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cultura
| Domingo 26 De octubre De 2014 Interés en el sujeto, no en el objeto. El visitante es el huésped. Está permitido tocar. Importan los desconocidos antes que los personajes históricos. Incluye elementos multimedia. La tecnología cumple un papel primordial. Crea imágenes y sensaciones para acercarlos a un hecho histórico. Hay una primacía del diálogo.
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TendenCiAs | experiencia transformadora
El “museo emotivo” convierte al público en la estrella Lejos de la solemnidad, los centros de exposiciones buscan nuevas maneras de comprometer al visitante con las obras de arte o los hechos históricos; los recursos incluyen dispositivos multimedia y ambiciosas recreaciones Texto Laura Ventura para LA NACION
E
l protagonista de “Axolotl”, el cuento de Julio Cortázar, atravesaba una experiencia no sólo conmovedora, sino trascendental tras contemplar detrás del vidrio del acuario a los anfibios de origen mexicano. Este personaje podía comprender el pasado y la esencia de estos seres y, a su vez, la propia. Así, dos culturas y lenguas distantes dialogaban. A modo profético, el autor anticipaba una búsqueda que orientaría a los responsables de los museos y centros de exposiciones que apelan cada vez más a transformar al visitante, antes que a colmarlo de imágenes e información. El denominado “museo emotivo” no se refiere a la institución en sí, sino a la estrategia que llevan a cabo en la actualidad muchos de estos centros. Así lo explica Américo Castilla, presidente de la Fundación Teoría y Práctica de las Artes (TyPA). “La emoción es un vehículo muy eficaz –como lo es en el cine, el teatro, la música o la literatura– al que puede recurrirse en el proceso de construir sentido por medio de sus exposiciones. Éstas son puestas en escena que pueden, o no, crear empatía con los visitantes [de distintas características, edades, géneros, capital cultural, clase social, etc.].” Uno de los casos más emblemáticos y elogiados a nivel mundial de un “museo emotivo” es el que se experimenta en Liverpool, en el Museo Internacional de la Esclavitud. Inaugurado en 2007, el objetivo de los organizadores es poder narrar historias de personas que sufrieron la esclavitud para que el visitante pueda aprender de la historia y del presente de esta práctica. De este modo, los museos no son sólo un vehículo que transporta hacia al pasado, sino que conducen a sus visitantes a reflexionar sobre el presente. En la película Escritores de la libertad (2007), con Hilary Swank, una profesora de literatura busca –y logra– resolver el conflicto racial de su clase a través de una experiencia movilizadora: la visita al Museo de la Tolerancia, en Los Ángeles. En el contexto argentino, Castilla destaca el Museo Regional de San José, en Entre Ríos, con su exposición permanente sobre la inmigración europea: “Los visitantes ingresan en la cubierta de un barco de vela, como lo hicieron los pioneros suizos que venían de los Alpes y se sorprenden con un paisaje de bosque litoraleño, el sonido de sus aves y el murmullo del agua del río Uruguay. El impacto emocional de ese encuentro inesperado facilita enormemente la comprensión y la participación en la experiencia que propone el museo en su transcurso”. De las musas al sujeto Los museos nacen en la Antigua Grecia con el fin de adorar a las musas, de aquí su nombre, templos reservados para las elites del mundo helénico. Este concepto fue mutando con el transcurso de los siglos y estas colecciones privadas comenzaron a abrir sus puertas al público. En el imaginario popular, el concepto de estos sitios está vinculado a edificios en los que se acude a contemplar arte o fragmentos de la historia. Custodios de los objetos que fueron testigos de hechos e ideas clave de la humanidad, hoy son mecas y sitios de visita casi obligatoria de turistas y estudiantes. Hasta hace algunas décadas, el énfasis de los museos estaba puesto sobre estos objetos, como puede ser La mesa de los pecados capitales, de El Bosco, en el Museo Nacional del Prado de Madrid. En el siglo XXI, existe una nueva orienta-
El crítico
Retrato urgente de un artista incomprendido y marginal Maximiliano Tomas para LA NACION
ción de índole participativa con una dirección hacia el “museo emotivo”. David Fleming, director de los Museos Nacionales de Liverpool y líder de la institución Alianza de Museos por la Justicia Social, precisa sobre esta estrategia. “Creo que muchos museos, de modo efectivo, tienen como sujeto de interés a la gente y no a los objetos en sí, muchas veces considerados la esencia de éstos, algo que ocurre en el caso de los museos de arte. Sin embargo, para muchos otros museos, su corazón está en las historias de las personas y estas historias son, a menudo, emotivas. Este contenido atrae al público porque es más probable que sientan que el museo les pertenece a ellos antes que, y de modo distante, a un académico.” Fleming enumera varios ejemplos del “museo emotivo”. Uno de ellos, que genera “enojo, pena y orgullo”, es el Museo Conmemorativo Nacional 228, en Taipei [en homenaje a las víctimas de la masacre ocurrida durante la ocupación japonesa en 1947]. En Brasil, destaca el experto, se encuentran el Memorial de la Resistencia, el Museo Afro Brasil, el Museo de la Inmigración y el Museo del Fútbol. Además, señala que el Museo para la Democracia Internacional en Rosario, una iniciativa privada que tendrá como sede el Palacio Fuentes, será otro caso de un “museo emotivo”. Lejos de toda solemnidad, hace algunas semanas se realizó en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires el Museums Showoff, organizado por TyPA, donde personalidades de este campo compartieron sus experiencias. Uno de los oradores fue el curador Santiago Villanueva, quien explicó su proyecto, cada vez más convocante, llamado Bellos Jueves. El último jueves de cada mes, el Museo Nacional de Bellas Artes invita a un público radicalmente diferente del que suele frecuentar sus salas, con un menú que incluye, además de las muestras tradicionales, un menú con DJ en vivo, artistas plásticos y escritores. Así funciona también la Saga Instalación, que podrá verse el próximo jueves. Con Sebastián Carreras en programación, el grupo Entre Ríos propone desarmar el formato canción dentro de un espacio-instalación que persigue una experiencia de resignificación sonora y emotiva, otra manera de interacción con el oyente en las maneras de oír música grabada. Este año se celebró la Conferencia Anual de la Asociación de Museos, en Cardiff, un encuentro convocado con la consigna “Los museos cambian la vida” (ver recuadro). Nada resulta tan eficaz como partir de un estímulo, a través de una experiencia movilizadora, para conducir al análisis. “La emoción es una impronta que abre los sentidos del espectador y lo dispone a la reflexión no sólo sobre lo que se exhibe, sino sobre sí mismo y su sociedad. Aun un experto puede sorprenderse frente a detonantes emotivos que disparan nuevas asociaciones y lo predispone para una aventura intelectual singular”, explica Castilla. “El desafío de los staff de los museos es el de dejar de actuar como si los museos fuesen desapasionados y considerar que, en cambio, son lugares donde está bien sentir emociones”, sintetiza Fleming. Los museos cobran cada vez más un rol protagónico en las sociedades, lejos de la solemnidad con la que se los acostumbraba pensar. Muchos de ellos apuestan a susurrar, a abrazar y a sacudir a sus visitantes, e incluso, como en el cuento de Cortázar, a trasladarlos del otro lado de la vitrina: que no haya objeto más interesante de estudio y de contemplación que ellos mismos.ß
L
a escena que sigue es real, y trataré de referirla tal cual sucedió. Hará dos semanas, alrededor del mediodía, en cierto punto del recorrido de la línea B del subte, subió al vagón un músico callejero. Era un hombre mayor, de pelo largo entrecano y barba, que llevaba colgado un saxofón. Se paró cerca de una de las puertas y musitó algo que nadie entendió, pero que sonó como una presentación de rigor. Después, tocó una melodía deslucida, con más automatismo que pasión. Imagino que algunas personas, como yo, estarían leyendo, o compenetradas en sus teléfonos celulares, o simplemente distraídas. Lo cierto es que a la interpretación del músico le siguió un largo y profundo silencio. El hombre terminó de tocar y no se escuchó un solo aplauso.
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El Museo de la Esclavitud, en Liverpool, pretende que, a partir del pasado, el espectador reflexione también sobre el presente
Después de algunos segundos, el músico estalló. Si bien mordía las palabras con fastidio, creo que dijo algo así como que era una vergüenza que allí hubiera un artista (fue la única palabra que escuché claramente) tocando y nadie reparara en ello. Siguió vaciando una diatriba enardecida un poco más, y después hizo una pausa y arremetió con otro tema, que sonó igual de deslucido que el anterior. Esta vez, al finalizar, sonó dentro del vagón un aplauso generalizado. Pocas paradas después me bajé del subte, pero la experiencia no me abandonó: me había sentido incomodado, pero no por los pasajeros, sino por el músico, y no lograba entender el motivo. La escena había sido violenta y bastante patética, pero ¿qué era lo que me molestaba? Tal vez la forma en que había utilizado la palabra
artista, término que funciona casi siempre como excusa para justificar cualquier dislate (y no es privativa de los músicos: pasa en la televisión, el teatro, el diseño). ¿Me habría molestado menos si el hombre del saxo hubiera dicho algo más digno, como trabajador? Probablemente. De todas maneras, hagamos una concesión y pensemos que en aquel saxofonista se escondía el talento de un John Coltrane o un Charlie Parker, y que el hombre tenía apenas un mal día. Lo que debería haber sabido, en todo caso, es que la emoción, como la caridad, no puede imponerse por la fuerza. Por eso la ovación había resultado casi insoportable. Era falsa, porque era compasión y simulacro: algo motivado por la queja y no por la música. Un artista sabe que no debe reclamar atención (mucho menos humi-
David Anderson es el presidente de Museums Association del Reino Unido. Antes de ocupar este cargo fue docente de Historia. Experto en la materia, analiza el presente de estas instituciones a partir de su experiencia como empleado, visitante y también con los resultados de las distintas investigaciones realizadas en este campo. “Muchos de los museos tradicionales consideran que la experiencia que generan las emociones no es algo intelectual. Para mí, es una tontería, un malentendido cultural. Alguna gente que trabaja en museos sigue viendo a través de anteojos en blanco y negro, y se pierden los colores que las emociones provocan en la gente”, opina sobre la dirección del “museo emotivo”, hacia donde se dirigen muchas instituciones. “Todos tenemos sentimientos”, sigue Anderson. “Quien ha ganado el premio Nobel y quien no ha ido al colegio. Y hay museos que están diseñados para evocar respuestas emocionales.” Anderson destaca el caso del museo de Vasa, en Estocolmo, que tanto lo ha conmovido. Allí se recrea el naufragio de un barco del siglo XVI, donde se reconstruyó con la ciencia moderna la vida de las personas que murieron en el accidente. “Los museos deben ser diseñados de un modo tal que estimulen la vida democrática, porque la cultura es parte de nuestra democracia.” 10 razones para confiar en la emoción La Museums Association del Reino Unido presentó un manifiesto llamado “Los museos cambian vidas”. Basado en investigaciones sobre los efectos que estas instituciones tienen en el público, éste es el decálogo que contiene su filosofía: b Todo museo es diferente, pero todos pueden buscar modos para maximizar su impacto social. b Todos tenemos el derecho a la participación significativa en la vida y el trabajo de los museos. b Las audiencias son creadoras y también consumidoras de conocimiento; sus impresiones y sus experiencias enriquecen y transforman la experiencia de un museo. b La participación activa del público modifica a los museos para bien. b Los museos estimulan cuestionamientos, debates y el pensamiento crítico. b Los buenos museos ofrecen excelentes experiencias que se encuentran con las necesidades del público. b Los museos efectivos se comprometen con temas contemporáneos. b La justicia social está en el corazón del impacto de los museos. b Los museos no son espacios neutrales. b Los museos están enraizados en lugares determinados y contribuyen a distinguirse localmente.ß
llarse) porque lo que importa es su trabajo, no lo que el público piense de él. Sabe, o debería saber, que el reconocimiento, si llega, lo hace siempre a destiempo. Pero hubo en la escena otro tipo de tensión, que precede al hombre del saxo en siglos: la de la relación entre el arte y la consagración, la legitimidad y el dinero. El lugar que suelen ocupar los verdaderos artistas en nuestra sociedad es el de la marginalidad, pero ese signo distintivo (ser un inútil, un apestado, un incomprendido) lejos de considerarse una carga tendría que ser motivo de orgullo. Que alguien que se llama a sí mismo un artista no lo entienda y espere, en cambio, adulación y dinero comete un error trágico, tal vez el peor de todos.ß El autor es crítico literario y periodista