6
|
SÁBADO
| Sábado 12 de octubre de 2013
creatividad Sebastián Campanario
El mito de los genios precoces. No hay edad para ser innovador Contra todo pronóstico, el paso del tiempo no es un impedimento para realizar obras de arte o empresas exitosas
“Y
a cumplidos los 40 años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo.” Uno puede entrar en la quinta década, leer esta frase de Jorge Luis Borges en El Aleph y bajonearse por un buen rato. O tiene la opción, en cambio, de enterarse de los descubrimientos de una disciplina ultramarginal –la economía de la creatividad– para advertir que no todo está perdido con el paso del tiempo. Al menos en materia de innovación, la edad no es un impedimento para realizar obras de arte memorables o emprender empresas exitosas, asegura David Galenson, un profesor de la Universidad de Chicago que se especializa en creatividad. “Es increíble cómo se discrimina en este aspecto contra las personas adultas. Si yo dijera que los hombres son más creativos que las mujeres, o que los blancos son más creativos que los negros, seguramente perdería mi trabajo. Sin embargo hay psicólogos muy respetados de Harvard y otras universidades de prestigio que al día de hoy continúan asegurando que la creatividad está directamente asociada a la juventud, y lo dicen así como si nada”, cuenta Galenson a la nacion. Sucede que el mito de la genialidad precoz está muy instalado en círculos académicos desde 1953, cuando el psicólogo Harvey Lehman publicó en estados Unidos un trabajo pionero sobre Edad y logros, en el cual sostenía que en algunas disciplinas, como la poesía o las matemáticas, el período de explosión creativa rara vez se da después de los veintipico. Además del impulso y la energía de la juventud, esta hipótesis de la relación negativa entre la edad y la creatividad se sostiene en sesgos mentales que se van petrificando
con el tiempo, en una mayor aversión al riesgo a medida que se suma la carga de tener que mantener una familia, y en instituciones y fuerzas del establishment que van encauzando a los artistas y les liman sus rasgos de originalidad. Las historias de logros precoces, por otra parte, suelen tener más impacto (y difusión) que las alcanzadas en la adultez: el director Orson Welles rodó El Ciudadano cuando tenía 25 años; Mozart compuso su Concierto para piano N° 9 a los 21; Melville terminó Moby Dick a los 32, y Picasso revolucionó el mundo del arte con Las señoritas de Avignon cuando sólo tenía 26. En el ámbito empresarial, los genios jóvenes también pisan fuerte en el imaginario de la innovación: Marck Zuckerberg creó Facebook a los 19, en tanto que Larry Page y Sergei Brin tenían apenas 23 años cuando fundaron Google. Viejos maestros Desde hace casi dos décadas, sin embargo, Galenson viene combatiendo esta visión. Comenzó a estudiar el fenómeno en 1997, cuando se interesó en comprar una pequeña acuarela de Sol LeWitt en una feria de Chicago y le llamaron la atención algunos aspectos del mercado del arte. Fue a la biblioteca, analizó la vida de cientos de pintores y los ubicó en un gráfico que representaba las edades a las que realizaron sus obras más valiosas. Para su sorpresa, Galenson descubrió dos nubes de puntos bien diferenciadas, que correspondían a estilos de creación artística muy bien definidos. Por un lado, los jóvenes genios conceptuales, que estallan en su juventud; por el otro, los viejos maestros experimentales, cuya obra mejora con el paso del tiempo. En los años siguientes, Galenson
replicó este mismo esquema con poetas, escritores, directores de cine, escultores y emprendedores empresarios. Y en todos descubrió el mismo patrón dual, que explicó en su libro Viejos maestros y jóvenes genios: los dos ciclos de vida de la creatividad artística. Quienes dan lo mejor en la adultez tienen una aproximación muy distinta a la de los cambios radicales que proponen los jóvenes genios: su trabajo reposa en la prueba y el error, en el mejoramiento de la técnica, en objetivos más difusos. Ejemplos prototípicos de esta segunda categoría son el escritor Mark Twain, el director de cine Alfred Hitchcock o el pintor Paul Cézanne, que hizo posar al crítico Gustave Geffroy durante 80 jornadas, en tres meses, antes de anunciar que el retrato que estaba intentando hacer era un fracaso. Claro que las fuerzas del mercado y la cultura empresarial también hacen lo suyo para favorecer a los jóvenes genios conceptualistas en detrimento de sus pares más adultos. Un experimentalista puede pasar décadas antes de que su trabajo se vuelva valioso, y en el medio tiene que vivir, comer y pagar el alquiler... Por eso Galenson se pregunta cuántos buenos artistas de este segundo tipo abandonaron en el camino por falta de recursos por cada uno que llega a la meta. En el mundo corporativo, algunas empresas suelen colocar en las áreas de innovación a los talentos recién reclutados en la Universidad, mientras que a sus empleados más grandes los mandan a realizar tareas burocráticas, ignorando que la creatividad surge de combinar en nuevas formas experiencias y conocimientos acumulados. A pesar del estereotipo de Zuckerberg, Brin y Page, la revista Forbes
En la Universidad de Chicago, David Galenson reivindica a los viejos maestros experimentales publicó semanas atrás un informe que daba cuenta de que la edad promedio para emprender una compañía nueva de tecnología es de 40 años. Quienes inician un proyecto de este tipo son por lo general ingenieros con hijos, cansados de regalar su talento y sus ideas a una gran corporación. Y la tasa de éxito de emprendimientos desarrollados por personas de más de 40 duplica a la de los llevados a cabo por gente entre los 20 y 40. Galenson es un bicho muy raro en el ambiente académico. “Mis colegas suelen ser indiferentes a estas cuestiones. La realidad es que los economistas no saben nada del fenómeno de la creatividad ni les importa saberlo”, cuenta. El economista Agustín Campero, especialista en temas de innovación, aporta: “La creatividad y la innovación no ocupan los primeros lugares en la consideración de los economistas. Quizá por su apego a modelos de hierro y porque las preocupaciones centrales giran alrededor de la estabilidad macroeconómica, la pre-
visibilidad en el crecimiento y en el clima de negocios”. Grandes artistas argentinos Galenson es un admirador de los artistas argentinos y viene dos semanas por año a Buenos Aires, en agosto, a la Ucema, donde dirige el Centro de Economía de la Creatividad. “Artistas como Marta Minujín, Nicolás García Uriburu y Gyula Kosice, entre otros, hubieran sido mucho más ricos y famosos si hubieran desarrollado su obra en París o incluso en Nueva York. Todos fueron pioneros de tendencias que luego se pusieron de moda en el mundo del arte”, dice Galenson. El economista escribió recientemente una columna en The Huffington Post donde recuerda cómo en 1968 García Uriburu impactó con la coloración en verde del canal de Venecia, en protesta contra el aumento de la polución. Fue un verdadero pionero del arte ecológico, pero logró captar la atención del público y de la crítica varios años después, según ironizó Klaus Biesenbah, director del
nyt
MoMA PS1, “recién cuando el huracán Sandy amenazó las galerías del Museo de Nueva York” (en 2012). Con las visitas de Galenson, Julio Elías, economista jefe del BICE, profesor del CEMA y a cargo del Centro de Economía de la Creatividad, comenzó un trabajo de categorización de artistas argentinos, según las pautas sugeridas por el académico de Chicago. Tanto Minujín como García Uriburu, Kosice y Luis Felipe Noé entran en la categoría de conceptualistas, aunque con un tipo de aproximación muy versátil que les permitió seguir innovando en las décadas siguientes. Los estudios de Elías también incluyen un minucioso análisis del trabajo de Jorge Luis Borges, autor de la frase que da inicio a esta nota, y que, según el Nobel de Literatura John Maxwell Coetzee, realizó su principal aporte rupturista al escribir cuentos de ficción utilizando la anatomía del ensayo crítico. Aunque sus dichos harían sospechar lo contrario, un dato resulta iluminador: lo hizo cuando rondaba los 40 años.ß