Universidad Central de Venezuela Facultad de Humanidades y Educación Escuela de Letras Departamento de Talleres Literarios
Cáscara, Caracas. Ciudad fracturada.
Tutor: Jorge Romero Tesista: Ángel Ramírez Trabajo que se presenta para optar al grado de Licenciado en Letras
Caracas, 5 de mayo de 2017
Agradecimientos A mi familia: mi hermana, mi madre, mis hermanos del alma. A Lorena, mi compañera de vida, mi gran apoyo. A Nyah, mi hija, que es prosperidad, hoy y siempre. A mi padre, que ya no está, y que, a pesar de no saberlo, me enseñó muchísimas cosas. A todos, mis más sinceros agradecimientos.
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Caracas Tan altos son los edificios Que ya no se ve nada de mi infancia. Perdí mi patio con sus lentas nubes Donde la luz dejó plumas de ibis, Egipcias claridades, Perdí mi nombre y el sueño de mi casa. Rectos andamios, torre sobre torre, Nos ocultan ahora la montaña. El ruido crece a mil motores por oído, A mil autos por pie, todos mortales. Los hombres corren detrás de sus voces Pero las voces van a la deriva Detrás de los taxis. Más lejana que Tebas, Troya, Nínive y los fragmentos de sus sueños, Caracas, ¿dónde estuvo? Perdí mi sombra y el tacto de sus piedras, Ya no se ve nada de mi infancia. Puedo pasearme ahora por sus calles A tientas, cada vez más solitario; Su espacio es real, impávido, concreto, Sólo mi historia es falsa. Eugenio Montejo
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Índice Introducción
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1. Aproximación al conjunto de cuentos
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1.1. Análisis acerca del arte de narrar
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1.2. La voz de la ciudad
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1.3. Análisis del conjunto de cuentos
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1.3.1. Caracas y su cáscara
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1.3.2. Caracas: sus plagas, su fisiología
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2. Cáscara, Caracas. Ciudad fracturada
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De los caraqueños y el marchitar
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Entre caracoles y mariposas
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Del cuerpo y la mirada del caraqueño
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Susurros
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De las rejas del caraqueño
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Caracas doble
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Puntos de referencia
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Estado de guerra
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La solitaria
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De por qué el caraqueño es trabajador
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Tipos de indigentes
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Al fin llegó el terremoto
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Espacio-Tiempo
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Bibliografía
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Introducción Santiago de León de Caracas, mejor conocida como Caracas, es en la actualidad la capital de Venezuela y el espacio donde habitan más de tres millones de habitantes. Caracas, también llamada en otras oportunidades; la ciudad de los techos rojos o la sucursal del cielo, tiene defectos y virtudes, dinámicas sociales y un ritmo particular que la diferencian o la definen en relación a otras ciudades del mundo. Una de las tesis acerca del nombre elegido por Diego de Losada para la ciudad habla de que este fue escogido a partir del nombre de la tribu indígena que habitaba este valle de Venezuela, la cual era denominada igualmente Caracas. Por otro lado el nombre Santiago es otorgado en honor al apóstol Santiago el mayor y León proviene del apellido del para entonces gobernador de la Provincia de Venezuela, Ponce de León, construyendo finalmente el nombre Santiago de León de Caracas. Uno de los principales símbolos naturales de la ciudad es el cerro El Ávila, una montaña ubicada al norte de Caracas que funciona como una suerte de barrera entre el valle y la ciudad, además de ser nexo con la naturaleza. Es en este valle, en el año 1567 donde es fundada por Diego de Losada una ciudad que tiene ya más de doscientos años. Otro de los símbolos naturales que caracterizan a la ciudad, aunque omitido en ciertas oportunidades debido a sus condiciones actuales, es el río Güaire con 35 km de aguas residuales de extensión las cuales atraviesan de oeste a este la ciudad. En cuanto a símbolos urbanísticos se refiere Caracas cuenta con diferentes edificaciones siendo una de las más emblemáticas el complejo Parque Central y sus dos torres imponentes que, hasta el año 2003 fueron catalogadas como las más altas de Latinoamérica.
2 Pero ¿por qué creamos ciudades? En un principio parece que buscamos agruparnos como especie y buscar espacios que nos permitan protegernos de lo salvaje. Poco a poco el ser humano va reordenando estos espacios y otorgándole un sentido a cada elemento. Luego, a la par que crece la población van apareciendo e inventándose funciones o cargos individuales y colectivos para mantener dicha ciudad, así como también se producen normas que permiten mantener la armonía entre los habitantes. Toda ciudad es fundada con un ideal, con una visión, se podría decir que la ciudad es ese espacio que nos permite, en teoría, ser libres como seres humanos, el lugar donde podemos crear y fomentar el crecimiento interno, externo, individual y colectivo. Es el espacio que nos ofrece la protección necesaria para desarrollar estos aspectos. Dice el filósofo venezolano Juan Nuño “¿qué pasaría si no existieran ciudades? Respuesta: no existirían los individuos, es decir, los hombres libres.” Luego agrega que “en las ciudades, el hombre realiza mejor su libertad que fuera de ellas. Fuera de ellas solo existe la tribu, la especie, la errancia, el nomadismo. Es en las ciudades donde aparece por vez primera la noción de individuo, de ser aislado y soberano”. (3) La ciudad va de la mano con la idea, con el ideal, con la unión de un grupo de individuos que, a pesar de sus diferencias, tienen en común una visión, un querer y un hacer lo posible por alcanzarla. Dice Juan Nuño: “la consecuencia es que bien pudieran etiquetarse las ciudades, todas las ciudades, de ideales. Ideales ya que siempre detrás de toda ciudad de importancia hay o ha habido una idea, para bien o para mal. Las ciudades no son inocentes y aún pueden ser tabú en muchos casos.” (7).
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Sin embargo, en relación a Caracas, ¿cuál podría ser este ideal que vincula a sus habitantes?, y de existir, ¿cómo éste los afecta o los condiciona? Si deseamos hallar una respuesta quizás debamos hurgar en la historia hasta descubrir este ideal. En primera instancia, quizás uno de los ideales que movió durante muchos años a los caraqueños, e incluso a los venezolanos, fue el deseo de libertad, que permitió que se formaran, en diferentes batallas, los próceres de este país. Luego, a partir de 1811 con la firma del Acta de declaración de Independencia viene un nuevo ideal criollo –ya “venezolano”, se diría–y representado en Caracas: la constitución de una república. A partir de allí, y con el pasar de las décadas, el ideal cambiará debido a los mandatos de Antonio Guzmán Blanco y Juan Vicente Gómez. Lo que realmente se desea, después de largas dictaduras de tinte diverso, es democracia. Para los años treinta la batuta idealista la comanda el plan Rotival, el cual es un proyecto transformador de la ciudad hacia la modernidad. Dice Arturo Almandoz en Urbanismo Europeo en Caracas: “el plan reconoce en Caracas problemas debidos a la falta de control sobre la urbanización, así como también resalta el problema de tráfico. Para todo lo cual plantea una serie de principios de orden práctico, que envuelven la creación de avenidas, paseos y plazas monumentales (…)” (202). Con el proyecto viene la demolición del pasado y la construcción de un nuevo presente. Es un momento de gran relevancia en la ciudad, porque a partir de allí se instala el modelo demoledor tanto de infraestructuras como de historia, pero no esa historia que cuentan los vencedores en libros o es representada en monumentos, sino la historia que suena en las calles, en las casas, en los locales, en los cantos 3
de cada individuo; la historia que pasa a través de esas imágenes que habitan en el interior de cada uno y que, en definitiva, hablan acerca de nosotros y de cómo somos. El plan Rotival es un plan que inspira a muchos venezolanos y extranjeros a tomar la decisión de viajar y establecer sus vidas en esta ciudad. Se trata del auge petrolero que permite soñar y visualizar un futuro prometedor en donde Venezuela goza de gran estatus económico a escala internacional. El ideal: la modernidad. Luego, a finales de los noventa, ese sueño de modernidad se convierte en caos debido al acelerado crecimiento demográfico y a una ausencia de planes concretos de ordenamiento social (o de su efectiva ejecución). Los barrios son ahora la regla y la delincuencia se convierte en lo cotidiano. El crecimiento de la pobreza es abrumador. Los sectores más desfavorecidos de la población se sienten desatendidos. El ideal para entonces: ser escuchados. Llegamos a la actualidad donde se continúan aplicando políticas erradas a expensas del bienestar social y del no ceder el poder político y económico. La esperanza de un final feliz a esta situación recorre las mentes de todos los habitantes de la ciudad y de la nación. Quizás para hallar un ideal de la ciudad debamos conocer también esos elementos que definen a Caracas. Por ejemplo para Arturo Uslar Pietri el elemento principal que define a Caracas es la naturaleza: sus ríos, sus montañas, sus aves, sus árboles. Todo este conjunto que, en cierta medida, moldea –y enmarca– a sus habitantes. Posteriormente, Mariano Picón Salas considera que la Nueva Caracas, como denomina a la ciudad, está fuertemente definida por la nostalgia, ya que en 1945 comienzan los planes de reestructuración acompañados del nuevo símbolo, casi heroico, de 4
transformación caraqueña: la bola de acero. “El primer símbolo de esa trasformación fue una inmensa bola de acero que se mostraba a los caraqueños allá por 1946 y que en dos o tres enviones convertía en miserable polvo o suelta arcilla arquitecturas entonces tan celebradas como el Pasaje Junín o el Hotel Majestic.” (48). Por otro lado, para Juan Liscano la ciudad está definida por la consecuente desaparición de su belleza, siendo su único vestigio permanente El Ávila. Ahora todo desdice de Caracas: el clima, la basura, la inseguridad, la contaminación, y hasta la única belleza que le queda, el Monte del Ávila, quedará tapado, al nivel del hombre de la calle, por las edificaciones, y solo se podrá ver desde el Pent House de una de esas gigantescas cajas de fósforos puesta de canto que son las viviendas (83). Para José Ignacio Cabrujas lo que define a Caracas son sus característicos sonidos: las canciones, voces, ruidos e incluso los sonidos de animales. Allí llegué a las nueve de la noche, y tras la natural reprimenda paterna, este Ulises trató vanamente de reproducir la geografía del recorrido. Inútil. Solo voces. Ruidos, cantos de gallo, Guadalajara en un llano, tapitas de cerveza. (…) Caracas suena. La ciudad se hizo para oírla. No para verla. Es el perfecto ámbito de un ciego, y tal vez por eso los ciegos más diestros que he visto en toda mi vida, son los ciegos caraqueños (93). Sin embargo más allá de lo geográfico, lo natural, lo demográfico o lo infraestructural, se podría decir que toda ciudad es definida por sus habitantes, en este caso los caraqueños. Son ellos quienes hacen vida en el espacio, quienes desarrollan costumbres particulares que dinamizan la ciudad. Sobre los caraqueños recae la historia y es de donde surgen diversas anécdotas. La ciudad es expresión física de sus habitantes, una forma de proyectar lo interno
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o lo individual afuera. También son los habitantes de la ciudad quienes viven en primera persona la realidad de las estadísticas: mortandad, índice de violencia, pobreza entre otros. A partir de lo antes expuesto podríamos decir que el ideal de Caracas se define en la actualidad por las emociones latentes en sus habitantes, emociones que se producen a causa de la fractura política, económica y social que vive la ciudad. La Red de Apoyo Psicológico y Federación de Psicólogos (RAP-UCV / UCAB / USB / UNIMET) realizó, en los últimos años, un pronunciamiento en donde explican su preocupación por los riesgos psicosociales a los que están expuestos los venezolanos debido a la situación país. Comentan que esta situación afecta la “salud física y psicológica de los ciudadanos, generando angustia, miedo, ansiedad, depresión, indignación, enfermedades psicosomáticas, inseguridad ante el futuro, agresividad, desesperanza, apatía, repliegue individual y reducción de actividades en espacios compartidos.” (Lea el pronunciamiento de la Federación de Psicólogos de Venezuela sobre la situación del país. Prodavinci, 2015). Pero ¿podríamos ubicar estas fracturas en espacios concretos de Caracas? Si imaginamos a Caracas como un gran cuerpo y nos sumergimos en su fisiología quizás observemos elementos que se puedan comparar con órganos vitales que mantienen con vida la ciudad o, al menos, afectan de algún modo a sus habitantes. Un ejemplo de este planteamiento podría ser el Ávila, el cual también es conocido popularmente como el pulmón de Caracas. Por otro lado tenemos el río Guaire, que atraviesa toda la ciudad como si se tratase de una suerte de sistema circulatorio: la gran arteria fluvial de la ciudad, se suele decir. 3
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Cáscara, Caracas. Ciudad fracturada una propuesta literaria en donde lo apocalíptico juega un rol principal. Es la oportunidad para movilizarnos a través de las emociones que afectan en la actualidad a los caraqueños y para imaginar una ciudad diferente en donde el fracaso es la regla; mientras algunos hálitos de esperanza aparecen difuminados, casi imperceptibles en sus fronteras. Por un lado la ciudad muestra fracturas; por otro, los habitantes muestran emociones, produciéndose afecciones en ambas partes. Esta compilación de textos busca transformar esas anécdotas que nos vinculan como habitantes de una misma ciudad y construir con ellas nuevas historias que nos con-muevan como caraqueños. Cada texto es una invitación para observar un pequeño fragmento de cada una de esas ciudades que subyacen dentro de lo que es Caracas. Héctor Torres comenta en “un malandro caraqueño” de su libro Caracas muerde que “Caracas carece de una disposición que la haga comprensible. La única lógica a la que atiende es la de las leyendas urbanas, intuiciones y prejuicios de sus habitantes. Ocupando un mismo valle, viven en ciudades superpuestas que no se comunican entre sí” (14). A través de este conjunto de textos el lector podrá acercarse a esa lógica urbana y encontrar un nuevo matiz creado a partir de esas historias diversas que nacen desde los diferentes puntos que conforman la ciudad. En este conjunto la figura del habitante de la ciudad, es decir el caraqueño, juega un rol de suma importancia, siendo la pieza que se mueve a través de las fisuras que se van abriendo y expandiendo en su entorno. Es una invitación para aproximarse a la construcción social y cultural de un individuo que parece vivir agobiado en su ciudad; recorrer su composición como ser, pasando por sus emociones, su forma de actuar, de reaccionar e, incluso, por la textura de su piel, esa cáscara ambigua que parece identificarlo.
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Cáscara, Caracas. Ciudad fracturada habla acerca de una ciudad que parece querer entenderse a sí misma antes de la inminente llegada del desastre. Habla de unos habitantes que, en los pequeños momentos que tienen para reflexionar, no se sienten parte de esta ciudad o, al menos se sienten maltratados por ella. Habla acerca de esas emociones encontradas en cada uno de sus habitantes quienes, en muchas oportunidades, se mueven entre el apego, el desprecio y la indiferencia hacia lo que es (o debería ser) Caracas. Esta compilación de textos está enmarcada en una idea de ciudad ya sea “para bien o para mal”; sin embargo, es importante resaltar, a propósito de esto, otra de las tesis acerca del origen del nombre de la ciudad de Caracas. Al parecer en todo el valle crecía una hierba la cual era denominada por los indígenas como Caraca, conocida en la actualidad como el Amaranto que es una planta muy resistente a diversos climas ya sean fríos, secos o tropicales. Incluso esta planta llega a crecer en suelos pobres de nutrientes. No en vano la etimología de la palabra viene del griego ἀμάραντος que significa: Las que no se marchitan.
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1. Aproximación al conjunto de textos 1.1. Análisis acerca del arte de narrar El ser humano está lleno de impresiones que, de una u otra manera, para bien o para mal, va acumulando durante su vida. Pensemos en las impresiones como una suerte de huella o una marca que se genera a partir de la presión de un agente externo sobre nosotros. En algún punto se hace insoportable e insostenible llevar tanta presión dentro de uno mismo, por lo que es necesario expresar, sacar afuera. Este hecho es interesante ya que genera una suerte de espiral o ciclo que no se detiene, es decir, al expresar, de cierta forma, se causa una impresión en algún otro; por lo tanto, eventualmente, ese otro tendrá la necesidad de recurrir a la misma solución. El narrar corresponde a ese factor inherente en el ser humano de querer expresar lo que está adentro. En cierta medida, podríamos decir que somos contenido, es decir, que dentro de nosotros mantenemos un cúmulo de experiencias que nos hacen quienes somos. Podríamos resumir al ser humano a partir de la conjugación de dicho verbo o, en otras palabras, somos seres que contenemos. Cuando sacamos afuera nuestras impresiones, somos capaces de expulsar contenido. Al momento de narrar, éste es un elemento indispensable si se quiere generar un sentido. Sin embargo, ese contenido es merecedor de una nueva contención, una estructura, una forma que le permita ser moldeado para que seamos capaces de observar y aproximarnos a él, y así, poco a poco, llegar a comprender eso que llevábamos en lo profundo.
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La literatura es una de estas herramientas que permiten moldear nuestras impresiones. Con ella entrelazamos significados y símbolos que nos ayudan a crear y re-crear nuestras experiencias de la realidad. Claro, la literatura va de la mano con las palabras, elemento fundamental para la proyección de nuestras impresiones. Dice Octavio Paz, citando a Marshall Urban lo siguiente: Más decisivo me parece lo que Marshall Urban llama la función tripartita de los vocablos: las palabras indican o designan, son nombres; también son respuestas instintivas o espontáneas a un estímulo material o psíquico, como en el caso de las interjecciones y onomatopeyas; y son representaciones: signos y símbolos. La insignificación es indicativa, emotiva y representativa. (32) Las palabras se colocan una después de otra, no de forma forzada sino como si se tratase de las piezas de un rompecabezas, de un todo, las cuales se sostienen unas a otras, generan sentido y, a su vez, imágenes que mueven nuestras emociones, conduciéndonos, desde el inicio hasta el final, en un latir constante que es ritmo. Las palabras nos permiten generar lenguaje y, a su vez, con este último, literatura. Sin embargo, el uso de las palabras nos permite no solo reproducir nuestra realidad o nuestra experiencia, sino también construir nuevas realidades a partir de la subjetividad o construir nuevas realidades a partir de mentiras. La literatura, como cualquier otro arte, se permite mentirnos para mostrarnos una realidad contundente ya que se apoya en este hecho para generar efectos y emociones en los lectores. Las mentiras son una maravilla para la literatura y una permisividad que todo narrador agradece hasta el día de hoy. Se nos permite generar sentido, incluso, en lo ambiguo o contradictorio, tal es el caso del oxímoron como recurso literario o, visto con otro ejemplo, de la posibilidad de hacer realidad, a través de la 10
ficción, hechos inverosímiles –como la posible conservación de los recuerdos hecha por las famas y los cronopios de Julio Cortázar–. Esto se produce solo gracias al pacto ficcional que se genera entre el texto y el lector. Dice Mario Vargas Llosa que: “los hombres no viven solo de verdades, también les hacen falta las mentiras, las que inventan libremente, no las que les imponen” (19). Ser partícipe de la continuidad de la palabra es una gran responsabilidad para cualquier escritor, depende de él lograr el sentido correcto de lo que desea expresar (o al menos uno de esos sentidos); por lo tanto, es indispensable la elección adecuada del lenguaje a usar, así como también del género. Dicen que la palabra es un arma capaz de destruir o separar; es por ello que es de suma importancia saber utilizarla. Por otro lado, la palabra también puede servir para unir y crear lazos, es un poco lo que sucede con el pacto ficcional en donde se entrelazan narrador y lector para atreverse a vivir historias, “la palabra es un puente mediante el cual el hombre trata de salvar la distancia que lo separa de la realidad exterior” (Paz 36). La literatura aprueba que formemos parte nuevamente de lo natural, dándonos la posibilidad de adentrarnos en la experiencia. Logramos sacar afuera nuestras impresiones del mundo, hacerlas expresión y reaprender a crecer y a vivir con ellas. De cierta forma, esta habilidad de volver sobre nosotros mismos nos mantiene estrechamente vinculados a la metáfora, dice Octavio Paz: “la palabra es un símbolo que emite símbolos. El hombre es hombre gracias al lenguaje, gracias a la metáfora original que lo hizo ser otro y lo separó del mundo natural. El hombre es un ser que se ha creado a sí mismo al crear un lenguaje por la palabra, el hombre es una metáfora de sí mismo” (34).
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En esta oportunidad, para la elaboración de los textos que componen Cáscara, Caracas. Ciudad fracturada, se busca experimentar un género híbrido a partir de elementos característicos de varios géneros literarios. Este híbrido se pasea entre el ensayo literario, el cuento y la crónica, géneros que permiten la abertura hacia nuevas formas. En este conjunto podremos observar textos en donde géneros de diferentes orígenes se mezclan para darle vida a historias acerca de una ciudad y sus habitantes. Crear es reordenar, buscar nuevas posibilidades para lo que ya está preestablecido, disfrutar imaginando lo que podría ser. Los textos de este conjunto muestran rasgos únicos e identificativos de la ciudad de Caracas. Enmarcados en las aproximaciones hechas por Jorge Luis Borges acerca del cuento y su idea particular acerca del carácter único de las cosas: Por qué no suponer entonces que hay algo, no solo en cada ser humano sino en cada hoja, en cada hormiga, único, que por eso Dios o la naturaleza crea millones de hormigas; aunque decir millones de hormigas es falso, no hay millones de hormigas, hay millones de seres muy diferentes, pero la diferencia es tan sutil que nosotros los vemos iguales (18)
Ese carácter único es el que debe tener toda historia, todo texto e incluso todo personaje, todo detalle dentro de una narración. El uso de palabras que correspondan a la historia contada, palabras que se distingan no por parecer extrañas, ajenas, sino por su relación en el texto y su relación inmediata con otras palabras. Así, poco a poco, se va formando un relato que tiene ese carácter determinante que lo hace único. Sin embargo, esta reflexión de Borges, relativa al cuento como género literario, ofrece una verdad que se permea hacia otras realidades. Así como pueden haber millones de hormigas, cada una acreedora de una sutil característica que la hace diferente al resto, así mismo se presentan los
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textos de este conjunto como un cruce entre diferentes géneros que le dan ese algo, esa característica, que aunque sea minúscula, nos permite repensar en las fronteras a las que nos hemos acostumbrado. Cada texto pretende ser un pequeño fragmento de un todo. Un fragmento que hable acerca de la fractura de una ciudad y su sociedad, fracturas que se van develando en cada historia. Dice Juan Bosch: “Cuento quiere decir llevar cuenta de un hecho. La palabra proviene del latín computus, y es inútil tratar de rehuir el significado esencial que late en el origen de los vocablos (…) llevar cuenta es ir ceñido al hecho que se computa. El que no sabe llevar con palabras la cuenta de un suceso, no es cuentista” (336). Nuevamente una cita enmarcada en una aproximación al cuento como género literario, nos permite tomar una realidad que se plasma en los textos del conjunto y que, incluso, se proyecta en nuestra vida diaria. Quizás, no en vano, luego de una anécdota decimos “déjame echarte el cuento”, es decir, permíteme disponer de los acontecimientos que me ocurrieron de tal forma que puedas comprender, no sola la historia, sino a mí mismo, a mis emociones, mis pensamientos. De cierta manera, todos al echar un cuento nos transformamos en cuentistas. Pero incluso, se podría decir, que nos transformamos en cuentistas híbridos, pues deseamos, en muchas ocasiones, narrar un hecho real. En cierto aspecto adquirimos características de un cronista dando detalles específicos de la historia y, dentro de la narración, de vez en cuando dejamos escapar nuestra visión de los hechos tal cual un ensayista, una reflexión que permita a los escuchas entender que la anécdota no fue solo anécdota, sino que pasó a ser una impresión de vida. . Por su parte el ensayo literario posee características que lo hace un género flexible, capaz de contener elementos base de los otros géneros literarios. Tal como lo comenta Lauro Zavala: “El ensayo comparte con el cuento la unidad de lectura, es decir, la necesidad de que 13
tenga una idea unitaria que permita ser aprehendida en una sola lectura. Esto último exige una necesaria brevedad.” (3). El ensayo nos permite abordar temas desde una óptica peculiar, que le brinda la oportunidad al lector, de continuar con la búsqueda desde su campo de acción. Atendiendo al estilo ensayista, es importante resaltar lo que Theodor Adorno reflexionaba en relación a este género “Todos los conceptos se soportan entre todos, se articulan con la configuración de los otros, reúne en un todo legible elementos discretos, separados y contrapuestos, no es andamiaje ni construcción, es configuración.” (23). El ensayo permite mostrar varios aspectos de un todo que, en cierto aspecto, parecen separados, quizás alejados unos de otros pero que, a su vez, permiten la configuración de un cuerpo. Le otorga al lector la batuta para continuar la reflexión de lo expuesto. Es abierto en ese sentido; por lo tanto, en él se pueden engranar elementos de otra naturaleza, expandiendo los límites de la tradición. Es importante resaltar la construcción del ritmo dentro de la obra que permite crear dinamismos variantes, no solo por el contenido, sino por la forma en la que se presentan los textos. Por otro lado, el ensayo literario tiene la particularidad de ser como una suerte de puerta para la extensión del tema, es más como una presentación de un hecho que propone al lector verse en un papel más activo e involucrarse con el conjunto, generando nuevas aproximaciones hacia los temas planteados. Nuevamente citemos a Octavio Paz, quien comenta: “el ritmo no es medida: es visión de mundo. Calendarios, moral, políticas, técnica, artes, filosofías, todo, en fin, lo que llamamos cultura hunde sus raíces en el ritmo”(54). Pero ¿qué hace a este conjunto considerarse un género híbrido? Todo texto es, en consecuencia, una muestra y una visión de cultura. Así como todos los seres humanos somos
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contenedores de experiencias, cada ciudad también lo es, por tal motivo, Caracas es un espacio de contención. Podríamos decir que Cáscara, Caracas. Ciudad Fracturada es expresión de la ciudad como ente, otra forma de sacar afuera las impresiones, pero, en esta ocasión, las de una ciudad que necesita nutrirse, alimentarse. Comenta María Fernanda Palacios en Sabor y saber de la lengua: “¿No es el pronunciar otra forma de alimentarnos, de alimentar el deseo que parece ser nuestra forma de apetito más constante?”. (17). El narrar nos da la posibilidad de recrear una ciudad con afecciones particulares y que, a su vez, parece tener un apetito por ser pronunciada. Este conjunto de textos es una forma de convidar al lector a alimentarse y, de no poder saciar su apetito, un modo también de adentrarse en el ciclo de la escritura, de llevar afuera las impresiones y dejarse llevar por el espiral eterno de la lectura. El escritor tiene a su disposición el lenguaje, es su herramienta para la creación. Sin embargo es una herramienta antiquísima que por sí sola conglomera una potencia infinita. El escritor utiliza el lenguaje para dar sentido a lo que desea exponer, a lo que desea llevar afuera mas el lenguaje se conecta con experiencias igualmente antiquísimas que subyacen en la configuración de cada individuo. Dice Guillermo Sucre “¿No es en la obra, acaso, donde la palabra es más palabra o está más cerca de la Palabra? Y ya creada ¿no tiende la obra a independizarse de su autor y revelar significaciones que él no había previsto del todo? Es decir, ¿no hay en el propio lenguaje una energía intrínseca, una fuerza de contagio, que, lejos de ser esclavizante, actúa como una fuerza creadora?”(221). De ser afirmativos todos estos cuestionamientos podríamos decir que el escritor es creador, da vida, no solo a historias y personajes, sino que logra revivir significaciones en cada ser humano, gracias al poder o a la energía intrínseca del lenguaje.
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El escritor, para poder realizar el vaciado de sus experiencias, utiliza la palabra; sin embargo, dichas experiencias vienen precisamente de un ser humano, de un ser que se ha compuesto gracias a la mezcla, tanto de razas, como de culturas, de vivencias, de ideas; por lo tanto, el escritor no puede sino exponer experiencias que son, en sí mismas, mezcla, conjunto de varias partes. Y toda esta composición resulta en la re-creación de nuevas aproximaciones a la vida, a nuestra cotidianidad, a nuestra historia. Es un reordenamiento de las voces, los cantos, las vivencias, los rostros de un conglomerado. Dice Micaela Cuesta que “El ensayista trabaja sobre las formas, sobre personajes y vivencias ya vividas a las que a su vez reordena. A partir de allí, de su realidad dirige las preguntas a la vida. Aspira a la verdad, pero en su recorrido, en su intento por alcanzar esa meta, lo que encuentra es una cosa distinta a ella, al decir de Lukács, lo que el ensayista encuentra es la vida.” (4). Sin embargo, a pesar de que esta cita se refiere al ensayista propiamente, es factible considerar realizar esta misma aproximación al trabajo que realiza en general el escritor desde el género literario predilecto que, en su labor, en su recorrido, encuentra más que relaciones y evidencias de una verdad. Lo híbrido es parte de nuestra cotidianidad, la mezcla, la unión, el romper barreras, límites, fronteras, es lo que ha permitido generar nuevas aproximaciones, he incluso nos ha permitido entendernos a nosotros mismos como seres humanos. Cáscara, Caracas. Ciudad fracturada habla acerca un pueblo que ha crecido, a través de aciertos y desaciertos, pero que está consciente de su carácter mestizo, el cual lo describe y que, a su vez, parece vincularse con ese hálito de esperanza que se levanta en una ciudad dispuesta al desastre.
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1.2. La voz de la ciudad Caracas, como metrópolis, no escapa de realidades sociales que la afectan. En ella habitan millones de personas, todas circulando por sus calles, autopistas y avenidas, paseando sus parques y plazas, derrochando en sus centros comerciales, discutiendo en sus transportes públicos, caminando acelerados hacia sus trabajos, en fin, Caracas cuenta con espacios llenos de historias y anécdotas que la construyen y la mantienen viva como ciudad. En el poema “Caracas” de Eugenio Montejo vemos cómo la voz poética se pregunta lo siguiente: “Caracas, ¿en dónde estuvo?”, años más tarde nos hacemos la misma pregunta. Una ciudad que llegó a ser referencia de modernidad e incluso lugar de encuentro y recibimiento de ciudadanos de muchas culturas, quienes veían en ella un futuro prometedor, un lugar para lograr sus sueños, un lugar para la libertad, “(…) en las ciudades, el hombre realiza mejor su libertad que fuera de ellas. Fuera de ellas, sólo existe la tribu, la especie, la errancia, el nomadismo.” (Nuño 3). Sin embargo, en la actualidad, vemos cómo diversos problemas sociales afectan a Caracas y a sus habitantes: inseguridad, desempleo, contaminación, aglomeración, pobreza, polarización, entre otros, son factores que han llevado al depauperamiento de la ciudad. Comenta Mireya Lozada en Caracas: huellas urbanas de la polarización que: “si bien la polarización ocupó una cantidad de espacios privados y públicos, generando un fuerte impacto individual y colectivo, es quizás el espacio urbano donde mejor pudo apreciarse la expresión social de esta polarización” (340). En cierta medida Caracas se transformó en una ciudad errante, dividida, fracturada, en donde ejercer la libertad de ser humano, se ha visto en peligro.
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Es por ello que es tan vigente la pregunta que alguna vez Eugenio Montejo se hizo en su poema, “Caracas, ¿Dónde estuvo?”,que dejó a un lado los sueños de millones, para convertirse en un espacio que, de no permanecer alerta, podría devorarnos. Existen muchas aproximaciones al concepto de ciudad, en esta oportunidad, detengámonos en la visión que nos ofrece el ingeniero italiano Corrado Beguinot, a través de las palabras de Tulio Hernández en su libro Ciudad, espacio público y cultura urbana. “toda ciudad está compuesta por tres ciudades: una ciudad de piedra, una ciudad de relaciones y una ciudad del hombre que, tomándonos la libertad del caso, preferiremos llamar, de ahora en adelante, la ciudad simbólica o la ciudad subjetiva” (XVII). Luego Hernández procede a explicar brevemente cada uno de estos tipos de ciudad: La primera, la de piedra, es la ciudad construida. Aquella formada por viviendas, avenidas, puentes, plazas, bulevares, aeropuertos, cuarteles y monumentos, que en su conjunto da forma, espacialidad y sirve de contenedora a las otras dos. La segunda, la de relaciones, es la ciudad funcional. Aquella que se constituye en el conjunto de actividades que las personas y los grupos humanos realizan en el contexto de la de piedra (…). Y, la tercera, la simbólica o subjetiva, es la ciudad representada. La que cada persona y cada población percibe según sus criterios y sus perspectivas, ya en su individualidad, ya en su pertenencia colectiva. Es la que se manifiesta en el arte, los mitos, los afectos, los imaginarios y en las diversas maneras como se expresa la necesidad de conferirle sentido, recrear y hacer inteligibles las otras dos. (XVIII) Cáscara, Caracas. Ciudad fracturada es un conjunto de textos que nos invitan a pasear por la ciudad simbólica y, a partir de allí, vislumbrar un poco los otros dos tipos de ciudades planteados por Beguinot, tanto la de piedra como la de relaciones. Este conjunto es
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una representación de Caracas como ciudad y una muestra de sus habitantes, los caraqueños, como personajes próximos a la metáfora. Es, por lo tanto, un espacio en donde se permite el fracaso de toda una ciudad y se narra el padecimiento de ésta, así como el de sus habitantes, que son, sin duda, partes de un todo. La ciudad simbólica nos permite expresar y hacer perceptibles la manera de imaginar la ciudad de piedra, que, en este conjunto de textos, por ejemplo, es capaz de permitir que los edificios susurren palabras y que un sótano se convierta en un estómago gigante habitado por un parásito. Pero también logra que transitemos por la ciudad de relaciones, ofreciéndonos una construcción del caraqueño como personaje incapaz de dar un punto de referencia de sí mismo. El título del conjunto nos invita a pensar en la ciudad como cáscara, en su ambigüedad tanto protectora como frágil. Los textos presentan una suerte de visión apocalíptica que se evidencia en el último texto “Al fin llegó el terremoto”, en donde se conjuga, haciendo sentido, el padecimiento de la ciudad con el de sus habitantes, cerrando el conjunto de textos como un todo vinculado entre sí. Además el conjunto nos muestra una visión fatídica del caraqueño como personaje literario, el cual se encuentra atrapado entre un rasgo que lo hace eterno –o, al menos, a una parte de sí mismo– y un carácter que no le permite conservar su memoria. Estos textos, en particular, que suelen narrar características del caraqueño, se presentan como textos híbridos que se pasean por distintas características de los géneros literarios, provistos de imágenes y metáforas que ayudan a entender al personaje e ir construyéndolo paso a paso.
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La muerte es otro de los elementos que aparecen recurrentemente en el conjunto, que, en cierta forma, se pasea por la ciudad, en contraposición con la vitalidad que puede presentar toda metrópolis. Es la muerte un elemento decisivo y que marca las pautas dentro del conjunto de textos. Cáscara, Caracas. Ciudad fracturada nos invita a pasearnos por este resquebrajamiento de la ciudad, la cual parece propensa a derrumbarse, en cualquier momento, ante la mirada de sus habitantes, mientras que, en simultáneo, Caracas como cáscara se presenta como protectora de lo que está adentro. Así mismo, el conjunto de textos nos ayuda a acercarnos a la construcción del caraqueño como personaje que, a su vez, puede ser visto como otra dimensión de la cáscara, protegiendo lo más profundo de cada individuo. Esta Caracas parece mostrar sus afecciones a través de los elementos que la componen. Es ella un ente capaz de hablar y comunicarse con los caraqueños, expresar su padecimiento y dar indicios de un fatídico final. Sin embargo, la fractura aparece también a nivel comunicativo entre estas dos mitades: ciudad y ciudadanos. Se proyecta en la conexión entre el caraqueño y lo instintivo e incluso con lo íntimo, lo profundo o, en otras palabras, consigo mismo. Algunos textos dentro del conjunto nos muestran elementos que nos permiten construir al caraqueño como un personaje que también funciona como un colectivo, a medida que transcurre la lectura. Este personaje debe ir armándose poco a poco a través de las características que se van dando a medida que van transcurriendo los textos. Otros textos en cambio nos muestran aspectos de la ciudad, que igualmente figura como una suerte de personaje dentro del conjunto. No obstante, la narración a través de estos 20
textos habla acerca de esta ciudad simbólica o ficcional, en donde ocurren situaciones distintivas y que corresponden al ámbito literario. Dice Nicolas Bourriaud que: “la forma de la obra contemporánea se extiende más allá de su forma material; es una amalgama, un principio aglutinante, dinámico” (21), y es este aspecto lo que, grosso modo, podemos observar en este conjunto de textos, una amalgama, una forma de conectar piezas de un todo, ofreciéndonos una recorrido dinámico, lleno de variantes tanto de contenido como de forma. En él, el lector podría, en ciertos momentos, confundir lo literario con lo crítico, debido a la correspondencia del gentilicio asociado al habitante de Caracas y al nombre de este personaje colectivo que funge como una de las figuras principales dentro del conjunto; sin embargo, aunque la escritura pueda estar ligada estrechamente a la crítica social, se busca generar un impacto en el lector y, a su vez, producir este dinamismo, utilizando anécdotas e incluso mitos de la ciudad para transformarlos y darles una nueva vitalidad, una nueva dimensión. Para ello, una de las corrientes principales para el desarrollo de este conjunto de textos yace en la visión del cuento moderno inaugurada por Anton Chejov. El escritor Charles May comenta, en relación a la obra de Chejov, que en ésta, el protagonista deja de ser una proyección simbólica o el resultado de una descripción realista, para transformarse en una percepción o subjetividad en acción (199), es decir, el desarrollo y la construcción del habitante de Caracas como personaje dentro del conjunto corresponde a la percepción que se desea reflejar. Para lograr esto, se permite el apoyo en descripciones de acontecimientos que no están enmarcados en la idea de realidad. En otras palabras, el caraqueño como personaje, si bien es cierto cuenta con rasgos similares al caraqueño cotidiano, no es vivo reflejo ni
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representación objetiva de la realidad. En cierta medida, los textos presentan situaciones particulares en donde la realidad externa se disuelve en lo subjetivo. Por otro lado, el conjunto aspira a generar un efecto en el lector, tanto uno particular, relativo a la experiencia producida en cada texto; como uno general, ya desde la experiencia producida a partir de la lectura del conjunto como un todo. Respondiendo a Eugenio Montejo, este conjunto de textos es un espacio donde, posiblemente, estuvo o estará Caracas, un espacio en donde se construye esta otra ciudad a partir de la visión personal y subjetiva que se aproxima a la ciudad simbólica de Beguinot y que nos permite recorrer y ahondar en sus habitantes: los caraqueños. Es, por ende, una ciudad en donde está permitida la fractura, el desmoronamiento y el fracaso, ya que, en cierta medida, toca aspectos de lo humano y, en consecuencia, nos sirve no solo para disfrutar y padecer con ella, sino para reflexionar en relación al tema ciudad a partir de diferentes vertientes. 1.3. Análisis del conjunto de textos 1.3.1. Caracas y su cáscara El conjunto de textos inicia hablando acerca de la piel de los caraqueños. De cómo un elemento tan delicado, que recubre y protege el cuerpo, tiene una característica particular que los diferencia. El habitante de Caracas está recubierto por una sustancia peculiar: áspera, dura, en cierta medida desagradable. Este elemento pareciera presentarse como una suerte de protección de lo que yace dentro del caraqueño o quizás como una forma de mantener separado lo que está adentro de lo que está afuera. Tanto concha, costra y cáscara tienen aspectos diferentes pero, en el caraqueño, se confunden. Sin embargo, podríamos acercarnos a sus similitudes y pensar en los tres como sustancias que mantienen algo oculto. 22
En la cáscara del caraqueño hay hueso, sangre, cicatriz y dureza. Por un lado, el hueso, la base del cuerpo expuesta afuera. En cierta medida, esta sustancia rígida como el hueso, puede hacer frágil al individuo, puesto que es más propenso al quiebre. La firmeza y la rigidez se contraponen a la flexibilidad en el caraqueño como personaje dentro del conjunto. La cicatriz prevalece, en cierta forma es eterna y, aunque está a la vista, es olvidada, es ella el único vestigio de la herida. Pareciera que este personaje, el caraqueño, hubiese sido herido, por lo que en él se produjo esta suerte de protección hacia lo que está adentro. En el conjunto observaremos cómo la cáscara del caraqueño está estrechamente vinculada a la tristeza. Todo su desarrollo y crecimiento es a partir de este sentimiento. También podremos observar que se habla de un secreto que oculta el caraqueño y que él mismo parece desconocer. La cáscara, en cierta forma, protege este secreto que se vincula al carácter eterno del personaje, lo que podría considerarse a simple vista un aspecto positivo para cualquier ser; sin embargo, es importante entender la muerte como una cara de la vida; por lo tanto, ¿qué implica ser una flor que no se marchita? Algún elemento dentro del caraqueño parece ser eterno, quizás su propia condición como parte de un todo, de una historia y de una ciudad. La eternidad, sin embargo, se presenta como algo negativo que, de cierta forma, condena la vida. Esta eternidad aparece ligada a la memoria y a su condición efímera, frágil, en el caraqueño. En el conjunto podemos hallar diferentes referencias a la muerte y cómo ésta rodea constantemente la vida del ciudadano. Por un lado, pareciera que la ciudad ofrece indicios de la proximidad de la muerte, mientras que los caraqueños intentan evadirla y sobrevivir. Es curioso como la muerte, como elemento dentro del conjunto, se pasea tan constantemente 23
por la cotidianidad del caraqueño que la ciudad se difumina entre lo mundano y lo inframundo, en donde se presentan elementos extraordinarios e incluso mágicos en todos los personajes presentes. La voz de los edificios, el parásito en un sótano o incluso la misma cáscara del caraqueño aparecen como elementos que dan un toque mágico y a su vez fatídico que nos hace pensar o intuir que en Caracas la muerte se presenta como un elemento que ha ganado espacios. Por otro lado, también el río Guaire, siendo el principal sistema de aguas negras de Caracas, aparece como un elemento próximo a lo desagradable, a la enfermedad y a la fatalidad. No obstante, se contrapone la naturaleza, que crece libremente alrededor de toda su cuenca. La imagen del caraqueño, como personaje dentro del conjunto, parece estar muy próxima a esta característica dual, ambigua, que lo mantiene próximo tanto a aspectos eternos de la vida como a elementos vinculantes con la muerte. En el conjunto se hace referencia al asfódelo, una flor simple, humilde, sencilla que crece en los campos del inframundo, allí donde reina la muerte. Semejante, en cierta medida, al caraqueño como personaje, que debe ser capaz de subsistir a pesar de la precariedad. La muerte y la vida se presentan como dos caras de una misma moneda en esta representación de Caracas. Otro aspecto, que aparece reflejado en el conjunto, es la identidad como elemento del ser, de cómo el caraqueño parece extraviado en sí mismo. Un ser hecho de partes diferentes que, por lo tanto, se encuentra alejado de su identidad. Pareciera que para poder sobrevivir, el caraqueño debe perderse a sí mismo, puesto que descubrirse podría llevarlo a un final fatal. Incluso, la memoria, se muestra desde su carácter frágil pero, a su vez, como una suerte de arma para proteger lo humano, el olvido como forma de contención. Antes se mencionaba la herida como factor determinante en la construcción del caraqueño como individuo, ahora 24
debemos añadir a esa construcción el elemento memoria, que parece mantener protegido al caraqueño, siempre y cuando ésta se encuentre en suspensión, suprimida. La identidad, o el hallarse a sí mismos dentro de una ciudad que no parece permitirlo, es un elemento que abordan los personajes, quienes, de cierta forma, lo reflejan a través del silencio. Son varias las oportunidades en donde la voz queda atrapada dentro del caraqueño o donde simplemente estar ausente parece un método clave para sobrevivir. El silencio se presenta como una suerte de antesala a la muerte. Pensemos en toda una ciudad sumida en el silencio y el pánico enmudecedor que esto puede ocasionar. El silencio se encuentra en el conjunto, no como un elemento que represente tranquilidad, sino como uno que muestra proximidad con lo adverso; en este caso, los caraqueños hallan la similitud entre el silencio y el horror. Vemos también cómo el silencio se contrapone a la comunicación, cómo una herramienta clave de toda sociedad queda suprimida. Las palabras, que son indispensables para expresar, quedan atrapadas dentro de los seres. Se imposibilita expulsar lo que está adentro. Nuevamente vemos cómo el caraqueño mantiene algo atrapado dentro de sí mismo. Anteriormente hablamos de ese secreto que parece ligado a la historia y a la memoria, y cómo esta sustancia que recubre al caraqueño, la cáscara, mantiene aislado u oculto lo que yace dentro; sin embargo, esta rigidez también atrapa las palabras, sumiendo en silencio a toda una ciudad. Pero este callar también se asemeja al vacío, a la nada, al no existir. Desde un comienzo los caraqueños, como personajes, parecen mostrar indicios de su condición ambigua, de su carácter eterno y a la vez perecedero, de su historia como una enorme cicatriz que se va arrastrando en el tiempo. El silencio y el vacío se proyectan en el cuerpo, no solo
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en la voz sino también en los sentidos. La supresión de estos últimos ocasiona la desesperación en el individuo y causa que, en búsqueda de una salida, de un escape, se haga daño a sí mismo y a sus semejantes. Sin embargo, hay dos elementos peligrosos que parecen mostrar lo que yace oculto: la mirada y el río Guaire. La primera aparece como un camino rápido hacia ese secreto; pero también, como un trayecto hacia el reconocimiento del otro como un igual. En el texto se habla acerca de las guerras de miradas y cómo éstas pueden ser muy peligrosas ya que, de algún modo, son una forma de herir al otro. La mirada aparece como una suerte de pasadizo hacia lo íntimo, lo secreto, o, incluso, como un punto débil, frágil para el individuo. Otro elemento que expone lo oculto es el río Guaire, a través de sus corrientes se puede observar lo secreto y lo trágico. El río aparece como expresión de una ciudad con padecimientos, los cuales se ven reflejados también en sus ciudadanos. Estas aguas son una suerte de espejo de las afecciones del caraqueño y de la propia ciudad. En el conjunto, ciudad y ciudadanos forman parte de un todo, la cáscara recubre al caraqueño pero también parece cubrir toda la ciudad. Además vemos cómo el caraqueño intuye la fragilidad que hay en sí mismo y en la ciudad, sospecha que existe una fractura peligrosa que puede afectar su estabilidad. La ciudad se muestra, ya no como un espacio que brinda protección al individuo, sino como un ente frágil, capaz de astillarse, de romperse y de caerse en pedazos. El cielo parece dar indicios de esta fractura y nuevamente vemos lo ambiguo presente en el conjunto. Cómo lo liviano que, en cierta forma representa libertad, se muestra como algo rígido que ha sufrido un impacto y que podría caer encima de los ciudadanos. Ya la ciudad no muestra protección, 26
por lo que la vía de escape, la salvación, se halla en lo profundo. Pero ¿qué riesgos implica sumergirse en aguas tan oscuras, llenas de misterios y de calamidades? El caraqueño halla una vía de escape en un elemento peligroso y sucio. Vemos el Guaire como una suerte de cicatriz gigante que permanece eterna en la ciudad, quizás la misma cicatriz que forma parte de cada caraqueño y que construye el carácter y la historia de este colectivo. Otro elemento capaz de mostrar lo oculto son los niños, la inocencia que representan les permite observar hechos que escapan de la realidad del adulto. Son ellos capaces de ver las fracturas de la ciudad pero sin comprender su importancia, lo que ofrece una mirada muy particular que puede regalarnos, otra vez, un sentido como anterior, como primero de las cosas: a través de esa mirada que no comprende lo que comprenden las miradas de los adultos regresamos a un lugar que la memoria parecía haber perdido. La mirada inocente del niño es capaz de ver más allá de lo que está a simple vista, como si, de alguna manera, fuese capaz de observar lo que ocurre desde una óptica cercana al lector. Dentro del conjunto de textos la mirada del niño aparece en pocas ocasiones, sin embargo, su presencia se destaca siendo el elemento capaz de identificar algo extraviado dentro de cada habitante, dentro de cada caraqueño. El niño no lo sabe a ciencia cierta pero intuye que hay algo que el caraqueño carece y que, por ende, el carece igualmente. El exigir una referencia de sí mismo y la imposibilidad de obtenerla nos muestra esa visión distinta del niño que se vincula, en cierta medida, con esa memoria extraviada del caraqueño, con ese secreto primario intrínseco el cual es incapaz de hallar o de recordar y que, por lo tanto, mantiene a ciudad y habitante en una tensión invisible que eventualmente lleva a la fractura.
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1.3.2. Caracas: sus plagas, su fisiología Esta compilación nos muestra a Caracas como un ser capaz de afectar y ser afectado por sus individuos. En ésta, como en toda ciudad, la vitalidad está presente, acompañada de la muerte, que posee la misma importancia, tal como si se tratase de elementos de un mismo conjunto. El escritor Manuel Bermúdez nos invita en su texto Caracas: hablante de azules lomas y satíricas palomas a observar a la ciudad como un hablante “con una fonética natural y balbuceante, y una fonología tecnológica y estridente, las ciudades hablan” concluye (322). Caracas es entonces una ciudad que nos habla, que se comunica con nosotros, sus habitantes. Pero, ¿cómo ocurre esta comunicación?, los medios que posee una ciudad para comunicarse no son los medios habituales. En este aspecto no estamos refiriéndonos a las herramientas comunicacionales utilizadas por los habitantes de la ciudad para dar a conocer información para sus iguales, nos referimos en cambio a diferentes aspectos que aprovecha la ciudad y los convierte de alguna forma en recursos de los que dispone para expresar sus pesares: sus montañas, sus ríos, sus animales e incluso sus edificaciones erguidas sobre la tierra, pasan a formar parte de estas herramientas que dispone para comunicarse. Vista la ciudad como un todo y, apoyándonos en la tesis de la ciudad hablante de Manuel Bermúdez, podríamos añadir que las ciudades poseen una fisiología, es decir, un cuerpo interconectado con órganos que le dan vitalidad y que permiten que la ciudad se exprese, hable. Esta expresión viva de la ciudad pareciera ser percibida por sus habitantes, quienes son los únicos capaces de decodificar estos mensajes. “Además las ciudades tienen una semántica y una lógica con sus significantes y significados, los cuales sintácticamente generan un discurso, cuyo enunciado es prácticamente decodificado por sus habitantes” (322
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Bermúdez).Al llevar esta aproximación al plano literario podemos obtener una gama de posibilidades que juegan, a partir de la imaginación, con distintas facetas de lo que podría ser una ciudad necesitada de expresarse a través de su propia semántica lógica. En Cáscara, Caracas. Ciudad Fracturada observamos la aparición de ciertos elementos que podrían acercarnos a intuir lo que Caracas desea comunicar. Los ciudadanos se muestran como parte fundamental para el subsistir de la ciudad, ellos se representan como ese elemento que circula a través del órgano más importante del cuerpo y, a su vez, son dirigidos, bombeados en un fluir constante. Los caraqueños se asemejan entonces a la sangre, asumiendo así la responsabilidad vital que esto implica. La sangre permite conectar todo el cuerpo, y en este caso, son los caraqueños quienes mantienen todos los elementos conectados de maneras particulares. Ciudad y habitantes aparecen como entes inseparables, partes de un todo, por ende, la ciudad es el espacio para desarrollar lo humano. En uno de los textos, tendremos la oportunidad de descender hasta el estómago de la ciudad, allí observaremos cómo el personaje es devorado por un parásito, mientras su cuerpo se quema en los aceites de este sistema digestivo. El estómago es el órgano donde se procesan los alimentos ingeridos; sin embargo, la tradición nos habla del estómago como el órgano que suele verse afectado por la emociones. Al parecer, la ciudad tiene su aparato digestivo enfermo, como si hubiese algo que no ha podido ser digerido aún. Caracas se muestra como una ciudad con hambre, con ansias de devorar, pero con un acompañante particular, un parásito que no permite que la ciudad se alimente. El personaje principal no es devorado por la ciudad sino por un gusano: aquello que representa la afección, lo sucio y, además, aquello que está en lo profundo.
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Igualmente el río Guaire aparece como una suerte de sistema circulatorio de la ciudad, un elemento igualmente afectado por la enfermedad, pero que es expresión de las afecciones de sus ciudadanos. No obstante, Caracas, cuenta con otros tipos de parásitos o plagas. Éstas, en cambio, enviadas por la muerte: los caracoles y las mariposas. Es singular pensar en estos dos animales como la representación de la enfermedad en la ciudad, pero en el texto, en efecto, se nos muestran como seres capaces de causar muchísimo daño. Por otro lado, pensemos en la ciudad intentando sacudir a sus habitantes. Los pensamientos de una ciudad intentando proyectarse de la peor manera, con el fin de estremecer las bases de un todo, a través de un terremoto. Al moverse la ciudad, al fracturarse y caerse en pedazos, ocurre lo mismo con sus habitantes, quienes parecen no haberse percatado de los indicios, de los llamados, del habla de la ciudad. *
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Toda cáscara, tarde o temprano, debe mostrarnos lo que oculta, para ello, es imprescindible atrevernos a romperla, pensando en la fragilidad de lo que puede estar adentro. A partir de ahí, de esos fragmentos, podemos indagar, examinar, escrutar, discutir y, por qué no, construir nuevas experiencias, que quizás, de algún modo, nos lleven a repensar formas de expresar nuestra libertad.
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2. Cáscara, Caracas. Ciudad fracturada.
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De los caraqueños y el marchitar A los caraqueños hay que desconcharlos, quitarles la costra, romper su cáscara. Es que en ellos concha, costra y cáscara se confunden. La concha crece para proteger lo que está adentro, es dura y rígida porque está hecha de hueso. La costra nace por la herida, nace de la sangre y también sirve para proteger, pero luego cae sola. Cuando la cicatriz está formada la costra abandona el cuerpo. La cáscara en cambio se confunde con la piel. Puede ser rígida o blanda. Las tres tienen en común que protegen lo que está adentro. Los caraqueños, todos ellos, son un enorme cascarón: duros, rígidos, formados así a partir de heridas antiquísimas, heridas olvidadas; sin embargo aún prevalece la cicatriz. Pero esta última no les ayuda a recordar, porque los caraqueños nunca han sabido donde guardar su memoria. Dejan los recuerdos mal colocados en cualquier lugar porque prefieren darle más importancia al presente y no porque tengan alguna filosofía especial de la vida, sino porque no les queda tiempo para pensar en otra cosa. La prioridad es sobrevivir en la ciudad, salir a la calle a hacer la cantidad de dinero necesario para comprar la comida del día siguiente. Algunos, un poco más planificados, logran trabajar lo necesario para conseguir el dinero de la semana. Nunca más de eso porque todo cambia de una semana a otra. Las cosas no se colocan en los mismos lugares, ni en los mismos tiempos, por lo que el caraqueño debe mantenerse alerta al cambio. En donde había una calle ahora puede haber un cráter, así que si no tiene cuidado puede caer en el vacío y morir. No obstante, a pesar de todo lo anterior —y lo no anterior, que también forma parte de la vida de los caraqueños— todos son flores al nacer. ¡Sí! así mismo. Flores, con espinas, aroma y pétalos. Solo la madre, al dar a luz, se da cuenta de esto porque el bebé es una porción 32
que viene de lo más profundo de ella misma. Él viene y le recuerda a la recién inaugurada madre secretos que le pertenecen al tiempo. Pero ella entiende al instante que se trata de secretos peligrosos, por lo que se compromete a mantener los en silencio y jamás revelar alguno de ellos, en especial el que compete a su bebé y la flor. Este último lo guarda, por otro motivo, en el lugar más seguro de su cuerpo, y lo mantiene allí para siempre. Intuye que ese secreto oculta un secreto mayor. ¿Cómo pasa una flor a convertirse en un enorme cascarón? podrían preguntar muchos. Lo que pasa es que el caraqueño no tiene tiempo de sacar afuera la tristeza, entonces ésta se acumula dentro de él en forma de lágrimas y se filtra a través del cuerpo como sudor. Pero no es sudor sino tristeza, que poco a poco se endurece en la piel. Así se va formando lentamente esta cáscara que solo se puede ver al ser tocada adecuadamente con la voz. Esto último se puede entender al hablar con un caraqueño por primera vez, y es que carecen de modales. Probablemente a causa de la cáscara que los ha hecho rígidos y carentes de empatía. El caraqueño, biológicamente, aprendió a endurecerse para no derretirse. Intuye que si se convierte en líquido, pronto se transformaría en vapor y así, mezclado en el aire, se dispersaría su vida. Lo que no sabe ni sabrá el caraqueño es el secreto dentro de su secreto: ellos son la única flor que no se marchita, sin embargo la eternidad también es otra cara de la muerte.
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Entre caracoles y mariposas En algún punto de su historia, los caraqueños perdieron el respeto por la muerte. La falta de asombro ante los asesinatos era tal que el luto y la melancolía llegaron a ser mal vistos. Incluso la sección de sucesos de los periódicos se limitaba a ofrecer una lista con nombres y apellidos de los caídos durante la semana. Era un escenario de guerra, con actores interpretando una horrible comedia. La muerte, dama silenciosa y elegante, caminaba por las calles de la ciudad y no toleraba la falta de respeto de los caraqueños, así que decidió enviar a dos de sus más terribles plagas a atacar la ciudad, dos plagas que acabarían de una vez por todas con la insolencia del caraqueño: los caracoles venenosos y las mariposas cegadoras. Quería que las personas la tratasen y admirasen con el respeto que se merecía y que, además, se rindieran ante el miedo que causan sus plagas, dignas representantes de otros aspectos temibles que ella representa. La dama silenciosa y elegante envío una profecía a uno de sus súbditos en la ciudad y le pidió que la difundiera por todos los rincones, hasta que todas las almas de Caracas supieran lo que les deparaba su futuro. “Ingenuos mortales, quienes con su presencia e insolencia ofenden día y noche a esta elegante mujer, no habrá para ustedes compasión ni clemencia alguna, incluso el señor de los cielos está de acuerdo con mi proceder. Mis plagas se encargarán de ustedes. Mis mariposas arrancarán sus ojos, quedarán ciegos, sumidos en la oscuridad eterna; mientras mis caracoles recorrerán sus cuerpos humanos, alcanzarán sus oídos y devorarán sus tímpanos, dejándolos sordos, en el vacío. Correrán y querrán esconderse pero mis plagas los alcanzarán en cualquier rincón en donde estén, para que así jamás olviden mi presencia”, esto decía la profecía.
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El súbdito de la dama silenciosa recorrió todos los medios de la ciudad difundiendo la noticia de la llegada de las plagas. Siendo los caraqueños muy supersticiosos, enseguida atendieron a esta profecía. Todos comenzaron a buscar más información acerca de estas plagas con la esperanza de hallar algún modo de protegerse de ellas. Descubrieron que en épocas anteriores ya habían aparecido estas dos plagas en otras ciudades alrededor del mundo, en donde los habitantes habían vivido un inimaginable horror a causa de ellas. Los que quedaron ciegos, desesperados por la inmediatez de lo sucedido, arrancaron los ojos de sus hermanos y animales e intentaron trasplantárselos a sí mismos en búsqueda nuevamente de la luz. A su vez, aquellos que quedaron sordos, se infligían dolor en el cuerpo con objetos punzantes, buscando la forma de, al menos, escuchar sus propios gritos. Así perecieron estas ciudades y quedaron en el olvido luego de que sus habitantes se mataran a sí mismos, debido a la aparición de estas plagas. Descubrieron que las mariposas eran de color amarillo verdoso, similar al color de algunas manzanas; que eran un poco más grandes que una moneda común; capaces de volar apenas cien metros por hora y tan delgadas como una hoja de papel. Pensaron que, a pesar de ser plagas de la muerte, eran realmente hermosas. Los caracoles, en cambio, eran de color gris y marrón con manchas en su concha color negro, y el veneno que segregaban de sus cuerpos era tan fuerte que quemaba la superficie donde se posaran. De estos últimos pensaron que su aspecto era realmente inofensivo. Pero no descubrieron la forma de protegerse de estas plagas. A partir de allí muchos caraqueños se preguntaron el porqué de dichos acontecimientos prontos a suceder. Lamentablemente las personas habían perdido de tal forma el respeto por la muerte, que muy
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pronto dudaron de la veracidad del cumplimiento de este hecho; sin embargo muchos, como era de esperarse, se refugiaron en la religión en búsqueda de clemencia y perdón, creyendo que la llegada de las plagas tenía que ver con un castigo divino. No estaban tan equivocados; después de todo. Otros en cambio, incrédulos, continuaron con sus vidas, y es que a veces en Caracas no hay tiempo para pensar en otra cosa que no sea resguardar la vida en lo inmediato. Algunos científicos, decididos a hallar un porqué de la posible aparición de las plagas, llegaron a la conclusión de que se trataría de un proceso migratorio de animales totalmente inofensivos. Una mañana los caraqueños despertaron entre caracoles y mariposas. Abrieron sus ojos y allí, caminando en sus techos, los caracoles esparcían su baba, dejando el rastro de su recorrido. Las plagas entraban sin permiso a las casas. Las mariposas revoloteaban en una especie de danza torpe a través de los hogares. La ciudad toda se conjugó en un solo grito que despertó incluso a los que tenían el sueño más pesado, quienes se hallaron también rodeados de caracoles. Las personas se levantaban rápido de sus camas con la pretensión de querer huir a un espacio seguro e, inmediatamente, colocaban sus pies sobre el suelo, aplastaban a un puñado de caracoles quedando sus pies sumergidos en una mezcla de concha y baba. Intentaban hallar los interruptores para encender las luces pero los caracoles recubrían cada rincón, por lo que no era posible entender en realidad dónde se encontraban. No pasó mucho tiempo para que los caraqueños empezarán a sacudirse, intentando impedir que los caracoles subieran por sus cuerpos y llegaran a sus oídos.
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En las calles se veían cientos de personas corriendo desnudas, ya que sus ropas ahora eran nidos de caracoles. Los accidentes no se hicieron esperar: las mariposas entraban inadvertidamente dentro de los vehículos, causando terror en los conductores quienes intentaban evitar tocarlas a toda costa. Se posaban en los vidrios, en los semáforos, en los postes de luz. Millones revoloteaban sobre toda la ciudad. Los caraqueños debían mantener la boca cerrada ya que, de no hacerlo, las mariposas entraban inadvertidamente y se encajaban en sus dientes o llegaban hasta sus gargantas. Los pisos y paredes de los edificios estaban infestados con caracoles, al igual que el asfalto, las aceras, incluso algunos testifican haber visto cómo los caracoles brotaban de las alcantarillas. Las personas corrían sin saber a dónde ir. El aspecto de la ciudad había cambiado por completo, era imposible entenderla. Algunos caían sorpresivamente en huecos y allí quedaban tendidos mientras los caracoles los cubrían por completo. El cielo se tornó amarillo y solo en algunas ocasiones se vislumbraban las nubes blancas sobre las mariposas. En su vuelo tropezaban con las personas y se enredaban en sus cabellos. Nadie se atrevía a tocarlas y mucho menos matarlas; sin embargo las mariposas no tardaban en posarse sobre las ropas de los individuos quienes, poco a poco, se iban despojando de sus pertenencias hasta quedar desnudos. No hubo ningún plan de evacuación ni de prevención pero sí hubo un plan de improvisación: mantener la calma. Los niños, en medio del caos, se escapaban de sus padres para observar los curiosos animales y prestaban exagerada atención a sus movimientos. Les intrigaba saber cómo seres tan pequeños y torpes podían causar tanto miedo en las personas. Se percataron que las mariposas tenían, sobre sus alas, dibujos y figuras de color blanco, que sobre su cuerpo crecía
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una especie de pelaje minúsculo como terciopelo y que, a pesar del terror que causaban, parecían agotadas. Por otro lado, vieron también que los caracoles tenían dibujos diferentes sobre sus conchas, que sus cuerpos se amoldaban a la superficie y que, al igual que las mariposas, lucían realmente agotados. Los padres rápidamente los apartaban de los bichos y los regañaban fuertemente, quizás a causa del desespero que se vivía en ese momento, pero, más probablemente porque los niños y adultos no ven de la misma manera. Los niños fueron los únicos en notar algo particular en todos los caracoles y mariposas: ninguna de las llamadas plagas se detuvo a descansar, todas avanzaban hacia algún lugar, parecían huir de algo. Siete días después las plagas ya no estaban. En ningún rincón se les podía ver. Ya no había mariposas amarillas ni caracoles venenosos. Todos habían desaparecido, mientras las personas estaban sumergidas en el miedo. La ciudad, en cambio, quedó devastada, toda ella era una gran baba cubierta de polvo amarillo. En la ciudad celebraron la partida de las plagas. Lo más sorprendente es que no hubo ciegos ni sordos a causa de su llegada. Al parecer, los científicos estaban en lo correcto y solo se trataba de un proceso migratorio de animales inofensivos. La muerte, dama silenciosa y elegante, estaba nuevamente indignada. Recibió a sus apreciadas plagas y les pidió una explicación convincente por lo sucedido. Era la primera vez que no cumplían su deber. Entonces, el súbdito de la muerte, quien había aprovechado para desaparecer de la ciudad junto a las plagas, habló por ellas y dijo:“Mi señora, somos nosotros quienes debemos pedir clemencia ante usted. No había nada que pudiéramos hacer en esa ciudad. Recorrimos sus calles, invadimos sus casas, nos acercamos a sus cuerpos pero, en el 38
momento preciso que íbamos a comenzar a devorar y a cumplir nuestra misión, apareció otra dama, no tan elegante como usted, mi señora, pero sí igual de silenciosa. Ella fue la que nos barrió rápidamente de la ciudad. Se acercó a mí y me pidió que le dijera lo siguiente a usted, mi señora, si me lo permite: “‘Muerte, dama silenciosa y elegante, no tienes nada que hacer en esta ciudad, llévate a tus plagas. Aquí ya existe una dama encargada de llevarte las almas que necesites, pero no implores respeto porque eso me lo deben a mí. Esta ciudad es también de una mujer. Yo soy la Costumbre. Hace mucho tiempo dejé a los caraqueños ciegos y sordos ante el dolor’”. Del cuerpo y la mirada del caraqueño El cuerpo de los caraqueños es camuflado. Todos ellos son muy variados, por lo que si tomásemos diferentes muestras, podríamos colocarlos en cualquier parte del mundo y hacerlos pasar por locales. En algún momento, la ciudad recibió a tantas culturas que el caraqueño de ese entonces quedó embelesado por la variedad y no tuvo reparo en mezclarse. Sin embargo, si intentamos mezclar a los caraqueños entre ellos mismos, son notorias las diferencias, especialmente aquellas que corresponden al lugar en donde viven. No son iguales los del oeste que los del este e, incluso, los del norte difieren de los del sur. El estar camuflados les permite mantener ocultas sus emociones, por lo que el caraqueño ha aprendido a ser muy astuto en todas las dificultades que se le presenten en la vida. Es, sin duda, una gran arma contar con esa cáscara que los hace rígidos y aptos para el engaño. Lamentablemente, son muchas las historias de caraqueños que han terminado en pedazos, ya que, de no ser bien curada alguna fisura, en cualquier momento se puede producir el resquebrajamiento.
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Por otro lado, los caraqueños se pueden distinguir por su capacidad para dialogar sin siquiera decir una palabra. Se miran unos a otros y entienden claramente lo que quisieron decir. En esos diálogos puede haber preguntas y respuestas. Un quése expresa frunciendo la nariz al menos dos veces por segundo. Un no sése expresa bajando la comisura de los labios, como haciendo una sonrisa invertida, acompañada de una ligera elevación de hombros. Sin embargo, es de mala educación querer comenzar un diálogo sin el permiso necesario. Para ello, ambas partes deben estar de acuerdo previamente. Debe existir cierta confianza o se puede producir la confrontación. Algunos pueden llegar a matar por esta falta. Se entiende que estos diálogos se producen solo cuando existe un lazo que conecta las miradas de los interlocutores. Las batallas de miradas son de las más temidas por el caraqueño, porque con ellas se intenta atravesar lo más posible la cáscara del otro, hasta llegar a lo blando y herir. Quien llega primero es el vencedor. La regla de la ciudad es “No mirarse a los ojos”, pero son muy pocos los capaces de dar esta advertencia. Y es que la mirada del caraqueño es un túnel hacia lo secreto, por lo que se corre el riesgo de quedar atrapado en la mirada del otro y perderse para siempre, debido al asombro que produce reconocerse así mismo en ella. Susurros En la esquina El Sordo habita un indigente, los que pasan por el lugar le llaman El Vigilante. Recorre la calle de esquina a esquina escrutando a todo el que pasa por allí. De cabello y barba blanca, El Vigilante pertenece a la categoría de los indigentes que sonríen. A pesar de no saber pronunciar su nombre, aún recuerda cómo debe escribirlo pero no le 40
interesa que nadie lo pronuncie por él, quizás por temor a escucharlo y descubrir que los fonemas puedan no corresponder a lo que es él como persona, quizás por temor a dejar en descubierto el último vestigio de su identidad. El Vigilante camina de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, de poste a poste, de esquina a esquina. Conoce cuántas cerámicas hay sobre la acera, cuántas ventanas tiene cada apartamento, cuántas puertas cada edificio, cuántos barrotes las rejas. Conoce el color de los ojos de cada uno de los habitantes de la esquina, su color de cabello, su color de piel y a todos les sonríe. En las noches, El Vigilante se sienta detrás de un kiosco y allí observa pasar la oscuridad y las sombras. Conoce el ritual de la noche y disfruta el verlo, refugiado con una cobija negra que alguna vez encontró en el basurero. Reconoce el olor de las ratas, el sonido casi imperceptible de las cucarachas saliendo de las alcantarillas, el baile de las polillas que vuelan hacia los postes de luz, las vueltas de los murciélagos y su chillido, el diálogo de los grillos. Una noche,El Vigilante escuchó un ruido poco habitual, similar a un zumbido. Un ruido constante que no se detenía, un ruido que no formaba parte del ritual acostumbrado. En ese momento observó cómo todo se detenía para darle cabida a ese zumbido que ahora era intermitente. Observó cómo las cucarachas regresaban desesperadas a las alcantarillas, cómo las ratas corrían a ocultarse en el primer agujero que encontraran; cómo las polillas cayeron al suelo formando una alfombra en el asfalto y allí se mantuvieron temblando, asustadas; cómo los murciélagos detenían su sonar y se estrellaban con las paredes de los edificios y cómo los grillos, por primera vez, interrumpían su diálogo eterno.
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A pesar de esto, El Vigilante no tenía miedo sino curiosidad, por lo que se levantó y decidió afinar su oído en búsqueda de aquel sonido tan atemorizante y peculiar. Fue así cómo, luego de algunos minutos recorriendo de izquierda a derecha y derecha a izquierda la esquina El Sordo, descubrió que el sonido era emitido por los edificios. Al principio le atemorizó un hecho tan extraño, creyó que las bases de todos los edificios estaban cediendo, por lo que, en poco tiempo, vendría el colapso inminente; sin embargo, poco a poco fue creciendo la curiosidad en él y fue así como se percató que el zumbido era más bien un susurro entre los edificios, como si entre ellos se comunicaran un secreto. Puso sumo cuidado y se percató de que todos los edificios repetían el mismo susurro una y otra vez, como si se tratase de la misma palabra pero pronunciada con diferentes entonaciones. Estuvo escuchando por un largo tiempo, pues intuía que, tarde o temprano, podría entender lo que decían. –¿Libertad es acaso lo que dicen? –y repitió varias veces la palabra libertad hasta que el susurro de los edificios cesó. Entonces el haber articulado como un mantra la palabra libertad, aunado al silencio que ahora reinaba en la esquina El Sordo, permitió que El Vigilante reflexionará acerca de la poca libertad que poseen los edificios. Pensó en lo difícil que sería ser creado para servir a los demás, sin siquiera poder moverse. Entendió y se compadeció de los edificios que de seguro habían querido emitir alguna clase de protesta por haber sido creados para dar refugio, siendo ellos los expuestos a la tortura del clima. –No existe media libertad, o somos libres o no lo somos –pensó el Vigilante, e inmediatamente se mantuvo alerta ante el próximo susurro.
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–¿Eternidad es acaso lo que dicen? –y repitió varias veces la palabra eternidad hasta que el susurro de los edificios cesó. Entonces el haber articulado como un mantra la palabra eternidad, aunado al silencio que reinaba en la esquina El Sordo, permitió que El Vigilante reflexionara acerca del carácter eterno de los edificios. Pensó que, a pesar de mantenerse en pie por cientos de años, ningún edificio es eterno; sin embargo, para un ser humano, que no vive sino unos pocos años, un edificio puede parecer eterno tal como las rocas y las montañas. Entonces entendió que incluso las rocas no son eternas, por lo tanto, nada es eterno. Se preguntó si quizás la eternidad era una simple fantasía, pues nadie podía tener una prueba de ella. Después de unos minutos el Vigilante pensó: “La eternidad es peor que la muerte”, y se mantuvo en silencio y alerta esperando la llegada del próximo susurro. –¿Esperanza es acaso lo que dicen?–y repitió varias veces la palabra esperanza hasta que el susurro de los edificios cesó. Entonces el haber articulado como un mantra la palabra esperanza, aunado al silencio que reinaba en la esquina El Sordo, permitió que El Vigilante reflexionara acerca de la misma. Recordó que hacía muchos años había perdido por completo la esperanza. Siempre la llevaba con él, al principio ocupaba un gran espacio, por lo que en las noches debía abrazarla fuertemente para que no se la arrebataran, luego se fue haciendo más pequeña y delgada hasta que cupo en uno de sus bolsillos. En una oportunidad le tocó correr, huyendo de la tortura, metió su esperanza en uno de los bolsillos rotos de su pantalón, fue la noche que la perdió, probablemente se cayó de su bolsillo, por lo que más nunca volvió a verla. Decidió olvidarla y dejar de sufrir. Recordó que en realidad era muy infeliz cuando tenía esperanza, así que pensó:“La esperanza es solo eso: esperar, esperar y no hacer nada”. Y entonces entendió que quizás esos edificios podrían tener esperanza de ser remodelados o
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demolidos, algo que los liberara. Nuevamente se mantuvo en silencio y alerta esperando el próximo susurro. Esta vez El Vigilante entendió claramente la palabra que susurraban los edificios uno tras otro. Se quedó atónito por un largo rato, sorprendido porque ya, hace muchos años, no escuchaba esa palabra en sus oídos. –¿Es esto lo que han querido decir todo este tiempo? – dijo El Vigilante, que sentía en su pecho cómo ardía cada letra, cada vocal, cada consonante, cada sílaba, queriendo ser pronunciada, al fin, luego de tantos años. El Vigilante corrió de esquina a esquina buscando el mejor lugar para gritarle a todo el mundo la palabra que había descifrado. Vio un lugar apropiado y se dispuso a pronunciarla; sin embargo, la potencia de la misma, su contención luego de tanto tiempo, había hecho que su peso fuese demasiado para un solo hombre. El ardor que había sentido antes, no era solo de emoción sino un alerta del cuerpo indicando su incapacidad para soportar en el pecho tal palabra. No obstante, a pesar del dolor que provocaba la presión de la palabra en el pecho del Vigilante, éste se dispuso a gritarla, fue en ese momento que sintió que no podía respirar. La propia palabra le había trancado las vías respiratorias y se ahogaba mientras intentaba extraerse con las manos esa potencia que se mantenía atorada en su garganta. Se apretaba fuertemente el cuello, con el deseo de sacar afuera eso que lo ahogaba. A los pocos minutos El Vigilante murió sin poder emitir sonido alguno. Ese susurro que habían repetido incansablemente los edificios y que él había logrado escuchar y descifrar, no era más que su propio nombre, el único vestigio de su identidad.
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De las rejas del caraqueño Los caraqueños son personajes preventivos. Invierten mucho dinero en el resguardo de sus pertenencias, es por ello que la ciudad está repleta de rejas por doquier. Muchas fachadas de casas y edificios han quedado escondidas por la preferencia hacia los barrotes de acero o, incluso, las láminas de zinc. Sin embargo, ha sido este un hecho curioso, pues los caraqueños suelen ser pretenciosos con su ciudad, refiriéndose de forma despectiva a las otras ciudades que conforman la nación: –Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra – dicen. Las rejas aparecieron porque los caraqueños estaban decididos a resguardar sus cosas, el problema es que son capaces incluso de clausurarse a sí mismos con tal de sentirse protegidos. Si se mira con detenimiento, nos podremos percatar de que en Caracas no hay hogares sino jaulas, creadas por sus mismos residentes. Por otro lado, en la ciudad, hay dos tipos básicos de caraqueños, los astutos y los ingenuos. Los ingenuos son intimidados por los astutos, quienes esperan a que sus hermanos indefensos salgan de sus jaulas para atacarlos y quitarles lo poco o mucho que llevan encima. A diario hay actos salvajes y no importa matar a la misma especie con tal de conseguir lo deseado. Las madres, que por instinto cuidan el hogar, el nido, viven angustiadas por el temor de no ver a su pareja volver a casa nunca más. Esta situación se presenta como una suerte de canibalismo o, mejor dicho, como antropofagia moderna. En la antropofagia, el ser humano, luego de matar a su igual, por llamarlo de alguna manera, procede a comerse sus partes, sus órganos, pero no en busca de satisfacer el hambre, sino para adquirir las virtudes, las destrezas, la fuerza de su hermano 45
muerto. En Caracas, los astutos no llegan a devorar, literalmente, a sus hermanos, los ingenuos, pero sí les arrebatan sus pertenencias con el único propósito de hacerse ellos más dignos ante los suyos. De hecho, el matar a un oficial de seguridad, es motivo de gran orgullo y honor en la sociedad de los astutos, como si de alguna manera la persona que mata adquiriera las habilidades del asesinado. Poco a poco la ciudad se va quedando sin ingenuos, cuando llegue ese momento ¿a quién devorarán los astutos? Pasa que los ingenuos, en su afán por estar protegidos de los astutos, incluso pusieron rejas en sus voces, por lo que sus palabras de denuncia y protesta permanecen encerradas hasta el día de hoy. Caracas doble –Si observamos con detenimiento e intentamos sentir un poco el ritmo de la ciudad, quizás podamos darnos cuenta que Caracas es una ciudad enferma. Diría que padece algo similar a la leucemia, si es que acaso esa patología se puede trasladar de los seres humanos a toda una ciudad. La leucemia es también conocida como el cáncer de la sangre, la enfermedad del torrente sanguíneo. Permíteme ilustrar mi planteamiento: En primer lugar, hablemos del detonante de todo este ciclo escatológico que padecemos: el Río Guaire, que recorre toda la ciudad, de este a oeste, mostrando nuestras vergüenzas a diestra y siniestra. Ese río de aguas negras que todos ignoramos, mantiene a flote lo íntimo, lo pudoroso, lo que pasa en secreto y de lo que nadie más debería darse por enterado. Cada cierto tiempo, se halla el cadáver de un compatriota, flotando en las aguas negras o verdi-azules del Guaire. Una muerte humillante.
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Sorpresivamente y contra toda conducta de etiqueta, cientos de garzas blancas recorren estas aguas y se posan sobre sus corrientes. Allí, se alimentan de nuestros desperdicios físicos y de uno que otro animal que nace en esas tierras llenas de mugre. Imagino que son pocos o nulos los científicos que se han dedicado a averiguar cómo estas garzas no han adquirido un color marrón o grisáceo, propio de las aguas donde se alimentan. Pero no solo habitan garzas, también observamos loros y guacamayas posadas en las ramas de los árboles que crecen a las orillas del río. Si me permites, te preguntaré algo muy sencillo: ¿qué necesitamos para vivir? Te respondo, básicamente necesitamos dos elementos fundamentales: agua y aire. Quizás soy un poco rebuscado pero, cada vez que manejo por la autopista y observo todos los árboles que crecen a las orillas del Guaire, pienso en lo curioso de este hecho: la vida es digna en cualquier espacio. Esta flora me hace recordar a los asfódelos, ¿los conoces?, unas pequeñas flores blancas que crecían en el inframundo griego, así lo creían ellos, ¿puedes imaginar eso? incluso la vida floreciendo en los terrenos de la muerte. Sin embargo, retomando el tema de la leucemia, pienso que es posible que estos árboles, sin percatarse, sean los que expulsen aire enfermo a la atmósfera, es decir, los árboles tienen la importante tarea de llevar oxígeno a la naturaleza, oxígeno que respiramos para vivir y, éstos están tomando sus nutrientes, nada más y nada menos, que del sistema de aguas negras de la ciudad. Sin ser tan extremistas, pensemos en animales menos dignos que las aves, pensemos en los bichos que crecen en el río: gusanos, cucarachas, mosquitos, larvas, moscas. Todos esos animales llevan en su sangre, en su piel, en sus pelos, en sus patas, en sus antenas –y disculpa que sea tan coloquial, pero hablando de un tema tan hondo y a la vez tan sucio, quizás me comprendas–, esos bichos son portadores de nuestra mierda. 47
Y pensar que entre la flora y la fauna que se puede encontrar en el río también están las putas de la Libertador, algunas se cambian ahí mismo, a orillas del río, guardan sus cosas en una bolsa y la guindan en uno de estos árboles, van, trabajan, regresan por sus cosas y aprovechan de orinar en el monte. Algunos viven cerca de sus orillas, montan un ranchito con cartones entre los árboles y duermen allí hasta que llega la lluvia, entonces deben refugiarse en los túneles que funcionan como desagüe hasta que escampe; otros, más afortunados, lograron armar toda una vivienda, de dos por dos, debajo de un puente que cruza el Guaire, allí tienen hasta DirecTv y uno, cuando está atrapado en una cola en la autopista, ve con extrañeza toda una hilera de antenas que parecen crecer como plantas sobre el asfalto. A mi consulta llegan personas con padecimientos extraños, lo curioso es que se consuelan a sí mismos diciendo: “Tranquilo, doctor, yo sé que eso está dando”. Pero cómo no, si pensamos que el sistema circulatorio de toda una ciudad está enfermo ¿cómo nosotros no lo estaríamos? ... *
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–Entiendo tu punto, mi entrañable amigo; sin embargo, debo agregar algunos detalles a tu explicación. Considero que, evidentemente, tienes razón en argumentar que Caracas es una ciudad enferma, pero no creo que la leucemia sea la enfermedad que le sea diagnosticada, considero, al igual que tú, que el Guaire es un síntoma claro de que algo está mal con este paciente, pero no tiene que ver con aspectos físicos, sino con lo mental. El Guaire se muestra ante nosotros como una gran herida, como una cortada infectada. En eso coincidimos, empero siento que la patología de Caracas está más ligada a lo psicológico. La esquizofrenia, a mi parecer, tiene más relación con los síntomas que presenta esta ciudad.
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El Guaire está allí para dividir, genera dualidad en el ser, lo que está al sur del río y lo que está al norte de éste. Posiblemente, si pudiéramos realizar un estudio neurológico sobre la ciudad, observaríamos una confrontación entre dos lóbulos importantes. Hace falta que construyamos puentes para reunir estos dos polos. Considero que, de cierta manera, esto se traslada a los habitantes, que no son capaces de reconocer las diferencias del otro en sí mismo. Entonces hay rechazo, inconformidad, desapego, rabia, rencor, entre partes que corresponden a un todo. Eso sí, estoy seguro que el río es un excelente medio para escapar de esta realidad e incluso ser olvidado. ¿Quién querría ir a buscar el cuerpo de un familiar ahogado en el Guaire? Amigo mío, ¿cuántas veces hemos hablado de salir de la ciudad, de visitar otras tierras, de alejarnos de todo este zaperoco?, pero, ¿sabes una cosa?, en ocasiones veo al cielo y me topo con un mosaico cuadriculado. Cientos de nubes con forma ligeramente cuadrada, con aproximadamente el mismo tamaño y la misma distancia unas de otras. Luego, el patrón se va abriendo poco a poco generando nubes un poco más grandes a las anteriores. Un patrón peculiar de blancos y azules. Cuando me topo con eso siento que algo se ha roto y no nos hemos dado cuenta, como el vidrio cuando se rompe pero queda atrapado entre el papel ahumado de los carros. Es entonces cuando me pongo a buscar con desespero el punto de impacto, la causa del quiebre, pero no lo encuentro. Te confieso que muchas veces he esperado a que se venga en pedazos el cielo sobre nosotros. ¿Quién pudo agrietar el cielo?, me he preguntado muchas veces y ahora, escribiéndote, me he percatado de algo increíble, ¿puede ser que estemos encerrados en nuestra propia ciudad?, de ser así, la vía de escape, probablemente, esté hacia abajo, hacia lo profundo, hacia lo hondo.
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Te propongo algo, hagamos una última terapia de escape, dejemos todo atrás y salvémonos. Desaparezcamos de una forma poco tradicional, lejos de todo el barullo de las funerarias y los velorios, lejos de los entierros y los rezos. Dejemos a un lado el cuerpo y descendamos al más allá, pero por la puerta grande, la que está ahí a simple vista y que muy pocos han logrado notar. Si realmente queremos salir de la ciudad, la única forma es por esa grieta. Vayamos juntos y lancémonos al Guaire, dejemos que la corriente nos arrastre y nos expulse fuera de esta cáscara. Hagámoslo antes de que esta ciudad se nos caiga encima. Pero, eso sí, tendremos que aprender a vivir sin tierra. Otra cosa más, lo más seguro es que el hedor de haber nadado en el Guaire se nos quede impregnado en la piel para siempre. Puntos de referencia Un niño caraqueño le pregunta a su padre: “¿Dónde quedas tú?”,a lo que el padre responde: “bueno, estamos en casa”. Pero el niño, inconforme con la respuesta, vuelve a preguntar asu padre: “no, no me refiero a dónde estamos, sino ¿dónde quedas tú?” El padre, que no entiende de qué se trata la pregunta, le responde: “bueno, trabajo en el centro de la ciudad, en un banco”. Pero el niño, nuevamente inconforme con la respuesta, le dice al padre:“No, no me refiero a dónde trabajas, sino ¿dónde quedas tú?” Esta vez el padre piensa que el niño no sabe expresarse correctamente y que quizás se refiere al lugar donde nació: “hijo, nací aquí en Caracas, en el hospital Pérez Carreño”. Pero el niño continua inconforme con la respuesta: “no, no me refiero a dónde naciste, sino ¿dónde quedas tú?”
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El padre, ya harto de la insistencia del niño, piensa en gritarle y pegarle, sin embargo, se detiene creyendo que se trata de un juego infantil. Piensa por un momento en la enigmática pregunta y cree hallar la solución, entonces le responde: “Quedo aquí”. Esta vez el niño se queda en silencio unos segundos y luego de mirar al padre fijamente a los ojos le contesta:“¿Y cómo llego allí?, dame un punto de referencia”. El padre se sorprende, porque solo en ese momento se da cuenta de que, aunque sabía muy bien dónde estaba, no sabía dar puntos de referencia de sí mismo, por lo que no pudo responderle a su hijo quien, inevitablemente, se perdió para siempre. Es algo muy común. Luego, estos niños crecen sin conocer la dirección de los suyos, germina el rencor en ellos y deciden tomar venganza por no saber a dónde ir. Se convierten en caraqueños astutos. Estado de guerra Un grupo de militares fue entrenado con las mejores técnicas de combate y tácticas para la guerra. Muchos eran capaces de correr por horas sin agotarse, otros eran veloces armando y desarmando fusiles, en general, eran expertos asesinos, también excelentes en obediencia. En los entrenamientos físicos la mayoría solía destacarse, demostrando gran habilidad y destreza al resolver las situaciones que les presentaban en el campo. Todos vivían con el sueño de demostrar sus valiosas aptitudes en combate. Un día, fueron llevados a Caracas a realizar la última prueba de su entrenamiento. Los colocaron en semáforos, calles, supermercados y bulevares, y se les dio la tarea de resguardar y mantener el orden. Algunos militares pensaron que dicho entrenamiento se alejaba un poco de las funciones para las que habían sido altamente entrenados; sin embargo, los que
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insinuaban algún reclamo por esta situación, eran rápidamente increpados por su superior, quien les decía: –esto es preparación para la guerra. Pasaron varios meses y los militares se mantuvieron en la ciudad, cumpliendo con la misión que les habían asignado: resguardar y mantener el orden. Esto ocasionó que creciera el resentimiento entre ellos, sentimiento que germina a partir de las ilusiones aplastadas. Es por eso que muchos militares decidieron continuar, por cuenta propia, su entrenamiento. En donde estuviesen, apuntaban su fusil a algún caraqueño que no les simpatizara o que vieran en actitud sospechosa, apuntaban a cualquiera sin importar que estuviese capturado en flagrancia o caminando hacia su casa. Los caraqueños preguntaban:“¿Por qué me apunta oficial?”, a lo que los militares respondían: “Nos estamos preparando para la guerra”. La solitaria Bajó al mediodía, antes de almorzar. En realidad Caín tenía varias semanas desempleado, así que prefería comer una vez al día para ahorrar lo más posible su dinero, esto le había producido un fuerte dolor estomacal, una mezcla entre ardor y vacío. Tomó una pequeña linterna y calculó que, en al menos una hora, estaría nuevamente en casa. Descendió las escaleras sujetándose del pasamano derecho cuando, de pronto, sintió algunas gotas cayendo sobre su cabello. También escuchó cómo, más adelante, algunas gotas caían sobre el agua, creando un sonido repetitivo. Al dirigir la mirada hacia arriba, observó unas especies de estalactitas de un color similar a la carne. Por ellas fluían las gotas que caían en el piso formando enormes charcos.
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Al fin posó un pie en el piso del sótano tres, lleno de agua mohosa y estancada. El olor era muy desagradable, una mezcla entre animales putrefactos y aguas negras. Todo era oscuridad, Caín solo se movía gracias a la luz de su linterna. Caminaba muy lentamente, con temor a no caer en algún vacío inesperado o tropezarse con alguna criatura; sin embargo, a pesar del esfuerzo, su pie se enredó con algunos cables viejos y casi cae al suelo: lo salvaron sus reflejos, consiguió apoyar su mano derecha sobre una columna. En ese momento el pánico fue doble ya quela mente de Caín confundió los cables con un ataque sorpresivo de la serpiente del sótano tres. Luego, apoyado con su mano, sintió una estructura fría y suave como la carne cruda, por lo que pensó que lo que tocaba era la mismísima piel de la serpiente. Además había tenido que lidiar con el sabor repugnante del agua estancada, cuando salpicaron algunas gotas en su cara en el momento que casi cae al suelo. Se mantuvo apoyado sobre la columna, esperando pasar esos primeros sustos. Allí sintió nuevamente el malestar en su estómago. Ya hacía varios días que no percibía esa sensación de vacío y ardor, así que se la adjudicó al susto que acababa de pasar. –Nervios, solo eso –se dijo a sí mismo. Se tomó un tiempo para respirar, lamentablemente el aire era demasiado putrefacto como para permitirse un verdadero respiro. A pesar de eso, Caín estaba lleno de tenacidad y por su cuerpo corría un espíritu de aventura, por lo que decidió continuar su recorrido y buscar indicios de la existencia de la serpiente del sótano tres. Inesperadamente, justo unos microsegundos antes de quitar su mano de la columna babosa, creyó sentir un ligero movimiento, similar al latido de una vena. Probablemente era a causa de los nervios o quizás un ligero mareo que le hizo sentir los latidos de su propio corazón en la punta de sus dedos. –Nervios, solo eso –se dijo a sí mismo. 53
Iluminó con su linterna un espacio amplio, en donde podría observar con más detalle el entorno, así que decidió dirigirse allí. Caminó poco a poco colocando cuidadosamente cada uno de sus pies sobre el suelo encharcado y prestando suma atención a cada uno de sus pasos. En ese momento pensó en la arena, en lo útil que hubiese sido en ese sótano para poder volver sobre sus pasos. De pronto, a su derecha, vio una sombra que lo hizo detenerse, alumbró con su linterna hacia el posible objeto y halló un viejo Volkswagen. Sobre la carrocería crecía una especie de capa verdosa, similar al moho, los cauchos habían desaparecido por completo, quedando solo el rin carcomido por el óxido. Observó estos detalles con su linterna. Decidió acercarse a las ventanas, que aun conservaban vidrios astillados. Limpió, con su mano, la mezcla de moho y polvo que se encontraba sobre la superficie del vidrio, y acercó su rostro junto a su linterna para observar lo que había adentro del vehículo. Fue en ese momento que Caín sintió como su corazón latía tan fuertemente que hubiera sido capaz de salirse de su pecho con un empujón, las piernas no le respondían y tanto en su boca como en todo su cuerpo las náuseas se hicieron incontrolables. Vomitaba solo saliva y jugos gástricos que, además, quemaban su garganta generándole fuerte dolor. Seguía tosiendo y produciendo arcadas, pero su estómago estaba totalmente exprimido. Caín recordó y lamentó no haber comido nada durante todo el día, estaba acostumbrado a tener hambre. Ahora se encontraba débil, aun así, volvió a observar sobre la ventana del Volkswagen. Allí, dentro del carro, había decenas de bolas casi transparentes del tamaño de un balón de futbol. Con un aspecto corrugado en su superficie y una baba rosada que los cubría. Las náuseas se habían producido porque dentro de las bolas, Caín había podido observar una forma cilíndrica hinchada por el líquido que yacía dentro. Sin duda eran huevos de alguna criatura. Se alejó del carro y siguió caminando hacia el centro del sótano. Cuando llegó,
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iluminó alrededor y se percató que habían varios carros, todos muy viejos. Pensó que lo más probable era que estuvieran llenos de estos huevos. No tardó mucho en suceder lo esperado. Iluminó el techo, las paredes, el piso, las columnas y vio algo increíble, todo el sótano parecía hecho de carne cruda. En las esquinas se producía espuma. De pronto, el piso empezó a calentarse de tal modo que podía sentir el calor a través de sus zapatos. Corrió hacia uno de los carros para montarse sobre su techo pero, antes de llegar, cayó de cara al suelo. Intentó levantarse pero resbalaba y caía nuevamente, lo que hizo que todo su cuerpo se empapara de agua estancada. Gritaba por la desesperación y sentía como, por sus labios, corrían gotas amargas de agua sucia. Iba sintiendo como el piso y el agua, sobre la que chapoteaba, se calentaban más y más. De un momento a otro el agua empezó a hervir y a crujir, y su textura se iba volviendo más espesa, como si se tratase de aceite caliente. Su cuerpo era calor. Se quemaba. Intentaba apoyar sus manos sobre el piso para levantarse pero el dolor de su piel derritiéndose no se lo permitía. Era como si ese sótano intentara digerirlo. Fue, en ese momento, cuando, al fin, la vio. Era una criatura gigante que se acercaba, en vaivén, hacia él. Pudo aseverar una sola cosa, cuando la criatura finalmente lo alcanzó: no se trataba de una serpiente. El movimiento de este animal no era zigzagueante sino que, más bien, se arrastraba con dificultad. Con los últimos vestigios de su fuerza iluminó a la criatura y halló algo increíble: se trataba de una enorme lombriz, con sus aros gigantes expandiéndose y contrayéndose en cada movimiento, aros que formaban todo su cuerpo. Sin ojos y con solo una enorme boca dispuesta a succionarlo. Caín sintió como la lombriz lo chupaba hasta tragárselo; mientras, aún, era quemado por la mezcla de líquidos que creaban unos jugos ardientes, de los cuales le era imposible escapar. 55
Caín había descendido al estómago de la ciudad y allí había sido devorado por su parásito, pero algo tenían en común las tres criaturas: todos tenían hambre. De por qué el caraqueño es trabajador Los caraqueños están remendados, así como cocidos de varias partes. En una desafortunada oportunidad alguien los tuvo a todos en sus manos pero los dejó caer. Fue en ese momento que se rompieron, se fragmentaron, únicamente quedando, bien sujeto a ellos, el egoísmo. Ese fatídico día todo lo que tenían adentro se derramó en el piso, cual piñata rota. Cada uno tomó entre sus brazos lo que podía para luego pegárselo así mismo. Así fue como descubrieron que, aunque todos tenían las mismas emociones: alegría, tristeza, miedo, asombro y rabia –entre muchas otras–, al igual que las mismas características, en mayor o menor grado, también pudieron observar que había un elemento que se encontraba en abundancia derramado por doquier: voluntad. Sin embargo, como el egoísmo quedó bien sujeto a ellos, cada uno tomó la mayor cantidad de voluntad que pudo. Apartaron, patearon, pisaron y empujaron a sus hermanos, sin importarles lo más mínimo, solo con el deseo firme de obtener más que cualquier otro. Todos tomaron suficiente para sí mismos, quizás unos más que otros, es por ello que, muy temprano en las calles de Caracas, antes de que salga el sol, se puede observar a los caraqueños caminando hacia sus trabajos y tomando café. Tipos de indigentes Hay muchos tipos de indigentes que habitan en esta ciudad: están los que limpian carros, los que cuidan carros, los que lavan carros. También están los que piden dinero en el metro, en las calles, en los restaurantes, en las camioneticas, en los semáforos. Los que están enfermos y tienen récipe, aquellos a los que les falta alguna parte del cuerpo, los que están 56
engangrenados, los que cargan consigo una bolsita de orina. También están los indigentes que dan miedo, los que dan lástima, los que causan indiferencia, los que causan ternura. Los que duermen en las plazas, los que duermen en los parques, los que duermen detrás de algún kiosco, los que duermen escondidos en la basura, los que duermen a orillas del Guaire y los que mueren antes de poder dormir. El indigente que siempre tuvo una vida miserable, el que tuvo una vida digna y la transformó en miserable, al que le hicieron su vida miserable. Los que venden pulseras con pabilo sucio, los que venden revistas de hace diez años, los que venden estampitas religiosas y dicen haber sido salvados por el evangelio. Los que escuchan pero no pueden ver nada, los que ven algo pero no escuchan. Los que están en sillas de rueda, los que tienen perros, los que hacen malabares. Los que sonríen. Los que roban. Los que tienen hijos, los que tuvieron hijos, los que mataron a sus hijos o violaron a sus hijos: al final es lo mismo. Los que se creen fiscales de tránsito. Los que no tienen identidad, los que al menos recuerdan su identidad. Los que recogen latas, los que hurgan en la basura y encuentran maravillas que cambian por droga. Los que escriben mensajes invisibles en el aire. Los que pueden leer esos mensajes. A pesar de la precariedad y la mala vida, ningún indigente quiere morir, porque todos viven gracias a que conservan, muy bien guardado, un pedacito de su historia, la cual se niegan a olvidar. Ese pedacito que los llevó a la locura. Se aferran a la memoria, lamentablemente, para los caraqueños, conservar los recuerdos conlleva un gran esfuerzo. Es por eso que en Caracas los indigentes no lloran por hambre o frío, lloran por el esfuerzo de sostener el peso de sus recuerdos. Un peso que va empujando gota a gota las lágrimas afuera del cuerpo.
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Al fin llegó el terremoto No fue un terremoto como cualquier otro, este empezó sonando y no moviendo. Tenía más de cuarenta años sonando a través de las voces de los caraqueños. Jóvenes y viejos esperaban entre ansiedad y costumbre la llegada del terremoto. Como tradición oral se repetía a través de generaciones la historia futura que acontecería en cualquier momento, como antes ya había sucedido. Ocultarse bajo una mesa, resguardarse bajo una columna, creer en el triángulo de seguridad, correr a un espacio abierto o no usar ascensores son algunos de los tips que todo caraqueño conoce para enfrentarse al terremoto y sobrevivir a él. Todos los expertos coincidían en que sería una catástrofe de gran magnitud pues ya habían pasado demasiados años de acumulación de energía en las placas tectónicas; por lo tanto, al liberarse dicha energía, el temblor que ocasionaría sería el máximo posible dentro de la escala Richter. “¡Habrá mucho muerto!”, decían los expertos. Caracas tiene su corazón en el centro de la ciudad, pero no en el centro histórico sino en el centro geográfico adonde llegan todos y desde donde son bombeados a sus destinos. Al norte, El Ávila, una montaña emblemática que parece ser una muralla natural que protege la ciudad. Sin embargo, sus otros tres puntos cardinales parecen haber sido víctimas de una infección desordenada sin tratamiento. Al este, Petare, el segundo barrio más grande de Latinoamérica. Al oeste, Catia, que goza de una reputación similar a la de su hermano indígena del este. Y al sur, El Valle, una zona que goza de cualidades igualmente alarmantes. En las partes bajas, edificios de al menos doce pisos en donde habitan cientos de familias. Al comenzar las montañas, barriadas con casas variopintas, la mayoría con techos de zinc, en los queal caer la lluvia ésta domina el ambiente familiar. En estos tres puntos la tierra es frágil, propensa a fracturarse. Hacia el centro de la ciudad la tierra también es frágil pues allí 58
se concentran las fallas tectónicas. Muchos coinciden en que cuando llegue el terremoto, sobretodo en dichas zonas, habrá mucho muerto. *
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Cinco horas antes de que ocurriera el terremoto se pudo escuchar en la ciudad un estruendo que lo paralizó todo por unos instantes. Algo similar al estruendo que producen los aviones al romper la barrera del sonido pero con el ritmo característico de dos pares de latidos de corazón, con al menos un segundo de diferencia entre ambos. Muchos aseguran haber visto aves suspendidas en su vuelo durante esos segundos. Y es que incluso las nubes se detuvieron. Las personas que caminaban por las calles congelaron su andar, quedando por ese micro instante apoyados con un solo pie en el suelo. Los que iban en automóviles aseguran haber dejado de percibir el mundo pasar velozmente alrededor de ellos, como si de alguna forma alguien hubiese puesto en pausa una película por unos segundos. Durante el segundo que hubo entre latido y latido el silencio fue absoluto, ni siquiera en las mentes había ruido, ni imagen, ni pensamiento. No hubo gritos, ni cornetas, ni efecto Doppler en algún movimiento. Era como si la ciudad misma se hubiese apagado. Vino el segundo latido y con él nuevamente el silencio. Fue entonces cuando los caraqueños se dieron cuenta de que ese silencio se llamaba horror y que venía acompañado de la tragedia, entonces todos entendieron lo mismo: pronto habría mucho muerto. Nadie imaginaba que lo que se aproximaba era el terremoto. Las mentes solo podían estar en blanco, sumergidas en ese silencio. No hubo conversación alguna en la ciudad, no podía haberla porque, aunque todos habían percibido el mismo sentimiento, cada uno de los
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caraqueños se sintió completamente solo, ya que sospechaban que ese día perderían algo incluso más valioso que la vida. El terremoto decidió esperar a que volvieran a sus casas, no tenía apuro pues ya había tenido suficiente paciencia durante más de cuarenta años. Entonces, cuando por fin las personas se sintieron con el valor para empezar a hablar acerca del estruendo y del silencio, antes de poder siquiera modular una palabra, la tierra empezó a moverse. Este terremoto no fue como ningún otro. El vaivén comenzó lento, desde el suelo y fue incorporando a su danza a cada objeto que estaba sobre él. Fue tan lento que las personas quedaron calladas por la extrañeza del asunto. Se podía seguir con la mirada el tambaleo del suelo como si se tratase de un columpio en donde un niño juega y poco a poco va tomando impulso. Sin embargo, aunque los caraqueños habían escuchado en repetidas ocasiones tips para enfrentarse a un terremoto, nunca nadie les había explicado cómo debía sentirse uno en realidad. Y es que este terremoto empezó tan lento que, más que sentirse frente a un temblor, por unos segundos las personas creyeron estar mareadas. Todo era parte de la estrategia del terremoto, que luego de confundir a las personas expulsó toda su energía durante al menos cinco minutos de devastación. ¡Ya había mucho muerto! La ciudad no era ni sería nunca más la misma. Las personas no podían reconocerse a sí mismas ni mucho menos a otros. De nuevo, durante muchos minutos, no sé cuántos exactamente, los suficientes para no olvidar, reinó el horror, que era lo mismo que el silencio. Era muy difícil reconocer la geografía de la ciudad, todos los puntos se difuminaron, solo El Ávila permaneció erguido. Fue lo único que permitió recordar cuál era el norte. Se perdieron mucho más que vidas.
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El terremoto fue lento, desde el suelo hacia arriba hasta llegar a los pies de los individuos. Movió músculos, órganos y huesos. También movió y mezcló dentro de cada persona los sentimientos hasta que ya no pudieron reconocer ninguno. Cada poro en la piel parecía haber perdido el lugar que le correspondía. Los rostros se transformaron en extraños mosaicos. Párpados y labios se agrietaron junto con toda la piel. Lentamente cada rostro se fue desmoronando como arena que se escapa de un puño cerrado. Algunos se llevaban las uñas a la cara y, entre gritos, se desconchaban la piel. Resultó que éramos solo cáscara conteniendo nada. Éramos nosotros los muertos. Espacio-tiempo En Caracas el tiempo no tiene por qué ceder ante las órdenes de alguna ley universal, tiempo y espacio se alejan cuando la desesperación y el egoísmo se apoderan del caraqueño, algo muy común que ocurre todos los días, a cada hora, a cada instante. Sin embargo, tiempo y espacio se conjugan en determinadas ocasiones cuando son atraídos por alguna complicidad seductora y se transforman en espacio-tiempo, unidos, inseparables. El caraqueño no se lleva bien con el tiempo, mucho menos con el espacio, no le agradan, los ignora, no quisiera que existiesen y es que tiempo y espacio actúan de maneras extrañas en Caracas. El tiempo se pasea como le da la gana, por donde le da la gana, se dilata, se contrae, se atrasa, se adelanta, desaparece. El tiempo y la memoria se hicieron amigos hace mucho. Por su parte el espacio suele ser contradictorio. En ocasiones un espacio en donde un caraqueño se siente cómodo puede transformarse, en pocas horas, en pura incertidumbre. El espacio hace lo que le da la gana, crece, se encoje, se agranda, se hunde, te aprisiona. El espacio y el miedo se hicieron socios hace mucho.
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Dos chicas sentadas, una al lado de la otra en el transporte más popular de la ciudad, dos glóbulos siendo transportados. A veces las personas transportan oxígeno a la ciudad, logran que respire un poco, claro, cuando no están ocupados pensando en sí mismos. Cada una de las chicas, a pesar del espacio-tiempo, en su propio espacio-tiempo. La primera sumergida en las pasiones esperanzadoras de los libros de autoayuda; la segunda en cambio, sumergida en las pasiones de la manzana tecnológica y las redes sociales. Dos sujetos caminan por el vagón, cada uno en polos opuestos, se miran, se entienden, cada uno, a pesar del espacio-tiempo, comparte el mismo espacio-tiempo, no solo eso, son capaces de visualizar y entender el propio espacio-tiempo de cada uno de los individuos dentro de ese vagón. Los sujetos caminan hacia las chicas, se detienen frente a ellas y hacen énfasis en su presencia, quieren algo de ellas, algo que puedan llevar a su espacio-tiempo. La primera no tiene mucho para ofrecer. Aburrida. Sin embargo, la segunda brilla por el valioso botín que tiene en sus manos. Negada a colaborar con la dupla inseparable no advierte que se avecina ante ella la relatividad de la condición humana; la verdadera ley de la que ningún ser mortal puede escapar. Nos encontramos en presencia de un hecho común y a la vez efímero, un hecho que pocos logran presenciar y otros muchos rezan por no estar ni cerca de vivirlo. Ningún caraqueño tiene intenciones reales de compartir su espacio-tiempo, si esto ocurre es un hecho tanto trágico como fortuito. Uno de los sujetos decide, ante la negativa de nuestra chica resteada, regalarle un momento realmente inolvidable.
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Luego de las palabras “¿estás segura que no me lo vas a dar?” vino el acto iniciador, una doble curvatura del espacio-tiempo ocurre ante los ojos nerviosos de una chica que necesitará mucho más que un simple libro de autoayuda y ante el “apúrate menor, quítaselo y vámonos” de un hermano leal de botín. Para los que entienden poco de estos temas una doble curvatura del espacio-tiempo se traduce como dos puñaladas que, para fines prácticos, saber si fue en el hígado, riñón o pulmón da lo mismo. *
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El último hecho ocurrido entre espacio-tiempo yace en los confines de la materia misma y, los vestigios de dicho suceso, forman parte de un punto iniciador en la memoria del propio universo, un punto que parece ir y venir sobre sí mismo infinidad de veces. Todo empezó en un lugar indistinto, indiferente, irrelevante incluso; una mañana como cualquier otra en donde el factor común era el hastío constante del caraqueño hacia el espacio-tiempo y sus implicaciones. En la autopista una cola interminable que es realmente una sola cola que atraviesa de punta a punta la ciudad. En algún punto de esa cola un autobús detenido ahoga de calor a sus pasajeros. Dentro del autobús se conjugaban gritos, angustia, esperanza, llanto y valentía, en un solo espacio-tiempo que compartían todos los allí presentes. En ese lugar se concentraba una fuerza comparable únicamente con el nacimiento del cosmos, como si de una revelación fugaz se tratase, tal como la gran explosión primaria que dio inicio a todo el universo y, por supuesto, de la fulminación inherente a presenciar un evento de tal magnitud. Dentro del autobús, en plena autopista, en medio de la cola, una mujer embarazada daba a luz. Echada en el piso, piernas abiertas, mientras un hombre valiente espera hacer lo mejor posible por recibir a un ser. La mujer dejaba de ser solo una feminidad para convertirse en la representación más pura y viva de la mujer. En ese espacio-tiempo lo que prevalecía
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eran las ganas instintivas de recibir a una criatura. El protagonismo de la paternidad se lo disputaban los olores a ambientador y gasolina mezclándose con el de las heces y la orina de la mujer. Finalmente llegó a la luz el pequeño ser. Nada diferente a lo antes visto, lleno de sangre y de otros líquidos, se podía apreciar un carácter terso en su piel. Era pequeño, un poco más grande que una mano adulta. El hombre valiente que recibió a la criatura se la puso en el pecho a la madre que lloraba de alegría. Todavía los unía el cordón umbilical haciendo de madre e hijo un solo ser. Pero el tiempo decidió abalanzarse sobre ese espacio, seducido por lo que allí ocurría. Decidió expresar toda su fuerza ungiendo a la criatura recién nacida en su propio tiempo, desobedeciendo cualquier ley universal existente. De pronto la piel de la criatura recién nacida, que reposaba en el pecho de la madre, fue descomponiéndose en pocos segundos. Pasó de bebé a viejo pequeño en pocos minutos. No creció y, aunque su piel reflejaba la descomposición que había sufrido, internamente sus órganos habían padecido el mismo destino. Aún seguía siendo un poco más grande que una mano adulta. Todos los presentes observaron el proceso de desmoronamiento que ocurría en el recién nacido y que, finalmente, dio pasó a una suerte de nuevo nacimiento. El recién nacido ahora era una criatura envuelta en un capullo o, mejor dicho, en una cáscara dura y agrietada. El pánico paralizó cada músculo del cuerpo de los allí presentes, incapaces de moverse, incapaces de gritar, incapaces de llorar o de correr. Solo la madre era capaz de contener como lo hace cualquier madre, porque a pesar de que en ese autobús todos estaban 64
conectados en el mismo espacio-tiempo, las madres tienen un espacio-tiempo único e indomable. Ella tomó a su bebé y le fue quitando poco a poco la cáscara. Cada pedacito lo arrancaba con sumo cuidado de no lastimar a su bebé, o a lo que quedaba de él. Luego los pedacitos los ponía en el piso en un acto repetitivo y constante que marcó un ritmo atenuado a la escena. Y así fue quitando cada trozo de cada extremidad: en sus piernas, en sus brazos, en su cabeza. Pero dentro de la cáscara no había nada, solo vacío, hasta que, al abrir el pecho, en el espacio donde debía estar el corazón del recién nacido, halló algo que había extraviado hace mucho, algo que ella como madre había perdido incluso antes de nacer, porque era algo que formaba parte exclusivamente del olvido. En ese instante, en ese momento que solo ella pudo entender, el espacio-tiempo se detuvo en toda la ciudad, en cada esquina, en cada rincón, afectando a todos sus habitantes por igual. Ya no había movimiento, ya no había circulación, la ciudad acababa de sufrir una suerte de paro cardiaco. La mujer, que contemplaba a su criatura, había entendido, gracias a ese hallazgo, que todo había sido una cruel mentira enmarcada bajo una absurda realidad o, lo que es lo mismo, todo había sido una cruel realidad enmarcada en una absurda mentira: el parásito, las mariposas, los caracoles, los edificios, los caraqueños, el rio, las aves, el terremoto, Caracas e incluso ella misma, pero no tenía miedo porque había entendido que lo único que importaba, lo único verdadero era eso que había parido, eso que tenía entre sus manos. La mujer había dado a luz a una flor que solo ella pudo apreciar con detenimiento. Ella era la única capaz de moverse dentro de ese espacio-tiempo que se había abalanzado sobre la ciudad; sin embargo, prefería quedarse allí quieta, concentrando la poca energía que le quedaba en cuidar a esa flor única que, de cierta forma, era ella misma.
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Espacio y tiempo se entrelazaron y decidieron contraerlo todo, de esquina a esquina, de norte a sur. Toda la ciudad era halada y compactada en un solo punto: asfalto, postes, montañas, animales, hombres, mujeres, madres, niños, casas, libros, memorias, tristezas, miedos, reproches, fracasos, esperanzas, amores, angustias, vehículos, carne, huesos, referencias, voces, latidos, despedidas, llantos, alegrías, dialectos, palabras. En la centrífuga ráfaga se compactó todo en esa flor única y en esa mujer que aún seguía atada a su criatura, convirtiéndose ambos en un punto, en una partícula, en el espacio-tiempo que no fue conocida jamás como final sino como inicio.
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