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“Corona de los viejos son los nietos, y la honra de los hijos sus padres.” - Pr. 17:6 “Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre.” - Ec.12:13 Hay etapas en la vida de la familia en que tres generaciones tienen que convivir bajo un mismo techo; coincidiendo con las edades más críticas de la vida del ser humano: la adolescencia, la mitad de la vida y la ancianidad. Esto no contradice el principio bíblico expresado en Génesis 2:24. Más bien, habla de la responsabilidad de la segunda generación en el cuidado de sus padres o suegros, mientras aún están criando a sus hijos. Considerando las pérdidas y los duelos que cada edad sufre, esto debería motivar a las primeras dos a ser consideradas con la tercera, generándose así, un espíritu de comprensión, solidaridad y ayuda. Si bien la crisis de todas las edades se manifiesta psicológicamente, tiene su origen en los cambios y pérdidas que se dan en su cuerpo principalmente. Siguiendo el desarrollo natural de la vida, analizaremos primero: La crisis de la adolescencia. - Ec. 11:9-10 Se manifiesta en el enojo, la malicia y la vanidad, sufre además tres pérdidas fundamentales, que deben ser afrontadas, aceptadas y resueltas en la elaboración de los llamados duelos de la adolescencia ·
Duelo por el cuerpo infantil: Uno no gana para sustos al ver jugar a los niños, especialmente los varones, con los saltos y golpes que dan y reciben en sus “inocentes juegos”, se pude decir que tienen cuerpo de goma, flexible y elástico, aunque a veces se rompe, pero ellos mismos se sienten muy seguros, demasiados seguros. No miden las consecuencias de sus actos, los héroes de las historietas y películas son sus modelos. Pero precisamente este cuerpo de la infancia, tan conocido y que le daba tantas satisfacciones ha cambiado, ha crecido en forma desproporcionada. La nariz crece más rápido que el resto de la cara, los brazos más que el control de sus reacciones y comete torpezas, etc. Esto desconcierta al adolescente, lo vuelve inseguro, siente vergüenza y sufre las burlas de sus pares. Esta experiencia puede durar un par de años. Este duelo lo supera solo, los padres y abuelos deben tener paciencia y valorar sus características actuales.
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Duelo por la identidad infantil: Vivió doce o trece años sin problemas, siendo muchas veces motivo de orgullo de sus padres por su eficiencia en los estudios o en los deportes, sólo tenía que pedir algo y lo tenía, aunque era más ropa que juguetes como ellos hubieran querido...y de pronto todo se desmorona y empiezan los reclamos y las exigencias de su nueva etapa, la del “hombrecito” o “mujercita” que ahora es: “Ya eres grande para eso...”, “Debes ser más responsable...”, “Ya no eres un(a) niño(a)...”, etc. ¡Que lindo era cuando nadie me reclamaba nada. Ahora valoro mis años de niñez, ¡qué feliz que era!... ¡Y yo que quería ser grande…!”. En esta etapa los padres deben ser cautelosos en sus demandas y expectativas, los cambios psicológicos suelen ser más dolorosos que los físicos.
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Duelo por los padres infantiles: Cuando se es niño vemos a nuestros padres como super personajes. Papá es un “Superhombre” y mamá es la “Mujer Maravilla” que todo lo logran (en cierta manera, esto es verdad...). Al pasar el tiempo los hijos descubren que sus padres son de carne y hueso, muchas veces débiles...y la imagen que tenía de ellos se desmorona con el consabido dolor. Cuando los padres son sinceros con sus hijos, especialmente cuando se equivocan y les piden perdón, esta nueva realidad de padres normales es comprendida y aceptada.
La crisis de la media vida. - Mt. 6:19-21, 24 De las pérdidas y duelos de los adultos se habla poco, quizá esta edad sea la más olvidada o de la que menos se sabe. Salvo el tema de la menopausia en la mujer y algo del climaterio del hombre, todo lo demás subyace en el mar de la desinformación. Pero los mayores tenemos que resolver los duelos de los adultos. ·
Duelo por el cuerpo joven y fuerte: Aunque siempre existió, hoy más que nunca la sociedad de consumo exige que nuestros cuerpos se vean bien, no sólo que estén médicamente controlados y sanos. El no asumir la edad real que se tiene hace que la persona se embarque en costosos tratamientos cosmetológicos, de lifftings y de cirugía, lo que prolonga la superación de este duelo. No será la primera vez que alguien sufra las consecuencias de “pretender ser joven” y pensar que los años no han pasado. El chequeo médico periódico es sinónimo de verdadera madurez. Los hijos no deben desafiar a los adultos a emularlos en deportes o actividades recreativas, sino requerirlos como consejeros de su actividad. “Todo tiene su tiempo...” (Ec. 3:1)
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Duelo por los hijos que se distancian: Los padres ignoramos que a los hijos los debemos criar “para la libertad”, o lo pretendemos ignorar. Todo desprendimiento es doloroso, pero cuando esto forma parte de la normalidad el fin es beneficioso. Salvando la distancia y considerando a las madres, el proceso es comparable al dolor de parto, por nadie deseado, pero necesario como preámbulo del dichoso fin esperado. Los abuelos deben contar sus propias experiencias para que estos “nuevos padres de hijos jóvenes” recuerden cuanto ellos mismos deseaban el alejamiento, no afectivo pero sí emocional, en su juventud.
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Duelo por el rol de receptor y paso al rol de dador y protector: En las primeras etapas de nuestra paternidad nos agrada y necesitamos la demostración del amor de nuestros hijos y ver admirada nuestra paternidad por otros. Pero al pasar los años esto se
desvanece o por lo menos no lo percibimos en la medida que creemos que lo necesitamos. Es la etapa “del bombero”, “del banquero”, “de la niñera”, etc. Superar esta etapa depende de nosotros mismos y se acelera cuando comprendemos esta ley de la vida y la profundidad del principio: “Mejor es dar que recibir”. El reconocimiento y agradecimiento de las otras dos edades no vendrían mal. La crisis de la ancianidad - Ec. 12:1-8, 13-14 En esta etapa de la vida a los duelos se suman temores. Sin Dios, en estos años se cumple lo expresado por el sabio: “No tengo en ellos contentamiento” (Ec. 12:1). Los duelos de la ancianidad son: ·
Duelo por el cuerpo sano: Es la edad en que “las comidas acompañan a todas nuestras medicinas”. Tema obligado de conversación en todo grupo de abuelos (además de los nietos, por supuesto...) es el de las enfermedades y su tratamiento. Quizá exteriorizarlo tanto ayuda a tratar esta pérdida. Los hijos y los nietos ayudarían mucho requiriéndoles con interés y entusiasmo que narren sus historias de la niñez y aventuras juventud, que ahora tan claramente recuerda.
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Duelo por el rol paternalista: Es por la función que más luchan y sufren. Sus hijos son ahora los principales protagonistas de la vida familiar. El tercer punto que tratamos en los duelos de la media vida explica esta crisis de esta etapa de la vida. Los abuelos deben aprender que este duelo también es resabio del distanciamiento tardío de los hijos. Para ayudarles a aceptar esta pérdida, los padres y nietos han de hacerles sentir importantes como ejemplo de vida.
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Duelo por el rol social: En esta edad se pierde el protagonismo no sólo en la familia, sino también en la sociedad. Acogerse al tan esperado “beneficio de la jubilación”, el maltrato del sistema de salud, la impaciencia e intolerancia, con sus dificultades de traslado en la calle y medios de transporte, les hacen sentir muchas veces “una molestia”, una “piedra en el zapato de la sociedad”. En esta edad es importante reconocer que otros tienen derecho a viajar en el tren de la vida. No obstante las otras dos generaciones deben recordar que “los asientos deben ser cedidos a los abuelos”.
Los temores de la ancianidad: Quedar inválido, perder los hijos, el futuro (porque este puede acarrear aumento de pérdidas) y el sufrimiento al momento de morir son los cuatro miedos que agravan la superación de los duelos de la edad. Concluyendo: Las tres generaciones luchan por su lugar, sufren sus pérdidas y deben superar sus duelos. Sumemos a esto que las relaciones entre ellos y la convivencia no es fácil sin la ayuda de Dios. Por ello enfatizamos que en nuestros textos lema tenemos los principios que debemos tener en cuenta en esta particular convivencia.