El último adversario

brasileño Falcao, según cuentan, pre- firió no ejecutar el suyo. DiBa, como .... enrolado en el Ejército y se apresta- ba a combatir en la Guerra del Chaco.
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Miércoles 11 de marzo de 2009

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la mirada de Ezequiel Fernández Moores s Para LA NACION ON

El último adversario

H

ay un momento de la vida, dice el libro, en el que nos sentimos “inmortales, invencibles”. Puede ocurrirnos a todos, pero a los ídolos del deporte, ese momento, según el texto, les sucede de modo más intenso y prolongado. Ellos son nuestros héroes modernos. Reciben baños de ovación de la multitud. Y su minuto de gloria es repetido por la televisión hasta la eternidad. ¿Cómo advertirle al gran campeón, en medio de ese éxtasis, que aún le queda un “último adversario”? ¿Cómo decírselo si él, a veces hasta con menos de veinte años, ha vencido a rivales que parecían imbatibles, en escenarios que eran inexpugnables y ante públicos hostiles? L’ultimo avversario, tal el nombre del libro recientemente publicado en Italia, es el retiro. Un adversario que el campeón, empalagado en su éxito, siempre trató con suficiencia, porque lo consideró poco digno. Pero es un rival que sabe todo sobre el campeón, porque siempre lo observó a la distancia, esperando su turno, que llega cuando se apagan las luces de la TV y ya no queda nadie. Una de las historias más dramáticas, sobre un total de cincuenta casos, que cuenta el libro de los periodistas italianos Giorgio y Paolo Viberti, es el de Agostino Di Bartolomei, mítico capitán de Roma que perdió por penales frente a Liverpool la final de la Liga de Campeones europea de 1984. Di Bartolomei, crecido en una zona que era conocida como “Shanghai”, plena barriada popular de Roma, dio rápidas muestras de su carácter cuando rechazó incorporarse a Milan porque le resultó “una locura” que un niño de doce años, como tenía él en ese momento, quisiera ser sacado de su barrio, de sus amigos y de su familia. Debutó en la Roma con sólo 18 años y se fue después de quince. Jugó 308 partidos, 146 como capitán, incluida la final del 30 de mayo de 1984 en la que sólo él anotó su penal, mientras el brasileño Falcao, según cuentan, prefirió no ejecutar el suyo. DiBa, como lo llamaban los hinchas, fue siempre un tipo derecho, y se ganó enemigos en su propio equipo y en escuadras rivales, como la tarde en que Mario Corso, de Inter, lo reprendió porque casi anota en un partido que debía terminar 0 a 0. Se retiró en 1990 y esperó inútilmente una llamada para seguir

trabajando en su querido Roma. Estudiante de Ciencias Políticas, lector de Dostoievsky, Tolstoi y Hemingway, Di Bartolomei, el duro y mítico capitán, casado y con dos hijos, el hombre que fue cine a través del director Paolo Sorrentino (L’uomo in piú) y canción en Francesco de Gregori y Antonello Venditti, no pudo con el último adversario. El 30 de mayo de 1994, a diez años exactos de esa final, se mató de un tiro en el pecho. El libro editado por SEI recorre en trescientas páginas los casos de otros deportistas que eligieron el suicidio. El atleta estadounidense Al Heppner se arrojó desde un puente en San Diego, en 2004, a los 30 años, después de fracasar por segunda vez en una clasificación a los Juegos Olímpicos, el objetivo de su vida. Y también se mató el maratonista japonés Kochiki Tsuburaya, en 1968, con apenas 28 años, luego de que una lesión lo dejara fuera de los Juegos de México ‘68, sin poder lavar la “afrenta” de Tokio ‘64. Tsuburaya había sido pasado en los metros finales de Tokio por el inglés Basil Heatley. La prensa se lo enrostró durante años, pese a que su bronce fue la primera medalla del atletismo japonés luego de 28 años. Tiberio Mitri, el Marcel Cerdan del boxeo italiano, que llegó a filmar con Ugo Tognazzi y Vittorio Gassman, y se casó con una ex Miss Italia, sufrió depresión, consumió cocaína y cayó preso, hasta que se dejó arrollar por un tren en 2001, ya a los 74 años. Un duro del fútbol argentino, como Rubén Suñé, también intentó el suicidio, en plena depresión posretiro. Y sobrevivió para contar su experiencia. El único caso argentino que cuenta el libro es el de Carlos Monzón. Pero los dramas ya conocidos del boxeo (¡cómo no recordar al “Mono” Gatica!) parecen

Las banderas en la cancha de Huracán Arsenio Erico era el “Paraguayo de Oro” para los hinchas de Independiente... Desde la popular se oía: “¡Paraguayo, paraguayo!”. Seguramente no saben los jóvenes que el domingo pasado en la cancha de Huracán tenían banderas paraguayas y se burlaban de los hinchas de Boca por la habitual identificación futbolera con los paraguayos.

dejar espacio en estas últimas décadas al ciclismo, un deporte abrumado por las drogas, como lo reflejan los finales patéticos del “Pirata” Marco Pantani y de los españoles Luis Ocaña y José “Chava” Jiménez, todos ellos también narrados en la obra de los hermanos Viberti. El libro, que cuenta entre otros los casos de George Best y Garrincha, ambos arruinados por el alcohol, de Bobby Fischer y Joe Louis, y también del buceador francés Jacques Mayol (el personaje que inspiró la película de Luc Besson, Azul profundo), recorre además el drama de las consecuencias de la ingesta masiva de estimulantes entre las atletas de la ex Alemania del Este, a través de la nadadora Christian Knacke y la lanzadora Heidi-Andreas Krieger. Los protagonistas del libro son acaso los más conocidos. Pero se sabe que la hora del retiro ha desnudado fragilidades inesperadas en más de un héroe deportivo, aunque sus casos hayan logrado permanecer en la intimidad. La obra habla, además, de ídolos seducidos por el canto de multitudes que exigen siempre la victoria. Una vez le preguntaron sobre los sacrificios de la actuación al francés Gérard Depardieu. “Los actores –respondió Depardieu– nos liberamos luego de los personajes que interpretamos, pero a los ídolos deportivos se les demanda ganar siempre, y ellos, para estar a las alturas de la exigencia, sacrifican su parte humana.” Posdata El 23 de mayo se cumplirán 75 años exactos del debut en Independiente de una de sus máximas glorias, Arsenio Erico, máximo goleador en la historia del fútbol argentino, con 293 tantos. Independiente lo compró en 1934 por

12.000, cuando tenía apenas 17 años. Antes de cumplir los 23 años, ya había sido goleador tres temporadas seguidas y en dos de ellas campeón con los Rojos. Llegó a marcar de a cuarenta goles por temporada. En 1938, dos fechas antes de que terminara el torneo, prefirió detenerse en 43 goles y dejó que marcaran sus compañeros Antonio Sastre o Vicente De la Mata, porque quería ganar el premio de 2000 pesos de los cigarrillos 43/70. Anotó goles de rebote, con “cabezazos científicos”, con toques de billar, de palomita y de taquito, algunos como “el escorpión”, que años después patentó el arquero colombiano René Higuita. Según escribió Eduardo Galeano, “no hubo taco más certero que el de Erico en la historia del fútbol”. Cátulo Castillo le dedicó un tango: “Pasará un milenio sin que nadie/ repita tu proeza/ del pase de taquito o de cabeza”. Lo apodaron “Saltarín Rojo”, “Hombre de Goma”, “Hombre de Mimbre”, el “Mago”, el “Aviador”, el “Duende Rojo”, el “Diablo Saltarín”, el “Rey del Gol”, “Mister Gol”, el “Hombre de Plástico”, el “Virtuoso” y el “Semidios”, entre otros. El gran Alfredo Di Stéfano llegó a decir que fue mejor que Pelé. “Digamos todos, ¡viva Erico de Independiente!, y el que no lo quiera decir que reviente”, escribió en Crítica el poeta y periodista Carlos de la Púa. Se fue de Independiente en 1946 después de 325 partidos, con un promedio de gol de 0,882 por encuentro. Murió el 23 de julio de 1977, luego de que le amputaran la pierna izquierda a la altura del muslo. Un problema arterial le había producido una gangrena. Antes del Mundial de 1938, le ofrecieron 200.000 pesos para que jugara en la selección argentina. Para dar una idea, un auto último modelo valía 5000 pesos. Pero dijo que no, porque él era paraguayo. Era “El Paraguayo de Oro”, otro de sus apodos. Cada vez que se lo volvía a ver en la platea del Rojo, desde la popular se oía: “¡Paraguayo, paraguayo!”. Seguramente no lo saben los jóvenes que el domingo pasado en la cancha de Huracán tenían banderas paraguayas y se burlaban de los hinchas de Boca por la habitual identificación futbolera con los paraguayos. Pero Arsenio Pastor Erico, que a los 15 años estaba enrolado en el Ejército y se aprestaba a combatir en la Guerra del Chaco contra Bolivia, nació, creció y murió paraguayo. Y fue tan símbolo del Rojo como Bochini.

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