el profeta queda en el anonimato (24,16b); se nutre abundantemente de los profetas anteriores a él – sobre todo de Isaías, de quien toma muchos elementos– pero también de Amós (cf. Is 24,20 y Am 5,2), de Miqueas (cf. Is 24,23b y Mi 4,7), de Jeremías (Is 24,17 y Jr 48,43), como es característico en los profetas de época tardía. a) La colección La composición de estos cuatro capítulos es compleja, tanto desde el punto de vista del contexto como del literario: contiene oráculos que se alternan con oraciones en primera persona singular o plural. La conjunción de estos dos géneros literarios ha sugerido la presencia de “liturgias proféticas” (G. Fohrer) destinadas a ceremonias públicas. Pero difícilmente se puede encontrar el esquema dialógico propio de una liturgia. Por el contrario, apoyándose en la variación de géneros, se ha intentado encontrar la estructura de una “canción de fiesta” (J. Lindblom), en la que el coro alterna con las intervenciones de un narrador, según el siguiente esquema: Narrador. 24,1-6: La catástrofe Coro. 24,7-16a: Canto de agradecimiento N. 24,16a-20: La catástrofe C. 25,1-5: Acción de gracias N. 25,6-10a: El gran banquete C. 26,1-14: Canto de arrepentimiento N. 26,20-21-Juicio universal C. 27,2-11. Canto de alegría N. 27,12-13: La gran reunión. 1

Se la llama también el “gran apocalipsis”, para distinguirlo de los cc. 34-35, otra unidad literaria llamada, a veces, “pequeño apocalipsis”. Colocado al final de la colección del profeta Isaías, inmediatamente antes del apéndice histórico constituido por los cc. 36-39, estos dos capítulos amplían hasta las dimensiones de un juicio universal (34,1-4), un oráculo particular contra Edom (34,5-15) y remiten enseguida a la salvación (35), retomando varios temas de Isaías 40-55. He ahí otro eco, también tardío, de la predicación de la escuela profética de Isaías.

Por muy sugerente que sea este esquema, las partes no siempre se corresponden: el canto de arrepentimiento de 26,1-4, por ejemplo, no parece responder al anuncio del gran banquete de 25,6-10. Además varios versículos no entran en el esquema y, por lo mismo, tienen que ser considerados como añadidos secundarios: 24,21-23 (que presenta los dos géneros al mismo tiempo); 25,10b-12 (oráculo sobre la caída de Moab), 26,15-19 (cuya conclusión es un duplicado del anuncio hecho en 26,20-21). Finalmente, como en una canción moderna, el compositor del conjunto podría haber empleado material literario preexistente, cuyo origen habría que explicar. La investigación posterior ha trabajado más bien suponiendo la existencia de un breve texto primitivo, enriquecido en sucesivas etapas y siempre con la intención de adaptar el mensaje a nuevas situaciones históricas. Ese núcleo estaría constituido por el anuncio de la catástrofe final (24,1-6), seguido por un diálogo entre los creyentes (24,14-16a) y el profeta (24,16b-20), y concluido por una plegaria de arrepentimiento (26,7-18), a la que el profeta responde renovando el anuncio inicial (26,19-21). La obra se habría visto enriquecida con algunos desarrollos redaccionales y sobre todo con tres grupos de textos: dos himnos que celebran la caída de la ciudad enemiga (25,1-5 y 26,1-6); un ciclo de tres «visiones» apocalípticas (24,21-23; 25,68 y 25,9-10a); y finalmente cinco oráculos encabezados por la fórmula «en aquel día» (27,1.2-5.6-9.10-11 y 12-13). E l oráculo sobre la caída de Moab (25,10b-12) serviría para conectar con la colección de «oráculos contra las naciones» (cc. 13-23). Esta composición por etapas explicaría la falta de cohesión formal y literaria y, al mismo tiempo, la convergencia temática que se pueden observar en el conjunto. b) El ambiente de origen El único punto de enganche histórico es la caída de la «fortaleza de los bárbaros», celebrada en los himnos (25,1-5 y 26,1-6) pero evocada también en 24,10-12 y 27,10-11. Pero estas evocaciones son tan poco precisas, a pesar de su carácter pintoresco, que podrían referirse a diversas ciudades, comenzando por una ciudad de Moab (25,10b-12; cf. Is 16,6-8). Se ha pensado así en la toma de Tiro por parte de Alejandro Magno (en el año 332 a.C.), en la toma de Cartago por parte de los romanos (en el 146) o incluso en la toma de Samaría por parte de Juan Ircano (¡en el 107!). Sabiendo cuánto esperaban los repatriados el castigo de Babilonia, a la que Ciro había perdonado en el 539 (cf. Zac 1,15; 2,4; 5,11), se puede imaginar fácilmente que la destrucción de sus murallas y de los santuarios de la ciudad a manos de Jerjes (en el 485) pudo haberse interpretado como el esperado juicio de Dios y encender, por ello mismo, la esperanza de un juicio universal inminente. Pero estas evocaciones presentes en la obra profética de base, pueden haber sido releídas con ocasión de otras destrucciones de ciudades hasta convertirse en esas imágenes simbólicas preferidas por los apocalipsis (cf. Ap 17). La colección que está en la base habría que fecharla entonces una generación después de los profetas Ageo y Zacarías, en el segundo cuarto del s. V a.C., en tanto que los oráculos y las visiones más apocalípticas se deben de haber añadido más tarde para ampliar aún más el horizonte de la salvación esperada.

c) El mensaje No conocemos mucho acerca de la vida de la comunidad hebrea en la Jerusalén del s. V. Pero uno de los problemas de fe que seguramente debía afrontar era el que derivaba del retraso en el cumplimiento de las profecías de salvación. La estabilidad general del imperio persa no permitía avizorar ningún cambio inminente. Allí donde la profecía aún sobrevivía tenía que alimentar la esperanza y, al mismo tiempo, frenar la impaciencia. La proclamación del desmoronamiento de toda la tierra frente al juicio de Dios manifestaba el desafío que el curso de la historia presentaba. Una ciudad como Babilonia, que pasaba por ser invencible, había recibido ya su castigo. Sin embargo, el juicio anunciado no dejaba de ser temible para todos: la cólera del Señor pasaría como un nuevo diluvio, o quizás como pasó el exterminador de la décima plaga de Egipto, que no respeta sino a aquéllos que se refugian en sus casas (26,20, cf. Ex 12,13). La elección se realizaría incluso dentro mismo de la comunidad: para el pobre y para el justo que esperan en él, el Señor será un verdadero refugio, en la montaña de Sión (25,4.9-10a; 26,7). Las «visiones» dan a esta proclamación una dimensión aún más dramática: el encarcelamiento de todas las potencias malvadas, en la tierra y en el cielo (24,2123) y también la abolición definitiva del luto y de la muerte (25,8), reemplazados por la alegría de un gran banquete (25,6). Es aquí donde aparece, quizás por primera vez, en la esperanza de Israel una forma de espera en la cual Dios aparece triunfando también sobre la muerte; a tal punto que los muertos de despiertan para volver a la vida (26,19). Esta espera es la que madurará en los círculos apocalípticos, particularmente referida a los mártires de la fe (cf. Dn 12,23), para salir un día a plena luz en la esperanza cristiana (1Cor 15,20-26).